Trump inaugura una utopía de los multimillonarios con su segundo mandato

En su primer mandato, los más ricos mostraron cierta distancia con el presidente Donald Trump. En 2024, la oligarquía estadounidense ha abrazado su pensamiento ‘antiwoke’ y aguarda los beneficios fiscales prometidos para seguir ampliando la desigualdad.
Trump years
Retratos oficiales de Trump en su primer mandato (2017) y en el segundo (2025).
20 ene 2025 07:36

De todos los fichajes para la segunda administración de Donald Trump, el de Scott Bessent posiblemente es el que menos polémica ha causado. No se trata de un ultra, un depredador sexual ni de alguien conocido por sus opiniones “antiwoke” —va a ser, de hecho, el primer secretario del Tesoro abiertamente homosexual de la historia de Estados Unidos— y procede de la gestora de fondos de George Soros, uno de los enemigos de los neoconservadores de todo el mundo. Bessent es, no obstante, el eslabón que conecta al proyecto Maga, acrónimo de “make america great again” con las ilusiones depositadas por los superricos para el segundo mandato de Donald Trump. El jueves 16 de enero, durante su audiencia de confirmación ante el Comité de Finanzas del Senado, Bessent desarrolló su plan, que se puede resumir en “menos impuestos para los ricos” y no quiso chocar con el senador de Vermont Bernie Sanders, del ala izquierda del Partido Demócrata. Sanders le preguntó directamente “¿no cree que deberíamos cambiar el salario mínimo federal de 7,25 dólares por hora?”. “No, señor”, fue su escueta respuesta.

En octubre, unas semanas antes de las elecciones, la periodista de The New Yorker Susan B. Glasser publicaba una pieza titulada “Cómo los millonarios republicanos aprendieron a amar a Trump de nuevo”. En ella explicaba el cambio fundamental acaecido entre la primera campaña de Trump, en 2016, y la carrera electoral que ha tenido lugar en 2024. Si el primer Trump se permitió críticas a los Super PAC, esto es, a los grandes donantes, agrupados en comités sin límites de contribuciones, en esa segunda ocasión el panorama había cambiado completamente. Los millonarios estadounidenses quieren a Trump y este no escondió en campaña, y no lo ha hecho con su política de contrataciones, que lo dará todo por ellos.

“Procedentes de sectores que van desde el capital privado hasta los oleoductos y las criptomonedas, los multimillonarios abrieron sus chequeras para el expresidente Trump durante el segundo trimestre de este año”, escribían dos periodistas del medio especializado en la financiación de la política Sludge. A mediados del año pasado, 63 multimillonarios habían puesto o recaudado dinero para la campaña del millonario neoyorquino. 

La lista de los donantes de Trump es extensa: Stephen Schwarzman, director ejecutivo de Blackstone, Marc Andreessen, el mayor inversor de Silicon Valley, Miriam Adelson, empresaria del juego, o los llamados oil tycoons o coal barons —magnates petroleros y del petróleo— han extendido cheques en blanco para el nuevo César global. También le han dado su apoyo Bill Ackman, antiguo representante de la élite oligárquica progre seducido por la retórica antiwoke, y Jamie Dimon, presidente de JP Morgan. Y por supuesto los criptobrós, una nueva élite a la que Trump ha acompañado como su comandante en jefe y que aspiran a que se haga realidad una de las fantasías más estrafalarias anunciadas por el político neoyorquino: la conversión de la criptomoneda en el nuevo estándar monetario internacional.

Oxfam denuncia cómo todo parece indicar que las políticas de Trump “como la aplicación de enormes desgravaciones fiscales a los ultrarricos y grandes empresas, continuarán profundizando más aún la desigualdad”

En un informe publicado hoy, lunes 20 de enero, Oxfam denuncia cómo todo parece indicar que las políticas de Trump “como la aplicación de enormes desgravaciones fiscales a los ultrarricos y grandes empresas, continuarán profundizando más aún la desigualdad”. No hay duda, el día después de la victoria de Trump en noviembre, los multimillonarios —billionaires, en inglés— se levantaron más ricos, en lo que Bloomberg ha catalogado como el día de enriquecimiento más rápido desde que establecieron su índice de multimillonarios en 2012.

