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Feminismos
Ana Requena y June Fernández: periodistas, feministas… e intensas
Me hace mucha ilusión acompañar a Ana Requena en la presentación de su último libro, Intensas, en el centro cultural feminista La Sinsorga, en Bilbao. Nos conocimos en el II Encuentro de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género, que se celebró en Oviedo en 2007. Pero estrechamos lazos más tarde, cuando ya habíamos participado en la fundación de los medios digitales eldiario.es (ella) y Pikara Magazine (yo). Actualmente, es redactora jefa de género de eldiario.es, donde impulsó el blog Micromachismos, cuyos testimonios nutren muchas páginas de Intensas.
Me gusta que Requena se presente como periodista y escritora, porque yo todavía no me he sacudido la idea de que hay que escribir ficción o poesía para ganarse ese título. Intensas podría entenderse como la segunda parte o el reverso de Feminismo vibrante. Repite receta: periodismo narrativo y situado, en el que trenza las entrevistas a expertas con testimonios, extractos de bibliografía feminista y las vivencias personales de la autora. Si en Feminismo vibrante reivindicaba el goce como estrategia feminista, en Intensas hace lo propio con la expresión de las emociones: desde la ira al enamoramiento.
El punto de partida de Intensas es un viaje a Buenos Aires: “Soy una intensa en la ciudad intensa. Es la intensidad la que precisamente consigue que mi deseo se imponga a mis miedos”.
El viaje es el arranque de mis dos libros. Pero a diferencia de Feminismo vibrante, donde fue realmente ese viaje el motor para ponerme a escribir, en este caso ya había publicado un artículo sobre por qué “intensa” me parece el nuevo “histérica”. Quedaron fuera muchas de las historias que recogí, y quise profundizar. Me pareció que el viaje era, de nuevo, un buen arranque para introducir las dos vertientes del libro: el análisis del uso del término intensa, y la reivindicación de la intensidad. Empiezo repasando qué es lo que me ha hecho sentir mal cuando me han llamado intensa, pero también en qué lugares me he sentido bien, porque he podido expresarme como soy y hacer lo que quería en ese momento, dejando atrás los mandatos patriarcales.
“Intensa” tiene que ver con verbos que ponemos o querríamos poner en práctica especialmente en esos espacios: pedir, quejarse, enfadarse, emocionarse, reivindicar… (Ana Requena)
Tanto en tus experiencias como en los testimonios predominan dos ámbitos: el laboral y el de las relaciones de pareja (sobre todo heterosexuales, pero no solo).
Sí, son los que más se repiten, junto con la familia. Tiene sentido, porque son los espacios de nuestras vidas a los que probablemente dediquemos más tiempo y energía, donde ponemos y recibimos más expectativas. Hay historias que muestran que no hace falta que alguien te diga esa palabra para que tú te sientas inapropiada. “Intensa” tiene que ver con verbos que ponemos o querríamos poner en práctica especialmente en esos espacios: pedir, quejarse, enfadarse, emocionarse, reivindicar…
Un testimonio tiene que ver con la violencia obstétrica… Intensa por reclamar un parto respetado.
Sí, la mujer tenía un recuerdo muy vívido de ese episodio tan duro, y en vez de comprensión o sostén, encontró juicio en su entorno. Sostengo que esa etiqueta tiene mucho que ver con la incapacidad de las demás personas para sostener las emociones que les genera lo que les estás contando o pidiendo.
“Intensa” es un término muy paradigmático de la era posmachista…
“Histérica” no se escucha tanto como antes, porque muchos hombres han entendido que está mal y que se lo puedes reprochar. Es más fácil entender que tiene una marca de género. En cambio, te pueden decir que “intensa” no es nada malo. Entonces, se trata de una estrategia doble: genera en nosotras ese malestar sutil que sirve para que cuestionemos nuestras experiencias o nuestras necesidades, y además la otra persona no se hace cargo.
En el capítulo “La lluvia fina”, hablas de la estrategia reaccionaria de acusarnos a las feministas de tener la piel fina y mandarnos a Afganistán. Hace años tenía un blog, Mari Kazetari, en el que escribía mucho sobre los llamados micromachismos, la presión estética… Un periodista vasco afincado en Centroamérica me reprochó que me preocupase por la depilación, en vez de centrarme en lo realmente importante, como el feminicidio o la trata.
