Cárceles
El aislamiento os hará libres: el papel de las instituciones penitenciarias en el sistema

“Las repúblicas burguesas, a diferencia de las monarquías, no violentan el cuerpo, sino que arremeten directamente contra el alma, también las penas de este ordenamiento agreden el alma. Sus víctimas no mueren ya atadas a la rueda de tortura a lo largo de interminables días y noches, sino que perecen espiritualmente, -ejemplo visible y silencioso-, en los grandes edificios de las cárceles, a las que casi sólo el nombre distingue de los manicomios.”

M. Horkheimer, T.W. Adorno (1944). Dialéctica de la Ilustración. Madrid: Trotta (1998).

Cárcel de Morón de la Frontera
Vista aérea del Centro Penitenciario Sevilla II, en Morón de la Frontera.
Jurista
26 oct 2020 11:33

En este año han sido muchos los países del mundo que han optado por el (más o menos estricto) confinamiento general de la población como método para combatir la pandemia del COVID-19. En mayor o menor medida, hemos experimentado la disrupción que supone encontrarse aislado de los demás, con la libertad de movimiento totalmente limitada, y privados de las realidades y sensaciones que nos proporciona el mundo exterior. El aumento de los niveles de ansiedad derivados de la soledad o la falta de estímulos ha sido palpable. Mientras tanto, había quienes recordaban que son muchas las personas que viven durante años internas en centros penitenciarios, en condiciones mucho menos benignas, por decirlo suavemente, que las que hemos experimentado quienes estábamos confinados en casa. Así, hay quienes han señalado los efectos que tiene el aislamiento sobre la salud mental de las personas, en especial de aquellos que, desde que nacen, llevan la prisión como destino grabado en el cuerpo.

Pero ahora pretendo centrarme en otra reflexión, que apenas se plantea siquiera en las facultades de Derecho, y que a mi entender es fundamental ¿Por qué existen las prisiones? ¿Siempre han existido como método de castigo? ¿Es una institución neutra o es funcional al sistema económico-político que rige el mundo en la actualidad?

Para ello, en primer lugar, debemos remontarnos al nacimiento de la prisión como sistema penal por excelencia, proceso que fue paralelo al desarrollo del capitalismo y de la Modernidad, que desbancaría las estructuras del Antiguo Régimen. Hasta entonces, la prisión constituía por lo general un lugar en el que los reos esperaban la aplicación del castigo, que era de carácter físico (pena de muerte, tortura, etc.) Sin embargo, durante los siglos XVI y XVII especialmente, la prisión se alza como el principal método penal en las nacientes sociedades capitalistas. Como todos los cambios de paradigma a lo largo de la Historia, en el desarrollo de la prisión convergen factores económicos y factores ideológico-culturales que refuerzan y a su vez influyen sobre los primeros.

¿Por qué existen las prisiones? ¿Siempre han existido como método de castigo? ¿Es una institución neutra o es funcional al sistema económico-político que rige el mundo en la actualidad?

Para analizar el papel de la prisión hemos de situarnos en el paso del Antiguo Régimen a lo que podría considerarse una especie de “protocapitalismo”, que acarrea los primeros movimientos migratorios masivos de la Historia Moderna. Las nacientes ciudades industriales de Europa Occidental atraen a un gran número de mano de obra procedente del campo, quienes no disponen de más recursos que la venta de su fuerza como mano de obra. Con la llegada masiva de esta masa trabajadora, que no siempre puede ser absorbida por la nueva industria, se empiezan a producir fenómenos como la mendicidad, el robo, o incluso la negativa a trabajar en determinadas condiciones. Asimismo, los nuevos trabajadores, provenientes del mundo rural, están familiarizados con los ritmos de trabajo del mismo, no resultando siempre eficientes para las necesidades productivas de las nuevas fábricas.

Es en este contexto en el que nacen en algunos países las conocidas como Workhouses (Alemania), Bridewells (Inglaterra) o Rasphius (Amsterdam). Estas instituciones, de carácter privado en su inicio, estaban reservados a aquellos que mostraban “insubordinación social”, y ofrecían comida y techo a cambio de duras jornadas de trabajo en las nuevas manufacturas, adaptando así a este sector de la población a la disciplina de las mismas y convirtiéndolos en miembros útiles para el nuevo sistema productivo. En definitiva, el desarrollo de los primeros sistemas penitenciarios a lo largo del siglo XVII los convierte en puertas de entrada a través de las cuales los recién llegados son procesados, con el propósito de crear una “clase obrera disciplinada” que se adaptase al nuevo modelo de producción.

Este proceso tampoco puede entenderse sin la revolución cultural que traen consigo las corrientes del protestantismo y las primeras tesis liberales. Las nuevas instituciones estaban basadas en los principios inspirados por el luteranismo: el aislamiento del criminal (pecador) de sus iguales, como método de conectar con Dios, de expiar los pecados y de transformación del ser humano, así como la comunicación vertical con la autoridad. De este modo, se aspiraba a crear un individuo racional, capaz de gobernarse a sí mismo, y con la disciplina que la nueva producción industrial necesitaba de los trabajadores para poder extraer la plusvalía necesaria y así asegurar la rentabilidad de la misma.

