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Imaginando un ciberfuturo más optimista
Tech Learning Collective es una escuela de formación tecnológica para personas motivadas políticamente en las artes de la hipermedia, la tecnología de la información y la práctica política radical. Ofrecen lecciones de informática sobre temas que van desde la alfabetización informática fundamental hasta las mismas técnicas de hacking informático ofensivo utilizadas por las agencias de inteligencia nacionales y las potencias militares.
“El impacto que las computadoras van a tener en nuestras vidas depende en última instancia de lo que nosotres mismes determinemos, imaginar un ciberfuturo más optimista es el primer paso para mejorar nuestra relación con la tecnología digital.”
La próxima vez que el péndulo oscile (porque lo hará), ¿cuál será el evento catalizador que lo provoque? ¿Qué forma adoptarán esta vez las redes que conectan nuestro mundo moderno? ¿Y hacia qué fines podríamos dirigir este nuevo viraje de la potencia computacional?
Plantearnos todas estas preguntas es un ejercicio fundamental para despertar nuestra imaginación colectiva. Nos ayudan a refinar el lenguaje que usaremos para describir el futuro que queremos crear. A diferencia de las trayectorias que siguen las estrellas en el cielo, la manera en la que las computadoras desempeñan tareas y se conectan las unas a las otras no responde a unos designios divinos. Somos las personas las que decidimos. Y ya que el impacto que las computadoras van a tener en nuestras vidas depende en última instancia de lo que nosotres mismes determinemos, imaginar un ciberfuturo más optimista es el primer paso para mejorar nuestra relación con la tecnología digital.
Las redes sociales y su papel en la sociedad
¿Qué es acaso la civilización sino conocimiento que se ha materializado en el mundo físico que nos rodea? Si hoy podemos disfrutar de agua corriente en nuestros hogares es gracias al antiguo arte de la canalización hidráulica. Solemos llamarlo “fontanería”, pero la fontanería es solamente posible gracias a los miles de años invertidos en refinar la práctica de la canalización de agua de un sitio a otro, un logro imprescindible para desbloquear tantas otras actividades cotidianas que han derivado de esta. Nuestra civilización ha ido creando herramientas e infraestructuras específicas para el tratamiento de aguas residuales a fin de facilitar esta tarea cada vez más: acueductos, embalses y bombas de agua. Las técnicas de ingeniería hidráulica de hoy en día podrían parecer mágicas a los ojos de los primeros fontaneros, pero cada paso en el proceso de innovación era en realidad bastante lógico en su momento. La mayoría de estos conocimientos tan “obvios” ya no existen como tal en la memoria de ninguna persona viviente que se dedique a la fontanería porque de alguna manera ya están implícitos en las propias herramientas; un sifón hidráulico “crea” automáticamente un sistema de contención de los gases bajo un lavabo independientemente del hecho de que les usuaries del lavabo sean conscientes de su función.
Del mismo modo, ¿qué es la sociedad si no el resultado de la comunicación entre personas? La vida social existe y se define a partir de las habilidades que tenemos para comunicarnos con les demás. Cartas de amor entre enamorades, conversaciones de sobremesa con amistades, escuchar las noticias todas las noches, o esperar en tu vehículo mientras el vehículo está en rojo, todos estos son ejemplos a tiempo real de lo que significa vivir en sociedad: una persona o grupo se comunica con otres para reforzar o reconfigurar su posición en la sociedad. Algunas normas sociales se erosionan con el tiempo, otras cobran fuerza y otras nuevas van surgiendo conforme la gente interactúa. Por lo tanto, la sociedad depende de la habilidad que las personas tengan para contactar entre ellas, es decir, que precisa de un medio por el cual las personas puedan entablar comunicación y expresar sus comportamientos sociales. En este contexto, si empleásemos el término “redes sociales” como un bien social colectivo, entenderíamos la profundidad que encierran.
A diferencia de las Redes Sociales™ de hoy en día, que enardecen constantemente la necesidad de conexión humana a la vez que están diseñadas para no satisfacerla nunca, las redes sociales de nuestro ciberfuturo optimista satisfarán las necesidades de conexión humana pero no estarán diseñadas para suscitar necesidad de más. Se acabaron los recordatorios para felicitarle el cumpleaños a gente a la que agregaste por compromiso hace décadas. Se acabaron los tablones de noticias plagados de selfies que nos provocan FOMO.
