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Gambia
“Sabemos que migrar puede llevarte a perder la vida, pero hay veces que no hay otra opción”
En la vereda de una carretera secundaria de tierra y polvo de Brusubi, una zona turística de Gambia y muy cerca de Serekunda, la ciudad más poblada del país, Sherif kandeh, un joven de 19 años, pasa otra jornada de trabajo bajo un sol castigador limpiando y arreglando zapatos. Kandeh, oriundo de Guinea Bissau, llegó ahora hace un año a este lugar sin saber el idioma, sin familia, sin documentos, sin nada. “Algunos días hago 200 dalasi (alrededor de dos euros con ochenta). Los mejores puedo llegar hasta los 400 (cinco euros con sesenta). Pero hay otros que no hago nada. Es una labor dura, pero es lo que tengo”, explica. Vive en una pequeña casa de dos habitaciones que ha alquilado junto a una veintena de compañeros cerca de su pequeño taller callejero, que apenas consta de los utensilios más elementales para ejercer su oficio. “Mis padres están en Bissau y no saben a lo que me dedico. Yo no les he dicho nada”, prosigue.
La realidad de la que habla Kandeh es tónica habitual para los jóvenes que viven en esta nación, situada en el oeste africano y rodeada completamente por Senegal salvo por su salida al océano Atlántico. Gambia es, además, el país más pequeño del continente africano sin contar los estados insulares, y su población apenas alcanza los 2,7 millones de personas. Y también es uno de los lugares más pobres del mundo. Naciones Unidas lo sitúa en el puesto 174 de su Índice de Desarrollo Humano, una lista compuesta por 193 naciones. El Banco Mundial, por su parte, afirma que más del 53% de los gambianos vive bajo el umbral de pobreza y vaticina que lo que está por venir no es mucho más esperanzador. Por eso, Kandeh habla así sobre su futuro: “Aquí no hay dinero, no hay posibilidad de trabajar. No sé cómo hacerlo, pero si yo tuviera una oportunidad de ir a Europa, la aprovecharía. Creo que allí podría tener una vida mejor”.
“A mí no me dejan ir allí, pero europeos vienen a Gambia a tener sexo, a menudo con menores de edad, y nadie hace nada”
Ante las dificultades, muchos jóvenes se plantean migrar a tierra europeas, pero este deseo se torna en una utopía casi irrealizable; la denegación de visados es sistemática incluso cuando parece claro que el objetivo no es una larga estancia. Los ejemplos son múltiples y diversos. Fatou (nombre ficticio) tiene diez años. Sus padres, gambianos, tienen ingresos bajos, pero por razones académicas, un sponsor decidió hacerse responsable del pago de una estancia de seis semanas en Reino Unido para estudiar. Hasta ahora ha resultado imposible. “Según la ley internacional, no se puede deportar a un menor de edad, así que muchos países prefieren no arriesgarse a que un chaval se quede para enviar dinero a su familia”, afirma el hombre, con experiencia en el mundo diplomático y que pide el anonimato. Y enseña uno a uno todos los documentos solicitados por las autoridades británicas, incluido un resguardo actual de su cuenta bancaria, con más de 50.000 euros. “Estoy hablando con mis abogados para volver a intentarlo”, concluye.
Una situación parecida ha vivido Charlotte Oldman, inglesa de 32 años y residente en Gambia, y su pareja, el gambiano de 34 años Alasan Sanneh. Ella la cuenta así: “La primera vez que pedimos un visado fue en 2019, pero declinaron la solicitud porque él no tenía una casa en propiedad, una nómina y una cuenta bancaria. Queríamos visitar a mis padres, pero nos dijeron que no era financieramente independiente”. La pandemia de Covid19 detuvo los procesos. Y ahora que Sanneh posee una vivienda a su nombre en Ghana Town, un pueblo costero del país, un contrato de trabajo como adiestrador canino y unos 10.000 euros en el banco, el resultado ha sido el mismo: la denegación del permiso para ir a ver a su familia política. “Me parece una situación tremendamente injusta; a mí no me dejan ir allí, pero los europeos vienen aquí, a menudo a tener sexo con locales e incluso con menores de edad, y no pasa nada”, lamenta el joven.
