Euskal Herria
“La diferencia entre ETA militar y LAIA fue entre un bloque dirigente y un partido vanguardia”

Adrián Almeida describe en esta larga entrevista su investigación con forma de libro sobre la aparición de LAIA entre 1974-1984, el primer intento dentro del movimiento social de la izquierda abertzale de plantear objetivos comunistas e independentistas para romper con el franquismo.
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El historiador Adrián Almeida Díez, autor de 'La izquierda abertzale y LAIA'
27 ene 2024 05:20

Adrián Almeida (Barakaldo, 1993) es un historiador de la margen izquierda que se doctoró en la UPV/EHU con las tesis “Violencia Política, subjetividad y movimientos sociales. ETA y la RAF, en perspectiva comparativa (1959-1986)”. Forma parte del grupo de investigación ‘Nacionalismos y culturas políticas en el País Vasco en perspectiva comparada’. Ha pasado el último año visitando archivos en Hamburgo para una investigación post-doctoral que culminará en una publicación con la editorial Verso Libros sobre la ultraizquierda en Alemania, desde mayo del 68 hasta inicios del milenio, repasando la caída en el ostracismo de sus exponentes contemporáneos, desde la RAF hasta las Células Antiimperialistas. También ha coordinado la nueva edición de La cuestión judía: Historia de un debate marxista, del historiador Enzo Traverso.

De momento ha publicado La izquierda abertzale y LAIA, Historia de la ultraizquierda independentista vasca, 1974-1984, con la editorial Catarata. Un texto hiperdocumentado que explora la vía socialista que pudo ser y no fue a finales del siglo pasado, cuando el capitalismo industrial llegaba a su fin y la lucha obrera se intensificaba. En un momento donde ninguna corriente ha sido capaz de renovar de manera efectiva la política emancipatoria vasca, este manuscrito contribuye a recordar las tendencias más radicales de ese movimiento social llamado izquierda abertzale, y sus disputas con las distintas ramas de ETA, tanto LAIA, como sindicatos y colectivos más asamblearios, que fueron el puntal de la movilización independentista y socialista.

La llegada de la Transición hizo saltar por los aires todos estos experimentos. Del reflujo de la movilización surgió una disputa entre LAIA y ETA debido a la necesidad de ambos por heredar y capitalizar las fuerzas acumuladas en un tiempo marcado por “la vuelta a la normalidad”. ¿Cómo mantener la tensión revolucionaria sin abrazar tesis asentadas sobre la reforma institucional y la adaptación al sistema existente? Incluso más sencillo, ¿cómo dotar a las pulsiones de transformación en la sociedad vasca de un contenido político estratégico para desafiar la versión autoctóna del régimen del 78? Este libro, en palabras del historiador, contribuye a eso, a encender en el pasado la chispa de la esperanza; un don que solo se encuentra en aquel historiador comprometido con demostrar un ayer que cimente la proyección de una alternativa socialista.

¿De dónde nace la curiosidad por escribir un libro sobre LAIA (siglas de Langile Abertzale Iraultzaileen Alderdia)?
Todo comienza cuando acudo al archivo de los Benedictinos de Lazkao y encuentro documentación sobre la vida orgánica de un partido que participó en la creación de Herri Batasuna, protagonista en la formación de la izquierda abertzale más allá de ETA y del cual desconocíamos prácticamente todo. En 1981, con el intento de golpe de Estado, los escasos militantes que quedaban destruyeron la mayor parte de la documentación, lo que dificultaba situar a LAIA en el pasado reciente vasco. El libro intenta llenar ese vacío.

LAIA ha vuelto al presente tras la escisión en las juventudes de la izquierda abertzale.
Aunque nace con la idea de superarla, LAIA representa la primera gran escisión de ETA que deja intactos los “postulados” originales establecidos en la Quinta Asamblea. Ello no se debe solamente a cuestiones ideológicas, sino también a motivos orgánicos: ETA (Quinta) había dejado de ser útil en un contexto de transición hacia la democracia en el Estado español. Existía la sensación de que ETA –o mejor dicho, la violencia como repertorio de acción principal en el combate contra la dictadura– había dado todo lo que podía de sí. Esto se traduce en la divergencia estratégica entre la sección civil y la corriente militar del movimiento, pero también entre un sector muy ideologizado, que no renuncia al comunismo como elemento para lograr la independencia de los territorios vascos, y otra ramificación más gradualista, convertida paulatinamente en socialdemócrata. Cuando parece posible la emergencia de una nueva democracia burguesa de orientación europea, LAIA considera que se puede hacer política desde la sociedad civil.

