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Culturas
Nerea Madariaga: “Mis notas de la compra son literarias”
Nerea Madariaga Rodríguez quiso ser veterinaria o periodista pero acabó estudiando Humanidades primero, y en la Escuela de Cinematografía y Audiovisuales de Madrid más tarde. Ha trabajado en cuatro librerías. Dice que es tímida.
Nació en algún momento de los setenta en Pamplona. Tiene un hermano y una hermana. Iruindarra de pura cepa, su madre y su padre se conocieron en unas oficinas del portal que regentaban los progenitores de ella. Juanita, su abuela paterna, enviudó de joven y crió prácticamente sola a su prole de cuatro criaturas en una parcela del Soto de Lezkairu, con su huerta y sus árboles, cuando aquello estaba fuera de la ciudad. Quiso ser veterinaria o periodista pero acabó estudiando Humanidades primero, y en la Escuela de Cinematografía y Audiovisuales de Madrid más tarde. Ha trabajado en cuatro librerías. Dice que es tímida.
¿Por qué la literatura?
Mi ama trabajó de joven en una pequeña editorial, hasta que se casó. Mi aita fue varias veces el mayor vendedor a domicilio de Espasa-Calpe de España. Le dieron varios premios. Entonces las enciclopedias tenían un prestigio de la hostia. Y eran preciosas. Lo hacía todo él sólo: buscar los clientes en los listines de teléfono, diseñar la publicidad, ir a Correos a hacer los envíos, llamar por teléfono... Recuerdo ir de pequeña a su oficina, a meter en sobres los trípticos que enviaba a dentistas, abogados, arquitectos y gente así.
¿Por dónde empezamos?
Barco de Vapor, Bruguera, Anaya, Mujercitas, Mortadelo y Filemón, Asterix...
¿Algún hito fundacional?
Mis profesoras de de lengua y literatura en EGB y en el instituto fueron las mejores. En COU gané un premio de cuentos del Ayuntamiento de Pamplona, con un relato ambientado en una sala de autopsias donde los cadáveres se despertaban y se ponían a hablar entre ellos. Pero no fue importante, porque luego no sentí el mandato de lo creativo.
¿Por qué?
Mis notas de la compra son literarias, como el resto de todo lo que escribo. Da igual la hora del día, la extensión, el formato o el canal. Pero, al contrario de lo que es casi una obligación en esta época digital, no todo el mundo tiene que crear, porque ni sabe ni tiene cosas interesantes que contar.
En Madrid encontré una libertad exuberante
¿Qué pasó con el celuloide?
Me siguen fascinando Ingmar Bergman, Naomi Kawase y, en general, el cine que indaga en los comportamientos con un determinado sosiego y con una determinada mirada. Pero la industria audiovisual es un lugar horrible donde, salvo en los márgenes, no hay sitio para la cooperación.
¿La metrópoli no está llena de oportunidades para quien se atreve a transitarla con osadía?
Yo en Madrid encontré una libertad exuberante. Llegué allí habiendo salido y entrado al armario, todavía con cierta autolesbofobia, más homosentimental que homosexual, y con la puerta abierta a que llegara el hombre de mi vida. Conocí Chueca, la noche, la vida, y me llegó el momento en el que asumí que mis parejas iban a ser mujeres. No obstante, trato de pensarme más allá de las lógicas binarias, del encasillamiento, o de las narrativas identitarias. Como hacen Paul B. Preciado, Elisabeth Duval o Antonio J. Rodríguez.
¿Y aún te quedaron ganas de volver a las librerías de provincias?
Creo en los ciclos y, de todas maneras, ya había trabajado en Manantial, la librería de una congregación de monjas seglares. También, como una mula, en las campañas del libro de texto del verano, para pagarme los estudios. Pero, sí, estuve diez años en Auzolan, luego varios meses en Elkar, y ahora en Katakrak.
Aunque te diviertes más con Letraheridas...
Lo librero está romantizado pero aun con todo, a mí me apasiona. Disfruto conectando con la gente a través de los libros. Volviendo a la pregunta, hay una hornada de mujeres que, en mi opinión, lidera la literatura en castellano desde hace cinco o seis años. Están creando, desde lo personal, un entramado colectivo en cuanto a temas, estéticas y discursos. Es una producción abrumadora, de altísima calidad, y que lee mucha gente. En cuanto al festival, dijo un periodista que un evento cultural así, a orillas del Manzanares, saldría en los telediarios. Y lo más bonito de esta segunda edición es que pudimos dedicársela a una de esas lectoras que conocía desde hace muchos años, que estaba muy enferma, y que siguió las sesiones por streaming. Va por ti, Carmen.