Que se acabe el mundo, tengo mis propios problemas

'The Umbrella Academy', que aborda la temática de superhéroes desde un prisma humanizado, es una reverberación de las individualidades enamoradas de su propio reflejo.

Ellen Page en The Umbrella Academy
Ellen Page en The Umbrella Academy.

Es complicado exprimir contenido de una serie en la que la interpretación más convincente corre a cargo de un simio desarrollado con efectos especiales. Pero, más allá del mensaje que quisiera enviar The Umbrella Academy, hay otros que desliza y que están por encima de la propia ficción.

Por acotar, The Umbrella Academy (Netflix) recupera los superhéroes con la esperanza de otorgarles un sentido humano y realista. Un poco lo de siempre, lo que la mayoría de autores pretenden cuando dibujan personajes con capa. Además, la trama gira sobre un inminente apocalipsis, hay viajes en el tiempo y clichés que nutrirían un episodio de los buenos de Chapelle's show o un especial de José Mota (por evitar alusiones anglosajonas). Los viajes temporales, además, como digna serie de gama media, contienen la triada que no falta en un producto irrelevante: el misterioso asesinato de Kennedy, la URSS de Stalin y la locura de Hitler. La historia, parece ser, empezó en 1939.

Pero el problema de The Umbrella Academy, o más bien su condena, es que termina por revelar uno de los males instalados en la sociedad, un problema que de manera crónica no se hace frente, y que durante la crisis del coronavirus ha vuelto a comentarse: el ensimismamiento con el 'yo', las cotas disparadas de egoísmo. Qué me importa el mundo si yo tengo mis propios problemas.

El apocalipsis se acerca, pero la serie no tiene mimbres como para llenar diez episodios con una cuenta atrás y acción clásica. ¿Cómo rellenas un pastel cuando no tienes masa? The Umbrella Academy es una mousse, esponjosa pero llena de aire. Las secuencias que transcurren entre las dos únicas escenas que hacen avanzar la trama (la primera y la última) son pura distracción, artificio y enajenación. Yo, yo, yo. El mundo se acaba y tengo la solución en mis manos, pero estoy enfadado porque me has levantado el tono. La Tierra está a un par de horas de convertirse en cenizas, pero antes que evitarlo prefiero mirar una foto antigua y regocijarme en lo dura que fue mi infancia. Una mirada hacia dentro más intensa que la que Woody Allen hace sobre sí mismo, que ya es decir, solo que sin gracia.

Esta lectura sobre The Umbrella Academy tal vez esté imbuida por el periodo estival, cuando los usuarios playeros prefieren utilizar la cámara frontal para autorretratos de rostros chamuscados y no el objetivo principal, capaz de fotografiar manidas pero inagotables puestas de sol.

Estos hilos de pensamiento, donde los sentimientos de uno se superponen con frecuencia a los hechos comunes, son difícilmente perceptibles en películas épicas clásicas donde el cliché infalible es el de un héroe sacrificado que ofrece su vida hasta para el contratiempo menos gravoso. Este defecto de los nuevos héroes -por llamarlos de algún modo- ya se ha presentado en otras series como Los 100, El hombre en el castillo o Altered Carbon. El Ego es tan grande que es imposible taparlo en los guiones. El documental que Adam Curtis estrenó en 2002, El siglo del individualismo, se quedó corto en las consecuencias de su hipótesis.

¿Cuantas personas pondrían como máxima preocupación el calentamiento global? The Umbrella Academy se ambienta a una semana del fin del mundo y sus personajes son incapaces de concentrarse en la tarea que resuelva el embrollo. Viéndolo desde otro prisa, puede que también sea reflejo de la pérdida de concentración de las nuevas generaciones [véase aquí la escena apocalíptica de la última temporada de Mira lo que has hecho]. Si al menos The Umbrella Academy hubiera tenido el ingenio de denunciar lo engatusado que está el hombre con su propio reflejo, valdría algo la pena.

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