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Muerte o marginación
“Para la inmensa mayoría de los gambianos, migrar a Europa por vías oficiales es casi imposible. Entonces muchos de ellos se plantean otras opciones”, resume Ebrima Badjie, piloto de profesión de 39 años y activista por los Derechos Humanos. Badjie, de padre gambiano y madre alemana, lleva más de una década desarrollando proyectos de apoyo a la juventud en el país y fundó The Gambian Connection, una ONG que, entre otros objetivos, busca frenar que los gambianos escojan las rutas migratorias irregulares para llegar a las costas europeas, a menudo peligrosas y mortíferas. “Hace unos años, los que querían salir solían atravesar el desierto hasta llegar a Libia, y de ahí intentaban pasar a Italia. Ahora prefieren ir a Senegal, a Mauritania o, directamente desde aquí, montarse en una patera para alcanzar las islas Canarias”, cuenta Badjie.
Pero el viaje del que habla es una trampa llena de muerte. El informe ‘Monitoreo Derecho a la Vida’, de la organización Caminando Fronteras, recoge que la ruta Atlántica hacia las islas Canarias fue la región migratoria más letal del mundo en 2023, con 6.007 muertos. El organismo afirma, además, que el año pasado fue el más mortífero desde que hay registros en los distintos accesos al estado español con 6.618 fallecimientos, una media de 18 diarios. Hasta 84 embarcaciones desaparecieron con todas las personas a bordo. “Hay que destacar el aumento de salidas desde los lugares más lejanos como Mauritania, Senegal y Gambia”, dice el escrito, que desgrana caso por caso estos tres países. En concreto, de la nación gambiana destaca que, al ser la más remota, la travesía también es la que más riesgos comporta. Y que, en ella, repleta de menores de edad, ha habido 12 tragedias con 1.018 decesos y al menos cuatro cayucos de los que no se ha vuelto a saber nada.
“Hay chavales que, por vergüenza, no se atreven a decir que se encuentran en una situación desesperada. He conocido a chicos que pensaban en el suicidio. La presión es extrema”
Los que consiguen llegar a las Canarias, unos 2.000 en total el año pasado, afrontan un sinfín de dificultades. Primero, porque los pasaportes y partidas de nacimiento que muestran algunos levantan sospechas en las autoridades españolas; hay jóvenes que aseguran ser menores de edad y no se les cree, lo que puede llevar aparejado un procedimiento engorroso y un estado de indefensión. Y segundo, porque la vida que encuentran en Europa dista mucho de la que ellos pensaban que iban a tener. Ebrima Badjie explica al respecto: “Sus familias esperan que empiecen a mandar dinero rápidamente. Si no lo hacen, y para la mayoría es muy difícil, los acusan de mentir, de ser unos egoístas. Hay chavales que, por vergüenza, no se atreven a decir que se encuentran en una situación desesperada”. Badjie dice que muchos tienen que aceptar trabajos miserables y que se vuelven alcohólicos o drogadictos. “He conocido a chicos que pensaban en el suicidio. La presión es extrema”, concluye.
Pese a que hay quien emprende este peligroso viaje por otras razones, como huir de la mutilación genital femenina, una práctica demasiado frecuente en este país, la mayoría de los jóvenes lo hace por la completa falta de oportunidades. Musa Mbye tiene 36 años y trabaja en unos talleres de formación que una empresa local de construcciones dedica a jóvenes desempleados. Mbye dice que él siempre ha sido albañil, que intenta formarse, aprender nuevas habilidades y aprovechar todas las oportunidades que se le presentan, pero que aun así su vida es demasiado difícil. Cuenta que, el mejor mes, puede hacer 3500 dalasi (algo menos de cincuenta euros). Y que esas ganancias ni siquiera le han permitido formar una familia. “Un hermano y varios amigos han ido a Europa en cayuco. En Gambia, por muchos conocimientos que tengas, no encuentras trabajo. Entonces, ¿qué podemos hacer? Sabemos que migrar puede llevarte a perder la vida, pero es que hay veces que no hay otra opción”, finaliza.