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Genocidio
“Niño herido, familia no superviviente”: más de 17.000 menores de Gaza ya han perdido a su familia
Desde que estalló la ofensiva militar israelí sobre la Franja de Gaza, las vulnerabilidades y necesidades psicosociales de la población han aumentado exponencialmente. A medida que la violencia escala, la capacidad de los facultativos de cara a dar respuesta a las múltiples demandas de los gazatíes es cada vez más limitada por el bloqueo de entrada a ayuda humanitaria en el enclave palestino. La presencia cada vez mayor, en los hospitales y refugios, de realidades antes muy minoritarias o desconocidas, ha hecho imperativo ponerles nombre. Cuando, tras los bombardeos en las zonas residenciales y en campos de refugiados, se intensificó la llegada a los centros médicos de niños heridos y completamente solos porque no se había podido rescatar de los escombros al resto de sus familiares o éstos habían fallecido en su totalidad, los médicos acuñaron el término WCNFS, wounded child, no surviving family (en español, “niño herido, familia no superviviente”).
Un ingente número de niños en esta situación han sido acogidos en instalaciones de la UNRWA —muchas de las cuales han sido posteriormente bombardeadas o desalojadas a la fuerza— y están recibiendo apoyo por parte de psicólogos humanitarios. “Si en diciembre el acrónimo era nuevo para todos nosotros, ahora es tan común que tenemos un procedimiento operativo estándar para ello”, alegan desde Médicos sin Fronteras. Raquel Martí, directora ejecutiva de UNRWA, explica a El Salto que “se trata de niños que están en estado de shock y por eso no son capaces de hablar, con lo cual se le ponen las siglas de menor no acompañado, de familia desconocida, porque no se sabe quién es”. Esta situación, explica, ocurre con motivo de los numerosos ataques que el ejército israelí perpetra contra edificios con bombas de gran tonelaje, lo que termina matando en cuestión de minutos a familias enteras. En otros muchos casos, el carácter casi permanente de los desplazamientos forzosos a los que se ven abocadas miles de familias hace que los niños se pierdan por el camino y se queden solos, tal y como destaca Vicente Raimundo, director de Programas Internacionales de Médicos sin Fronteras.
En muchos casos, el carácter casi permanente de los desplazamientos forzosos a los que se ven abocadas miles de familias hace que los niños se pierdan por el camino y se queden solos
La protección de este grupo de infantes, que deben sobrevivir en condiciones infrahumanas sin anclajes familiares ni apoyo emocional de ningún tipo se ha convertido en el mayor desafío de las ONG que operan en el territorio. El arranque de los lazos de cuidado y seguridad en los conflictos armados aumenta la vulnerabilidad de los menores, así como su grado de exposición a todo tipo de maltratos, tanto físicos como psicológicos, como señalan múltiples organizaciones. Miles de menores palestinos han estado expuestos desde el 7 de octubre a acontecimientos profundamente angustiosos y traumáticos, marcados tanto por la destrucción como por los desplazamientos generalizados. Según ha reportado UNICEF, más de 17.000 niños se han quedado huérfanos y, al no contar con la protección de sus familiares, corren un riesgo elevado de sufrir abusos o explotación.
Pérdida de la identidad legal de los menores solos
El relato sobre lo que sucede en Gaza siempre está lleno de incógnitas y vacíos de información a causa del bloqueo a la entrada de periodistas, grupos de investigación y personal humanitario en la región. Disponer de estadísticas y datos precisos respecto a todo lo que ocurre en el transcurso del asedio deviene una tarea imposible de acometer. “Hay muchísimos datos que nos están tratando porque no hay posibilidades. Además, estamos hablando de una población que a lo largo de ocho meses ha sufrido múltiples desplazamientos”, establecen desde la UNRWA: “Se habla de que hay 10.000 desaparecidos, de los cuales aproximadamente 4.000 son niños, pero tampoco esos datos son exactos, porque parten de las denuncias de la población y cuando es la familia en su totalidad la que desaparece, no tenemos a nadie que denuncie de esa desaparición, con lo cual puede haber todavía muchísimas más personas bajo los escombros, de las cuales no tenemos información ya que tampoco hay electricidad ni internet, imprescindibles para las comunicaciones”, apuntan.
