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Coronavirus
La escalera de sentido común
Gestos, cotidianidades y afectos que parecen trasnochados, de otro tiempo. “Un único conjuro, amor, contra la muerte: comunidad”, proclama lúcido Jorge Riechmann. “Palabra sin veneno, pero a menudo endulza los venenos mortales”, advierte también el poeta. En el número 7 de la calle Conde Mirasol, en Bilbao, su comunidad convive en plural y contagia la alegría de juntarse.
En el 7, en la esquina con San Francisco, en la casa más antigua de esta calle, por donde nació y creció la ciudad. En los antaño llamados ‘barrios altos’, por su elevada ubicación, barrios obreros, por la naturaleza de sus gentes. Hoy, aún, una de las zonas más marginada y excluida de Bilbao. En un edificio de 1881, aunque unos años después, en 1931, el insigne arquitecto Ricardo de Bastida lo amplió con un piso más y remodeló sus miradores.
Al lado de la plaza del barrio. Muy cerca de la ría. Un portal de siete pisos y trece viviendas. Una comunidad de vecinas de toda la vida y familias más recién llegadas, las últimas hace ya una década. La vecina del 5º izda., la mayor de la escalera, vive con su hija y pronto cumplirá 98 años. Los últimos 75, en esta comunidad. “Siempre nos hemos llevado bien, hemos tenido nuestras diferencias pero siempre se han solucionado satisfactoriamente”, cuenta. Y hace memoria, “no recuerdo otro encierro así”.
Justo encima, y también de la vieja guardia, vive otra vecina, con su marido, su hijo y hasta hace unos meses, que falleció con 90 años, también con su madre, a la que cuidaba. “La comunidad no ha cambiado demasiado con el estado de alarma. En general, ha ido todo a mejor, un punto más, pero ya teníamos una base llevándonos todos bien. Ha habido bueno antes, ahora más bueno y espero que siga así durante mucho tiempo”, explica sobre estas últimas semanas. “Y para el futuro, creo que no se puede pedir más de lo que tenemos”, anhela, satisfecha.
La del 4 izda., en cambio, ha sido de las últimas en llegar. Aunque corrobora a las vecinas más veteranas. “Ya teníamos buen ambiente y, al menos en los trece años que llevo aquí, no ha habido grandes conflictos”, asegura. “Ahora, ha coincidido que alguien ha tenido la iniciativa de ofrecerse para algo y el resto nos hemos ido contagiando de esa actitud. A mí me tranquiliza mucho saber que si tenemos alguna dificultad hay vecinas y vecinos dispuestos a echarme una mano. Por eso mismo intento ofrecerme en lo que pueda. Y deseo que esta actitud de generosidad y preocupación por los demás permanezca después del confinamiento”.
“No pensamos demasiado en las escaleras. Lo más bonito de las casas antiguas eran las escaleras. Y son lo más feo, lo más frío, lo más hostil, lo más mezquino de los edificios de hoy en día. Deberíamos aprender a vivir mucho más en las escaleras. Pero ¿cómo?”, reflexiona el escritor George Perec en su libro “Especies de espacios”. En esta escalera, la del 7, por ejemplo, no faltan los saludos, cálidos, interesados. “Ahora nos preguntamos cada poco cómo estamos, por si alguien necesita algo”, reconoce la vecina del 5º dcha. “Además, celebramos cumpleaños por el patio, ofrecemos hacer la compra conjunta online y los recados del mercado, compartimos juguetes y libros, siempre bien desinfectados, cosemos mascarillas…”, enumera, de inmediato, nada más ponerse a hablar de las cosas que han cambiado desde que están confinadas.
“Ahora nos preguntamos cada poco cómo estamos, por si alguien necesita algo”
De algún modo, todo comenzó en la escalera. En el descansillo del sexto piso. Y ahí están todavía las pruebas. Rompecabezas, libros, juegos de mesa, videos, juguetes… Nada más decretarse el estado de alarma, el vecino del séptimo envió un correo electrónico al resto del vecindario en el que ofrecía un surtido de posibilidades lúdicas para sobrellevar el encierro. “Mi idea a la hora de socializar los juguetes era también intuir qué necesidades podía haber en la vecindad y que cada quien aportara sus conocimientos o capacidades para resolver las situaciones que se nos pudieran presentar”, relata este vecino. “En mi caso, trabajo en el campo informático así que me propuse también para ayudar a quien tuviera algún problema con sus ordenadores o equipos”.
