Andalucía, esa tierra al sur del Estado español y al norte de Marruecos. Ese lugar en medio de una frontera. Un paso de caminos. Un espacio intersticial donde existen cruces de expresiones y subjetividades entremezclas, donde hay un salmorejo cultural. En este sitio vivo ahora; después de decidir volver sabiendo que me tocaba habitar un entorno empobrecido donde mis posibilidades de trabajo se verían reducidas. Me fui para buscarme el pan ante la falta de expectativas de esta tierra mía. Me vine cansada de la cultura del esfuerzo, sin mucho dinero y con ganas de enraizar cerca de mi familia.
En este tiempo fuera de Andalucía aprendí y viví en mis carnes lo que es la andaluzofobia. Ana Burgos utiliza este término para explicar la carga de discriminación que existe en el Estado español al hablar de Andalucía. Esta mirada hacia lo andaluz está construida bajo una lógica de supremacía cultural y etnocentrismo. Supongo que esto es herencia de las políticas de control de la diversidad que impuso el Estado español para generar la idea de Nación y que se siguen perpetuando para mantener la idea de unidad de Europa. Como dice Castaño Madroñal en su artículo “Transformaciones de las culturas, frontera y construcción del Mediterráneo como Frontera Sur en el giro de la Europeidad”, debido a la globalización neoliberal se ha generado una desmemoria, cuyo objetivo es crear una falsa unidad de Europa. Según esta investigadora, en esta tierra, Andalucía, que es Frontera y es Mediterráneo, se castigan, a través de diferentes mecanismos de control, las identidades y subjetividades diversas que habitan esta tierra de cruce de caminos.
¿Te imaginas que me disfrazo de la virgen de la Guadalupe y me pongo a imitar el acento mexicano cayendo en clichés manidos que reposan en un etnocentrismo supremacista?
Las experiencias vividas como migrante interna me llevaron a investigar sobre las dinámicas Norte-Sur dentro del Estado español en relación con los feminismos. Desde este lugar escribí “Encarnando el Territorio”, un relato donde se atraviesan las estructuras socioeconómicas y culturales con teóricas como Mohanty, Anzaldua, Moraga o Brah. Un texto para esbozar un marco teórico crítico que ponga de manifiesto la necesidad de construir un pensamiento situado, alejado de clichés y estereotipos para poner en cuestión la supremacía etnocéntrica europea y hacer propuestas para la transformación social. En este último tiempo he estado pensando que quizá esta investigación está desfasada y carezca de sentido. Sin embargo, las estructuras de poder no cambian de la noche a la mañana, como he comprobado en estas últimas dos semanas.
Tengo claro que en Semana Santa y Feria de Sevilla el nivel de andaluzofobia mediática sube estrepitosamente. Ante estas expresiones culturales, muchos medios de comunicación que no son andaluces se sienten interpelados a dar su opinión, incluso mofarse, de los relíos que se dan en estas fiestas. Mucha gente también se siente convocada a decir lo que piensa, sin pensar a quien tienen delante ni lo que provocan. Creo que consideran que están en una superioridad moral para emitir juicios hacia lo que consideran arcaico y fuera de la razón. Lo he vivido en mis carnes.
Durante el fin de semana de Domingo de Ramos me fui a Madrid a acompañar a una amiga a un concierto. Durante mi estancia, tuve que escuchar diferentes opiniones, a mi parecer desafortunadas, sobre la Semana Santa andaluza (como si fuera la única que se da en el Estado español y fuera la más exagerada). Los comentarios ponían de manifiesto el desconcierto que les provoca ver a gente emocionarse tanto con un muñeco de palo o su negativa a participar de una cosa tan facha. No voy a entrar a crear un alegato sobre las razones por las que las personas en general se emocionan con símbolos culturales de los que son parte. Tampoco voy a hacer un alegato de si la Semana Santa es facha o no. Lo que si voy a decir es que hacer una afirmación tan categórica borra de un plumazo la diversidad de los pueblos, en este caso Andalucía. Al cabo de unos días, una amiga me pasó una publicación de una página de Instagram donde suben vídeos de risa y de broma. En ella aparecían unos chicos maricas que le gritaban entre lágrimas de emoción “guapa” a la Virgen del Cerro que sale en Sevilla. Me limité a contestarle a esta amiga un: “Ya lo he visto”.
El día de la Madrugá de Sevilla estaba con mis amigas disfrutando del espacio y el tiempo de estas fiestas que, aunque tiene raíces en el cristianismo (y me parece de justicia señalarlo), son una expresión cultural del territorio, de los barrios y de los pueblos en toda su diversidad. Mucha gente que participa en estos eventos, como yo, no es creyente ni está relacionada con la iglesia. En un momento, una persona que vive en el norte, que estaba de visita, comenzó a preguntar de forma invasiva e incómoda sobre las razones por las que yo quería ver pasar a la guapa de la Macarena. No le contesté y me hice la loca. Sin embargo, me dejó pensando qué esperaba escuchar y desde que lugar estaba queriendo ser respondida.