En su lugar, las redes sociales permitirán interacciones prosociales y rehuirán las interacciones vacías. Su finalidad será estimular unas conexiones humanas que favorezcan las necesidades emocionales y mentales, espirituales e intelectuales, físicas y materiales de la gente que está conectada. O sea, que, en lugar de estar diseñadas para generar adicción a sus funciones online, el tiempo empleado en las plataformas online estará fundamentalmente destinado a generar resultados offline.
“Un medio social que sirve a las necesidades sociales de las personas en vez de subvertirlas es también por definición más capaz de proporcionarle un tejido conectivo y social más sano del que pueden brotar fácilmente conexiones positivas.”
Las distracciones cacofónicas de las notificaciones de Facebook y Twitter desaparecerán, y no porque ya no se tomen o compartan selfies, sino porque la página principal de estas redes sociales estará al servicio de las necesidades reales de la vida. Imagina que, al ingresar en la plataforma en cuestión, en vez de empezar a absorber noticias negativas, recibes un truco para hacer pan casero de parte de les propietaries de la panadería de tu barrio. Quizá ya les conociste en aquella fiesta virtual por videollamada que celebraron por su 50 aniversario hace unos meses, un evento que fue simultáneamente presencial y online, como ya es costumbre. Además, tú no “sigues” a la cuenta de esa panadería para recibir actualizaciones del mismo modo que no acosas a la gente de tu pueblo mientras trata de vivir su vida. Simplemente habéis coincidido en el ciberespacio en el mismo momento y les has “oído” por casualidad mientras mantenían una conversación pública sobre hacer pan. De la misma manera que tu oído se acostumbra naturalmente a una conversación entre gente que conoces cuando te acercas a elles en una calle transitada. Navegar por las redes sociales se parecerá más a dar un paseo por el centro de tu ciudad, y no tanto a espiar silenciosamente a un objetivo remoto.
Un medio social que sirve a las necesidades sociales de las personas en vez de subvertirlas es también por definición más capaz de proporcionarle un tejido conectivo y social más sano del que pueden brotar fácilmente conexiones positivas. Si entendemos que las redes sociales son un recurso compartido clave que merece ser protegido de la misma forma que protegemos los ríos y los arroyos, nuestras redes sociales podrían volver a ser lugares de interacción comunitaria en los que se traten asuntos y eventos que afectan a nuestra vida diaria y no a los de una persona famosa y lejana. Tendrían una función parecida a la de los barrios, las plazas y los mercadillos. Esto no quiere decir que no exista la comunicación a larga distancia, sino que las tecnologías digitales que usamos de manera cotidiana reflejarían y restaurarían las prioridades naturales de nuestra condición humana.
Las relaciones con nuestras amistades, personas vecinas y comunidades girarán en torno a espacios físicos y realidades materiales en vez de a cualquier más allá futuro, existencia incorpórea o espectáculo sensacionalista.
Privacidad, propiedad y abundancia para todo el mundo en todas partes
Las leyes de la propiedad se han utilizado durante mucho tiempo para controlar a la clase trabajadora. Durante la Revolución Industrial, la militancia laboral consiguió a veces interrumpir la supremacía de la propiedad. La organización sindical podía resistir contra los aspectos más explotadores del capitalismo industrial debido a que los jefes dependían de la fuerza de trabajo de la clase obrera, que encontraba así un medio para ralentizar la creciente brecha de poder y control sobre los recursos materiales.
Hoy en día, las grandes empresas tecnológicas utilizan una estrategia similar, aunque su lógica es mucho más absurda. La clase trabajadora paga por acceder a unos servicios online plagados de rastreadores provenientes de una especie de “centros comerciales electrónicos” donde compran cosas que no necesitan, vendidas por “influencers” a través de unas redes sociales diseñadas para inundarnos de odio, miedo y desinformación. A continuación, todos estos datos nuestros se venden a corporaciones para alimentar a inteligencias artificiales (IA) capaces de hacerse pasar por personas e incluso superarlas en empleos de manufacturación y servicios. Los datos son considerados ahora una forma de propiedad “intelectual”, aunque la lógica de las ideas es incompatible con la lógica de lo material. En esta nueva “economía de la atención”, somos nosotres mismes quienes estamos construyendo las máquinas que compran nuestros pensamientos.