Se trata de una alianza que no existía en 2016, a las que Trump llegó como un outsider ajeno a las élites, una anomalía. Como escribió Lorenzo Castellani el día después de su victoria en noviembre de 2024, el Trump 2.0 ha concitado para su “era de la aceleración reaccionaria” el apoyo de los conspiracionistas, los desheredados de la tierra (versión redneck) y también de las élites financieras y tecnológicas favorables a la globalización en los términos exactos en los que les beneficia. Así, describe Castellani, “las finanzas globalizadas siempre al acecho de la próxima destrucción creativa, las viejas y las nuevas industrias energéticas forman un frente unido con un electorado que desconfía del gobierno, que exige desobediencia a la cultura progresista que impera en las universidades, que busca en las sectas y las iglesias su propia forma de resistencia a la modernidad, que exige protección frente a los productos extranjeros, que quiere deslocalizar la industria y reducir drásticamente la inmigración”.

Los agujeros fiscales que promete Trump a los más ricos

El jueves, durante la ratificación de Bessent, se dieron aún más pasos para consolidar esa tendencia. El secretario del Tesoro de la administración que arranca este lunes, 20 de enero, aseguró que el punto más importante de la agenda inmediata de su equipo es la renovación de los recortes de impuestos para individuos y empresas introducidos por Trump en 2017 bajo el nombre de la Ley de Empleos y Reducción de Impuestos (TCJA), que vencen este año. Esto afecta al impuesto federal sobre sucesiones y donaciones. En 2017, Trump elevó la cantidad que está exenta del pago de ese impuesto, en una horquilla que hoy deja sin tasa donaciones de hasta 13,6 millones de dólares. En caso de no renovación, la cantidad exenta bajaría hasta los siete millones. En mayo de 2024, el Bipartisan Policy Center calculó que la extensión de las rebajas fiscales, en TCJA y la IRA aprobada posteriormente por Joe Biden, supondrá una pérdida de ingresos para el Estado en la próxima década de cinco billones de dólares (cinco trillones, en la nomenclatura estadounidense).

Hay más. En campaña, el desde hoy presidente prometió reducir la tasa impositiva corporativa, lo que pagan las grandes empresas, del 21% al 15%. También se ha pronunciado a favor del regreso de la deducción de impuestos estatales y locales (SALT), una medida que favorece a los propietarios inmobiliarios más ricos. Los análisis financieros también subrayan que el mandato de Trump pone en peligro el acuerdo global sobre impuestos corporativos. EE UU es firmante del acuerdo, que fue aprobado en el seno de la OCDE, pero aún no se ha hecho cuerpo legal una tasa del 15% con el que, además de la recaudación de impuestos, se pretende limitar el dumping fiscal entre empresas. La cuestión a esclarecer será si los Estados se atreven a imponer ese impuesto a las compañías estadounidenses sin temor a las represalias de Trump, quien ya ha dicho por activa y por pasiva que castigará a los países que se opongan a sus planes.

La “guerra comercial” que plantea Trump es el principal motivo de preocupación para Wall Street, en cuanto los aranceles acarrean problemas también para los países que los imponen

Entre las medidas más controvertidas está la imposición de nuevos aranceles a adversarios —mirando a China, a la que se castigará con un arancel del 60% de todos los productos— y a supuestos socios como Canadá o México —tasa del 25%— y terceros países —del 20%. La “guerra comercial” que plantea Trump es el principal motivo de preocupación para Wall Street, en cuanto los aranceles acarrean problemas también para los países que los imponen, pero, de momento, la euforia no permite demasiados matices. Los grandes bancos americanos han anunciado esta semana beneficios récord, espoleados por las expectativas, y sus portavoces celebran la vuelta de los “instintos animales” para los negocios. Tierra tiembla.

