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Energía
La organización colectiva, el verdadero kit de supervivencia en tiempos de emergencia y caos

Las 12.33h de un lunes 28 de abril. En apenas cinco segundos, 15 gigavatios desaparecen del sistema y dejan al conjunto de la península ibérica y parte de Francia sin electricidad. El caos de la incomunicación duró cerca de diez horas, siempre en función del territorio, y a las las 8.41h, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaba que por fin se había restablecido al 99,95% la demanda eléctrica. Hasta entonces ocurrieron muchas cosas. En un primer momento, apareció la perplejidad: sin explicación aparente, los semáforos dejaron de funcionar, la señal telefónica se desvaneció por completo, los trenes y metros pararon en seco y los comercios dejaron de aceptar pagos en tarjeta dada la inoperatividad de los datáfonos.
Ebrios de estupefacción, algunos empezaron a elucubrar ingeniosas teorías acerca del posible origen de aquel fenómeno histórico, un posible ciberataque ruso a escala europea, el inicio de una invasión, un plan de sabotaje ideado por el propio Gobierno central… Lo único que estaba claro era que de repente todo había parado por completo, si bien el impacto no fue el mismo para todos. Muchos vivieron momentos de auténtica ansiedad, desde madres cuyas criaturas estaban en paradero desconocido tras salir de la escuela, hasta personas al cuidado de sus progenitores ancianos. Por un momento, el autojaleado primer mundo se revelaba frágil, vulnerable y extremadamente dependiente hasta en lo más elemental.
Ante las pequeñas y grandes afrentas que trajo consigo el apocalíptico 28 de abril, fueron las experiencias comunitarias las que consiguieron dar respuesta a las necesidades sociales. Como ya sucedió los días posteriores a la catástrofe de la Dana, a través de la organización colectiva en barrios, colegios y centros sociales, se consiguió aunar fuerzas para que miles de familias salieran adelante a kilómetros de distancia. Este lunes de apagón, la puesta en marcha de muy variopintas iniciativas populares —todas ellas florecidas de forma espontánea—, logró aliviar la angustia de muchas familias que atravesaban circunstancias complejas. Para otras, la creación de espacios comunes donde reír, charlar o compartir experiencias les alivió la tensión acumulada durante las horas de aislamiento.
Radios comunitarias para calmar la sed de información
Uno de esos lugares donde germinó el encuentro vecinal fue el CSO La Rosa, referente en el barrio de la Latina, en Madrid. Oriol, quien no forma parte del grupo organizativo del centro pero sí lo frecuenta con cierta asiduidad, se acercó en las horas centrales del apagón al espacio con un amigo. En vistas de que en las calles podían verse multitudes agolpadas alrededor de sillas con radiotransmisores para satisfacer su sed de información, decidieron conectar la suya desde el espacio en un puesto de carga. Como La Rosa disponía de un generador a base de gasolina y baterías para almacenar electricidad, pudieron organizarse para suministrar energía a las vecinas que necesitaban cargar sus teléfonos móviles.
Ese día se aprovechó el encuentro para improvisar una comida popular y colaborativa, con aportes en función de las posibilidades de cada hogar
De repente, cuenta el joven activista, “ya teníamos la radio encendida y empezamos a poner sillas delante, porque ya se había agrupado un pequeño grupito delante del punto de carga, pero en cuanto añadimos el altavoz llegaron a unirse hasta casi 100 personas”. Se sumaron poco a poco vecinas de la zona entre las que había personas mayores, otras paseando al perro o caminando con sus hijos e hijas, además de jóvenes habituales del CSA. “La gente estaba muy contenta y agradecida, tanto por el punto de carga como por el haber estado dando información a todo el que pasaba con esta conexión de la radio durante unas ocho horas que estuvo ahí”, relata orgulloso.
Ese día se aprovechó el encuentro para improvisar una comida popular y colaborativa, con aportes en función de las posibilidades de cada hogar. “Frente a la fragilidad del sistema, estos lugares son puntos de resiliencia y cuidados. Una vez más, somos las vecinas y el pueblo quienes, a través de la autogestión y el apoyo mutuo, damos la respuesta más rápida a crisis como la de ayer”, rezaba el CSA a través de un post publicado unas 24 horas después del apagón. Para Oriol, “esto no trata de héroes ni de protagonistas que vencen la emergencia desde lo solitario sino que emerge del poder de lo colectivo y del apoyo mutuo”, subraya.
Comida popular y ‘señoras a la fresca’
Para algunas vecinas, la jornada del apagón supuso un punto de inflexión a la hora de plantearse cómo actuar en un futuro si se diera el mismo escenario: Es el caso de Laura, vecina de Bustarviejo, un pequeño pueblo de 2.700 habitantes situado en la Sierra de Madrid. El pueblo cuenta desde 2022 con un centro social autogestionado, el CSA Peñahueca, donde llevan a cabo todo tipo de acciones para la transformación social a través del trabajo en red con otros colectivos.