Los niños solos corren el riesgo de perder su identidad legal. Algunos de estos niños son tan pequeños que ni siquiera saben todavía su nombre
Por tanto, la magnitud de la masacre y el profundo caos que reina actualmente en un territorio devastado por los bombardeos diarios, el fuego de artillería y los enfrentamientos armados explican la extrema complejidad de documentar el genocidio. Sin sus familiares, los niños solos corren el riesgo de perder no sólo sus vínculos afectivos, esenciales para sentirse seguros y arropados, sino también su identidad legal: cuando sus casas fueron derruidas durante los ataques, todos sus documentos de identidad (además de otros como papeles médicos o certificados educativos) desaparecieron. Algunos de estos niños son tan pequeños que ni siquiera saben todavía su nombre. “Nos ha pasado varias veces que los hospitales nos han llamado para buscar a niños que estaban heridos y no estaban con familiares ni sabían dónde estaban”, narra Laura Bill, representante de UNICEF para Palestina, en conversación con este medio. “Por este motivo ahora estamos trabajando con el Ministerio de Desarrollo Social de Palestina para volver a darles una identidad, aunque en el futuro se va a tener que realizar desde cero un proceso de legalización”, relata.
Palestina
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El “síndrome de Gaza” o el peso del trauma en la infancia huérfana
Los psicólogos que trabajan en los territorios ocupados ya aluden a lo que han calificado bajo el término de “síndrome de Gaza”, que designa al profundo trauma que sufren los menores fruto de la pérdida masiva y persistente, pero también acontecida de la noche a la mañana, de sus seres queridos. “La inmensa mayoría de ellos padecen depresión, ansiedad y estrés agudo ya que lo han perdido todo, dicen, ‘estoy nervioso, no puedo dormir, siempre pienso en cuando bombardearon mi casa o en la última vez que pude ver a mi madre antes de que la mataran’, narra a este medio Davide Musardo, psicólogo y gestor del equipo de salud mental de Médicos sin Fronteras en Cisjordania y Rafah, donde ha permanecido durante más de un mes atendiendo a pacientes en situaciones límite.
Musardo, quien en el pasado trabajó en contextos similares brindando ayuda humanitaria en países como Sudán del sur, Irak, Jordania, Yemen, Siria, destaca que la traumatización generalizada que se vive actualmente Gaza es absolutamente insólita: “Hablamos de que el 95% de nuestros pacientes muestran reacciones de estrés agudo”, sostiene. Muchos niños no son capaces, debido a su corta edad, de entender el por qué de tanta violencia, no disponen de herramientas cognitivas para comprender qué está motivando que de repente sus padres o sus hermanos no estén. Esa falta de la madurez necesaria para dar explicación a las muertes de sus seres queridos agrava su capacidad de hacer frente a las adversidades y les condena a la indefensión. Por ello, el deterioro físico de estos menores a causa de la angustia y la falta de un hogar preocupan desde hace tiempo a las organizaciones internacionales: “Hay niños a los que el color de pelo les ha cambiado a negro tanto por el sol como por el estrés, lo he notado respecto al año pasado cuando estuve en Gaza y he vuelto a ver a niños completamente cambiados físicamente”, comenta Musardo.
La irrupción de una vida al límite donde el pasado es inexistente, el presente desgarrador y el futuro incierto, ha transformado radicalmente la noción de la población infantil sobre la muerte. Musardo, que ha percibido una “clara regresión” en el estado físico y mental de los niños en los últimos meses de genocidio, asevera que “los niños ya no conciben un mañana, viven al día, tienen una idea de la muerte y del presente completamente cambiada a consecuencia de estar en contacto directo con asesinatos todos los días. Muchos saben que probablemente mueran a causa de los bombardeos israelíes o por desnutrición de manera inminente”. “Antes veías niños corriendo, que veían a los trabajadores humanitarios y nos pedían cosas, tocaban a la ventanilla del coche o simplemente querían jugar y ahora ves chavales de 12 o 13 que parecen físicamente hombres ancianos, con la cara dura, triste y quemada, que solo gritan de desesperación, tienen pánico y todo ello sin padres o abuelos que puedan consolarles ni escucharles o darles espacio para su dolor”, concluye el psicólogo.
La única forma de que estos menores solos puedan sobrevivir es que su cuidado y protección pase a manos de personas de su comunidad.
