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Estados Unidos
Fin al Pacto de no agresión entre Silicon Valley y el trumpismo
Los convulsos procesos del sistema político yanqui debieran hacernos mirar hacia otro lado y colocar el foco en la capacidad de los capitalistas digitales para sacar beneficio de cada crisis.
Apenas un par de semanas han bastado para que el 2021 salte por los aires. Primero, los feligreses de Donald Trump pusieron el broche al discurso contra la legalidad de las elecciones estadounidenses con la toma del Capitolio. Ocurrió cuando los congresistas trataban de ratificar al presidente electo, Joe Biden. En lugar de iniciar la revolución, como los franceses en 1789, este hecho desembocó en que el despotismo trumpista se enfrente a un segundo impeachment y posiblemente a la salida por la puerta de atrás de la Casa Blanca. En la capital mundial de los negocios, la cuna del espectáculo, no se admiten más vergüenzas que confirmen ante la opinión pública el deterioro del imperio. Las bolsas han recibido con alzas los resultados legislativos preliminares de Georgia, que entregan el Senado a los Demócratas, decretando así el final de un legado político y tratando de frenar la escalada de otras vías políticas en líneas marcadamente fascistas.
La prensa del establishment ha capturado en sus portadas la simbología mórbida de la época, reproduciendo toda clase de imágenes con el objetivo de legitimar cualquier estrategia de la próxima administración, especialmente otro billonario plan de estímulos para la dañada economía norteamericana. Ahora bien, los convulsos procesos del sistema político yanqui debieran hacernos mirar hacia otro lado y colocar el foco en la capacidad de los capitalistas digitales para sacar beneficio de cada crisis (económica, sanitaria o política). En este sentido, si el crack financiero de 2007 abrió la puerta a las ganancias o, al menos, aumentos del 42% en las valoraciones bursátiles de Silicon Valley y la consolidó como rostro amable de Wall Street, la epidemia más importante del último siglo aceleró su hegemonía, colocándola en el rol de intermediario sobre cada aspecto de la vida.
La última muestra de descomposición democrática de Estados Unidos, una situación excepcional que se mantiene en el tiempo a través de imágenes ligeramente más novedosas y esperpénticas que las anteriores, confirma la acelerada transición hacia un régimen donde estas firmas se convierten en los guardianes de cualquier libertad, como la de expresión. No hace falta saber qué dirían los filósofos ilustrados sobre las ideas del siglo XXI, tan bien condensado en los inicios de este 2021. Parafraseando a Benjamin, a la estetización de la política puesta en marcha por el fascismo, Silicon Valley responde con la politización de la tecnología en líneas solucionistas: sólo las empresas privadas, ergo el mercado y la propiedad privada, son capaces de solucionar los problemas en las sociedades contemporáneas, sean estos políticos, económicos, sanitarios o sociales.
Estas empresas se muestran como los salvadores de un mundo capitalista putrefacto al que ellas mismas contribuyen
Por eso, simulacros como el ocurrido en el Capitolio expresan en el plano cultural aquellas lógicas económicas que eran visibles en Estados Unidos desde hace varias décadas, a saber, el predominio de Silicon Valley sobre la infraestructura sobre la que se erige el siglo XXI. También el hecho de que estas empresas se muestran como los salvadores de un mundo capitalista putrefacto al que ellas mismas contribuyen. Por eso, los maestros de la retórica que ocupan los departamento de relaciones públicas de estas empresas han conseguido aprovechar un hecho altamente noticioso (en definitiva, en esto se basa su modelo de negocio) como el ataque al Capitolio para corromper la atención de las masas, falsear la realidad en su favor y reestructurar radicalmente la sociedad para beneficio de una minoría de propietarios y accionistas.
