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Especulación inmobiliaria
El Perchel, barrio tapiado
Amenazado por la enormidad del progreso y el ajetreo cosmopolita, entre gigantes comerciales, hormigón y asfalto, se encuentra el antiguo barrio malagueño de pescadores de El Perchel. Como si de la famosa aldea gala dibujada por Uderzo y Goszcinny se tratara, un pequeño y modesto vecindario resiste en cuerpo y alma al desarrollo urbanístico del centro de Málaga.
Con esta introducción el diagnóstico es claro. El barrio adolece de una grave presión inmobiliaria que ha puesto en jaque a los vecinos que todavía viven en sus casas. Desde el comienzo de 2022 los habitantes de este barrio han ido recibiendo cartas de Dazia Capital —la nueva propietaria del espacio donde residen los afectados— en las que les informan de la no renovación de sus contratos de alquiler, y en las que se le insta a abandonar sus viviendas en la fecha de vencimiento. Son unas cincuenta familias con una situación precaria, entre las que se encuentran jubilados y personas con pocos recursos, comenta Enrique Gutiérrez, portavoz de la Plataforma El Perchel No Se Vende.
El grupo Dazia Capital [...] se hizo con una zona edificable de aproximadamente 17.000 metros cuadrados “que pretende convertir en apartamentos turísticos”
El grupo Dazia Capital, con sede en Madrid, ejecutó la compra de este espacio a Vitrubio —la empresa que gestionaba estos inmuebles— y se hizo con una zona edificable de aproximadamente 17.000 metros cuadrados “que pretende convertir en apartamentos turísticos”, según ha afirmado el portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Málaga, Daniel Pérez, en una reunión con la Asociación de Vecinos del Perchel.
Especulación urbanística
La salida de la crisis vuelve a cimentarse en el ladrillo
Las patronales del turismo, del negocio inmobiliario y de la construcción consiguen que ocho comunidades autónomas aprueben medidas sin apenas debate público que dan facilidades a la especulación urbanística y limitan la protección del medio ambiente, del patrimonio y de la salud pública.
Hasta aquí todo bien, pues “el libre mercado es lo que tiene”, comenta Francisco Gutiérrez, el abogado jubilado que está ayudando al vecindario en el proceso y que cree que los habitantes de El Perchel ganarán esta batalla; entre otras cosas, porque quince de estos inquilinos están sujetos a alquileres de renta antigua, algo que según el abogado es de carácter indefinido. El resto de contratos son de hace más de quince años y, en su mayoría, no alcanzan los 600 euros, algo que la solución tiene que contemplar, ya que los alquileres en el centro de Málaga se encuentran entre 800 y 1.500 euros. Una renta que las economías de estas familias no podrían permitirse y, como consecuencia, muchas de ellas se verían desplazadas a las zonas periféricas de la ciudad. El abogado insiste en la dificultad jurídica para echar a los vecinos de sus casas ya que, según relata, “dentro del Plan General de Ordenación Urbana de Málaga hay un Plan Especial de Reforma Interior (PERI), donde una de las condiciones para su aprobación por unanimidad en el Pleno del Ayuntamiento fue el mantenimiento de los vecinos que actualmente viven ahí”.
Los vecinos de El Perchel creen que el Ayuntamiento de Málaga debería ser al menos garante de la resolución favorable hacia ellos debido a que, de una forma o de otra, es partícipe de la construcción de esta macro estructura en suelo malagueño. “El Ayuntamiento está ofreciendo dinero público para rehabilitar todas las viviendas”, asegura el portavoz de los vecinos afectados, Enrique Gutiérrez, y añade que “ese dinero público que lo invierta en viviendas sociales”, refiriéndose a la oferta de financiación para la construcción y rehabilitación de las viviendas por parte del Ayuntamiento de Málaga a la nueva propietaria.
Algunos representantes de la Plataforma El Perchel No Se Vende se han reunido con el alcalde de Málaga para buscar una solución, ya que se ha propuesto como mediador con la empresa. Pero los vecinos de El Perchel no están dispuestos a aceptar un realojo en cualquier lugar de la ciudad, ni tampoco un contrato de alquiler temporal en las nuevas viviendas. El barrio quiere seguir siendo el barrio para siempre, y eso no es negociable.
