Etiopía
Ennatu Domingo: “Siempre he querido entender qué puedo devolver a mi país de origen”

La escritora Ennatu Domingo ha publicado 'Madera de eucalipto quemada', un ensayo en el que recorre su vida desde el campo del norte de Etiopía hasta su actual vínculo y compromiso con el futuro de África.
Ennatu Domingo - 1
Ennatu Domingo. David F. Sabadell
19 jun 2022 05:38

La editorial catalana Navona ha publicado este año Madera de eucalipto quemada un ensayo de la investigadora Ennatu Domingo (Wereta, Etiopía, 1996), una joven que con siete años salió de Etiopía y fue adoptada por una familia catalana. Aunque es un libro en primera persona, se trata de un relato que permite comprender la riqueza y la pluralidad de las experiencias de miles de nómadas que viven en el norte del país, una zona que hoy es noticia por el largo conflicto que se atraviesa en la región de Tigray.

Precisamente las noticias sobre esa guerra fueron uno de los impulsos que movieron a Domingo para relatar su historia, de cómo vivió junto con su madre Yamrot y su hermano pequeño, Mikaele, un viaje sin nada y sin su hermano, Getachew, al que nunca más ha visto ni ha conseguido localizar.

Ennatu Domingo enuncia la resistencia al olvido como otro motor para contar su historia, para evitar quedarse “atrapada en el papel de víctima”. Aquella resistencia, dice en el libro, fue al principio silenciosa, por momentos contra sí misma y contra el nuevo mundo que tenía ante sí en Catalunya. Con su ensayo, está licenciadas en ciencias políticas, que actualmente investiga las relaciones de la UE con los países africanos, demuestra que las fronteras entre individualidad y colectividad, narrativa y ensayo son porosas y están abiertas como el futuro de igualdad que reclama.

Dices en el libro que uno de los impulsos para escribirlo fue que te diste cuenta de que no podías estar más tiempo callada. ¿Consideras que has cerrado un círculo escribiendo o nunca se acaba esa memoria de ver las circunstancias que te han hecho ser quien eres?
Creo que sí, que cierra un círculo. Es muy simple: cumplí 25 el año pasado y quise cerrar una etapa. Quería conmemorar o hacer un homenaje a la gente que ha sido parte de estos 25 años, pero también explicar cómo entiendo mi identidad hoy, porque creo que va cambiando, va evolucionando. Al darme cuenta de que vamos redefiniéndonos a nosotros a lo largo de las diferentes etapas quería dejar eso marcado y también dar a conocer que durante estos 25 años desarraigarme de Etiopía y arraigarme en Catalunya ha sido la cosa más fuerte que me ha pasado. Quería romper el silencio para decir que no ha sido fácil, por un lado, porque he vivido el racismo en primera persona, pero también por el tema de la pobreza en primera persona en Etiopía. Quería que se viera que hay muchísima desigualdad y que hay mucho por hacer en todos los ámbitos que hablo en el libro.

En una entrevista anterior te pidieron una palabra del amárico y elegiste “nostalgia”.
Exacto. Tizita, que quiere decir nostalgia. Descubrí hace poco, cuando empecé a leer libros escritos por la diáspora etíope en Estados Unidos y Europa que el hilo principal es la nostalgia, cómo entienden su pasado y, si se hubieran quedado viviendo en Etiopía, pensar cómo habría sido su vida. Y vi que en la música, en literatura, etc. la nostalgia era un elemento importante. Yo viví en Etiopía durante siete años y me impactó muchísimo, estuve en contacto con la cultura, con su gente y siempre he intentado entender qué hubiera pasado si me hubiera quedado ahí, porque toda mi experiencia es de muchos cambios, muy rápidos. He tenido que hacer un ejercicio para procesarlos. Creo que la nostalgia es ese intento de intentar entender qué pasó en el pasado, cuando tienes tanto por vivir y tanto por hacer.