Es una premisa falsa, porque no son incompatibles. Tratan de crearnos una especie de complejo de intensidad colectiva. Recuerdo también el discurso de Ayuso en el que se refería a las feministas como unas malcriadas que no somos capaces de lidiar con las consecuencias de nuestros propios actos, como volver a casa solas y borrachas. Ayuso y la extrema derecha también acusan al feminismo de “colectivizar” a las mujeres, que no es un verbo ingenuo, sino que lo usan porque suena a comunismo. Claro, el feminismo colectiviza las experiencias de las mujeres, no para homogeneizarnos, sino para crear conciencia política.
Me estoy acordando de las declaraciones de José Coronado diciendo que la violencia sexual se denuncia en el momento. Añadió que él siempre va a apoyar “a quien se haya sentido agredido o agredida”. Vi en ese enunciado una estrategia perversa: plantear la violencia como algo subjetivo que depende de los sentimientos de la agredida y no de las acciones del agresor.
Creo que esa estrategia está bastante generalizada: “Pido disculpas si alguien ha podido sentirse mal…”. Demuestra una falta de reflexión autocrítica. Pero bueno, ese señor ha dicho muchas cosas que están mal…
Podemos hacer una revolución sin provocar sufrimiento personal, pero no podemos hacer una revolución sin ira (Ana Requena)
Vale, hablemos mejor de Audre Lorde (risas). Abres el libro con la siguiente cita: “Toda mujer posee un nutrido arsenal de ira potencialmente útil en la lucha contra la opresión, personal e institucional, que está en la raíz de esa ira”. Cuestionas la insistencia en subrayar el carácter pacifista del feminismo. Precisamente la escuela feminista de La Sinsorga se llama Rote Zora, un grupo feminista armado que funcionó entre 1977 y 1996, que yo misma no conocía su hasta hace dos días.
Yo veo una forma de justificarnos. Hay que recordar que las activistas feministas han ejercido violencia, sobre todo, hacia ellas mismas: las sufragistas hicieron huelgas de hambre en las cárceles y fueron alimentadas forzosamente, Emily Davison se tiró a los pies de los caballos en un hipódromo… También ha habido actos feministas vandálicos contra edificios, por ejemplo. Otra cosa es que sea un movimiento que no ha ejercido violencia sobre los sujetos que considera opresores. Yo creo que podemos hacer una revolución sin provocar sufrimiento personal, pero no podemos hacer una revolución sin ira. Esa distinción me parece pertinente, tanto en los procesos personales como en los colectivos. Nos perturba sentir y reivindicar la ira porque es una emoción menos permitida en las mujeres. También porque tenemos presente que se nos ha caricaturizado como las mujeres enfadadas, desagradables, las brujas, las zorras…
Feminismos
“La ira es indispensable para el feminismo”
Un asesor del Ministerio de Igualdad francés trató de censurar Hombres, los odio y al hacerlo disparó las ventas de este ensayo de la activista francesa Pauline Harmange, que defiende la misandria como herramienta de empoderamiento.
Citas a más autoras feministas que han disertado sobre el derecho a la ira.
Sí, como Rebecca Traister, autora de Buenas y enfadadas. El poder revolucionario de la ira de las mujeres. Recomiendo especialmente La danza de la ira, de Harriet Lermer. Me parece un libro revelador, perturbador también, porque nos hace ser muy conscientes de todas las veces que huímos de nuestro propio enfado y lo dirigimos improductivamente: contra nosotras mismas o de maneras que no generan el cambio que buscamos. Me gustó tanto que busqué a esta señora y la entrevisté. Ella dice que a los hombres se les socializa más en la ira, y a nosotras en la culpa. Son emociones contrarias, porque la ira y el enfado pueden ser productivos, te llevan a quejarte, a moverte, mientras que la culpa te inmoviliza. Es una manera muy útil de mantenernos sometidas.
Recuerdas la escena de la tenista Serena Williams rompiendo su raqueta. Es muy evidente que se la criticó por ser una mujer negra.