Sin duda, este proceso es mucho más complejo, y tiene diversas variantes que no podríamos entrar ahora a analizar. Aun así, a grandes rasgos, podemos apreciar cómo el nacimiento de la prisión como sistema de castigo está intrínsecamente relacionado con el desarrollo del capitalismo como nuevo modelo económico-social. Siendo la concepción del crimen y el castigo del mismo un problema filosófico de gran entidad, han sido muchas las corrientes que han estudiado el porqué del fenómeno criminal y el modo de responder ante el mismo. Desde la escuela Positivista, hasta la Freudiana del psicoanálisis o la Escuela de Chicago, han estudiado en qué modo se relacionan el sistema social, el delito y las penas.

Aquellos que utilizan el materialismo histórico como método de análisis, además de las concepciones filosófico-morales que puedan hacer acerca del crimen, han tratado de analizar de qué modo las instituciones penales, como parte fundamental de la estructura política de los estados modernos, han evolucionado según los ciclos y los avances del capitalismo y la dialéctica de la lucha de clases. Para esta corriente de autores, el endurecimiento del sistema penal, las tasas de encarcelamiento y las condiciones dentro de las prisiones no pueden entenderse sin analizarlo en relación con dichos procesos cíclicos.

Así, en un sistema social que se encuentra en permanente tensión por la lucha irreconciliable de intereses entre la clase dominante (la burguesía) y la clase desposeída (el proletariado), se producen épocas de cierta prosperidad, en la que la clase trabajadora alcanza una cota mayor de derechos, y la conflictividad capital-trabajo se reduce. En estos periodos, el sistema penal se vuelve menos necesario: cuando estamos ante una situación de bonanza económica, reducción de las tasas de paro y baja conflictividad, en la que se necesita mano de obra, las penas de prisión impuestas tienden a ser más bajas y a orientarse más hacia la rehabilitación; asimismo, las condiciones de vida dentro de prisión se vuelven menos duras, por cuanto los internos constituyen a su vez una mano de obra capaz de producir bienes a un precio más económico al tener condiciones laborales sustancialmente peores que los trabajadores “libres”. Sin embargo, cuando el poder económico contraataca para acabar con esa cuota de poder adquirida por los trabajadores, la tensión llega a su clímax: se pretende destruir el antiguo modelo de clase trabajadora para establecer unas nuevas condiciones de poder más beneficiosas para la clase dominante. Es ahí cuando el ciclo se vuelve a iniciar: se sustituye a la antigua clase trabajadora por otros sujetos menos organizados y, por tanto, más vulnerables (mujeres, jóvenes, inmigrantes); aumenta el paro, desciende la capacidad adquisitiva y se produce tensiones e intolerancia hacia los “recién llegados”. En estos momentos, la conflictividad se intensifica, y el sistema penal se vuelve por lo general más duro: las penas de cárcel son más largas y las condiciones dentro de prisión empeoran (ya no hace falta mano de obra porque existe un excedente).

Cuando estamos ante una situación de bonanza económica, reducción de las tasas de paro y baja conflictividad, en la que se necesita mano de obra, las penas de prisión impuestas tienden a ser más bajas y a orientarse más hacia la rehabilitación

Por tanto, el sistema penal/carcelario cumple una función fundamental en el modelo social, político y económico actual. La prisión como mecanismo de modelaje de la población en función de las necesidades de producción, no se limita a los siglos XVII, XVIII y XIX. En los años 90, por ejemplo, autores como Bourgois o Rosenfeld examinaron cómo el proceso conocido como Mass incarceration (encarcelamiento masivo), que supuso un crecimiento exponencial de la población penitenciaria en el último cuarto del siglo XX en EEUU, estuvo directamente relacionado con el proceso de Macdonaldización de la organización del trabajo. La masiva encarcelación de jóvenes de los barrios más humildes de las grandes ciudades del país tenía, pues, un efecto disciplinario, no sólo en aquellos que la sufrían, sino en todo su entorno: hermanos pequeños, amigos, parejas, vecinos, y cualquiera que hubiese sido testigo de esta realidad acogería con entusiasmo el trabajo más precario si eso implicaba huir del destino alternativo que les aguardaba: la prisión.

¿Estamos ante una institución rehabilitadora, o una cuya única lección es la de agachar la cabeza y convertirse en un sujeto que no tiene más expectativas ante la vida que resistir sus embistes? ¿Plantea una concepción sana de la disciplina, o la impone como sumisión absoluta a las necesidades de aquellos que ostentan poder sobre nosotros?

Sin duda, la prisión cumple también funciones mucho más complejas que las que aquí he intentado transmitir, como es la homogeneización de valores sociales, funciones económicas como industria en sí misma, etc. No obstante, esa capacidad de creación de sujetos disciplinados preparados para ocupar su lugar como mano de obra en función de las necesidades de producción, a la vez que constituye una suerte de aviso a navegantes para el resto de la clase trabajadora para no rehusar cumplir con su papel, la convierte en una entidad fundamental para el sistema político-económico actual.

¿Nos convierte el aislamiento en seres humanos libres y rehabilitados, como pretendieron demostrar los primeros teóricos liberales? ¿O por el contrario nos convierte en piezas bien engrasadas para alimentar una enorme máquina cuya producción nunca se detiene?

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Realidades jurídicas, sociales y económicas desde una perspectiva transformadora. Coordinado por Autonomía Sur Cooperativa Andaluza.
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