LAIA fue el primer intento por plantear objetivos comunistas e independentistas para romper con el franquismo. Fue la primera organización fuera de ETA que realmente planteaba la posibilidad de un Estado vasco socialista

¿Cuál es era su aportación estratégica a la tensión entre socialismo e independentismo?
Dentro de ese movimiento social, del que hoy tan solo conocemos una de las partes (aquella heredera del MLNV), aquello supuso el primer intento por plantear objetivos claramente comunistas e independentistas para romper con el franquismo. Esto no se había producido hasta entonces porque las escisiones comunistas en ETA habían acabado con la renuncia al independentismo y al nacionalismo vasco. LAIA emergió como la primera organización fuera de ETA que realmente planteaba la posibilidad de un Estado vasco socialista. Crea un eje vertebrador en el sentido de que aglutina dentro de su movimiento a un sujeto político revolucionario que no es tanto el Pueblo Trabajador Vasco, sino de manera clara y nítida, la clase trabajadora. La ruptura debía suponer el triunfo de la independencia nacional, y derruir en el proceso las relaciones sociales capitalistas.

¿Cuáles eran entonces los postulados de la izquierda abertzale?
La izquierda abertzale, encarnada en otros sectores del movimiento, era más ambigua en relación al socialismo, más populista o directamente socialdemócrata. Tanto Herri Batasuna como la alternativa KAS eran imprecisas cuando hablaban del Estado socialista. Las partes mayoritarias de LAIA (LAIA-BAI), que formaron parte de ambos colectivos, aceptaron a regañadientes estas renuncias (explícitas con la creación de la Alternativa del KAS en 1976) y orientadas, en principio, a aumentar la base social del movimiento. Otros sectores se escindieron para plantear distintas iniciativas en el ámbito de la autonomía obrera, rechazando la alianza con grupos de la izquierda abertzale, a quienes denunciaban como interclasistas (caso de HB) y de aceptar cierto grado de institucionalización burguesa. El sector que aceptó la Alternativa KAS comenzó, entonces, una disputa con ETA-militar para favorecer la creación de un nuevo partido de vanguardia.

¿Cómo entendía LAIA la lucha contra ese afuera que es el Estado español a la hora de pensar el Estado socialista vasco?
El planteamiento de la izquierda comunista dentro de Euskal Herria se enmarca fundamentalmente en confrontar con el Estado español franquista como puntal del capitalismo surgido de la guerra civil. Lo hacen, además, desde el punto de vista de no negar la dictadura del proletariado. LAIA, antes de su escisión en 1976, piensa la independencia del Estado vasco en relación con la independencia de la clase trabajadora. Creo que este es un punto fundamental en el sentido de que no apostaron por primar la vía institucional y burguesa para conseguir sus objetivos. EIA y Euskadiko Ezkerra aceptaron el Estatuto de Autonomía del País Vasco, siendo, además, una norma heredera de una Constitución española para la que habían pedido previamente el “No” en el referéndum de 1978. Al menos en la LAIA original de 1974 y en las corrientes más asamblearias tras la escisión (LAIA-EZ), hay una pulsión muy fuerte por alcanzar la independencia desde la construcción del socialismo de base, la autoorganización y la formación de núcleos de poder obrero. Pensaban que esto era lo que garantizaba la soberanía política frente al Estado burgués centralizado en Madrid y surgido históricamente durante el siglo XIX.

Al hablar de LAIA, te refieres a la dicotomía entre la lucha por la libertad versus el activismo militar, entre las asambleas de base, de un lado, y la estrategia militar como vanguardia, de otro
Entre el sector mayoritario de LAIA (conocido como LAIA-BAI) y ETA-militar, que es la organización preponderante durante esta época, se produce un choque entre dos modelos para superar el triunfo final de la transición y el sentido reformista que había adquirido. Por contextualizar el momento: a finales de los años setenta, hay un reflujo de los elementos asamblearios que habían sido parte fundamental para la movilización del movimiento. La acción colectiva se reduce drásticamente, la gente está volviendo a la normalidad y hay una necesidad de heredar políticamente todo lo producido durante esta época: se trata de un movimiento social que ha generado muchísimos objetivos revolucionarios y que no se han visto satisfechos.

¿Cómo seguir haciendo viable este movimiento social, que está en claro retroceso?
Lejos de plantearse que LAIA podría ser, digamos, un salvavidas, los militantes del sector asambleario abertzale empiezan a considerar que la violencia política es justamente la última trinchera para resistir la asimilación de los movimientos a partir del triunfo de la vía reformista durante la transición. Esto se opone claramente con lo que se produce en Italia o en Alemania, por ejemplo, en donde los movimientos autónomos confrontan con la vía armada porque consideraban que evocaba la confrontación no tanto con el sistema económico, sino más bien, y de manera exclusiva, contra el Estado. Entendían que el conflicto real no podía caer en una eterna confrontación policial o militar que, además, era aprovechada por estos mismos Estados para su legitimación.

