Crisis energética
Glencore, la empresa que disparó sus beneficios el año de la guerra de Ucrania

La guerra de Ucrania, junto a otros factores estructurales, ha favorecido el aumento de precio de las materias primas, lo que ha multiplicado los beneficios de una multinacional cuyas prácticas están en entredicho.
Glencore en Peru
Trabajos en una mina de Glencore en Perú. Foto: Glencore.

“La mayoría de la gente en el Reino Unido no sabe que Glencore existe. No es una empresa con la que la gente tenga mucha relación en su día a día: Tesco, Google, Amazon o Shell son muy visibles, pero nadie va a comprar nada a Glencore”, dice Tim Jones, jefe de campaña de Debt Justice, una asociación que lucha por la cancelación de la deuda de los países pobres. Glencore, una multinacional comercializadora de materias primas que van desde el petróleo hasta el zinc, pasando por el cobre, el cobalto o el carbón, acaba de anunciar beneficios históricos: 19.000 millones de dólares beneficios antes de impuestos en los seis primeros meses del año, 10.000 millones de dólares más que en el semestre del año anterior.

La guerra de Ucrania, junto a otros factores estructurales, han favorecido el aumento de precio de las materias primas que la empresa vende. También durante el primer semestre, la compañía aceptó su culpabilidad en varios casos de corrupción por sus negocios en Nigeria, Camerún, Sudán del Sur y otros países africanos. En total deberá pagar 2.600 millones de dólares. La multa acabará en las arcas de los Estados Unidos y el Reino Unido. Los países africanos afectados no cobrarán nada. Las prácticas de Glencore son clave para entender por qué algunos países africanos, hoy, se encuentran en una crisis de deuda.

“Las acciones de Glencore y Blackrock son un buen ejemplo de cómo funciona el sistema económico en muchos lugares: el sector privado buscando grandes beneficios en países que se encuentran en medio de una crisis de deuda”, señala Jones

Glencore es un gigante silencioso, heredero directo de la compañía fundada por un refugiado que huyó del Holocausto junto a su familia en los años 40. Ese niño, Marc Rich, encontró su vocación poco después de dejar la universidad. Empezó en el escalón más bajo de Philipp Brothers, la que entonces era la empresa más importante del sector de las materias primas, y la abandonó cuando su jefe se negó a aumentarle el sueldo. A finales de los 60, siete empresas americanas y británicas controlaban todos los pasos de la producción y venta de petróleo en un mercado estable y previsible. La oleada de nacionalizaciones de los 70, cuando los países del Golfo Pérsico ganaron peso y los productores de petróleo se organizaron para influir más en los precios, pateó la normalidad. Rich vio entonces una oportunidad: si se convertía en el intermediario entre los países productores y los compradores, su empresa desbancaría a Philipp Brothers y ganaría muchísimo dinero.

El pionero

Rich sentía que podía poner el mundo a sus pies, y lo logró: Marc Rich and Co, su empresa, llegó a comprar y vender más barriles de petróleo diarios que Kuwait, y él se convirtió en el hombre al que muchos gobiernos del mundo llamaban cuando necesitaban comprar o vender materias primas, desde la España franquista hasta la Cuba de Fidel Castro, pasando por la Sudáfrica del apartheid o la Chile de Pinochet. ¿Su secreto? Comprar y vender todo, a todos, en cualquier circunstancia: ejerciendo de intermediario entre capitalistas y marxistas, entre fundamentalistas islámicos e Israel.

Con una estructura más pequeña, y gracias al crédito de los bancos, Rich se impuso a los gigantes de la industria petrolera y a todos sus competidores. Reacio a hablar con la prensa, el empresario ha sido protagonista de dos biografías: Metal Men, publicada en 1986 por A. Craig Copetas, narra su auge y sus problemas con la justicia estadounidense; The King of Oil, escrita por Daniel Amman en 2009, cuenta con la participación de Rich, que repasa su trayectoria y niega los cargos por los que fue condenado en Estados Unidos a mediados de los 80.

