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Nacida tres años después del final de la Revolución de los Claveles, Raquel Varela (Cascaes, 1978) ha dedicado a este momento gran parte de su trabajo como historiadora. Ejerce como profesora de Historia en la Universidade Nova de Lisboa y mantiene un ritmo de investigación que le lleva a varios puntos distintos siempre en una dirección, en la que la historia de las y los de abajo se sitúa como protagonista de esos episodios de lucha. En septiembre ha estado en Madrid, Iruña y Barcelona para presentar su Historia popular de la revolución de los claveles (Verso, 2024), traducido al castellano una década después de su publicación en Portugal.
El libro comienza advirtiendo que el proceso que llega al 25 de abril es muy largo y que tiene que ver con la reacción contra el colonialismo portugués en África. Habitualmente identificamos la Revolución con su desarrollo no violento, pero te encargas desde el principio de contar esa otra historia.
Lo que defiendo es que, al contrario de lo que dice la mayoría de la historiografía, para mí el proceso revolucionario portugués no es un proceso que tenga solamente detrás suya una guerra colonial. Es un proceso revolucionario que empieza con una revolución anticolonial en 1960, con las huelgas de los trabajadores forzados en Angola. Portugal es el país que utiliza el trabajo forzado hasta más tarde, hasta el año 1974. Esto está profundamente imbricado con el imperialismo británico y su conexión con África del Sur, un aspecto que desarrollamos en nuestro nuevo libro Historia Popular de Portugal que hemos hecho del punto de vista ibérico y global. En la Historia popular de la revolución de los claveles planteo claramente esa hipótesis de que el motor no es la guerra colonial, sino la revolución anticolonial. Hablamos entonces de un proceso revolucionario en dos momentos: la revolución anticolonial y la revolución en la metrópoli.
¿Qué significa esto respecto al relato habitual?
Una primera cuestión es que no es solamente el movimiento de las Fuerzas Armadas el que protagoniza el golpe del 25 de abril el que abre las puertas a la Revolución, sino que la revolución empieza en África. Por tanto, si es una revolución que empieza en África, estamos hablando de un proceso revolucionario sangriento. Por primera vez publiqué las cifras de muertos del lado de los movimientos de liberación, que en ese tiempo eran considerados ciudadanos de Portugal. Hasta ahora, la historiografía ha hablado de los muertos de la guerra colonial solamente fijándose en los muertos del ejército portugués. Es intolerable desde el punto de vista científico. Según los cálculos en los archivos militares, entre el anticolonialismo, hay cien mil muertos de Angola, Mozambique y Guinea. En este tiempo solo había una sociedad más militarizada que la portuguesa: la de Estado de Israel.
¿Qué consecuencias tiene en el plano internacional la revolución de abril de 1974?
La diplomacia norteamericana de la época decía que solo tenía un problema mayor que Portugal: Vietnam. Después de abril, temían lo que el presidente [Gerald] Ford llamaba el “Mediterráneo Rojo”. En mi libro desarrollo la tesis, que para mí es absolutamente demostrable, de que la revolución ha sido determinante en el fin del franquismo y el fin de la dictadura de los coroneles en Grecia. Todo el mundo conoce la revolución chilena, pero casi nadie conoce la revolución portuguesa, que ha sido la principal revolución europea en la segunda mitad del siglo XX. La secuencia es que la revolución anticolonial lleva a la derrota de la guerra colonial y a la radicalización de los militares. Los hospitales pasaron a estar autogestionados, las escuelas también. Es un proceso de democracia participativa simpar. En Estados Unidos el efecto de la radicalización de una parte de los militares, no de todos, desata el pánico. Porque se junta todo, es como una tempestad perfecta desde del punto de vista de la burguesía. Se junta el movimiento obrero masculino con el femenino, las fábricas con los servicios, las colonias con la metrópoli. El impacto de la revolución es uno de los más importantes de toda la historia. De una población de diez millones de personas, tres millones estuvieron involucradas. Hablamos de la nacionalización de la banca sin compensaciones, hablamos de más de mil empresas autogestionadas.