Esto no es un caso aislado, en una publicación de Instagram de El Salto sobre una noticia que criticaba la gestión del gobierno andaluz pude leer: “Menos procesiones y más manifestaciones”. Como si una cosa fuera incompatible con la otra y, lo que me resulta más problemático, como si fuera culpa nuestra, por cómo somos. La mirada hacia lo andaluz está colmada de estereotipos y de clichés que se quedan la parte por el todo y borran la diversidad de experiencias que atraviesan esta tierra. Estas miradas están sustentadas en una supremacía cultural que reduce a las personas andaluzas a gente floja y sin acción política; por eso somos pobres y por eso nos merecemos lo que nos ocurre. Esta visión asume que la desigualdad es responsabilidad individual y responsabilidad de quien las padece, como si no viviéramos dentro de un sistema-mundo que construye nortes y sures, como si las estructuras políticas y sociales de Andalucía fueran culpa de la gente; como si no existiera una historia que coloca a unos territorios en lugares desequilibrados de partida. Pero, según este pensamiento neoliberal y la cultura del esfuerzo, es nuestra culpa, por flojos. De esta forma se obvia el sistema económico estructural que aboca a Andalucía a uno de los lugares con más paro, índice de pobreza y precariedad del Estado español, borrando las dinámicas de expropiación que existe hacia territorios sures.
Como colofón a estas anécdotas, una amiga me pasó un video de un programa de TV3 donde se reían de la Semana Santa andaluza (así en general, como si Andalucía fuese todo lo mismo). En este espacio de entretenimiento aparecía una persona vestida de la virgen del Rocío, imitando el andaluz de una forma despectiva. ¿Desde qué lugar alguien que no entiende ni participa de estas expresiones culturales hace mofa de las mismas? ¿Desde qué sitio alguien puede imitar un acento asociándolo a algo atrasado y arcaico? ¿Desde qué mirada alguien puede poner a la virgen del Rocío con un muñeco en la mano, hablando en andaluz y aparentando que canta flamenco? A mí solo se me ocurre una respuesta: supremacía cultural.
Muchas personas dirán que es humor. Seguro habrá gente que sostenga que es lo mismo que los chistes de catalanes y de lo supuestamente “agarraos” que son. Sin embargo, no es lo mismo. Porque este tipo de burlas se inserta en una mirada etnocéntrica donde se considera que lo andaluz es algo bárbaro, arcaico e inculto. También se podrá apelar a la libertad de expresión y a la posibilidad de hacer bromas de todo. Y sí, podemos reírnos de la Semana Santa, podemos reírnos de lo que queramos y como queramos. Sin embargo, como dice Vasallo: “El humor, hacia dentro y hacia arriba, si no es opresión”, frase que ha usado Teresa Rodríguez para hacer su tuit al respecto.
Por mi parte, soy la primera que hace crítica de la religión cristiana, de sus cúpulas y de las leyes eclesiásticas. Hay muchas cosas que son necesarias de revisar y reflexionar. Sin embargo, no me veo con la legitimidad de hacer mofa de algo que ni siquiera entiendo, que recae en estereotipos y que reduce la diversidad a una sola cosa. ¿Te imaginas que me disfrazo de la virgen de la Guadalupe y me pongo a imitar el acento mexicano cayendo en clichés manidos que reposan en un etnocentrismo supremacista? Pues eso. Hacer crítica de las estructuras eclesiásticas y de los poderes que ostentan, bien; reírse de un pueblo y sus formas de expresión, regular para atrás. Se permiten estas formas de hacer humor desde una supremacía cultural etnocéntrica porque existe una andaluzofobia interiorizada que genera formas de discriminación que impactan en las estructuras sociales y en las relaciones de poder norte-sur. Y no es solo algo simbólico, Estas formas de representar a los pueblos desde una mirada supremacista repercute en los cuerpos y las vidas de las personas. La discriminación simbólica impacta de manera directa en el mundo material. Tan así es que durante mi defensa de TFM, el tribunal ejerció una discriminación por andaluzofobia y una supremacía epistémica que casi me lleva a suspender. Esto solo por hablar del territorio andaluz desde una mirada propia y poner en tensión las dinámicas de expropiación Norte-Sur. Esto me llevó a creer que no era válida, que estaba loca y que mi trabajo no tenía sentido.
Como dice Vasallo: “el humor, hacia dentro y hacia arriba, si no es opresión”
Todavía me sigue sorprendiendo la andaluzofobia existente y la falta de miramientos a la hora de analizar las opresiones estructurales dentro del territorio español. Pienso en toda la gente que dice me “voy al sur de vacaciones a disfrutar de las playas y a comer rico porque es más barato” sin pensar en las razones por las que los precios son más bajos. Me sorprende que se siga viendo Andalucía como parque temático para las vacaciones y objeto de chistes para el divertimento colectivo, sin pensar en las condiciones de violencia laboral en el sector de la hostelería o del campo andaluz. Me da coraje cuando esta falta de miramiento viene de las izquierdas que reproducen discursos andaluzofobos, olvidándose de cómo en Andalucía se está construyendo un lugar engullido por capitalismo neoliberal donde se observa un paraíso de sol para el consumo del Norte y una frontera para el sur desposeído y empobrecido. Quizá es más fácil mirar al sur para reírse y cuestionar las expresiones culturales que para señalar las dinámicas Norte-Sur. Quizá eso significaría mirarse a sí mismos, analizar sus miserias y la responsabilidad en todo esto.
Por eso, no voy a entrar en debates sobre que el humor es humor y la existencia de libertad de expresión. Ríanse de lo que quieran. Mientras se ríen están perpetuando un sistema de dominación supremacista, etnocéntrico, machista, capitalista, patriarcal, misógino, racista y colonial que impacta en la vida de las personas.
Feminismos
“¿Qué horizontes tenemos? Mirarnos las unas a las otras”
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