Este truco resulta del todo dialéctico: de ostentar una responsabilidad mediática y cultural similar a la de cadenas televisivas como FOX News en la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, Twitter y Facebook han pasado a expulsarle de los espacios de deliberación política digital. También, junto a otras empresas como Amazon o Google, a perseguirlos por redes sociales como Parler para -aparentemente- silenciarlos. Pareciera como si (nótese lo provocativo respecto a la situación dialéctica) si hubiera establecido su propio campo de concentración, en tanto que la libertad para pensar algo alternativo queda confinada y reprimida. De un lado, quienes han manipulado burda y reiteradamente a la opinión pública para conseguir dinero en forma de publicidad digital ahora adquieren cierto capital cultural para evitar las regulaciones gubernamentales debido a sus actividades mediante el silenciamiento de una voz crítica.
No cabe duda de que este extraño movimiento propagandístico acrecentará aún más las brechas de nuestras alicaídas democracias. Ciertamente, esto es lo que han explotado siempre los fascistas: las contradicciones de la modernidad.
La batalla política digital de fondo
Por eso, lo más importante sobre los hechos acaecidos es entender qué revelan las decisiones corporativas de las firmas tecnológicas sobre las luchas políticas que tienen lugar en el terreno digital. Para ello, también es necesario evaluar el estado de las “ideas de 2021” en los distintos bandos. Conocemos que buena parte de los intelectuales liberales, portadores de ciertas confusiones entre comunismo y capitalismo originadas durante la Guerra Fría, han defendido que la crisis del coronavirus, al igual que la recurrente recesión económica, es un pequeño lapso en una historia más amplia de progreso hacia lo más elevado de la humanidad. Estos predicadores vulgares de los mercados libres son los mismos que entendían la llegada de Donald Trump al poder como una pequeña brecha de la modernidad, no como lo que es: un tiempo ambivalente, irresuelto, donde una serie de movimientos quieren volver a congelar dicho instante histórico e instaurar medidas autoritarias excepcionales. La ideología californiana que defiende Silicon Valley facilita la posición de los liberales en tanto que ofrece respuestas a dicha crisis de creencias, valores y cambios profundos en la sociedad modernas occidentales. De algún modo, las plataformas llenan los vacíos existenciales de ese proyecto incompleto que es la modernidad (Habermas dixit). No obstante, esta situación también abre las puertas a los reaccionarios.
El fascismo es ante todo la supresión del derecho de las masas a eliminar las relaciones de propiedad capitalistas. No ponen fin a un tiempo histórico, sino que permiten la supervivencia de éste de manera violenta
El fascismo es ante todo la supresión del derecho de las masas a eliminar las relaciones de propiedad capitalistas. No ponen fin a un tiempo histórico, sino que permiten la supervivencia de éste de manera violenta. Durante el siglo pasado, gracias al enorme aparato propagandístico que facilitaba la radio, los nazis y sus seguidores más cercanos convirtieron los desarrollos tecnológicos industriales en perfectas maquinarias para la exterminación de una raza. Si bien la coyuntura actual es bastante más compleja, una conclusión debe extraerse: los reaccionarios volverán, pues no han desaparecido las condiciones que permiten su existencia. Además, en ambas ideologías está inscrita la obligación política de aniquilar la libertad humana en lugar de rellenarla.
Los líderes que profesan el autoritarismo, cuando se ven expulsados del poder y de las instituciones que facilitan la instrumentalización de la democracia liberal en líneas fascistas, se refugian en otras comunidades. La salida por la que optan no es real: abandonar las plataformas capitalistas para instalarse en otras, como Parler, es una función meramente escenográfica, pues tienen canales de comunicación propios que gozan de mucho más coordinación de la que la izquierda haya alcanzado en las distintas redes sociales. De nuevo, en un tono provocador que trata de mostrar las limitaciones para entender este momento con los mismos criterios de antaño: los fascistas tienen su propio internet.
De acuerdo a las conclusiones de un estudio publicado en la The International Journal of Press/Politics por investigadores de Freie Universität de Berlín, cada vez existe una derecha política más interconectada a nivel transnacional en Europa y Estados Unidos gracias al desarrollo de una infraestructura de noticias digitales alternativa de incipiente creación a través de la cual circula la información (especialmente bulos o noticias falsas) y se establecen epistemologías compartidas, como la reacción a la modernidad. Si bien el acceso a internet con toda seguridad tiene lugar a través de los motores de búsqueda de Google, los fascistas han conseguido crear toda una ecología mediática en torno a lógicas distintas a la del algoritmo de esta u otra empresa. El mero uso del hipervínculo como si fueran periodistas profesionales que enlazan a otra noticias para ganar credibilidad ha servido como estrategia política para extenderse de manera transicional y dotar de consistencia a los mensajes y marcos ultra conservadores.