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Cuando la gente salió a la calle para comunicarse con sus vecinas, el CSA se convirtió en el punto neurálgico en el que convergieron todas las iniciativas de reunión ante la emergencia: “Se empezó a hablar de la comida y nos dimos cuenta de que unas tenían butano, otras una olla grande, otras tenían gas pero no comida y viceversa, de manera que decidimos montar ahí una comida popular juntando todo lo que teníamos”, traslada la joven serrana. Una veintena de personas se concentraron hasta la hora que retornó la luz y desde entonces han acordado que ese sea el lugar de reunión en caso de crisis.
Mientras unos traían transistores, otros fueron llevando bebidas, algo de picar, hasta que se hizo la luz y todo volvió a su cauce habitual
Algo similar ocurrió en La Villana, uno de los centros sociales de referencia en Vallecas. A ella fueron llegando poco a poco de forma espontánea y sin comunicación previa grupos de personas en busca de un espacio común. Fue creciendo la afluencia de vecinas dispuestas a conversar al estilo de los pueblos, con sillas juntas en el exterior, y mientras unos traían transistores, otros fueron llevando bebidas, algo de picar, hasta que se hizo la luz y todo volvió a su cauce habitual.
“Cuando algo nos dice que tenemos que estar aislados e incomunicados, la salida siempre tiene que ser buscar al resto para vivir bien y más en estas situaciones”, soslayan José Luis y Lucía, ambos vecinos vallecanos. En esta línea, Oriol también discute ese relato neoliberal hegemónico, “una narrativa que intentó empujar a Ayuso con su llamamiento a que enviaran las fuerzas del orden, de que en las crisis el hombre es un lobo para el hombre y que solo el Estado puede proteger”, lo que ha quedado más que refutado tras experiencias como las mentadas aquí.
Gestionar la emergencia desde el apoyo mutuo
La gestión comunitaria de la emergencia difirió en el caso de las familias con criaturas, cuyos contextos se complicaron con la dificultad añadida de las salidas escolares. Así, en Entrepatios, la primera cooperativa ecosocial de vivienda en derecho de uso de Madrid, “cuando nos quedamos sin luz lo primero que hicimos fue salir a nuestras corralas, que son como nuestros pasillos, y la gente que estábamos trabajando aquí, nos reunimos enseguida. Pusimos en común la información que tenía cada una y las que teníamos radio luego contábamos a las demás lo que se estaba transmitiendo en directo”, recuerda Emma Gascó, integrante de la cooperativa y residente en el distrito de Usera.
Las vecinas redoblaron la ayuda mutua cuando vieron que varios niños tardaban más de lo habitual en regresar de sus colegios: “Estábamos organizadas como para en un momento dado salir entre todos con las bicis a buscar a esos adolescentes o a esa gente que no había llegado”, detalla.
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El apoyo emocional resultó crucial para poder atravesar con menos ansiedad los momentos de tensión e incertidumbre. No obstante, puntualiza Emma, aquella no era la primera vez que navegaban por una circunstancia adversa desde lo comunitario. Ya en la pandemia las vecinas se ofrecían a poner lavadoras, cuidar de los pequeños, de los que caían enfermos, preparaban comida etc., “es algo intrínseco a nuestra forma de organización normal”, destaca.
El apoyo emocional resultó crucial para poder atravesar con menos ansiedad los momentos de tensión e incertidumbre
Más allá de los centros sociales y los grupos cooperativos, este tipo de respuestas llegaron también a algunos colegios de Madrid. En el Lope de Vega de Carabanchel, donde reside Javier, la Asociación de las Familias del Cole convocó en un parque una asamblea de familias en la que se pusieron en común las últimas noticias que había recibido la gente conectada a la radio. Acto seguido, compartieron los recursos que había disponibles, por ejemplo en el centro social la Eko, donde había algo de luz eléctrica abierta a quien la precisara.
Fue el ejemplo de una amiga de Javier, cuyo padre estaba conectado a la respiración asistida y sólo disponía de autonomía para cuatro horas: “Quedamos para ir a la Eko a recargar las baterías del respirador porque el centro es una isla energética, a partir de las placas fotovoltaicas tenemos una autonomía de dos o tres días y también generadores de apoyo”, relata. De hecho, todo el sistema eléctrico del espacio dispone de internet descentralizado.
Los logros colectivos alcanzados hasta la fecha cuando se han producido crisis puntuales revelan las infinitas posibilidades de los modelos comunitarios
Finalmente, no hizo falta, ya que el hombre acabó desplazándose al hospital. Después de reposar bien lo ocurrido ese día, Javier llega a una sólida conclusión: “Estos lugares tienen aportes fundamentales en casos de emergencia, hay gente que es capaz de organizar de forma horizontal, respetuosa y conducente a objetivos y eso es lo más valioso que hay”, destaca.
Las instituciones siguen empecinadas en soluciones individuales y aislacionistas ante supuestos como el estallido de una catástrofe nuclear o un ataque exterior masivo: la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, proponía recientemente una guía de 30 acciones con un kit de emergencia para sobrevivir a cualquier crisis sin ayuda externa y “con la mayor autonomía posible”. Sin embargo, los logros colectivos alcanzados hasta la fecha cuando se han producido crisis puntuales revelan las infinitas posibilidades de los modelos comunitarios. Propuestas transformadoras que asumen la interdependencia como un rasgo connatural a la misma esencia humana y que persiguen impulsar dinámicas colaborativas de apoyo mutuo.