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Adrián Almeida en una foto con el barrio baracaldés de Lutxana de fondo

Lejos de echar abono a movimientos en clara necesidad de supervivencia, ETA-militar plantea algo ilógico para la captación de militantes: su sometimiento a las directrices del partido. Esta lógica, ciertamente leninista, conduce a la absorción de los movimientos autonómos por parte de ETA-militar.
Aproximadamente a partir de la segunda mitad de la década de los setenta, las corrientes mayoritarias de LAIA planteaban un partido de vanguardia que resultaba ser una propuesta totalmente permeable a lo que necesitan los supervivientes del sector más asambleario de la izquierda abertzale. En contraste, ETA-militar sugirió la idea de un bloque dirigente para insuflar oxígeno a los grupos autónomos. Consideraban que, a partir de una dirección colectiva, podría restructurarse la izquierda abertzale y corregir su desmovilización en las etapas finales de la transición.

Les dijeron: “Oye, vosotros vais a ser también directores de este proceso nuevo que se abre”. Obviamente esto fue erróneo y el ala militar dirigió el proceso, pero la propuesta de ETA-militar dejaba más vías abiertas que la ofrecida por LAIA, al menos retóricamente. A cambio de la defensa de las iniciativas de KAS, mediadas por las decisiones de ETA-militar, las asambleas populares, de vecinos, las escuelas nocturnas o, incluso a favor del euskera o la ecología, sobrevivieron al triunfo de la reforma política del franquismo y resistieron, eso sí, esclerotizadas, a la institucionalización autonómica llevada a cabo después. 

¿Qué ocurre con la línea obrerista de ETA en este contexto?
Con el asesinato de Txabi Etxebarrieta en junio de 1968, se produce un colapso del Frente Obrero de ETA y una recomposición posterior, cuando aparece la 6ª Asamblea, que culmina con la renuncia al independentismo y a la idea del Frente Nacional a partir de 1970. En los ámbitos obreros, la 6ª Asamblea tiene buena acogida, tanto en Bizkaia como entre la clase obrera de Nafarroa y Araba, pero su abandono acelerado del independentismo produce una falta de apoyo en zonas como Eibar, Ondarroa o Durangaldea.

El sector antiimperialista desplazado en la asamblea desaparece prácticamente de los entornos obreros. Es posteriormente cuando este último sector se recompone en ETA Quinta, a partir del proceso de Burgos y de que los propios presos de Burgos se declaren comunistas, cuando empieza a considerarse que los imaginarios construídos en la V Asamblea deben ser también un factor de movilización obrera en las fábricas. Ahí están militantes como Beltza y la revista Gatazka, dando cabida al comunismo y al libertarismo abertzale e independentista. De hecho, estos dos polos son los que permiten el surgimiento de LAIA, así como el de un nuevo sindicalismo que entiende la independencia vasca como la auto-organización del poder obrero. 

El antiimperialismo de corte foquista, la estrategia del Che Guevara, se deja de lado porque se considera  muy española y no adaptable al caso vasco

En la 5ª y 6ª asamblea de ETA (1966-1967 y 1970) se ponen sobre la mesa cuestiones tácticas y estrátegicas relacionadas con qué guerrillas seguir: Vietnam se impone sobre Cuba
Desde la 5ª Asamblea, ETA se constituye en un proto movimiento social, dotando a su estrategia política de cuatro secciones fundamentales, de las cuales solo una es una estrategia violenta o armada. Durante el proceso de la 5ª Asamblea no sólo se descartan otros marcos ideológicos que tienen que ver con la socialdemocracia o con el nacionalismo más clásicos, sino incluso otras vías antiimperialistas, como la argelina o la cubana.

El antiimperialismo de corte foquista, es decir, la estrategia del Che Guevara, se deja de lado porque se considera, como dice Federico Krutwig, una estrategia muy española e invalida para el caso vasco. Él entiende que una estrategia anticolonial, como era la que planteaba ETA para la organización armada una vez realizada la violencia política, debía primero provocar violentamente al régimen franquista, para, una vez descargada la represión sobre el conjunto del pueblo, los frentes civiles pudieran concienciar a ese sujeto en un sentido revolucionario, encarnado a partir de la persecución como un nosotros que no cabe en la realidad social franquista, y al que llamaban el Pueblo Trabajador Vasco.