Internet
Redes sociales Las tropas privadas de la desinformación siguen creciendo y un informe señala a una empresa española
El negocio de la manipulación política a través de las redes sociales sigue en boga. Una empresa española, Eliminalia, aparece en el informe como herramienta de desinformación en procesos electorales en Colombia, Ecuador y República Dominicana.
En este sentido, otro trabajo publicado en Studies in Conflict & Terrorism también alerta sobre la influencia y el poder de los grupos de habla francesa, alemana e inglesa, que ha permanecido fuera del radar tanto de los académicos como de las autoridades y por supuesto de las plataformas digitales. Una de las conclusiones sugiere lo siguiente: “no hay ningún instrumento en línea que no haya sido tocado por los movimientos de extrema derecha, que utilizan todas las plataformas para difundir sus ideas y movilizarse para la acción”. La otra deduce que “mientras que al autoproclamado Estado Islámico se le atribuye generalmente el mérito de ser el grupo extremista más conocedor de la tecnología de la época contemporánea, la amplitud y la sofisticación de varias comunidades estratégicas de extrema derecha son comparativamente impresionantes”. Además de a los hipervínculos en sus propios blogs, el estudio se refería a que estos grupos han subvertido las lógicas de plataformas alternativas a Google, Facebook o Twitter. Por ejemplo, en Gab (la plataforma en la que Robert Bowers, el asesino de Pittsburgh, anunció sus intenciones poco antes de llevar a cabo su ataque) han instalado su campamento base. También se han reproducido y sobrevivido a cierres en Discord Minds, en parte debido a su encriptación y ausencia de moderación jerárquica. Aunque con menos éxito gracias a la arquitectura de la red y el compromiso de quienes la pueblan, ese fascismo menos focalizado en la raza y más en el género, como son los grupos TERF, también ha tratado de migrar hacia redes alternativas como Mastodon cuando han sido silenciadas.
Estos movimientos no necesitan a Google, Facebook o Twitter para expandir un mensaje reaccionario porque han politizado las tecnologías digitales, para explotar nuestro sentido de pertenencia a un mundo de naciones o “comunidades imaginadas”
Ciertamente, estos movimientos no necesitan a Google, Facebook o Twitter para expandir un mensaje reaccionario porque han politizado las tecnologías digitales, enmarcándolas como precursoras de la globalización y el cosmopolitismo, para explotar nuestro sentido de pertenencia a un mundo de naciones o “comunidades imaginadas”. Uno de los artículos de un monográfico en Nations and Nationalism apunta precisamente hacia los motivos: la arquitectura de los dominios de Internet, el sesgo de los algoritmos y la formación de ecosistemas digitales nacionales se han interconectado con los cambios recientes en la ecología de la comunicación global (diversificación, fragmentación y mercantilización) para aupar a movimientos nacionalistas y podría decirse que nativistas. Así lo explica la presencia constante de los reaccionarios en cadenas de televisión como Fox, sitios web generados por usuarios (foros como IronMarch y Stormfront) o por propagandistas profesionales (Breitbart). Han penetrado en los interiores de internet, creando una suerte de internet politizado de manera fascista al que no llegan ninguna de las empresas de Silicon Valley. ¿O es que Amazon, Facebook, Twitter o Google han impedido el acceso a todos esos dominios en los que se han afianzado? En definitiva, los presentados así mismos como guardianes de la herencia ilustrada son incapaces de preservarla.
