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Populismo
Sobre la epistemología populista III
Mientras la crisis económica de 2007 y 2008 golpeaba a los países dominantes y generaba una debacle social por la destrucción de fuerzas productivas y recortes en los derechos sociales, los países de América Latina, beneficiados por la subida de los precios de las materias primas y de entre estas, el petróleo, vivieron los últimos años de bonanza bajo el populismo de izquierda. Este populismo progresista e inclusivo había sido producto de la revuelta anti neoliberal iniciada por Hugo Chávez a principios del presente siglo.
Quince o veinte años después, la revuelta anti neoliberal populista, con excepciones, estalla en Europa y EEUU pero con signo ideológico opuesto. Según Inglehart y Norris, referentes en la materia, este populismo comparte tres elementos distintivos: el anti- establishment, el autoritarismo y el nativismo. “El primero contrasta con las estructuras establecidas de la democracia representativa; el segundo con los principios del liberalismo -en particular con la protección de los derechos de las minorías- enfatizando la expresión directa de la voluntad general mediante el líder carismático, el referendo y el plebiscito eludiendo los sistemas de control de la democracia liberal; y el tercero con el cosmopolitismo. (Inglehart y Norris, 2018, 6, 7)
Ante esta nueva realidad populista, -solo Luxemburgo, Malta, Irlanda y Portugal han permanecido inmunes en Europa- Inglehart y Norris se preguntan sobre el porqué de esta irrupción y proponen dos hipótesis posibles, a saber, la inseguridad económica como consecuencia de la crisis del 2008; o la contrarrevolución cultural de los hombres blancos mayores como respuesta a la erosión de los valores tradicionales producto de la marea progresista -feminismo, ecologismo, ampliación de los derechos del colectivo LGTBI, entre otros- . (Inglehart y Norris, 2018, 4, 5)
Inglehart y Norris se decantan por la segunda hipótesis, la causa cultural, como si ambas, la económica-social y la cultural, fueran excluyentes y no complementarias. Otra deficiencia en el análisis es que no diferencian entre el populismo de izquierdas y de derechas. En nuestra opinión, ambos populismos comparten la convocatoria al pueblo, el anti elitismo y el discurso demagógico como retórica, aunque desde ángulos filosóficos distintos. A pesar de estas coincidencias, el nativismo no es propio del populismo de izquierda aunque sí lo es el nacionalismo. La diferencia es clara. El nativismo hace alusión a la defensa de los derechos de la etnia mayoritaria –Chauvinismo del Bienestar- en detrimento de todos los demás grupos al estilo “nazi” mientras que el nacionalismo - periférico - tiene un componente anti imperialista histórico.
Respecto al autoritarismo diríamos que el populismo de derechas lo lleva en su código genético al rechazar de plano el pluralismo ideológico parlamentario por una suerte de convencimiento de que sus principios son “fe revelada” y que por tanto deben guiar la sociedad –el pueblo- y las políticas, excluyendo la discrepancia, la democracia y el respeto a las minorías.
El populismo de izquierdas, en cambio, nace con un fuerte componente democrático contra la oligarquía y sus instituciones. Empero, su convocatoria constituyente al pueblo corre el riesgo de ser burocratizada e instrumentalizada por el partido del líder carismático en búsqueda de un mínimo de orden frente al “caos” democrático. Es durante ese proceso de búsqueda de orden y estabilidad –formación de la burocracia como capa privilegiada- en el contexto de combate contra el agresor extranjero y sus aliados internos que el régimen populista de izquierdas puede tender hacia el autoritarismo.
Dicho esto, Inglehart y Norris, tampoco mencionan el proteccionismo económico como una de las características de los programas de los populistas de derecha, a excepción del partido de Abascal y de Jair Bolsonaro al ser claramente neoliberales. Este programa proteccionista anti neoliberal viene a llenar un vacío dejado por la izquierda. La socialdemocracia que había hegemonizado el espectro de la izquierda en Europa durante toda la segunda mitad del siglo XX se mimetizó con las propuestas neoliberales tras la caída de la Unión Soviética.
Esta falta de crítica de la socialdemocracia hacia el sistema imperante, la capitulación reformista –el llamado eurocomunismo- de los partidos comunistas junto a la marginación de la izquierda revolucionaria, fue aprovechado, a nuestro criterio, por la extrema derecha que canalizó todo el descontento de los perdedores de la globalización, clase obrera desempleada por la deslocalización industrial, a través del establecimiento de un discurso de odio contra el extranjero pobre y musulmán – la llamada aporofobia-.