El euskera juega un rol fundamental en la creación de la simbología de la clase obrera vasca.
El proceso de Burgos es un momento histórico fundamental. Por primera vez los símbolos vascos, la propia cultura vasca, se expresan públicamente y salen de la clandestinidad y su reproducción en las esferas de la intimidad. Incluso para las izquierdas revolucionarias españolas serán elementos catalizadores para transformar a la clase trabajadora en un sujeto revolucionario. Entre el franquismo y el posfranquismo, tener la voluntad de aprender euskera será una forma de reivindicarse en contra de lo establecido. También la ikurriña se transformó automáticamente y de manera acelerada en un elemento relacionado con la movilización social. Las formas de simbolización de la nación vasca, o la utilización/aprendizaje del euskera se constituyeron en formas de comunicación que resistían la voluntad de racionalización nacional del Estado propuesta por el franquismo y por tanto, plantean, automáticamente, una disputa a la modernidad capitalista.

Las formas de simbolización de la nación vasca, como el euskera se constituyeron en formas de comunicación que resistían la voluntad de racionalización nacional del Estado franquista y disputan la modernidad capitalista

LAIA, de alguna forma, mantiene viva esa línea obrera menos proclive a la institucionalización. ¿Qué rol juega la actividad de la sociedad vasca?
Los programas revolucionarios de LAIA a veces se ven estimulados por los ciclos de movilización exitosos como los procesos asamblearios vitorianos, cuya experiencia acumulativa brota en la huelga del 3 de marzo de 1976, poco después de la muerte de Franco. De hecho, los resultados dramáticos de esta huelga le animan a amoldar programas e iniciativas proclives a la ruptura. Ocurre lo mismo cuando se plantea su participación electoral en las elecciones de junio de 1977. Las movilizaciones masivas en favor de la amnistía impiden dejarse arrastrar por los encantos de la institucionalización, apostando en su lugar por el boicot. Pero no olvidemos que es LAIA quien promueve esta postura de anti-participación que también acaba por defender ETA-militar y es rechazada por ETA-político-militar. Las movilizaciones que se producen con el asesinato de algunos militantes durante el ciclo histórico, vuelven a reactivar a la sociedad vasca y anclan los programas políticos a la ruptura.

Tanto en este proceso, como en algunos más recientes, lugares como Basauri o Ezkerraldea tienen una importancia crucial debido a la concentración de las fábricas industriales.
Lugares de protesta como Ezkerraldea o Basauri no son casuales, al igual que todo el entorno del área metropolitana de Bilbao, o más concretamente, sus periferias industriales. Básicamente porque todas las fábricas allí localizadas tienen unos sectores obreros muy movilizados, y que han estado en la clandestinidad desde la primera huelga del 47. A partir de la década siguiente, surge además un gran número de gente que se ha estructurado de manera autónoma sin tradición de lucha previa. Es decir, grupos de obreros que comienzan la resistencia espontánea desde la clandestinidad y la falta de orientación de organizaciones de clase ilegalizadas durante el periodo (fundamentalmente UGT, ELA y, en menor medida, CNT).

Este fenómeno es fácilmente comparable al caso del operaismo italiano. Existe una gran inmigración desde el sur del Estado hacia los territorios vasco y catalán, donde hay grandes movilizaciones y un enorme rechazo al trabajo dentro de las fábricas durante toda la etapa franquista. Hay también una gran cantidad de represaliados tras las huelgas del 47 y del 51.

Al contrario que en la actualidad, aquel era un momento donde se estaba produciendo la gran crisis industrial del capital vasco y la lucha de clase se intensificaba
Exacto, exacto. Se sientan las bases con la oleada de inmigración que se produce con los nuevos planes desarrollistas franquistas. Pero el desencadenante es la crisis del modelo industrial, muy poco diversificado territorial o sectorialmente así como con una acción concertada que hizo desarrollar artificialmente a sectores (navieros o siderúrgicos) incapaces de resistir la crisis capitalista de los 70, especialmente cuando la cuantía del crédito oficial se redujo drásticamente. Los procesos de liberalización de la economía, la falta de independencia de las grandes industrias vascas, en buena medida desarrolladas por obra y gracia del Estado franquista, pusieron de manifiesto las bases corruptas, atrofiadas del modelo vasco. 

