Profesorado servil y colapso civilizatorio

La obediencia ciega del profesorado ante el disparate que está suponiendo el inicio de curso muestra unos valores serviles que estamos transmitiendo a una generación que, probablemente, sea testigo del fin de la vida humana.

Maestra Oaxaca
Maestra durante una protesta en Oaxaca en 2016
Profesor de Filosofía. Delegado sindical de CGT Enseñanza Aragón y La Rioja
29 sep 2020 10:00

En el ya lejano 2006 el estado de Oaxaca (México) vivió una revuelta popular que obligó a los poderes estatales y a las fuerzas del orden a abandonar la capital. Oaxaca al completo se levantó contra el entonces Gobernador Ulises Ruiz y sus políticas de muerte y despojo. Durante casi seis meses la capital vivió una experiencia de autoorganización que incluso llegó a compararse con la famosa Comuna de París de 1871.

A partir de un plantón del colectivo magisterial en el Zócalo capitalino y el intento violento de la policía de desalojarlo, Oaxaca al completo dio un paso adelante y dijo basta. La población salió a la calle a apoyar tanto a los y las maestras como unas reinvindicaciones que, enriquecidas con las de otros colectivos como los propios pueblos indígenas de la región, apuntaban directamente a un cambio estructural en la política y la economía mexicanas.

La dignidad mostrada por el magisterio y el pueblo oaxaqueños fue respondida con la habitual violencia del estado y los poderes fácticos. No podía ser de otra manera. Y la sangre de maestros y maestras fue derramada. Una dignidad que, al parecer, está lejos de la que está mostrando el profesorado en estas latitudes.

El hecho de que en el contexto actual resulte impensable que el colectivo docente salga a las calles a pedir algo más que una escuela pública de calidad —lo cual ya sería todo un logro— resulta sintomático acerca de la implicación del mismo en el papel que se le supone como motor de cambio social. Que el colectivo al que pertenezco se comprometa verdaderamente —en las aulas pero también en las calles— en la lucha contra un sistema que con total seguridad nos llevará a la extinción parece, incluso, fuera de lugar. Pero es que, ahora mismo, incluso la violación de los derechos laborales más básicos del profesorado —y estoy hablando del derecho a la salud y a la vida— tampoco parece que sean motivo suficiente como para levantar la voz de manera clara y contundente. Cuando ni siquiera cierto grado de corporativismo nos hace mover un dedo, resulta impensable que el colectivo docente muestre la más mínima intención de jugar el papel que le corresponde en la sociedad.

El hecho de que en el contexto actual resulte impensable que el colectivo docente salga a las calles a pedir algo más que una escuela pública de calidad [...] resulta sintomático acerca de la implicación del mismo en el papel que se le supone como motor de cambio social.

Ante el disparate que está suponiendo la vuelta al cole en unas condiciones que todos y todas las especialistas defienden como incompatibles con la apertura de las escuelas; ante unas administraciones educativas tan ineptas —cuando no directamente con claros síntomas de sociopatía— como ajenas a la legalidad que ellas mismas construyen según sus propios intereses; ante el juego macabro que despliegan políticos y poderes económicos en sus despachos con la complicidad de los medios de comunicación; ante la vulneración de nuestros derechos laborales —y no solo laborales—, la actitud mayoritaria es la de agachar la cabeza y obedecer. “En estos momentos todos debemos remar en la misma dirección”, me comentaba el otro día un compañero. Poco importa, parece, que esa dirección sea la del desastre más absoluto.

Y esos son, al parecer, los valores que consideramos adecuado trasmitir en las aulas: los de la obediencia y el servilismo hacia el poder aunque lo que esté en juego sean nuestras propias vidas. Toda una lección para quienes, muy probablemente, se tengan que enfrentar a una hecatombe nunca vista por el ser humano. Una enseñanza del todo adecuada cuando, en realidad, lo que deberíamos es incluir como elemento transversal del curriculum escolar —por decirlo en términos que las administraciones educativas entiendan— la desobediencia y la rebeldía como valores fundamentales para la supervivencia.

La escuela pública se muere. Y lo hace bajo el peso hercúleo de los poderes exteriores expresados en la ineptitud y la avaricia sin límites, pero también el de los poderes interiores que nos han convertido en aguerridos servidores de quienes van a acabar con el mundo y con nuestras vidas. Poco margen nos queda para la reacción. Pero seguro que por ahí hay alguna serie pendiente de ver que cuenta muy bien cómo el colapso está a la vuelta de la esquina. Igual, hasta la ponemos en clase.

- Sergio de Castro Sánchez es autor del libro Oaxaca: más allá de la insurrección. Oaxaca: Ediciones Basta, 2009.

Educación
Google, doctrina del shock y liquidación de la escuela pública
Las plataformas educativas son espacios virtuales cuyo control por parte del sector privado puede llevar a la desaparición de la escuela pública.
Sobre o blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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