Saber amárico me da muchísima información que me mantiene conocedor de ese pasado que es importante para entender cómo se estructura Etiopía hoy

¿Hasta qué punto recobrar el lenguaje amárico te ha permitido estructurar aquellas partes de la nostalgia que considerabas que no te podían abandonar?
Yo creo que me ha ayudado mucho, porque el idioma, como dicen muchos, es una parte de tu identidad que te conecta mucho con un grupo de la sociedad. Para mí reaprender el amárico ha sido una forma de mantenerme conectada con el país porque tenía que buscar información sobre Etiopía. El idioma tiene su propio código, que no se puede entender con la estructura gramatical que tenemos aquí, que es completamente opuesta. Saber amárico me da muchísima información que me mantiene conocedor de ese pasado que es importante para entender cómo se estructura Etiopía hoy, cómo se entiende, quiénes son como sociedad, cuáles son los retos del país, cómo van a redefinirse. También me di cuenta de que el discurso del pasado siempre vuelve. Como sociedad usamos muchísimo el elemento de la nostalgia. Es un concepto muy interesante analíticamente. A nivel personal, vi que había mucha conexión, que me permitía explicar una historia tan individual pero al mismo tiempo muy universal, que de alguna forma también conecta con otros procesos más teóricos, más abstractos.

En el libro hay recuerdos de violencia que enlazan con la propia historia reciente de Etiopía y de la guerra. ¿Fue doloroso hacer aflorar esos recuerdos?
Creo que siempre los tuve, no es que haya hecho un esfuerzo adicional para poder encontrar historias. De hecho siempre he hablado de Etiopía en casa, siempre conté quién era, de dónde vengo. Siempre ha formado parte de mi proceso personal para  adaptarme aquí. Creo que mucha gente borra completamente su pasado como forma de autoprotección, supongo. El libro lo escribí principalmente para mí, para poder procesar todo esto, toda esa experiencia de casi 20 años como migrante en Cataluña, en España, en una nueva familia. Pero al mismo tiempo vi que lo tenía que escribir porque podría servir a otros jóvenes adoptados, de otros sitios del mundo, con ese conflicto de identidad. Conformar tu identidad cuando no tienes referentes puede ser muy solitario, puedes estar aislado de todo lo que está pasando a tu alrededor. Yo pensé que era importante dar a conocer una historia individual y a ver si la gente conectaba con eso. Pero sí, la pobreza que viví en primera persona es violencia. Y también hablamos de violencia contra las mujeres, que vi en casa, que se normalizó porque es tradición. Quería darlo a conocer y decir que tiene su efecto mental, que se tiene que analizar. No vienen niños de la nada sin haber vivido nada. Al dar a conocer estos episodios, reconstruyo mi realidad de cuando estaba en Etiopía.

Etiopía
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El conflicto de Tigray te afectó, ¿fue un detonante para empezar a escribir?
Sí, yo diría que mucho. De hecho empiezo el libro explicando cómo empieza la guerra, cuáles son las dinámicas políticas alrededor del conflicto, porque me impactó cómo afecta a la gente. Al norte de Etiopía muchas personas viven dependiendo de la ayuda humanitaria internacional. Ver que este conflicto tiene un impacto tan grande en personas como las que yo era cuando tenía siete años me chocó mucho. Esa gente no puede hacer nada porque la mayoría son analfabetos, dependen de las ayudas humanitarias. Eso me chocó porque me conectó mucho con la niña que era y con la mujer que me crió los primeros años de mi vida. Y pensé “hay que romper el silencio, no nos llega suficiente información”. Yo trabajo en centros de investigación, tratando temas de conflicto político internacional y pensé que podía ayudar a explicarlo.

