Córdoba
¿Cabra, ciudad sostenible? La lucha colectiva para conservar lo que aún es nuestro

Los vecinos de las Huertas Bajas de Cabra, Córdoba, han comenzado una lucha para salvar lo más preciado que tenemos: nuestras tierras.
Cabra
Las afueras de Cabra y cientos de placas solares
29 may 2025 12:00

Mi amigo LuisDa me envía un mensaje a principios de mes contándome que acaba de ver As Bestas con sus padres. “Por lo de las huertas de las placas solares, precisamente”.  A lo que añade: “Pero ya no son solo los parques solares. Es que van a poner también dos plantas de biometano en Cabra”.

Hace diez años que me fui de Cabra y ahora estoy de regreso para establecerme allí una temporada, mientras una mezcla de ira y frustración se me remueve en la tripa. El calor de los casi 40 grados a finales de mayo que me marca el móvil tampoco me ayuda. La situación me causa mucha ansiedad, mucho miedo, mucha impotencia. 

¿A quién pretenden exactamente engañar? ¿Quién se va a creer que más de 200 mil placas solares son mejores para la tierra que los olivos? ¿Cómo va a crecer la flora entre el metal y el hormigón? ¿Cómo va a resistir nuestra fauna el calor cada vez más abrasador bajo una placa solar?

En marzo de este año se dio a conocer en el Ayuntamiento de Cabra un proyecto fotovoltaico que se instalaría en el municipio y sus alrededores a partir de 2027, prometiendo con él una forma de hacer frente al cambio climático, la creación de empleo para la gente local y una importante fuente de ingresos para la comarca. Pero, ¿hasta qué punto esto es real? ¿Esta riqueza es verdaderamente para nuestros vecinos y vecinas cuando proviene de una macroempresa alemana? ¿Cómo de ecológicos son este tipo de proyectos a gran escala?

Viridi, la empresa encargada de dicho proyecto, nos lo vende en su página web como si de oro se tratase: “Los parques solares de Cabra permitirán reducir la dependencia energética, diversificar las fuentes de suministro incorporando las menos contaminantes” o “Las plantas fotovoltaicas suponen una oportunidad para la potenciación de la flora arvense, para la recuperación del suelo y la reducción de vertidos de productos químicos ligados a la agricultura” o “Dentro de los límites interiores de un parque solar se forma un ecosistema de transición más rico y diverso donde la vegetación va adoptando la composición florística de los alrededores a la instalación”.

A lo que yo me pregunto, ¿a quién pretenden exactamente engañar? ¿Quién se va a creer que más de 200 mil placas solares son mejores para la tierra que los olivos? ¿Cómo va a crecer la flora entre el metal y el hormigón? ¿Cómo va a resistir nuestra fauna el calor cada vez más abrasador bajo una placa solar?

Los vecinos y vecinas están asustados. Y con razón. Solo queda una firma más para que el proyecto avance y estas decisiones parece que como ciudadanas se nos escapan de las manos. Les han vendido progreso y trabajo, pero en la letra pequeña pone que serán contratos precarios de seis meses. Las ganancias no serán para nuestro pueblo, ni serán igualables a lo que producen nuestros olivos. La pérdida de la biodiversidad podría ser irreversible y ello, además, conllevaría una serie de consecuencias nefastas para nuestro planeta y nuestra salud.

Por no decir que el vecindario de las huertas estará rodeado por un precioso parque metálico. ¿Y qué pasará con aquellos que no quieran alquilar? ¿Y de dónde sacaremos el agua que consumirán estas extensísimas placas, en una zona precisamente en la que no nos sobra?

A la impotencia, el miedo y la rabia las sostiene una pizca de esperanza. Creo que es la primera vez que veo la plaza del ayuntamiento de Cabra tan llena de gente reclamando y exigiendo lo que es nuestro. Nuestra tierra. Nuestros derechos. Y pienso en lo necesario que es que nos volvamos a unir, que reivindiquemos juntos y juntas. Nos tienen cansadas y adormecidas, pero tenemos que levantarnos del letargo. No hay mayor fuerza que aquella que nace de la unión y la colectividad. Lo de Cabra no es un caso aislado.

Está pasando en todo nuestro territorio. España se ha convertido en una “zona de sacrificio” para el consumo de otros países económicamente más fuertes, a costa de nuestra salud, de nuestros trabajos, de nuestros campos, de nuestra agua, de nuestro planeta. Frente a la implantación masiva de este tipo de instalaciones de grandes multinacionales, necesitamos también una respuesta masiva de la ciudadanía, pues es la única brizna de esperanza que nos queda para conservar lo que aún es nuestro. 

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