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Hace unos días cayó en mis manos, regalado por quien bien nos quiere, un librito de Chimamanda Ngozi Adichie, El peligro de la historia única, traducido por Cruz Rodríguez Juiz y con epílogo de Marina Garcés.
El texto, publicado por primera vez en español hace ahora un año, es una transcripción de la primera TED Talk de la nigeriana Chimamanda Ngozi, impartida en 2009. En él retoma, con ciertas variantes aplicadas a la vida cotidiana de la gente, el concepto de pensamiento único que aboca a mirar la realidad desde una única perspectiva. Critica el hecho de que nos refiramos a continentes como África como si se tratara de una región única, o que la historia de los pueblos se cuente siempre desde el punto de vista de quien tiene el poder para contarla: “comienza la historia con las flechas de los nativos americanos y no con la llegada de los británicos y obtendrás un relato completamente distinto”.
Las historias, nos dice, importan. Igual que se han utilizado para desposeer y calumniar, concluye, también pueden usarse para facultar y humanizar.
Para contar esta historia es necesario retrotraerse hasta el 12 de enero pasado, cuando el CERMI, el Comité Español Representante de Personas con Discapacidad, advirtió a través de una nota de prensa a la ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, de que estaría “vigilante” ante su anuncio de incorporar las propuestas de esta organización sobre educación inclusiva del alumnado con discapacidad en el proyecto de reforma de la Ley Orgánica de Educación (LOE). Dicha propuesta, aprobada una semana antes por el Consejo Escolar de Estado, respondía a la conclusión elaborada por la ONU a través del Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, en la que se afirmaba que España “segrega” y “excluye” al alumnado con discapacidad, principalmente intelectual, en el sistema educativo general, al mismo tiempo que advertía de las “graves violaciones sistemáticas” del derecho a la educación de este colectivo. Hay que aclarar que el sistema educativo español acoge dos modelos de educación en el conjunto de las enseñanzas de régimen general: una enseñanza ordinaria (Educación Infantil, Primaria, ESO, Bachillerato y Formación Profesional) y una Educación Especial Específica.
La historia se complicó cuando la noticia saltó como titular de prensa: Desaparecerán los colegios de Educación Especial
La historia se complicó cuando la noticia saltó como titular de prensa: Desaparecerán los colegios de Educación Especial. Ello hizo que buena parte de asociaciones de familiares, organizaciones y colegios relacionadas con esta educación, comenzaran a movilizarse y se creara la “Plataforma Educación Inclusiva SÍ. Especial TAMBIÉN”, a la que actualmente se han adherido 119 entidades de todo el Estado español (ninguna de Extremadura), que manifiesta su preocupación “por la intención de algunos partidos políticos y organizaciones sectoriales de eliminar la Educación Especial” y denuncia que el informe realizado por el comité de expertos de la ONU es sesgado y no se ajusta a la realidad española.
A pesar del revuelo montado, este debate acerca de la educación especial es un debate de segundo plano. No ocupa ni ocupará las portadas de los periódicos ni la cabecera de las páginas web de noticias. No resulta esencial ni interesa a una sociedad entretenida con el debate preelectoral salpimentado de promesas que parecen sacadas de la chistera de un prestidigitador y que nos auguran una vida más feliz en el futuro, más digna de vivir. Tampoco ocupa un lugar relevante en el mundo de la educación, tan combativo para reivindicar horas lectivas según sea la relevancia de la materia para la humanidad, reducción de ratios, incremento de plantilla del profesorado o huelgas de carácter feminista o ecologista, sin que esta reflexión signifique merma alguna en la importancia y necesidad de tales reivindicaciones. No recuerdo quién dijo (y si no lo dijo nadie lo digo yo, que también soy nadie) que la calidad de una democracia se mide por el grado de protección de los más débiles. A la nuestra aún le falta subir de temperatura.
A pesar del revuelo montado, este debate acerca de la educación especial es un debate de segundo plano. No ocupa ni ocupará las portadas de los periódicos ni la cabecera de las páginas web de noticias
Este debate, esta historia, solo parece incumbir a las familias que tienen alumnado escolarizado con necesidades educativas especiales y al gremio de la profesión, preferentemente al que no es funcionario y trabaja en la concertada o en las asociaciones. Aún así, como señala Chimamanda Ngozi, no hay una sola historia, sino muchas historias, tan diversas como las capacidades de quienes las podrían narrar y cuya voz solo es audible gracias a quienes defienden sus derechos.