Ramaswamy y Musk: lo que no se le ocurre a uno, se le ocurre a otro

Pero no se trata solo de la reducción de impuestos, en un país en el que los agujeros fiscales tienen dimensiones colosales. La utopía del gran capital viene acompañada de toda una retórica en torno a la eficiencia que incluye una alusión a la “motosierra” del gasto público, al puro estilo del presidente argentino Javier Milei. Es ahí donde entra Elon Musk, la estrella emergente de la extrema derecha global, quien junto a Vivek Ramaswamy, empresario farmacéutico, escritor “antiwoke” y, por supuesto, multimillonario, dirige los designios de la recién creada agencia encargada de los recortes de gasto público o Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge, acrónimo tomado de un meme de internet).

El acoso a empleados públicos, dirigido al sistema público de salud e investigación, es la música de un plan destinado a cuestionar y proceder al recorte de la Seguridad Social, Medicare y Medicaid

El Departamento de Eficiencia Gubernamental, del que se ignora casi todo, especialmente qué recortes propondrá, es antes que nada una ofensiva cultural contra el Partido Demócrata y sus supuestas políticas de despilfarro. Musk y Ramaswamy han prometido “reducciones masivas de personal en toda la burocracia federal”, pero lo cierto es que la fuerza laboral federal es más pequeña que en 1945 y tampoco se sostiene la identificación que Trump ha hecho entre esos trabajadores y la “ciénaga” de Washington DC, puesto que solo un 15% trabaja en el Estado capitalino. El acoso a empleados públicos, dirigido al sistema público de salud e investigación, es la música de un plan destinado a cuestionar y proceder al recorte de la Seguridad Social, Medicare y Medicaid. Ramaswamy ha sido claro al expresar en una entrevista que “hay cientos de miles de millones de dólares de ahorros para extraer” de esos dos programas.

En un comentario a esos planes, el exsecretario de Trabajo durante la administración Obama Robert Reich recordaba que los cinco trillones que se perderán en la recaudación si se mantienen las exenciones fiscales son más del doble de lo que los jefes de Doge han asegurado que recuperarán a base de sus políticas de “eficiencia”. La critica de Reich es que “lo que se considera ‘despilfarro y fraude’ depende a menudo de si se mira hacia abajo o hacia arriba, y los multimillonarios Doge solo miran hacia abajo. Pero el mayor despilfarro y fraude se encuentra en los escalones superiores: en las lagunas fiscales y los gastos fiscales utilizados por individuos ricos y grandes corporaciones”.

La ilustración oscura

Financial Times publicaba esta semana una pieza en la que se preguntaba si el sector corporativo se estaba convirtiendo en Maga. Un cambio en el espíritu de época cuyos orígenes cabe buscarlos no en la confrontación con el Partido Demócrata sino con la oleada de protestas que, enmarcada en los movimientos Black Lives Matter y Defund The Police, transformó el panorama político en Estados Unidos y obligó a las multinacionales a posicionarse publicitariamente en la lucha por la diversidad.

La reacción a eso, encarnada en el ascenso político del hombre más rico del mundo, Elon Musk, ha llegado a las corporaciones, que han comenzado a reducir sus portafolios de diversidad e inclusión y se ven, asimismo, liberados del greenwashing: Bank of America, Morgan Stanley, Goldman Sachs, Citigroup, Wells Fargo y JP Morgan han anunciado entre diciembre y enero que se salían de la Alianza Bancaria Cero Emisiones Netas. “Las empresas están eliminando departamentos de diversidad, equidad e inclusión, reduciendo su apoyo a organizaciones benéficas que se ocupan de la diversidad racial y abandonando grupos que luchan por el cambio climático. También están eliminando de las declaraciones públicas, los documentos corporativos y la publicidad todo aquello que pueda percibirse como woke”, apuntaba la pieza de FT.