Estas casas fueron cerradas para evitar no solo las ocupaciones sino también su alquiler y, en consecuencia, condenar al barrio a un destino parecido al que han sufrido muchos vecindarios
El Perchel recibe su nombre de la tradición pesquera, cuando se colgaba el pescado en perchas para secarlo, y ha visto transcurrir la vida cotidiana durante varias generaciones. Algunos vecinos y vecinas llevan aquí toda su vida. “Yo nací aquí y abajo vivía mi tía”, cuenta Paco, un pensionista de setenta años, mientras toca con su mano la puerta tapiada con bloques de hormigón y cemento de una de las viviendas del edificio. Estas casas fueron cerradas para evitar no solo las ocupaciones sino también su alquiler y, en consecuencia, condenar al barrio a un destino parecido al que han sufrido muchos vecindarios de otras ciudades españolas. Lentamente se convertiría en una comunidad de puertas tapiadas con bloques y cemento, algunas maquilladas con pintura que disimulan el pasado de forma ridícula. El Perchel es ahora un patio de vecinos donde reina el silencio, en contraposición al ruido malagueño que se acumula dos calles más allá. “Nos han encerrado como si estuviéramos presos”, sentencia Paco mientras baja las escaleras del bloque donde ahora solo queda un inquilino.
Pocos son los locales comerciales que quedan abiertos y Manuela, que regenta la cafetería del barrio, se echa las manos a la cabeza durante una reunión del vecindario con los medios de comunicación: “Yo no sé qué voy a hacer cuando nos echen. Más de veinte años aquí y no nos dan ninguna solución”.
En la Peña Rincón de la calle Ancha se juega una partida de dominó. Paco se sienta y reparten. La cantidad de sillas apiladas sobre las mesas recuerda que hubo mejores momentos en este espacio, donde solo hay reunidos cuatro vecinos que, en la penumbra de la media mañana, echan la partida. No hace falta tomar nada, solo sentarse, charlar y jugar. Y parece ser que esto es por lo que no quieren ser realojados en cualquier lugar: la parte de humanidad que no quieren abandonar, la de “los de siempre” y el “de toda la vida”, la de la cercanía vengas de donde vengas, seas nuevo o viejo en el vecindario. Esta es la patria por la que estos vecinos resisten como “galos” en su derecho a ser barrio, en estos tiempos en los que la presión turística e inmobiliaria parece haber invadido las ciudades.
Una vecina se asoma por la ventana donde tiene la ropa tendida y pregunta: “¿Esto dónde sale?”
Todavía hay esperanza.
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Si mi padre levantara la cabeza... Él se crio en el Perchel, y luego se vino a vivir con mi madre al barrio de la Trinidad. Ambos barrios de las clases humildes malagueñas tradicionales. Si mi padre levantara la cabeza...
Es incierto que el PEPRI diga que los vecinos deben permanecer en el barrio. El PEPRI no puede otorgar derechos a personas concretas, ya que sólo es un intrumento urbanístico. El PEPRI habla de mantener la población, en términos genéricos, es decir, que no haya despoblación en el barrio. La operación urbanística traería nuevos habitantes. Dicho esto, el ayuntamiento debería buscar alguna solución para los vecinos que no tienen renta antigua, ya sea en el barrio, ya fuera. No corresponde a las empresas hacerse cargo de los problemas sociales, nos guste o no, y si se ofrece una solución y la respuesta es "no quiero irme del barrio", el problema alcanza otra dimensión. No será justo, pero es la legalidad que tenemos.
El alcalde dijo hace poco que el acceso a la vivienda "depende en gran medida de la formación de las personas, que les permite tener un buen sueldo y acceder a una casa" mostrando su completa desconexión con la realidad malagueña. Sueldos cada vez más bajos, trabajos más precarios y alquileres pensados para turistas. Es una ciudad hermosa pero cada vez más difícil de vivir