No tengo ningún hijo o hija con discapacidad. Sin embargo durante más de 20 años me he relacionado directamente con el mundo educativo que trata la discapacidad y la Educación Especial. Durante 15 años entrevisté a familias del alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo. Entrevisté a madres, padres, abuelos, abuelas y a algún que otro pariente de niños y niñas con discapacidad intelectual, sensorial o física. La primera entrevista siempre resultaba fría, distante. Incertidumbre y recelo caracterizaban esos primeros encuentros con otro funcionario público que trabajaba de nueve a tres al que había que contarle de nuevo toda la historia. Datos personales, historia clínica, situación económica… se incluían en un informe familiar recogido en una carpeta con un número de expediente y registro.
Pero las historias afloraban, y frente a la historia oficial de un sistema que guardaba en un cajón el expediente del niño o niña, estaba la historia que nos contaba la madre, la historia del padre, la de sus hermanos, la historia del tutor o la tutora, la historia del especialista (PT o AL), la historia de sus compañeros o compañeras de aula, la historia de los médicos, la historia de los servicios sociales.
Solo nos faltaba una historia: la que debería narrar el propio alumno o alumna, una historia que apenas conocíamos, a excepción de lo que aportaban las pruebas de carácter psicopedagógico que se le hacían
Solo nos faltaba una historia: la que debería narrar el propio alumno o alumna, una historia que apenas conocíamos, a excepción de lo que aportaban las pruebas de carácter psicopedagógico que se le hacían.
Según información ofrecida por el Ministerio de Educación y Formación Profesional a Europa Press, en España hay 37.136 alumnos matriculados en Educación Especial. De este alumnado, el 59,6% lo está en los 191 colegios públicos, mientras que el 40,4% está escolarizado en 280 centros concertados. Es normal que la posible reducción, reconversión o desaparición de los colegios de Educación Especial genere la alarma entre los trabajadores y trabajadoras del sector. Sobre todo del privado. Es normal también que genere inquietud ante algunas familias, que ven que nuestro sistema no está –todavía- preparado para acoger a sus hijos e hijas.
Yo tuve la suerte de trabajar varios años en uno de esos colegios públicos de Educación Especial. Como todos los de la provincia de Badajoz, ese colegio se encuentra en el extrarradio de la ciudad más cercana. Hay quien dice que se construyeron a las afueras de las ciudades porque escolarizaban a alumnado proveniente de diversas poblaciones, y una localización en la periferia los hacía más accesibles para las familias. A día de hoy, esta localización les excluye de la vida urbana de tales ciudades, los convierte en guetos donde se recluye a la diferencia.
Cuando empecé me llamó la atención la soledad de las aulas. Acostumbrado a aulas ordinarias con más de veinte chicos y chicas, las de educación especial no admiten, por ley, más de cinco alumnos, con intención de prestar una atención más individualizada.
Inscrito en un proyecto de adquisición de habilidades para la vida diaria y con la autorización pertinente, conseguí reunir en mis horas de clase a un conjunto de quince alumnos y alumnas con diversas capacidades, de edades comprendidas entre los 14 y los 21 años, a quienes dábamos clase un número específico de horas entre dos profesores simultáneamente.
Recuerdo el primer día de esa clase. Estaban entusiasmados. Era un aula como las que recordaban de su paso por la enseñanza ordinaria, con muchos compañeros y compañeras, con el bullicio natural tras el sonido del timbre, sentados en sus mesas y sillas alineadas, en filas escolares, frente a la pizarra. Cada cual expresaba su entusiasmo según su capacidad le permitía.
Dos de cada tres personas con discapacidad en edad de trabajar se encontraba fuera del mercado de trabajo. El colectivo más castigado: el de la discapacidad intelectual. 15 años después las cosas no parecen haber cambiado mucho
Cada uno de aquellos chicos y chicas tenía una historia vivida y otra por vivir. En el conjunto de actividades del proyecto realizamos un cortometraje (Todos podemos) reivindicando la inserción laboral de las personas con discapacidad. Por aquel entonces, año 2004, la Encuesta de Población Activa no había incorporado aún ningún módulo sobre discapacidad, y la única fuente de información era la que proporcionaba una Encuesta sobre Discapacidades, Deficiencias y Estado de Salud, realizada por el Instituto Nacional de Estadística con la colaboración del IMSERSO y de la Fundación ONCE. Según esta estadística, dos de cada tres personas con discapacidad en edad de trabajar se encontraba fuera del mercado de trabajo. El colectivo más castigado: el de la discapacidad intelectual. 15 años después las cosas no parecen haber cambiado mucho.