En 2022, mientras exige el pago de la deuda zambiana, Blackrock cobrará 200 millones de dólares en dividendos gracias a los excelentes resultados trimestrales de Glencore

Tras haber evadido impuestos y hecho negocios con el Irán del ayatollah Khomeini, Rich fue considerado un paria en Estados Unidos y tuvo que huir a Suiza, donde se refugió hasta prácticamente el final de su vida. Su cercanía a personalidades políticas como Henry Kissinger, el rey emérito Juan Carlos I o todos los primeros ministros de Israel le garantizaron siempre una salida. Cuando Estados Unidos le persiguió para encarcelarlo, Suiza defendió a Rich, ya que su empresa estaba registrada en Zug, un cantón suizo conocido por sus bajos impuestos. Quien también le apoyó fue la Unión Soviética, cuya prensa estatal consideró que Washington había organizado un complot contra él: Rich era el intermediario de Moscú para vender petróleo y metales a cambio de conseguir los dólares que la maltrecha economía soviética necesitaba para sobrevivir.

Condenado por la justicia estadounidense, pero bien conectado, Rich recibió el indulto en el último día del mandato de Bill Clinton en 2001. Él definió toda su carrera de una forma sencilla, incluso simplista: “El comercio es un negocio basado en el servicio. Ponemos en contacto a vendedores y compradores y cobramos por el servicio”, dijo en una de sus entrevistas con Daniel Amman.

En 1994, Rich vio como la historia que él había protagonizado en Philipp Brothers se repetía contra él: sus trabajadores, que lo habían aprendido todo en su empresa, consideraron que, a sus 60 años, ya no era el hombre adecuado para liderar la compañía y le compraron su parte de la empresa. Fue así como nació Glencore, el gigante anglosuizo que hoy controla una parte importante de todas las materias primas que consumimos: Rich ya no estaba, pero al mando seguían sus alumnos.

Zambia y Chad: cobre y petróleo en países arruinados

Zambia es un país muy rico en cobre, su principal exportación, y ahora mismo se encuentra en quiebra técnica tras dejar de pagar su deuda en noviembre de 2020. No es la primera vez que se encuentra en esta situación. Tim Jones, de Debt Justice, ya hizo campaña por la cancelación de la deuda zambiana a principios de los 2000, cuando el país surafricano se encontraba en una situación similar: “Queríamos que la deuda se perdonara sin contrapartidas. Hubo una gran reducción y el país ganó espacio para poder invertir más en sanidad y educación, pero sí que hubo contrapartidas”, recuerda Jones.

Las dos grandes recomendaciones del Fondo Monetario Internacional acabarían siendo clave: el país debía privatizar sus minas de cobre y relajar los controles de capitales. Glencore compró una de las minas más grandes del país, y sus prácticas afectaron considerablemente a las finanzas zambianas: las empresas mineras, entre ellas Glencore, repatriaban beneficios y pagaban menos impuestos de los que debían. El economista Andrew M. Fischer lo describió como “una hemorragia”. Pese a que el precio del cobre estaba por las nubes en 2011, el país apenas se beneficiaba de esos ingresos. Zambia se endeudó para tapar ese agujero fiscal acudiendo a los mercados internacionales para pedir préstamos.

En Chad, Glencore se convirtió en el acreedor de última instancia cuando el grifo de los mercados internacionales y el FMI ya se había cerrado

Prestar a Zambia con el precio del cobre alto era una buena oportunidad para los inversores internacionales, tal y como cuenta Jones: “Había tipos de interés muy bajos en los países occidentales. Prestando al Reino Unido o a Estados Unidos obtenías un 0% o un 1%. En cambio, con los países africanos podías obtener un 6% o un 7%”. Jones forma parte de una campaña internacional que enfoca su mirada en los “acreedores irresponsables”, mientras que sus compañeros zambianos piden explicaciones sobre qué se hizo con ese dinero.

Entre los compradores de deuda zambiana se encuentra Blackrock, el fondo de inversión que controla más activos del mundo: en total, la compañía estadounidense gestiona 8,5 billones de dólares en activos, 447 veces la economía de Zambia. “Blackrock compró los bonos de Zambia cuando el país ya tenía problemas. Los bonos estaban más baratos y gracias a ellos podrían conseguir una rentabilidad del 110% si conseguían cobrar”.

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Hasta ahora, Blackrock se ha negado a responder a las peticiones de información de Debt Justice, que ha organizado acciones de protesta en la sede de la compañía en Londres. Blackrock es, también, accionista de Glencore. Dicho de otra manera: Blackrock es accionista de la empresa que, con su movimiento de capitales, contribuyó al endeudamiento de Zambia. En 2022, mientras exige el pago de la deuda zambiana, Blackrock cobrará 200 millones de dólares en dividendos gracias a los excelentes resultados trimestrales de Glencore. “Las acciones de Glencore y Blackrock son un buen ejemplo de cómo funciona el sistema económico en muchos lugares: el sector privado buscando grandes beneficios en países que se encuentran en medio de una crisis de deuda”, concluye Jones.