En su “Manifiesto Hacker”, Mckenzie Wark identificó la característica distintiva de este tipo de economías: la manera en la que se mercantiliza la información. La propiedad intelectual, afirma Mckenzie, es una abstracción del capital, que es a su vez una abstracción de la posesión de tierras. En la era industrial, el valor económico estaba directamente relacionado con la cantidad limitada de tierra que podía poseerse. Cuando se abstrajo el valor de la tierra, la clase terrateniente fue la primera en generar riqueza intangible como acciones y bonos comerciales.
Pero las abstracciones son un arma de doble filo: si llevamos las abstracciones demasiado lejos, las formas concretas pierden su potencia inmediata. Por ejemplo, un grupo de trabajadores alienades de sus tierras tienen muy pocos recursos financieros con los que armar una rebelión, pero un grupo de trabajadores de *telecomunicaciones* no necesita un espacio físico para generar valor, y por lo tanto pueden acceder a recursos nuevos y diferentes con más facilidad. La habilidad de telecomunicarse, tal y como observó Andrew Feenberg, “altera las fronteras de lo personal y lo político”, llevando “la política a la vida cotidiana”. Algunos ejemplos de esto son la Primavera Árabe, el movimiento Black Lives Matter y las asociaciones de Defensor del Paciente tales como los COVID-19 Long Haulers.
Aunque las personas capaces de desarrollar una red de telecomunicaciones son las que se benefician mayoritariamente de sus utilidades físicas, es la topología de la red la que determina quién se acabará beneficiando más de la doble abstracción que supone el uso de los datos como moneda de cambio, generada por la actividad de la red. En un sistema centralizado como Facebook, Facebook es el principal beneficiario porque toda la actividad está directamente mediada por Facebook. Por definición, el mero hecho de que haya actividad en la red de Facebook enriquece inevitablemente a dicha compañía. Esto es análogo a la manera en la que la clase rentista extrae dinero de las personas arrendatarias, impidiéndoles acumular riqueza a través de la propiedad de la vivienda. Con la aparición de los servicios de suscripción digital como Netflix y Spotify, la clase trabajadora ha de lidiar a la vez con el régimen legal de la propiedad (intelectual), la centralización técnica y la economía del rentismo.
Sin embargo, las mismas actividades de los sistemas centralizados existentes pueden replicarse en infraestructuras descentralizadas precisamente gracias a la abstracción de los datos. Las redes descentralizadas proporcionan otro tipo de beneficio: permiten la coordinación sin necesidad de un centro único de control, lo que supone en sí mismo un obstáculo para la adquisición de propiedad de datos. La topología de red en malla no enriquece intrínsecamente a un monopolio existente, sino a sus participantes. Puede que un grupo de trabajadores de telecomunicaciones que se organizan en un sistema centralizado puedan utilizar herramientas otrora inaccesibles para los sindicatos de principios del siglo XX, pero su organización seguirá sin generar riqueza propia. En cambio, en un sistema descentralizado, el acto de organizarse en sí mismo se convierte en un acto de autoenriquecimiento sin ningún límite teórico en la economía de los datos.
Imagina cómo semejante red de comunicaciones podría hacer que el discurso político beneficiase directamente a las personas que participan en él. Una vez rescatado de convertirse en un producto de datos extraídos de nuestras mentes, el discurso volverá a nuestras comunidades como un elemento de cohesión social, creando un círculo virtuoso y enriqueciendo nuestra conciencia colectiva. El discurso resaltará unos argumentos razonables, ayudándose de notas colaborativas y herramientas que permitan corroborar los hechos ágilmente para evitar que la gente regurgite desinformación y abriendo oportunidades para interacciones más productivas.
Un discurso orientado a la comunidad favorece, por naturaleza, a los comercios locales, manteniendo la riqueza local dentro de la comunidad. A medida que los lazos sociales se fortalezcan dentro de los márgenes de la proximidad física, la línea que separa lo público y lo privado se irá difuminando inevitablemente. Los sistemas de bienestar del vecindario también crecerán más allá de estos lazos, conectando y potenciando las interacciones en las que cuidamos de les demás en pos de la seguridad mutua. En vez de encomendar nuestra seguridad individual a la subcontratación de un circuito de cámaras que transmiten vídeos de nuestros hogares a los departamentos de policía, la telecomunicación vecinal se usará para sobrealimentar alternativas en la realidad física, tales como que la gente solicite a sus vecines que cuiden a sus hijes o mascotas. “La red del vecindario” ya no estará controlada por Amazon Sidewalk, sino que se convertirá en un modo de romper el hielo entre vecines, fomentando las interacciones comunitarias.