Esta aporofobia islamista, empero, está encubierta bajo el relato de que el inmigrante que viene a Europa lo hace para hacer “fechorías”, a “quitar el trabajo” o a “sembrar bombas”. Estos inmigrantes musulmanes pobres, -ya que nadie cuestiona la residencia a un futbolista musulmán famoso o a un jeque árabe- son el nuevo chivo expiatorio -después de los judíos- para justificar tanto el nativismo como el cierre de fronteras y el endurecimiento de las políticas de inmigración como base del actual repliegue del estado frente a la globalización atentando con ello a los derechos humanos de las minorías.
Viene a colación mencionar que uno de los intelectuales de cabecera de estos líderes populistas que tiene relación con la teoría de las relaciones internacionales es el neorrealista Samuel Huntington. A través de su texto The Clash Civilizations?, Huntington (1993) argumenta que el objetivo del mundo islámico es poner fin al predominio del cristianismo en occidente de lo que se deriva la amenaza que ello supone para la identidad cultural occidental. Para evitarlo propone una serie de medidas a los países dominantes como mantener su superioridad militar mediante normativas de no proliferación de armas nucleares, biológicas y químicas y los vectores para lanzarlas; promover los valores e instituciones políticos occidentales presionando a otras sociedades para que respeten los derechos humanos tal y como se conciben en Occidente – un ejemplo de la trampa de los derechos humanos- y para que adopten la democracia según los criterios occidentales; y proteger la integridad cultural, social y étnica de las sociedades occidentales restringiendo el número de no occidentales admitidos como inmigrantes o refugiados.
Este discurso es tomado casi al pie de la letra por todos estos líderes populistas y difundido por los mecanismos de la diplomacia pública que son las redes sociales, con el objeto de sembrar el miedo hacia el otro e imponer, a través de una suerte de doctrina del shock, sus programas políticos nativistas que violan los derechos humanos.
En consonancia con la tradición conservadora-reaccionaria europea que bebe de Burke, Joseph de Maistre, Julius Évola, Carl Schmitt, entre otros, este populismo de derecha evidencia un ataque al legado de la Ilustración, la Revolución Francesa en general y los derechos humanos en particular. Transforma al inmigrante, como particularidad social, en enemigo político general a través de su conversión en un objeto de miedo, es decir, -en términos de Laclau- construyen el significante vacío totalizador necesario para generar la hegemonía social en torno al mismo.
Se trata de un populismo punitivo que criminaliza y luego demanda a los poderes públicos más mano dura contra el inmigrante que asocian con el delito favoreciendo con ello la xenofobia institucional. Este populismo también ataca a las mujeres y al feminismo apelando a la necesidad de mantener la familia patriarcal – supuestamente en proceso de descomposición- que nos da la identidad cristiana y occidental. Sin embargo, no dudan en usar la estrategia del “purplewashing” como falso feminismo, vinculándolo a la migración y al racismo bajo el argumento de proteger a las mujeres de los hombres salvajes.
En conclusión, a nuestro criterio, el populismo de derechas se ha abierto camino como posibilidad porque el liberalismo, como decía Marx, se ha quedado estancado en la declaración de los derechos formales o libertad negativa –como ausencia de coacción- y no ha proporcionado las bases materiales para el desarrollo de la libertad positiva –como capacidad de ejercerlos-.
Esta contradicción jurídica con base al régimen de propiedad privada productiva, que nace desde la misma Revolución Francesa y que está implícita en la propia definición “a priori” de los derechos humanos, ha generado las desigualdades en las condiciones materiales de vida como trasfondo general. A esta causa estructural habría que sumar el despojo de los derechos sociales del Estado del Bienestar llevado a cabo por las políticas neoliberales- acumulación por desposesión- implementadas antes, durante y después de la crisis del 2007; así como el vacío político dejado por una izquierda doblegada o bien al neoliberalismo o bien a la socialdemocracia, que en última instancia es incapaz de proponer una alternativa de vida a las multitudes precarias frente a los problemas sociales estructurales porque no existen ya, es una ilusión reformista, condiciones para una bonanza desarrollista keynesiana post II Guerra Mundial.