Revisé escenas parecidas protagonizadas por hombres tenistas, y no se narraron igual, porque en ellos se valida más la expresión de la rabia y la frustración, como una muestra de compromiso con su trabajo. En cambio, ella es una loca que pierde los nervios y no es capaz de controlar sus emociones. Desde su privilegio, Williams lo pudo rentabilizar, y me parece estupendo: lanzó una campaña con Nike en la que se reapropia de esa etiqueta. Nos pasa mucho en el trabajo: puedes ver a hombres enfadándose en las reuniones de trabajo, pero cuando nosotras nos ponemos vehementes, nos dicen eso de “te han perdido las formas”.
Explica quiénes son las charos, a las que dedicas otro capítulo.
¡Nosotras! Yo me enteré porque me lo empezaron a llamar en redes. Es un concepto que se creó en Forocoches.
Leo fragmentos de la definición: “Esas tipas de 40 años en adelante, tintes caoba, voz cazallera, y chapas propalestinas y del ‘No a la Guerra’. La causa de sus desgracias es siempre el machismo patriarcal, la incomprensión y todas esas cosas. Quieren siempre más, controlar a la manada. Ni se te ocurra poner en duda su capacidad porque descargarán contra ti toda su ira”.
Es otro de esos términos muy de nuestra época que, en realidad, tiene todo que ver con el estereotipo de la solterona. Al final, lo que te quieren decir es que nadie te va a aguantar, que te vas a quedar sola, entendido “sola” como sin pareja hombre. El caso es que nos sigue atravesando mucho el mandato de complacer, debido al miedo a que, sin un hombre al lado, vamos a sentirnos solas o fallidas.
Me estoy acordando de Pedro Sánchez, alertando de que ciertos feminismos incomodan a los hombres, como si tuviéramos que ser complacientes también en nuestras luchas.
Hay algo muy ingenuo ahí. ¿Cómo no va a incomodar o generar una reacción el hecho de intentar subvertir órdenes y jerarquías? Además, ese discurso intenta marcar cuál es el feminismo bueno, el que se puede masticar. Otra cosa es que nosotras valoremos qué estrategia es más audaz y qué discurso es más inteligente en cada momento.
Cuando nos intentan robar el móvil reaccionamos sin dudas, pero si nos tocan el culo, nos cuestionamos si son paranoias (June Fernández)
Citas mi post Paranoicas, en el que explico algo que aprendí en autodefensa feminista: cuando nos intentan robar el móvil reaccionamos sin dudas, pero si nos tocan el culo, nos cuestionamos si son paranoias. Al mismo tiempo, alertas sobre la exigencia de saber reaccionar en el momento.
Lo que consiguen estos malestares de género difusos es crear una duda insidiosa de fondo contra nosotras mismas, que se suma a la socialización en la culpa. Recibimos mensajes desde niñas para quitar importancia a lo que vivimos: esto no es para tanto, no exageres… Entonces, es difícil ser firme en tu criterio. En el blog [Micromachismos], muchas mujeres expresaron rabia hacia sí mismas por no haber sido capaces de reaccionar de determinada manera. También es habitual que en tu entorno te digan “tendrías que haber hecho tal cosa”. Es muy importante entender que cada una hace lo que puede, y validar si no hemos respondido por miedo, por bloqueo, porque necesitamos tiempo para asumir lo que ha pasado o el daño que nos ha hecho.
Esos malestares pueden generar o potenciar sufrimiento psíquico. Háblanos del capítulo sobre Kate Millet y Britney Spears.
La publicación en castellano del libro de Millet, Viaje al manicomio, coincidió en el tiempo con la noticia de todo lo que le hizo a Spears su familia para tomar el control sobre su carrera, su dinero y su cuerpo. Millet cuenta el enorme sufrimiento que le generó que su familia la ingresase forzosamente en centros psiquiátricos: no la ayudaron como ella quería, y la dejaron en un lugar horrible. Más adelante, participó en una especie de rancho feminista en Estados Unidos, donde algunas compañeras también usaron su historial de trastornos psiquiátricos para invalidarla. Me interesa ese punto en común entre dos mujeres icónicas, salvando las distancias: lo útil que es para el entorno y para el sistema colocar la etiqueta de locas a mujeres que destacan y rompen mandatos.
