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Energía
La guerra de Ucrania echa gasolina a la encrucijada fósil

El conflicto ha recrudecido una crisis energética que ya venía de antes con el estancamiento de la producción de combustibles fósiles. Aunque la industria gasística parece haberse reforzado a corto plazo, la guerra podría suponer un espaldarazo global para la aceleración de las energías renovables. Aun así, voces del sector alertan: sin decrecimiento no habrá estabilidad ni una verdadera lucha contra la crisis climática.

Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @pablorcebo.bsky.social, pablo.rivas@elsaltodiario.com

8 may 2022 05:14

Hay un ministro en el actual Gobierno de España, cuya cartera es considerada menor —la oposición llegó a hacer campaña para su supresión—, pero al que hay que reconocer su capacidad para abrir debates en la esfera mediática sobre cuestiones que sus socios ni quieren plantear ni gustan siquiera de comentar. Pasó con las macrogranjas, cuando planteó esta problemática relacionándola con el excesivo consumo de carne de nuestras sociedades, la contaminación, la deforestación y la crisis climática. Ahora, Alberto Garzón vuelve a la carga con otro tema que las autoridades, ni las españolas ni las europeas, quieren siquiera mentar: el decrecimiento.

Con la crisis energética actual —derivada de una escasez global de combustibles cuyas consecuencias en España, al igual que en medio planeta, se miden en precios por las nubes de la gasolina, el diésel, el gas y la electricidad— y con la llegada del temido término “inflación” a nuestro día a día, pocas voces hablan de algo que numerosos científicos ponen en el centro de las necesidades de la humanidad: frenar el consumo, hacer decrecer nuestra producción. Más en un contexto de crisis climática y medioambiental sobre el que el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) dio en abril su último ultimátum: con el fin de evitar la catástrofe, las emisiones deben tocar techo en 2025 para, acto seguido, decrecer drásticamente.

“Cuando llegan los problemas llegan de golpe. La gente no se lo espera, pero estamos ante una transición de fase”, sentencia Antonio Turiel

Pero el mantra del liberalismo no permite otra opción que el crecimiento, aunque sea calificado como verde. “En un mundo con recursos naturales finitos, y con los combustibles fósiles alcanzando o sobrepasando sus picos respectivos, la encrucijada ante la que nos encontramos no debe subestimarse”, escribe Garzón en un extenso artículo publicado en la revista LaU. Pero casi ningún indicativo económico apunta a una senda decrecentista en clave climática. Todo lo contrario, la guerra en Ucrania parece haber revitalizado sectores como el gas —incluso el sucio carbón— y ha recordado al mundo que tiene una cuestión pendiente sin resolver sobre la energía que moverá las sociedades humanas del futuro. De hecho, la crisis actual es solo la puntilla final de un proceso del que hace medio siglo la biofísica Donella Meadows, junto a otros 17 científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ya predijo en el informe Los Límites del Crecimiento, cuyo 50 aniversario ha motivado el texto de Garzón.

Traspiés global

“Hay una falta de rigor tan enorme en los planteamientos que se están haciendo que es peligrosísima”. Así resume el doctor en Física Teórica e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Antonio Turiel, autor de Petrocalipsis: Crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar (Alfabeto, 2020), las medidas que se están tomando a nivel español y europeo para hacer frente a la crisis energética actual. “Hemos remoloneado durante décadas y ahora vamos deprisa y corriendo porque empezamos a verle las orejas al lobo y empieza a faltar petróleo, gas, carbón y uranio”.

Dejando aparte el shock que ha creado en la economía europea la crisis en Ucrania y la dependencia de los combustibles fósiles rusos —suponen el 40% de las importaciones de gas europeas— este experto en recursos energéticos remarca que la producción mundial de diésel lleva cayendo desde 2018, con un pico alcanzado en 2015. Es más, el conjunto de hidrocarburos líquidos tiene su pico de producción en 2018, lo que plantea como una probable realidad que el temido ‘pico del petróleo’ haya llegado.

Hasta BlackRock, el mayor fondo de inversión del planeta, ha advertido de que el shock energético provocado por el conflicto podría causar un incremento de la producción de hidrocarburos y la vuelta del carbón a corto plazo

Por supuesto, una merma en las reservas supone el fin de la energía barata y eso implica que, si no se han hecho los deberes para cambiar el modelo —lo que prácticamente no se ha hecho en ningún lugar del planeta—, llegan los desequilibrios económicos y las crisis. No solo como la que estamos viviendo en Europa: en Sri Lanka, donde se han agotado las reservas de combustible, el país está en bancarrota; y en Pakistán o Perú la población se ha echado a la calle ante el alza de precios y el encarecimiento de la vida.