La ambivalence no ha desaparecido, un hecho fácilmente corroborable en España, aunque a través de otros vectores históricos, si uno se fija en los golpistas soñadores descritos por Pablo Elorduy en este mismo medio, quienes instrumentalizan el carácter incompleto del Régimen del 78 para restaurar el viejo orden social y se organizan en comunidades online donde no opera ningún veto de las grandes tecnológicas. Por ejemplo, quien escribe la presente nota ha visto como una noticia en un periódico de la alt-right española (hipervínculo no incluido) ha creado un odio tal entre sus seguidores como para exigir la pena de muerte en un canal de Whatshapp de Vox en Andalucía, una empresa propiedad de Facebook. En cierto modo, ¿qué otra alternativa queda a los herederos de Aznar que actualizar la alianza transatlántica y sacar a relucir el fascismo patrio a través de las últimas modas yanquis?
La reacción despavorida de moverse hacia otra plataforma revela la escasa capacidad e inteligencia política de la que gozan las fuerzas reaccionarias a la hora de imaginar alternativas al poder de las plataformas privadas
Por lo tanto, la reacción despavorida de moverse hacia otra plataforma (una estrategia que ciertos grupos de la izquierda también han seguido, más como estrategia de comunicación que por convicción hacia la arquitectura de estas redes) revela la escasa capacidad e inteligencia política de la que gozan las fuerzas reaccionarias a la hora de imaginar alternativas al poder de las plataformas privadas. La función ilusoria de la ideología liberal, parafraseando a Marcuse, se transforma en una gran desilusión: los fascistas son capaces de adaptarse a las plataformas digitales y transfigurarlas por la más pura de las brutalidades. Y dado que sólo existe un mecanismo político para evitar este desenlace, eliminar la propiedad corporativa de las plataformas digitales, al cual ambas ideologías se oponen, no caben muchas conclusiones posibles: estamos ante una lucha política a la que las fuerzas progresistas y la agenda para la emancipación llegan tarde, sin ideas y sin ideología para este siglo. Probablemente, aquello que es más preocupante: la ventana de oportunidad se cierra definitivamente para movilizar las energías revolucionarias desde la izquierda y utilizar la palanca de las tecnologías en la hazaña de superar el sistema capitalista. En buena medida, esto se debe a una falta de entendimiento absoluto sobre cómo articular una visión utópica a la distopía de Silicon Valley.
Cómo puede ser un desenlace en líneas capitalistas es difícil de prever, aunque apuntarse algunas dinámicas parecen claras. Los análisis de los científicos políticos duchos en esta disciplina de estudio indican que tecnologías digitales como la inteligencia artificial han reducido a los ciudadanos a algo así como datos de población, alterando la soberanía estatal y desencadenando enfrentamientos asentados sobre la competencia simultánea entre (y dentro) de los Estados y corporaciones a nivel global. De este modo, la expansión de la gestión racional y algorítmica de la población a nivel global pueden cristalizar en procesos de modernización digital bastante distintos a los que prevén los liberales, donde las respuestas nacionalistas sean bastante probables.
En efecto, esta tendencia es fácilmente perceptible en China, donde el Gobierno ha vinculando estrechamente los sistemas de gobernanza que sostienen el crédito social con la expansión económica hacia los países que componen la Ruta de la Seda Digital. Además, en un momento en que la imposición de la perspectiva neoliberal de Estados Unidos en tantos lugares del mundo (a través de golpes de Estado, ajustes estructurales...) está generando nuevas revueltas y toda suerte de dudas, no extrañará que muchos gobernantes vean con buenos ojos la eficiente industria china de soluciones inteligentes para los problemas sociales. Tampoco olvidemos que, a diferencia de los países occidentales, el Partido Comunista ha conseguido domar a las grandes empresas tecnológicas para mantenerlas en la órbita de sus objetivos geopolíticos y diplomáticos. Este balance de fuerzas internas revela que el hegemón continuará in crescendo en función de lo que ocurra en Estados Unidos.
Buena parte de los debates sobre la libertad de expresión y la censura en las plataformas digitales dejan pasar una cantidad de aristas importantes a la hora de tomar distancia del presente y transformarlo en líneas anticapitalistas. Ello se debe a distintos factores, pero puede decirse que las distintas posturas políticas en disputa tienen responsabilidades concretas en este putrefacto estado de la discusión pública. Nadie entiende que la izquierda sea un mono de feria en estos debates.
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