La desaparición de las fábricas reconfigura ese movimiento social que es la izquierda abertzale, en buena medida en lo referido a la pata autónoma
A partir de cierto momento, no hay una relación de espontaneidad con las condiciones económicas que se generan en el país, sino que se extrema la confrontación con el Estado para oponer el fraude de la autonomía vasca y la definitiva consolidación de la transición en su sentido reformista y no rupturista. Los movimientos autónomos tenían la capacidad de autoorganizarse en fábricas, en asambleas populares, en asociaciones de vecinos u otras iniciativas, y generar esas condiciones de espontaneidad que no estaban explícitamente confrontadas con el Estado, sino que generaban su propia relación de autodeterminación respecto a éste. No era, sin embargo, una lucha por una nueva vida. Se trataba de una lucha en contra de la negación de la vida bajo el franquismo. Según señalaba, por ejemplo, la Organización de Clase Autónoma/Anticapitalista, esto se traducía en el rechazo a una posible democracia burguesa, la lucha contra las estructuras institucionales y mentalidades capitalistas para favorecer la independencia de clase y su organización, y la incorporación de las expresiones de resistencia cotidianas de la clase obrera.

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Barakaldo desde el puente que lo conecta con Gurutzeta

En ese momento, digamos, terminan los debates internos y se abraza la hipótesis de ETA-militar.
La ilusión por mantener una tensión que se ha dilapidado en el proceso de transición y crisis de los setenta, se genera a partir de una situación en la cual el conflicto político y de clase se subsume a la confrontación entre el Estado y la organización militar. El movimiento social se ritualiza en el sentido de la confrontación con el Estado. Cuando la acción armada y la violencia política de ETA desaparecen, esa ecuación de voluntarismo político, de creación de una situación de contradicción, se extingue de la escena quedando el análisis de las condiciones objetivas al albur de la retórica de un fin de la historia vasco. Al fin y al cabo, la desaparición de ETA hubiera terminado también con las contradicciones que resultaron de la persistencia postfranquista de un Estado unitario y un sistema económico capitalista, y los conflictos que dichas realidades se imponen. En conclusión, el conflicto vasco sería “cosa del pasado”.

Diría que había una dicotomía clara entre una cierta libertad táctica de acción, esa flexibilidad circundante de los movimientos autónomos que, como señalas, se extingue, y cierto posicionamiento libertario, que tiene que ver con el peso de la dirección dentro de la organización
Podríamos decir, como indica Letamendia, que el vaciamiento de los colectivos a partir de su “kasificación”, acaba con sus elementos fundamentales, los más espontáneos. En 1983 no hay las mismas esperanzas que diez años atrás. La movilización ya no orienta a los partidos. Es una dirigencia colectiva la que proyecta las bases para hacer sobrevivir el movimiento y dar nueva vida a la “hipótesis revolucionaria”. ETA-militar ofrece una idea que es, digamos única, por así decirlo, en Europa, que es la idea del Bloque Dirigente. Es una idea absolutamente bizarra en este contexto, en el que se trata de unir en una misma coordinadora a sindicatos, partidos y colectivos pero en esencia guiados por la acción armada y las situaciones de confrontación con el Estado creadas a partir de ella.

En lo relativo al programa económico de LAIA en el 74, existían ciertas diferencias con el de ETA-militar. ¿A qué lo atribuyes?
Había llegado un momento en el 76 en el que era necesario que la izquierda abertzale tuviera un programa con medidas concretas. Fundamentalmente porque se queda atrás con respecto a lo que la izquierda revolucionaria de ámbito estatal plantea. Más allá de los objetivos clásicos de la independencia y el socialismo, reinaba la sensación de indeterminación. 

Evidentemente existe un discurso sobre cómo captar a la mayor militancia política posible desde la crítica de la economía política, pero también una crítica marxista eminentemente basada en un “dice Marx que” o “eso no lo dijo Marx”. Ciertamente, en términos económicos, existe cierta negación de todo lo que tiene que ver con un contenido teórico abstracto fundamentado en un análisis serio. Y la diferencia fundamental entre ambos radica en que, a pesar de la movilización, ETA-político-militar considera que todavía no se ha llegado al punto máximo de la movilización. Como si hubiera margen para rebajar nuestros objetivos económicos y lograr una mayor captación de la clase obrera en torno al programa político comunista.

En 1976, LAIA consideró, dada la movilización, que las posibilidades de la revolución eran reales, que era posible con un programa de máximos o con un programa absolutamente radical y rupturista con respecto al Estado español capitalista. Las divergencias entre ETA-político-militar y LAIA son visibles cuando ambas formaciones discuten el programa de KAS a partir de agosto de 1976. ETA-militar dio su apoyo al programa más rebajado de los poli-milis y rechazó propuestas como “la planificación obrera de la economía” planteadas por LAIA.