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“¿Por qué se retrasó tanto la entrada de renovables en los años 90? Porque había muchísimo petróleo barato”, indica Eloy Sanz, investigador centrado en las renovables y la captura de carbono, además de revisor experto del IPCC. “Las cosas son así: cuando empiezan a escasear o empiezan a ser más caros es cuando te planteas alternativas”. La guerra en Ucrania solo ha acelerado una serie de problemas que ya estaban aquí: la escasez de combustibles fósiles y la inseguridad energética, que hacen que un país o región dependa de otros para obtener su energía. “Hasta ahora la transición energética se planteaba como un tema exclusivamente de lucha contra el cambio climático —apunta Turiel— y ahora entra en juego la seguridad energética”. Tajante, remarca que la motivación de hoy “obviamente, no es la ambiental contra el cambio climático, sino la escasez de energía”. Y frente a eso, todos los focos miran a las renovables. Pero las cuentas no salen.

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Aunque a nivel español el sistema eléctrico ya roza el 50% de producción renovable (47,6% el pasado año, 38% en Europa), grosso modo, esto solo supone un octavo de la tarta energética total que consume España. “Necesitaríamos multiplicar por ocho la cuenta, sería así de fácil”, dice Eloy Sanz. Pero los problemas frente a esto son múltiples. “Los sistemas renovables que se quieren instalar lo tienen muy difícil para hacer esa sustitución energética”, indica Turiel. “Para empezar, requieren muchísimos materiales, muchos de los cuales dependen de los combustibles fósiles para su extracción y procesamiento”.

“No hay gas para sustituir en este momento el enorme consumo que se deriva en Europa de los yacimientos rusos”, advierte Javier Andaluz

Para colmo, muchos de ellos escasean. Y aunque se consiguiesen, múltiples sectores no son susceptibles de ser electrificables. Es el caso del transporte pesado por carretera o gran parte de la industria. “A nivel mundial la electricidad es solo el 20% de la energía final que se consume. A lo mejor puedes conseguir llegar a un 30, un 40% o, si eres muy optimista, un 50%, pero te quedaría aún un 50% largo”, explica el investigador del CSIC.

Gas inflado

La guerra en Ucrania ha planteado la necesidad que tiene Europa de fuentes autóctonas, pero, en el corto plazo, con los problemas citados y los límites de las renovables, todas las miradas se vuelven hacia el gas, un combustible fósil que la Comisión Europea ha propuesto incluso calificar de “verde”, opción duramente criticada por las organizaciones del movimiento por el clima. No obstante, de nuevo, la realidad se impone. “No hay gas para sustituir en este momento el enorme consumo que se deriva en Europa de los yacimientos rusos”, advierte Javier Andaluz, responsable de Energía y Clima de Ecologistas en Acción, quien recuerda que “ya estamos sobrepasando la capacidad de producción de gas o de cualquier combustible fósil respecto a la demanda que tenemos”.

Aunque mediáticamente se ha dado mucho bombo al reciente anuncio del presidente norteamericano, Joe Biden, por el que se incrementarán las exportaciones de gas licuado estadounidense a Europa hasta los 50.000 millones de m3, desde el viejo mundo se mira hacia otros suministradores, como Qatar, aunque estos también tienen peros. “Qatar no tiene una capacidad de exportación vía buque metanero tan grande, tendría que hacerlo a través de gasoductos, algunos de los cuales pasan por Rusia, con lo que tampoco vale”, expone Turiel.

“En la mayoría de países que tenían térmicas de carbón en 2021 las han puesto a tope para quemar un poco menos de gas porque es más barato”, comenta Eloy Sanz

“No hay absolutamente nada que pueda sustituir en este momento en la industria europea al gas ruso”, sentencia el experto. A pesar de ello, en marzo la Comisión Europea presentaba su propuesta para reducir dos tercios de las importaciones de gas ruso en un año y prescindir de él totalmente en 2030. De los millones de m3 importados de Rusia en 2021, el texto plantea diversificar en solo un año en torno a un tercio del total de importaciones de gas acudiendo a otros países, mientras que pretende cambiar un tercio de este recurso consumido por una mezcla de eficiencia energética, instalación de renovables y energías alternativas. Un plan más que cuestionable para las fuentes consultadas.

Entre tanto, vuelven viejos fantasmas. El Gobierno español pretende resucitar un proyecto dejado a medias y abandonado finalmente en 2019, principalmente por el desinterés francés: el gasoducto Midcat que pretendía conectar las tuberías que llegan del Magreb para conectar con Francia mediante una interconexión en los Pirineos, duplicando así la capacidad de intercambio de gas con el país vecino. Sus defensores lo plantean como una alternativa de suministro contra la ‘isla energética’ que es considerada España dada las limitadas conexiones con Europa. Sin embargo, para el revisor experto del IPCC la pregunta debería ser: “¿De verdad estamos en 2022 en plena emergencia climática planteándonos construir gasoductos?”.