El movimiento es fundamental para entender Madera de eucalipto quemada. Por un lado por la realidad nómada que viviste hasta los siete años, después por el viaje a Europa, los regresos a Etiopía, pero también por la importancia que le das al transporte como forma para acceder a oportunidades y a la educación en tu país de origen.
Hablo de la importancia de la educación, pero sobre todo de la exclusión que viven muchísimas niñas y niños que viven en el campo, en la zona rural de Etiopía. El transporte no es suficiente o directamente no hay. Y se une que la conexiones no son muy buenas. Hay una diferencia enorme entre la zona urbana, las ciudades como Addis Abeba, la capital, que está creciendo a un ritmo impresionante, y las zonas rurales que se van quedando atrás. Como hija de mujer que vivió en el campo me sentí apelada, sentí que tenía que dar a conocer esos problemas, que siempre he tenido presentes. De hecho, hace unos cuantos años, cuando acabé el bachillerato, hice un trabajo sobre el desarrollo de la educación en Etiopía y ese era el reto más grande: cómo permitir el acceso de niñas a la educación formal cuando no tienes una buena infraestructura.

Uno de los recuerdos más duros del libro, aunque tenga un punto cómico también es el día en el que te cuelas en la escuela. ¿Hasta qué punto ha marcado de ese día tu manera de entender la educación, y no solo la educación, la posibilidad de construir una vida mediante la formación?
Ese día me marcó muchísimo, porque me di cuenta cuando no pude ir más a la escuela de que algo pasaba en mi familia, que no nos podríamos permitir nunca escolarizarme. Pero también empecé a darme cuenta de que otras cosas tampoco encajaban bien, sobre la forma en que vivíamos. Más tarde, cuando llegué a Cataluña, me esforcé mucho en mi educación. Lo tome de forma totalmente diferente a como los otros niños de mi clase veían su formación. Cuando tienes una educación, eso te permite acceder a oportunidades que no todo el mundo tiene. A mí me gustaría poder contribuir a eso. Poder cambiar un poco la desigualdad en términos de educación.

¿Cómo has llevado ese cambio de una situación de nomadismo y pobreza al momento en el que estás ahora? ¿Has vivido un corte abrupto entre un momento y otro?
Para mí el nomadismo es algo muy natural porque lo he vivido desde que era pequeña. No he cambiado. De hecho, me fui a estudiar fuera la carrera. Es una continuidad. Tampoco hablo de blancos y negros. No diferencio entre lo que me pasa en Etiopía y lo que me está pasando en Europa. Es todo una continuidad, se crean hilos de conexión. Y para mí, toda esta gente que he ido conociendo a lo largo de estos años, que forman parte de la diáspora etíope, fueron muy importantes porque me ayudaban a entender un poco más cómo viven ellos en una familia que ha emigrado con toda su cultura.

En mi caso también, todas las entrevistas se han centrado en el tema del racismo y este libro da mucho más a conocer

¿Qué te aportaron?
Por ejemplo, la división entre lo que es público y privado para ellos es más conflictiva, porque tienen que adaptarse cuando tienen una familia, una estructura que quieren mantener, su raíz. Para mí en casa es completamente diferente. Yo llego aquí y soy de aquí: tengo que formar esta nueva identidad, sin tener que hacer el esfuerzo de mantener nada. Yo creo que eso nos puede dar una clave para entender mejor cómo viven ese proceso de integración: todos buscamos pertenecer a un sitio y para mí eso ha sido muy central en mi experiencia, intentar acomodar dos identidades que no tienen ninguna conexión. La diáspora etíope en España es casi inexistente, es muy pequeña. Mi libro es el esfuerzo individual que he ido haciendo, que puede ayudar a otra gente con similares experiencias, también venidas de otras zonas diminutas.