ETA-político-militar socava la movilización rupturista e impone el Estatuto de Autonomía, que se presenta como paso imprescindible en el camino de la amnistía total y la Euskadi independiente y socialista.

¿Cómo afectan las posiciones comunistas triunfantes en el resto del Estado español?
Aunque posiblemente no fuera algo auto-consciente, ETA-político-militar (y su partido legal EIA, que formará junto a EMK la coalición Euskadiko Ezkerra) se deja arrastrar progresivamente por la posición mayoritaria, el reformismo triunfante de la transición. Como también hizo el PCE, Euskadiko Ezkerra arrastra, vía institucional, a la adaptación de ETA-político-militar a los términos de la reforma política no solo por una renuncia explícita a los postulados revolucionarios, sino porque pretenden recoger la opinión mayoritaria de una sociedad civil, que hace su día a día durante la etapa de la Transición y que quiere cambiar ciertas cosas, pero no desea abrir una disputa que suponga la apertura de una nueva guerra civil. Y esto es un elemento fundamental para que ETA-político-militar, EIA (bajo el liderazgo de Mario Onaindia desde finales de 1977) y Euskadiko Ezkerra digan en un momento determinado: “bueno, si las condiciones son estas, debemos adaptarnos”. Lejos de proyectar un horizonte revolucionario, acaban por utilizar los fundamentos del partido vanguardia para socavar la movilización rupturista y hacer aceptar a la militancia normas como el Estatuto de Autonomía, que se presenta como paso imprescindible en el camino de la amnistía total y la Euskadi independiente y socialista.

En el caso español, además, es muy claro que había una pulsión muy minoritaria en relación a la posibilidad de una revolución para acabar con el franquismo. Esto queda circunscrito a los partidos de la izquierda del PCE, que había renunciado desde los años 50 al posicionamiento antagonista y, encima, adaptándose a los posicionamientos de conservación del orden y la paz social para realizar sus planteamientos de superación del franquismo. Fundamentalmente a partir de la huelga del 3 de marzo, que demostró que el régimen –tras la desaparición de Franco– estaba dispuesto a “morir matando”, todo programa de la oposición mayoritaria se desarrolló, en exclusiva, sobre la base de recuperación de las libertades civiles y el miedo a una guerra civil. La salida del franquismo comenzó a significar para PCE y PSOE “la necesidad de abrir los cauces a la participación política de la ciudadanía”, ayudando, así, al entendimiento con los aperturistas del régimen y a menoscabar el sentido rupturista que se había mostrado, por ejemplo en la huelga de Gasteiz (en la que los representantes de CC OO afines al PCE fueron señalados como correas de un partido pactista).

¿Cuándo se hace evidente esta estrategia por parte de ETA?
Uno de los puntos más simbólicos se produce cuando EIA-Euskadiko Ezkerra acepta la participación electoral en las primeras elecciones de junio de 1977, y lo hace en medio de fuertes movilizaciones pro-amnistía en Euskal Herria. En contra de la opinión mayoritaria en la izquierda abertzale, que a propuesta de LAIA-Bai (el sector que había aceptado la Alternativa KAS) desea condicionar la participación al logro de la amnistía, ETA-Político-Militar y Euskadiko Ezkerra inciden en su carácter vanguardista afirmando que no se puede romper con el franquismo directamente, sino que se debe aceptar la institucionalización para socavarlo definitivamente. En todo el proceso, Euskadiko Ezkerra y ETA-Político-Militar obviaron que la institución era precisamente lo que los iba finalmente a transformar en abiertos reformistas y socialdemócratas. 

En 1976, la Séptima Asamblea de ETA-Político-Militar había tomado la decisión de “desdoblar la organización” y montar una estructura civil bajo la forma de partido comunista. Se llamó EIA y se constituyó con la idea de organización de clase de tipo vanguardia. Reprodujo las mismas dinámicas de un partido comunista oficialista, moscovita, sin ningún tipo de creatividad y marcado por la emulación del PCE. Aquello, fundamentalmente a partir de la llegada de Onaindia a la Secretaria General, acabó por significarse como “un gran salto adelante” en referencia a lo anterior y por tanto, había que aceptarlo, porque anticipaba la independencia y el socialismo. Es aquí donde se enmarca la legalización del partido (en contra de otros organismos de la izquierda abertzale, que permanecían en la ilegalidad) y la aceptación de la preautonomía vasca y el Estatuto como primer paso para las aspiraciones nacionales. Todo ello sin renunciar explícitamente a los principios comunistas. 