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La sobredimensionada capacidad de regasificación para acoger a los barcos metaneros cargados de gas —España tiene la mitad de capacidad regasificadora de Europa—, es otro de los puntos que alivian la condición ibérica de isla energética, aunque es algo que en Europa podría interesar si se corta el maná ruso. En cualquier caso, como explica Turiel, el tramo pendiente de construir “es bastante largo —más de 200 kilómetros— y tardaría años en construirse”. A pesar de ello, el Gobierno tira de ficción y plantea que podría servir para transportar hidrógeno en el futuro, aunque este portador de energía (que no fuente) mantiene aún muchas incógnitas abiertas sobre su desarrollo. Su baja eficiencia energética, debida a que su proceso de producción tiene altos porcentajes de pérdida de energía, y la necesidad de que haya excedentes de electricidad producida de forma renovable para poder producirlo de forma verde —algo muy lejano actualmente—, hace que a día de hoy haya serias dudas de que sea la energía del futuro, como se le ha calificado.

Uranio kazajo

Una revitalización de la nuclear es otro de los fantasmas que sobrevuela el mix energético europeo, aunque todo tiene trampa. Como señala Andaluz, “pretender que con la nuclear se es independiente de Rusia es un error”. Dejando obvias cuestiones de seguridad, antigüedad de las plantas y de desechos radiactivos de lado, más del 40% de las reservas mundiales de uranio están en Kazajistán, estado aliado de Rusia e integrante de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, el paraguas político-militar que une a Rusia con cinco de sus vecinos.

Además, como apuntilla Turiel, la producción de uranio está en una situación similar a los combustibles fósiles, con una caída del 20% entre 2016 y 2020, y con el número de reactores activos estancado desde hace dos décadas. “Nadie plantea realmente realizar nuevas centrales”, sentencia el científico del CSIC, recordando además los largos plazos de construcción y las dudas sobre su competitividad.

“¿Por qué se retrasó tanto la entrada de renovables en los años 90? Porque había muchísimo petróleo barato”, indica Eloy Sanz
Lo que sí vuelve, al menos temporalmente, motivado por la guerra y por el alza de precios del gas, es el carbón, lo que no es una buena noticia para la crisis climática. “En la mayoría de países que tenían térmicas de carbón en 2021 las han puesto a tope para quemar un poco menos de gas porque es más barato”, comenta Eloy Sanz. En el caso español, Endesa reabría en noviembre la central térmica de As Pontes (A Coruña), en proceso de cierre desde 2019 y parada desde el verano. Y en Alemania, el canciller Olaf Scholz, quien gobierna en una coalición tripartita en la que se encuentran Los Verdes, anunciaba que retrasarían el cierre de algunas térmicas de carbón ante la crisis ucraniana.

A pesar de que la invasión rusa de Ucrania ha supuesto un grado más en la compleja crisis energética y la apuesta a corto plazo por el gas y por nuevas infraestructuras fósiles implica un retroceso en la lucha contra la crisis climática, el conflicto podría ser “una oportunidad de oro”, en opinión del responsable de Ecologistas en Acción, “para acelerar los planes de transición ecológica” aunque la motivación tenga más relación con la soberanía energética y la desconexión del gas ruso que con salvar el planeta. De lo que no hay duda es de que la guerra ha puesto la energía y sus límites en el centro del debate, algo que Eloy Sanz ve muy positivo.

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Sin embargo, el optimismo no es compartido ni generalizado. Hasta BlackRock, el mayor fondo de inversión del planeta, ha advertido de que el shock energético provocado por el conflicto podría causar un incremento de la producción de hidrocarburos y la vuelta del carbón a corto plazo. “Este modelo no funciona para lo que se quiere que funcione”, dictamina Antonio Turiel, quien no duda de que las renovables son el futuro, aunque solas no basten para los niveles de consumo actuales. “Cuando llegan los problemas llegan de golpe. La gente no se lo espera, pero estamos ante una transición de fase”. Por ello defiende como especialmente significativo que un ministro hable de los límites biofísicos del planeta y la necesidad del decrecimiento. “Es una verdad como un templo”, sentencia. “Hay que abrir ese debate y plantear un decrecimiento. Si no lo planteamos, nos vamos a estrellar”. 

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bocadiño
9/5/2022 14:38

Despues de leer el artículo de Alberto Garzón en laU, me puse a buscar un poco las reacciones en medios. Supongo que me esperaba algo así como la polémica de las macrogranjas.
Es posible que me falte pericia para detectarlo, pero parece como que esta vez la opción ha sido hacerle el vacío, porque no es fácil encontrar menciones al asunto.
Me imagino una redacción de un "gran" medio de comunicación... "mejor la palabra decrecimiento ni mentarla, ni tan siquiera para poner a parir al ministro comunista este."
Quizas sea cosa mía que no me entero.

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