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Ennatu Domingo. David F. Sabadell


En el libro expresas el temor a desculturizarte que tuviste desde el comienzo y la clave es el personaje de tu madre, Yamrot.
Creo que si no hubiera tenido el recuerdo de mi madre habría desconectado completamente de mi conexión con Etiopía. No habría tenido ganas de volver tampoco porque no hay nada tampoco que te arraigue. Hay muchos niños que tienen toda una familia que sí, que les atrae un poco más a su país de origen, pero para mí es muy abstracto, es simplemente muy voluntario. Al final eso confronta con lo que vivo aquí en España, en una sociedad que es diversa pero en la que esa diversidad no está visibilizada, no la vemos institucionalmente. Crecer en una sociedad que no me enseña referentes puede ser bastante complejo, aunque tenga otros privilegios que se que te aíslan un poco, es verdad, de las clases más bajas y de otros grupos sociales.

El otro día entrevisté a una escritora irlandesa de origen nigeriano y hablamos sobre racismo. Ella me explicó que es difícil que los blancos aceptemos discutir sobre racismo en términos sinceros. 
Es muy violento. No puedes continuar explicando qué es el racismo a gente que no lo ve, que no le interesa. En mi caso también, todas las entrevistas se han centrado en el tema del racismo y este libro da mucho más a conocer. Es un problema hablar con gente que no entiende, que te pone siempre como en cajitas de estereotipos. He intentado romper eso un poco con el libro porque yo me siento de los dos lados, y creo que tiene un valor crear puentes entre culturas. A mí, mi familia me aíslo un poco del racismo institucional. A nivel individual explico muy pocas experiencias porque tampoco es algo que me haya afectado tanto. Pero es una realidad que afecta más a los chicos y a las chicas jóvenes.

El libro es sobre Etiopía y eso se refleja en las discusiones que relatas con tu amigo acerca de qué significa ser de Etiopía cuando estás fuera de allí. ¿Cómo quieres cumplir el objetivo que te has propuesto de ayudar a tu país desde origen?
Para mí se trata de saber cómo uso mi privilegio. Siempre he tenido esta pregunta. Siempre mi experiencia personal me ha parecido como una coincidencia, como un cambio abrupto, y siempre he querido entender qué puedo devolver a mi país de origen, pero también comprendiendo que no tengo nada en este momento, que lo único que tengo es la información y dar a conocer la situación de muchos niños que salieron a finales de los 90. Hay muchos. Los números son chocantes. Etiopía se sostiene ahora mismo por el dinero que envían la diáspora etíope, esos niños ya juegan un papel muy importante en el desarrollo del país. Es un reto que tengo que resolver, que tengo que entender mejor. Y creo que empecé a escribir justamente para poner las piezas del puzle. Creo que no está mal empezar con un ensayo.

¿Sabes cuáles son los siguientes pasos que quieres dar?
Yo ahora mismo estoy en el centro de este libro, por decirlo así, en el centro de los temas que trata. Estoy siguiendo las políticas de la Unión Europea en relación a África, y creo que es un buen lugar para empezar a trabajar para mejorar la sociedad etíope y África también a nivel general. El ámbito de la educación es muy importante. Gracias al covid hemos visto cambios, se ha empezado a invertir en la educación de los niños, a invertir en tecnología, que es clave. Mi deseo, lo que me gustaría que pasara es que se invirtiera más en el futuro de las niñas. Yo explico mi experiencia justamente para decir que cuando ponemos los instrumentos, cuando ponemos el soporte, la comunidad, vemos resultados. Es importante ayudar a gente que llega sin entender el idioma, que no tienen ayuda económica en casa, ayudarlos desde el colegio es muy importante. Yo viví eso, tuve una comunidad muy protectora que me ayudó muchísimo a integrarme muy rápido y creo que vale la pena hablar de experiencias así.

Y eres optimista.
Todo el libro es muy positivo. Hablo de adopción, hablo de doble identidad, de desarrollo en Etiopía y creo que hay lugar para el optimismo. Vemos cambios. Hay mucho por hacer y eso sí que no lo niego para nada.

Hay futuro.
Hay futuro. Y tanto.

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