Opinión socias
No hay guerra justa (ni rearme que lo aguante)

¿Es el rearme la solución definitiva a las tensiones y conflictos bélicos actuales? ¿Desde un sentido crítico, debemos aceptar que incrementar el gasto en defensa va a hacer más seguro el mundo?
Tanque apuntando
Foto de Komarov Egor en Unsplash. (Licencia Unsplash)
31 mar 2025 07:00

El 15 de febrero de 2003 millones de ciudadanos se manifestaron en todo el planeta contra la invasión de Irak por parte de los Estados Unidos. Especialmente numerosas fueron las manifestaciones en el estado español en protesta por el papel protagonista de España con el gobierno del Partido Popular de José María Aznar participando de aquel bochornoso “trío de las Azores” que se escudaba en una fake de manual, que diríamos ahora, como fueron aquellas armas de destrucción masiva que se tornaron invisibles con el paso del tiempo, para justificar la intervención militar.

Veintidós años y multitud de conflictos bélicos después, incluido últimamente la retransmisión en tiempo real del obsceno genocidio a un pueblo milenario perpetrado por el sionismo internacional, vuelve a estar candente el papel a desempeñar por Europa, y por lo tanto de España, ante la ofensiva reaccionaria del nuevo y esperpéntico ocupante de la Casa Blanca, que reclama a los socios una mayor aportación en defensa para sufragar el club común de la guerra que es la OTAN. La invasión de Ucrania por las tropas rusas ha supuesto una recomposición de las posiciones geoestratégicas y sobre todo una aquiescencia generalizada por el rearme. El invertir en defensa ahora es tendencia, ya no solo para le derecha y la extrema derecha, también para parte de la izquierda, encabezados por la socialdemocracia y los partidos verdes en Europa.

El nuevo paradigma que se nos intenta inocular a los ingenuos pacifistas viene dado por una supuesta aceleración del tiempo histórico, por la sensación de que asistimos a una vía de escape continua generada por la incertidumbre de los acontecimientos, ya sean pandemias, desastres medioambientales o una guerra a las puertas de Europa.

No obstante, no debemos de distraer el juicio, pues en esa corriente de cambio e incertidumbre, de tiempo líquido que diríamos con Bauman, que nos apremia a no adoptar medidas o posiciones pretéritas ante acontecimientos actuales, a no validar conclusiones similares ante premisas supuestamente diferentes, uno ve lo que el gran historiador Reinhart Koselleck nos legó: obviamente las condiciones y contextos históricos van cambiando, aunque tras ese cambio uno puede observar ciertas estructuras de repetición que surgen entre el “espacio de experiencia” y el “horizonte de expectativa”. Esas estructuras vienen dadas, como no puede ser de otra manera, por el propio sistema capitalista, no en vano 22 años es apenas un suspiro, si lo apreciamos en el contexto de tiempo histórico.

Las guerras las financian quienes esperan sacar un rédito de ellas, ya sea en forma de ganancias para la industria armamentística, ya sea para reconstruir una tierra arrasada

De esta manera, las guerras las financian quienes esperan sacar un rédito de ellas, ya sea en forma de ganancias para la industria armamentística, ya sea para reconstruir una tierra arrasada para levantar un resort turístico para disfrute de Occidente o ya sea por la extracción de recursos naturales de un determinado territorio. Detrás de todo conflicto bélico hay un interés que va más allá de lo que directamente se trasluce de las posiciones enfrentadas. Y es que ya debería de quedar claro de que por definición no hay guerra justa, que es un oxímoron desde el momento que hay una sola muerte injustificada. Además, deberíamos de aprender lo que nos enseñó el pasado siglo y más con la peculiaridad de que el alcance armamentístico de hoy en día puede ser exponencialmente mucho más devastador. No hay soluciones mágicas, pero bien haríamos en no menospreciar y tildar de ingenuas las voces que defienden una solución diplomática a los conflictos, pues la diplomacia es cometido principal de la política y debe ser una herramienta más al servicio de la defensa de los derechos humanos universales en todo el planeta, independientemente de que opere en Kiev, Washington, Moscú, Gaza, Beirut o Damasco. Algo que desgraciadamente, solo se echa en falta cientos de miles de muertos después y tras obligar a multitudes al exilio y desplazamiento forzoso.

No nos dejemos arrastrar por la ola reaccionaria que nos asola actualmente y que pretende ganar el relato histórico y cultural con que jugar las bazas de la historia reciente, y de esta manera entregarse a los designios belicistas de las grandes corporaciones y lobbies armamentísticos, entes que están detrás de todo este éxtasis probélico. La opción por el rearme, no es una opción, si lo que se quiere es contribuir a una paz duradera y que no repercuta en los recursos económicos destinados por los estados para preservar los servicios públicos y para fortalecer aquello que una vez designamos “estado del bienestar”. Que no nos nublen el juicio las arengas y los tambores de guerra y volvamos a mirarnos en el espejo de la historia, retrocedamos esos 22 años, a aquel febrero, y quizás solo así nos volvamos a dar cuenta de que la historia es nuestra, la hacen los pueblos.

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