¿Cómo se entiende el proceso de reforma en el marco de los discursos sobre la modernización de la época?
En el caso de Herri Batasuna, que se forma en 1978 con la participación de LAIA-BAI, su idea es la de echar el freno al progreso reformista. No es un proyecto irracionalista, como algunos han querido ver, sino crítico con la razón que impone el dominio de la adaptación a la reforma. Simplemente se distancia de la consideración de que cada etapa, que cada medida favorable en términos nacional y sociales que se produce por parte de los poderes de Madrid, resulta en derechos arrancados. Para la nueva coalición son concesiones encaminadas a garantizar la paz social y el orden derivado de la reforma política del franquismo. Para Euskadiko Ezkerra, denunciaba HB, todas las concesiones de Madrid se imaginaban ingenuamente como un transitar firme en el camino de la independencia y del comunismo vasco. Llega un momento en el que Euskadiko Ezkerra ya no se encuentra tan lejos del PSOE en su interpretación de las cosas: cada una de estas etapas es una modernización, la creación de un Estado español más social y eficiente en términos de uniformización política, de construir la vieja aspiración franquista del “sano regionalismo” en el que cada nacionalidad es importante en términos de contribución a la unidad. 

Esto es una interpretación en materia de filosofía de la historia que haces también en la tesis
Podríamos hablar de filosofía, de cómo entiende el progreso, de cómo entiende que la creación de la institución de democracia burguesa a partir de la reforma del Estado franquista. Euskadiko Ezkerra es un ejemplo paradigmático de eso que podríamos llamar la “conciliación con los resultados” del proceso político y la adaptación gradualista de los programas de acuerdo a estos resultados como pasos para la “victoria final” que nunca acaba por llegar.

En este sentido, la lucha de clases con forma de lucha nacional en Euskal Herria se convierte en una ideología del desarrollo y el progreso transmutado en una categoría conceptual neutra, sin captar su núcleo fundamentalmente burgués. Cada reforma es, así, entendida como resultado de una lucha popular que despeja las trabas al movimiento histórico cuyo final sólo puede ser, naturalmente, la emancipación. La fe de Euskadiko Ezkerra en el progreso les impele a entrar en una institucionalidad autonómica, que concedida por Madrid, les hace compartir consensos con sus teóricos enemigos.

¿Cuándo se culmina este proceso de institucionalización?
Cuando se crea el Consejo General Vasco a partir de la Asamblea de Parlamentarios constituída por los representantes vascos de las elecciones generales de 1977. Euskadiko Esquerra acepta entrar en el primer Gobierno vasco de concentración, que es el Consejo General Vasco y Juan Mari Bandrés se integra como Consejero de Transportes. Esto para Euskadiko Ezkerra es la bomba, lo entienden como poner el primer ladrillo en esa construcción del nuevo Estado Socialista vasco.

Posteriormente, con el Estatuto de Autonomía, vuelve a pasar lo mismo. Aparece como la posibilidad de dar una nueva vida a la cultura vasca, de que la cultura vasca se exprese públicamente. Empezaron a considerar que cada una de las concesiones vía Estatuto era la posibilidad de un futuro utópico en torno al socialismo vasco. Con ello, lo único que hicieron fue vaciar de los elementos de espontaneidad a sus propias bases que no aceptaron unánimemente este proceso institucionalizador acelerado e irrevocable. 

La relación de LAIA con el modelo irlandés del Sinn Féin es mala, ajena a sus propios proyectos, pero ofrecía grandes oportunidades para poder llevar a cabo una estrategia cívico-militar de liberación nacional en una democracia burguesa como la que se oteaba en el Estado español

Finalmente, ¿cómo se relaciona LAIA con el modelo Sinn Féin de Irlanda?
Esta es una cosa que he investigado más recientemente. Resumidamente, diría que la relación de LAIA con el modelo irlandés es mala, ajena a sus propios proyectos. Desarrollando la respuesta un poco más, los primeros planteamientos en torno a una modelización de la lucha en Irlanda datan de 1974. El histórico estratega de ETA, Krutwig, juega un papel fundamental en esta proyección. Según él, hay que emular el modelo irlandés en el sentido de crear un frente civil, un frente armado y una federación para unificar ambas secciones ideológicamente unidas. El esquema irlandés ofrecía grandes oportunidades para poder llevar a cabo una estrategia cívico-militar de liberación nacional en una democracia burguesa como la que se oteaba en el Estado español. Krutwig llamó Euskal Erkhidegoen Erakundea a la unidad de los sectores civiles y, junto con ETA, formarían la federación del Eskukotasunaren Ekhintza. Más o menos, esta idea se formaliza con la propuesta del Bloque Dirigente que ETA-militar lanza a finales de la década de los 70.