El caso de Meta es el más llamativo. En 2018, un compungido Mark Zuckerberg, fundador de Facebook y dueño de Meta (Whatsapp, Facebook, Instagram), pedía perdón por el
escándalo Cambridge Analytica, el pistoletazo de salida de la manipulación masiva de extrema derecha en la primera elección de Trump, el referéndum del Brexit y hasta un centenar de procesos electorales. Siete años después, el multimillonario neoyorquino ha sido uno de los primeros conversos a la religión Maga. 

El dueño de Meta anunció en el podcast de Joe Rogan, conocido presentador “políticamente incorrecto”, que sus medios de comunicación social eliminarán su programa de verificación de noticias. Se trata de una decisión que, como todo lo que rodea a Zuckerberg, parece determinada por una visión empresarial, ya que en el mismo programa el multimillonario pidió amparo a Trump ante la Unión Europea ante lo que cuantifica como “más de 30.000 millones de dólares” en multas en los últimos veinte años impuestas por las leyes antimonopolio de la UE. Al margen de su nueva imagen de frat daddy, el equivalente gringo del canallita, la orientación parece clara. Zuckerberg anunció también que los equipos de confianza, seguridad y moderación de contenido de Meta se trasladarán desde California —estado progre de la costa Oeste— hacia Texas, el estado de la estrella solitaria, meca del evangelismo blanco. 

Tanto Mark Zuckerberg (Meta) como Jeff Bezos (Amazon) y Sam Altman (OpenAI) han aportado un millón de dólares a la ceremonia de nombramiento de Trump, que será la más cara de cuantas han tenido lugar en Washington DC

Tanto Zuckerberg como Jeff Bezos (Amazon) y Sam Altman (OpenAI) han aportado un millón de dólares a la ceremonia de nombramiento de Trump, que será la más cara de cuantas han tenido lugar en Washington DC. En el caso de Bezos, 400 trabajadores del periódico The Washington Post, que compró en 2013, han pedido una reunión con el propietario del medio “profundamente alarmados” por las decisiones que han “llevado a los lectores a cuestionar la integridad de esta institución”. La querella viene de lejos ya que, durante la campaña electoral, el editor del medio se negó a que la cabecera manifestase su apoyo inequívoco a Kamala Harris, lo que conllevó una crisis de bajas de socios que se ha calculado en torno a un 10% de la base de suscriptores: esto es casi un cuarto de millón de personas. El 10 de noviembre, el mismo Washington Post informaba de que Amazon había eliminado las menciones a la “Equidad para las personas negras” y “Derechos LGBTQ+” en una de sus páginas web, en una línea que ya han tomado otras compañías como John Deere, Harley Davidson, Walmart y McDonald's.

Pero si puede caber la duda de que, en los casos Zuckerberg o Bezos, la conversión a la religión trumpista puede venir dada por sus intereses económicos, en el caso de Peter Thiel se trata de un genuino ideológico del tiempo por venir, que se ha bautizado como la “Ilustración oscura”. Thiel ha expresado en una tribuna en FT su confianza en que el nuevo apocalipsis (literal, Thiel lo toma en el sentido de ‘revelación’) que traerá Trump supondrá la derrota definitiva de las “organizaciones mediáticas, las burocracias, las universidades y las ONG financiadas por el Estado, que tradicionalmente delimitaban la conversación pública”.  

Sea por oportunismo o por la convicción de que Trump será el bypass que sortee la política institucional para llevar a la oligarquía financiera al Shangri-La de la ausencia de fiscalidad y desaparición del estado social, incluso en su versión más reducida, los multimillonarios han abrazado la cultura antiwoke y han aportado sus diezmos para la apoteosis de Trump en la misma ciudad en la que sus seguidores llevaron a cabo la patochada más peligrosa de la historia reciente de Estados Unidos el 6 de enero de 2021. En esta ocasión, con motivo del frío extremo, las masas sedientas de ilustración oscura no estarán presentes en el Capitolio y el acto se llevará a cabo solo para los invitados personalmente por la nueva Casa Blanca. Entre los que escasearán quienes no tienen más de cinco ceros en su cuenta corriente-

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