Si en Zambia Glencore contribuyó indirectamente al endeudamiento del país, en Chad la compañía actuó como prestamista. Glencore se convirtió en el acreedor de última instancia cuando el grifo de los mercados internacionales y el FMI ya se había cerrado. En Chad, en 2013 el dictador Idriss Deby pidió prestado a Glencore y prometió pagar la cantidad adeudada vendiendo petróleo. Cuando consiguió el dinero el barril estaba a más de 100 dólares; más tarde, el precio bajó hasta los 26 dólares. “En este caso no ha habido quiebra, solo se retrasaron los pagos de deuda en el futuro. La mayoría de la gente no se beneficia de la exportación de esas materias primas, pero no deberíamos olvidar que el petróleo es del pueblo de Chad, no de Glencore”, dice Jones. En el caso de Blackrock, Jones considera que lo que está en juego en la negociación con Zambia va más allá del país africano: “Cuanto mejor sea el acuerdo de cancelación para Zambia, más fácil será el proceso para otros países que se encuentren en la misma situación. Blackrock, por supuesto, quiere lo contrario”.

El FMI y las crisis como una oportunidad: el caso jamaicano

Con la lista de países pobres en crisis por la deuda, cabe recordar uno de los ejemplos más paradigmáticos de la influencia de empresas como Glencore. Es en momentos como el actual cuando se hacen los grandes negocios. Así fue en Jamaica a finales de los 80. Michael Manley era un político muy popular más allá de esta isla caribeña. Rival de los Estados Unidos, Manley se convirtió en un héroe de muchos izquierdistas europeos cuando se acercó a la Cuba de Fidel Castro, apoyó a los movimientos de descolonización africanos y atacó a la Sudáfrica del apartheid.

Manley, como opositor, prometió cortar todos los lazos económicos con Marc Rich, presente en el sector de la bauxita jamaicano. Muchos le consideraban un sanguinario empresario explotador de los países del Tercer Mundo. Cuando Manley se convirtió en primer ministro en 1989, incluso en la empresa de Rich esperaban el comienzo de una revolución. La sorpresa llegó cuando el flamante primer ministro comentó que el país respetaría todos los acuerdos con Rich. Manley reconoció, de hecho, que se había equivocado en sus valoraciones previas. Poca gente entendió este giro de 180 grados en ese momento: la explicación se encontraba en las cuentas internas del país.

Glencore, que ha doblado sus beneficios y que a principios de año compró una mina de carbón en Colombia, está donde siempre: a punto para ejecutar su próxima jugada

Poco antes de ese giro, economistas del FMI visitaron el país caribeño: su opinión era crucial para definir si Jamaica recibiría un préstamo en dólares que salvara temporalmente a su economía. En números rojos y necesitando 45 millones de dólares para salvar sus cuentas, el país apenas contaba con reservas para pagar su deuda y sus importaciones. Fue entonces cuando apareció Rich. El empresario ofreció al país esos 45 millones, no como préstamo, sino como un pago por avanzado: a cambio del dinero, Jamaica le vendería más bauxita durante años. Jamaica aceptó y el FMI acabó aprobando el crédito. Conseguir precios fijos que a medio plazo beneficiaran a su empresa fue otra de las mejores jugadas de Rich, repetida en todos los continentes. Hoy, ya sin él, Glencore mira con optimismo el presente y el futuro: en 2022 aumentaron su producción de petróleo y carbón, pero también la de cobalto y níquel, claves para la transición energética.

La lista de candidatos a la quiebra es larga: el aumento de precios de la comida y de las materias primas ha dejado a muchos países al borde de la cuneta. Muchos de ellos son ricos en recursos naturales, pero apenas cuentan con capital para invertir en su extracción. Sus reservas en dólares caen, los capitales huyen, sus monedas se desploman y los bancos cierran el crédito. Solo quedan el FMI y los aventureros de las materias primas como única salvación. Glencore, que ha doblado sus beneficios y que a principios de año compró una mina de carbón en Colombia, está donde siempre: a punto para ejecutar su próxima jugada. Daniel Amman, cuatro años antes de la muerte de March Rich, le preguntó cuáles serían las materias primas más codiciadas del siglo XXI. Rich respondió, lacónico, una frase premonitoria:

—La energía y el agua.



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