“Los vecinos son muy cariñosos”, revela la más joven de la comunidad, desde el 2º izda. Apenas tiene seis años. “Estoy muy contenta con mis vecinos, sobre todo con el del séptimo, porque deja juguetes y así no nos aburrimos”, detalla dicharachera. “El otro día cogí una máquina de coser y otra amiga, la vecina del 3º, me dejó unas telitas para que pueda usarla”. A otro de los benjamines, el hijo de la mujer de las telas, la sorpresa se la dieron el día de su octavo cumpleaños. La fiesta se celebró en el pequeño patio, cada quien desde su casa, todo el vecindario. Y para conseguir sus regalos no le quedó otra que pescarlos desde su ventana con una improvisada caña.
“Tenemos suerte de ser una buena comunidad, nos preocupamos unos de otros, cada quien desde sus características personales, particulares. Si alguien necesita ayuda, cualquiera está dispuesto a echar una mano. Y estoy muy contenta con eso”, comenta la madre del cumpleañero. En su casa son siete, con su marido, sus dos hijos, los dos gatos y una tortuga. Ambos progenitores estudiaron bellas artes y trabajan en ese mundo, ella de restauradora y él de montador de exposiciones y eventos. “Lo de las mascarillas se me ocurrió porque también soy modista, tengo muchas telas y empecé a ver tutoriales en internet sobre cómo hacerlas. Pensé que mientras no haya otra cosa siempre serán mejores que nada. Así que, como tengo tiempo y materiales, me ofrecí a hacer mascarillas para la comunidad y ahora también hago para la gente de mi trabajo, sobre todo para los niños, para que sean bonitas y les anime a ponérselas“.
“Me siento segura, acogida, en esta escalera”
Una solidaridad contagiosa. Al poco de comenzar este inesperado encierro, el vecino del tercero saludó en la escalera con un qué tal al del primero y éste aprovecho para preguntar si le podía calentar un poco de leche porque llevaba varios días sin tomar nada caliente. En la pensión del 1º izda. están alojados desde hace tiempo dos hombres mayores. Apenas se relacionan con la comunidad. Desde lo de la leche, y gracias a una donación de la red solidaria del barrio, la comunidad ha colocado un microondas en el pequeño cuartito que hay en el portal. Y, desde entonces, también hay quienes en ocasiones comparten sus cocidos en los prácticos táperes con los vecinos del primero. Un nutritivo detalle que agradecen y ha avivado sus vínculos con el resto de la comunidad.
“Siento que pertenezco a un grupo, formo parte de. Y me siento segura, acogida, en esta escalera”, explica la vecina del 6º dcha., maestra jubilada, que vive sola y tiene tres hijos. “He descubierto personas solidarias, algunas que ya conocía y otras que no, que aportan todo lo que tienen, pueden. Y para mí, lo que nos está pasando ahora, aparte del respeto que mostrábamos en las reuniones, que ya lo teníamos, va a tejer unos lazos afectivos, de aprecio, entre toda la comunidad”, concluye.
En el número 7, nada más llegar al portal, un cartel de la Red Solidaria de San Francisco invita a multiplicar las escaleras comunes. Un proyecto, el de La Escalera, que surgió hace dos años en Madrid con la idea de convertirse en una herramienta para facilitar el encuentro y el apoyo mutuo entre vecinas y vecinos de una misma comunidad. Como la del 7, en la calle Conde Mirasol de Bilbao, que ha inspirado la campaña que ahora impulsan las organizaciones sociales de su barrio. “La repito no obstante, la sostengo como un planeta tibio, recién nacido: comunidad”, insiste Jorge Riechmann en su poema “Contra la muerte”. La comunidad, su hechizo.
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Vaya posmodernos estais exos, se nota que el unico edificio que habeis pisado es ese...luego un selfie en el nervion y de vuelta a tu barrio lejos de la miseria de este y del cual has querido pintarlo como algo chupi...