Este nivel de desesperanza y exposición intensificada y permanente a la violencia ha traído ya como resultado la alarma ante los suicidios infantiles. Musardo recuerda que “un niño de 11 años dijo que prefería morir que vivir como estaba viviendo, sin familia y sin nada. Esto es algo común en la mayoría de menores en Gaza, prefieren morir que vivir en esta situación, con estas condiciones de no vida y de falta de perspectivas de ningún tipo”. Raimundo, por su parte, incide en la cuestión clave de las raíces: “Cuando a un chavalín de 7, 10 o 12 años, que no tiene los mecanismos adaptativos de un adulto, tiene a su hermano muerto en brazos, sus padres bajo los escombros, sus primos fallecidos, su casa no está, el colegio tampoco, ni siquiera su barrio, se le está arrancando todo lo que le ancla con esta tierra”, explica. La correlación entre la pérdida de estos referentes y de un futuro cierto y el aumento de los suicidios, sostiene, es directa.
Asimismo, los trastornos traumáticos severos en este contexto son irreversibles si no son tratados inmediatamente por profesionales cualificados durante un tiempo regular. Pero bajo un genocidio es imposible llevar a cabo un tratamiento psiquiátrico o psicológico de alta cualificación profesional a largo plazo, con la amenaza constante de las bombas, sin posibilidad de continuidad, con medios técnicos y humanos más que limitados por las restricciones que impone Israel a la entrada de ayuda. “Falta personal, materiales, etcétera... y eso lo vemos, por ejemplo, cuando intentamos hacer actividades psicosociales en los refugios y no contamos ni siquiera con el material más básico, porque no se nos permite entrarlo, ya sean cuadernos, pinturas, bolígrafos, con los que hacer actividades con los niños”, alega Martí. “Si atacan uno de los colegios donde se hacen actividades psicosociales, las personas se desplazan y se dispersan, por lo que si encima los niños están todo el tiempo escuchando explosiones y ruidos de los combates, que hacen vibrar y resonar los refugios, es imposible frenar el deterioro de su salud mental y curar sus traumas”, subraya la directora de la UNRWA.
El debilitamiento de las redes comunitarias como consecuencia de la hambruna
La única forma de que estos menores solos puedan sobrevivir en un panorama de devastación como aquel en que se ha convertido Gaza en los últimos meses es que su cuidado y protección pase a manos de personas de su comunidad. En los territorios palestinos los lazos de solidaridad entre personas de la misma comunidad son muy robustos y las ONG infantiles están poniendo en marcha desde hace meses sistemas de contacto entre niños huérfanos y personas que conocen dentro de su comunidad o incluso miembros de su familia extendida. También se han ideado mecanismos para encontrar a niños desaparecidos: “Hay una línea telefónica donde la gente puede llamar para informar de que están buscando a un niño que se ha perdido o que no saben dónde se está quedando”, alegan fuentes de esta entidad.
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No obstante, el recrudecimiento del conflicto y la hambruna extrema a la que están viéndose abocados los gazatíes en el enclave plantea a las familias la disyuntiva de tener que elegir entre alimentar a sus propios hijos o a los de sus vecinos fallecidos: “Estamos viendo que, como en estos momentos la inseguridad alimentaria es tan grave y tampoco hay a penas agua o medicamentos, la población palestina que en otras ofensivas era sumamente acogedora está en la tesitura de tener que quitar comida a sus hijos, que están desnutridos, para dársela a un niño desconocido”, declara Laura. A causa de este extremo, añade, “ encuentras niños en las calles y en los refugios completamente solos”.
Mientras la repatriación de los menores a países fronterizos como Egipto para salvarles de la brutalidad de la masacre israelí tan solo es posible si éstos disponen de doble nacionalidad o un familiar de primera línea con nacionalidad del país al que se pretende huir, la adopción no se contempla como una medida segura para los menores puesto que aumenta su riesgo de explotación. “Desde UNICEF, lo que estamos promoviendo es lo que llamamos en inglés the best interest of the child, es decir, el interés superior del menor, que en la mayoría de los casos es que el niño se quede o con la familia extendida o en la comunidad”. En esta línea y en aras de garantizar la protección de la infancia frente a posibles abusos, el Ministerio de Desarrollo Social de Palestina prohibió las adopciones nacionales e internacionales de niños gazatíes. Hoy, la lista de personas que necesitan salir de Gaza inmediatamente para recibir tratamiento médico roza los 10.000 casos, según reportan las organizaciones de ayuda humanitaria operativas en el enclave palestino.