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Economía social y solidaria
Mila Acea, panadera: “Si trabajas, te perciben de otra manera”
Nada más entrar a El Buen Capricho se ve un cartel: “Todo comienza con un sueño”. Y, ya dentro, fotos de gente de Cuba y del Che Guevara. La ilusión y el espíritu reivindicativo de la revolución cubana convergen en esta pequeña panadería de Atxuri y en Gina Milagros Acea Alfonso. Mila, como la conocen con cariño en este barrio bilbaíno, tiene 56 años, la mitad los ha vivido en su país, y comparte con su vecindario lo más preciado que aprendió allí: solidaridad, amor y cultura del esfuerzo.
Todo lo que eres se lo debes a tu madre.
Es un ejemplo a seguir para mí. Fue madre soltera y nos sacó adelante trabajando como criada para una familia vasca. Fue una gran activista durante el transcurso de la Revolución Cubana y luchó para reivindicar una serie de derechos y beneficios en todos los ámbitos posibles.
¿Esa revolución ha sido clave para las mujeres en Cuba?
Sí, y no solo para lograr la independencia de la mujer, sino también para la dignidad de los cubanos, sobre todo para las personas negras. Agrupaciones como la Federación de la Mujer Cubana han tenido relevancia para la liberación de la mujer. Las cubanas son quienes han construido el país. Mi madre, aunque no tuviera estudios, entendía que para mantener el sistema tenías que trabajar por su sostenibilidad económica y desarrollo.
¿Cuándo decidiste emigrar?
En los años 90 conocí a mi actual marido y padre de mis hijos. Ya se veía la crisis, pero no esperábamos que fuese a llegar tan lejos. El dólar estaba penalizado y se había roto el sistema de intercambio con la URSS. En 1992 la escasez fue muy notable. Yo era joven y en Cuba no podía cumplir mis sueños y expectativas. Todo aquello que habíamos construido se venía abajo por la caída del muro de Berlín y el bloqueo económico de Estados Unidos para ahogarnos. Salí por amor y la pobreza que se cernía sobre el país.
Vine con el sueño del triunfo
Y recalaste en Bilbao.
Vine con el sueño del triunfo, quería ejercer en Economía y Contabilidad, lo que había estudiado, pero era complicado, me generaba cierto reparo. Allí la carrera te la enseñan en base a su sistema económico. Así que, viendo el camino largo, me apunté a una escuela de moda gracias a la experiencia que adquirí de mi padre. Y en la crisis del 2008 intenté abrir una tienda de arreglos, pero se truncó porque es duro ser autónoma.
Y ahora has abierto El Buen Capricho.
La panadería nace en plena pandemia. Poco antes me apunté a un curso de emprendimiento. Mi idea original era crear una cooperativa para ayudar a regularizar la situación de las personas migrantes. Más tarde, mi socia y yo decidimos montar una cooperativa de servicios, en parte también para mostrar a todos que los migrantes no venimos aquí a vivir de las ayudas, ni a robar puestos de trabajo. Solo queremos trabajar, construir y aportar a la economía de este país.
¿Sientes más responsabilidad por ser migrante?
La he sentido, aunque cada vez me considero más de aquí, tengo ese sentimiento de pertenencia. Soy una ciudadana cubana-vasca y todos debemos trabajar, independientemente de nuestra procedencia, en pos del desarrollo de este país. Cuando ya trabajas y contribuyes se te percibe de otra manera, te tratan diferente. También hay que entender que es imposible que los migrantes trabajemos si no se regulariza nuestra situación.