En las clases y en el cortometraje cada cual expresaba lo que quería ser y simulaba el oficio para el que se sentía capacitado: Luiki sería fontanero, Antonio policía, Enrique cuidador, Fran mecánico de motos de competición, Tania modelo, Mónica bailarina, Sole lavandera, Félix agricultor, José Luis domador de caballos… Y así hasta completar profesiones de lo más variopintas, muchas de ellas ligadas a la profesión de sus padres y madres. Todos y todas tenían derecho a ser lo que habían elegido… si hubieran podido contar con la oportunidad y la capacidad que nuestra sociedad les exige para ello.
Presentamos el corto a un certamen y ganamos el premio de Educación en valores de la Consejería de Educación, Ciencia y Tecnología de la Junta de Extremadura, en su edición 2003-2004.
Solemos leer historias que nos encandilan. A veces leemos historias de narradores que no nos contaron la suya propia. Arthur Miller tenía un hijo con síndrome de Down al que abandonó, Daniel; Pablo Neruda fue criticado por algunos por la indiferencia ante su hija, Malva Marina, mientras otros siempre aseguraron que se desvivió por ella, como refleja en el poema Enfermedades en mi casa; Unamuno escribió Amor y pedagogía a la muerte de su hijo Raimundo, también con hidrocefalia; el Nobel de literatura Kenzaburo contó la historia de su hijo Hikari en Una cuestión personal. Quien desee leer una breve relación de autores con hijos e hijas con diversas capacidades podrá encontrarla en el artículo que Eduardo Lago escribió para El País, Hijos a la sombra de padres geniales.
Ahora a la historia del alumnado de la Educación Especial se suma la decisión de la Junta Electoral Central de permitir a interventores y apoderados cuestionar las condiciones del voto de determinadas personas, marcando en un listado a quien se crea sospechoso de no saber ejercer tal derecho
Ahora a la historia del alumnado de la Educación Especial se suma la decisión de la Junta Electoral Central de permitir a interventores y apoderados cuestionar las condiciones del voto de determinadas personas, marcando en un listado a quien se crea sospechoso de no saber ejercer tal derecho. De nuevo el relato único del Estado, que no entiende qué es la diversidad y como esta ha de establecerse en condiciones de estricta igualdad en lo que respecta a los derechos fundamentales de la persona.
El Comité sobre los Derechos de la Personas con Discapacidad de Naciones Unidas obliga a que no existan dos sistemas educativos, sino uno único bien dotado de recursos y profesional adecuado y capacitado, un modelo que no solo es posible sino recomendable para la salud de una sociedad que, a pesar de halagar películas como Campeones, percibe aún una imagen muy distorsionada de la diversidad funcional, con expresiones en el lenguaje cotidiano más que peyorativas y actitudes como la indiferencia ante las barreras arquitectónicas, sensoriales o de comunicación.
La historia de estas personas está aún por contar, como lo está la de sus familias y la de quienes trabajan en este sector. El físico Stephen W. Hawking, de cuyo fallecimiento se cumple ahora un año, dio la mejor definición que se puede dar del concepto de inteligencia. Decía que inteligencia es la capacidad de adaptarse a los cambios, algo de lo que sabía mucho: estuvo aquejado de ELA desde muy joven.
Los cambios son difíciles, pero no imposibles. Resistirse a ellos supone alargar y acrecentar el conflicto ante los mismos. La escuela, una única escuela, debe ser el espacio donde la diversidad de historias enriquezca a quienes forman parte de ella: tantas como alumnos y alumnas tengan el legítimo derecho a una enseñanza digna y en igualdad de oportunidades.
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*El 30 de Marzo de 2019 en el CPR de Mérida, se celebrará la II Jornada de Educación Inclusiva en la que se creará un espacio de encuentro para compartir conocimientos, miradas, buenas prácticas, experiencia de éxito y sueños que nos acerquen al horizonte de una Educación Inclusiva Plena.
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