Dedicas un capítulo a los hombres intensos…
Quería profundizar en ese doble rasero del que hablo durante todo el libro: ellos pueden ponerse vehementes, agresivos o excesivos sin que se les acuse de montar un pollo. Un ejemplo típico es la distinta calificación que reciben en las crónicas periodísticas miles de hombres gritando y llorando en un estadio de fútbol o miles de mujeres gritando y llorando en un concierto de música.
Sexualidad
Juanpe Sánchez “El amor es contradicción y se trata de habitarla como tantas otras en nuestra vida”
Hemos debatido mucho sobre mi creciente escepticismo hacia las llamadas nuevas masculinidades. Estoy muy de acuerdo con Roberto Garda, al que citas: critica que los hombres se centren en trabajar las emociones más que en hacer un cuestionamiento real de las estructuras de poder.
Me parece interesante ese planteamiento. Dice que si el trabajo de deconstrucción de la masculinidad se centra en el mundo emocional propio, entonces solo se está trabajando la relación de los hombres consigo mismos. Además, si un hombre utiliza la expresión de las emociones para manipular, para seguir poniéndose por encima de ti y seguir ignorando tu criterio o tus necesidades, está haciendo lo mismo de siempre, pero con herramientas distintas. Otra cosa es que yo creo que el trabajo sobre las emociones puede ser transformador en sí mismo. Hablamos más del reparto de tareas del hogar y de la carga mental en la pareja heterosexual que del reparto del trabajo emocional en las relaciones o cómo nos afecta el miedo de los hombres a perder el control sobre sus vidas si se vinculan o se muestran vulnerables.
Has lanzado por redes una pregunta sobre si ser un hombre en deconstrucción revierte realmente en prácticas distintas en la pareja.
Todo viene del corto La loca y el feminista [de Sandra Gallego]. Una mujer sienta a su pareja para decirle que quiere que deje de identificarse como feminista. Él no entiende nada. “¿Por qué? “Porque no te haces cargo de esto y de lo otro…”. Es una de las grandes conversaciones, porque refleja una contradicción: queremos hombres identificados con unos valores y con una causa, pero muchas veces esa identificación no revierte lo suficiente en la práctica. Por ello, cuando sufrimos determinados comportamientos por parte de hombres que se están trabajando el machismo, puede resultarnos más desconcertante, más doloroso o más difícil de negociar.
Hablando de redes, ¿qué te parece esa eclosión de cuentas de Instagram sobre el amor, con tips para identificar que “ahí no es” o calar a un narcisista?
En el capítulo “Amar intensamente” cuestiono esa cultura de dar recetas y claves para encontrar el amor o al hombre ideal, que obvian la complejidad y a menudo tienen un tufo conservador grande. Escribí un reportaje sobre el mercado en torno a las coach del amor, a las que sigo con fascinación. Se parecen a los anuncios de las revistas femeninas de antaño, por cómo se dirigen a las mujeres, pero tienen mucho público porque es cierto que parece que estamos en un momento en el que cuesta vincularse. Es terrible pensar que necesitamos toda una estrategia para gustar o que nos quieran; no vale con ser una misma e interactuar.
¿Hemos pasado de tragarnos el mito del amor romántico al miedo a ser unas intensas también en el amor?
En Todo sobre el amor, bell hooks reflexiona sobre que las mujeres —especialmente las feministas— podemos expresar un anhelo de poder o de ambición, pero que nos avergüenza más mostrar anhelo de amor, precisamente porque nos hemos querido desmarcar de ese mandato. Por reacción, nos hemos ido al otro extremo, el de renegar de querer amar. Ella dice que el problema no es el anhelo de amor, sino lo que entendemos por amor; qué ha supuesto para las mujeres, qué ideas y mandatos lleva asociados. En esa línea, me gustó mucho leer a Mona Chollet en Reinventar el amor: Cómo el patriarcado sabotea las relaciones heterosexuales. Señala que las mujeres hemos aprendido a empequeñecernos en pareja, porque nos han hecho pensar que así nos irá mejor.
Entonces, ¿nos damos permiso para amar intensamente?
Sí, está bien amar intensamente, pero de una manera distinta a la que hemos aprendido.