Pocos años después, esa teorización había saltado por los aires
En los 80, a partir de la derrota de las propuesta de partido vanguardia de LAIA-BAI y la socialdemocratización y renuncia del independentismo definitiva de EIA-Euskadiko Ezkerra, el Bloque Dirigente triunfante se transforma en el MLNV, cuyos fundamentos ideológico y objetivos revolucionarios se recomponen a partir de los años 90 de la mano del Colectivo J.Agirre. Pese a ello, Krutwig criticó la preponderancia absoluta de la vía armada y el vaciamiento de la vida de los sectores civiles. Llamó a esta tendencia –muy española– como “cojonímetro”, de la expresión castiza “echarle cojones”, y no dudó en calificar la primacía militar como “puro fascismo”. La izquierda abertzale actual es resultado de esta tendencia triunfante del MLNV frente a la vanguardización propuesta por LAIA-BAI, la atracción ejercida sobre los antiguos sectores autónomos sedientos de un nuevo polo de un gran rechazo, y la asimilación completa de EIA-Euskadiko Ezkerra a la vía reformista.

Sé que eres un gran lector de Adorno. Del mismo modo que no se podía escribir sobre Auschwitz en su momento, ¿todavía no se puede escribir sobre la kale borroka?
Pues la verdad es que en relación con la violencia política en el caso vasco todavía tenemos una gran labor por hacer, no solo en términos históricos, que creo que se han dado pasos, aunque casi siempre en una misma dirección, conciliada con el poder vigente. Sin embargo, en términos teóricos, creo que queda mucho por hacer en torno a la filosofía de la violencia, o más concretamente, en relación a una fenomenología de la violencia que centre su interés en los cuerpos militantes (aquí es clave por ejemplo el concepto de vulnerabilidad o integridad, que comporta algo previo a la mera identidad militante como persona enfrentada al poder), en la creación de las nuevas subjetividades, de una no identidad resultado de la aceptación de la interacción violenta en forma de represión, o en las definiciones de los órdenes normativos de clasificación de la violencia y no-violencia.

Cabe además abrir un análisis en torno a las formas de clandestinidad y los usos de la violencia política en relación a los distintos regímenes políticos a los que combaten. ¿Qué procesos de interacción abren?, ¿cómo estas interacciones vienen determinadas por los tipos de regímenes políticos y sus formas de represión?, ¿cómo es capaz la violencia clandestina de superar las dinámicas de confrontación con el Estado para orientarlos o enmarcarlos en un combate antagonista?, ¿qué posibilidades hay de realizar esto último dependiendo del régimen político?

Algunas de estas cuestiones, creo deberían no sólo quedarse en el ámbito de la filosofía, sino que deben incorporarse al análisis histórico. La condena de la violencia como posición que anticipa el análisis solapa irónicamente otras formas de crítica que desde las ciencias sociales pueden resultar más provechosas. Quizás deba plantearse una máxima al respecto: quien no acepta la contingencia histórica en todo el periodo de la transición, debería también abstenerse de hablar de moralidad. Ningún historiador debería plegarse a suponer que las cosas no pudieron suceder de otro modo o que la realidad de hoy es el triunfo de lo racional frente a “la barbarie terrorista”.

Las iniciativas juveniles autónomas fueron realmente lo más interesante en términos creativos del periodo transicional y su triunfo

Ahora sí, para acabar: pienso en la Kultur Iraultza, una publicación en donde se expresan nuevas ideas en torno a la emancipación vasca (uniendo al imaginario original abertzale a otras cuestiones derivadas de la realidad social setentera), como cierta expresión de lo que pudo ser y no fue
Las iniciativas juveniles autónomas fueron realmente lo más interesante en términos creativos del periodo transicional y su triunfo. GAI es, desde luego, un colectivo fundamental para esta expresión abierta de un futuro emancipado. La revista que lanzó este grupo, Kultur Iraultza, fue una iniciativa muy importante en el sentido de que ofrecía unas posiciones políticas que no estaban dentro del movimiento, pero que se integraron finalmente a partir de ellas. Es el caso de las reivindicaciones de los presos comunes, que fueron introducidas en la dinámica de  la agitación de la izquierda abertzale.

Estas juventudes, que no eran ningún grupo sectorial de LAIA, sino juventudes del movimiento autónomo independentista, fueron muy importantes en la dinamización del propio movimiento de la izquierda abertzale. El hecho de que los polimilis u otras organizaciones intentarán instrumentalizar todo tipo de organismos de juventudes da muestra justamente de que en estas secciones del movimiento se produjeron intentos por extender el marco general a otros imaginarios.

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