Defiendes que es al mismo tiempo una revolución en el sentido clásico, de toma de los medios de producción, pero que anticipa también las reivindicaciones del siglo XXI, involucrando a sectores nuevos. ¿Cómo es esto posible?
Más de la mitad de los conflictos tuvieron lugar en fábricas, en plantas industriales, pero la revolución se extendió al sector de servicios, a la enseñanza, a la salud. Es una revolución, como decía Paul Sweezy, “del siglo XXI”, porque toda la revolución fue televisada, porque los periodistas practican la autogestión en la televisión pública. Los medios de comunicación funcionan en ese momento bajo gestión democrática de los periodistas. Los hospitales están bajo una gestión combinada de médicos, enfermeros y personal técnico. Son ellos los que deciden la planificación del hospital y la organización del trabajo. Es una revolución que demuestra inequívocamente la centralidad del trabajo y, a partir de la centralidad del trabajo, una cuestión que para mí es muy importante, que es la subjetividad de los trabajadores. Hay toda una centralidad de los modos de vida. No se trataba sólo de ocupar casas para tener vivienda, sino para hacer teatro. No se trataba sólo de abrir el hospital, sino de discutir sobre la autonomía del trabajo, el sentido del trabajo. Y eso es profundísimo.
En la actualidad hay una tendencia de la izquierda a estar permanentemente demandando al Estado, pero una política revolucionaria es una política de conquistas contra el Estado
Hay una cuestión fundamental y es el papel de las mujeres y el cuestionamiento de la división sexual del trabajo. ¿Hasta qué punto es importante en el proceso revolucionario?
Creo que es un tema central. Yo soy muy crítica de un abordaje identitario o puritano de las cuestiones de la división sexual y de género, etcétera. Me parece que, en ese sentido, se debe estudiar el proceso de la revolución portuguesa, porque lo que sucede, verdaderamente, es un encuentro del género humano: los obreros y las obreras pelean juntos por el mismo salario para el mismo trabajo. Cuando se van a hacer piquetes de huelga por la noche, muchas mujeres duermen solas fuera de casa por primera vez. Se plantea la cuestión de la autonomía de la mujer. Portugal es el primer país que tiene guarderías abiertas todo el día porque se plantea la cuestión de la socialización del trabajo doméstico. Las mujeres están dirigiendo las comisiones de enseñanza, planteando cuestiones fundamentales.
¿Cuál es el sustrato del que surge esto?
Esto está relacionado con que Portugal movilizó 1,2 millones de hombres para la guerra, y otro millón y medio migró a trabajar a Francia o Alemania. Aquello plantea una escasez de fuerza de trabajo en las fábricas. Son empleos ocupados por mujeres. A finales de los 60, Portugal tiene la mayor tasa de trabajo femenino de toda Europa. Entonces, las mujeres plantean cuestiones como la guardería abierta todo el día: eso es una conquista de la Revolución de los Claveles. Más que una pelea hombres-mujeres, lo que plantea la revolución es una pelea de clase contra el capital. Hay una superación dialéctica de las divisiones de género.
El retraso de Portugal en el momento de la revolución es evidente, hasta el punto de que se llega a hablar de la “Albania atlántica”, para compararlo en materia de derechos de las mujeres, de desarrollo humano, económico, etcétera. ¿Cómo se explica entonces el salto adelante que supone la revolución?
Yo creo que la categoría del desarrollo desigual y combinado de Trotsky es la que mejor nos sirve para interpretar este proceso. Por un lado, era una población profundamente atrasada —la mayor tasa de mortalidad infantil y materno infantil de Europa, los sueldos más bajos— y al mismo tiempo había una intelectualidad moderna, una literatura importantísima y un movimiento obrero, concentrado en Lisboa y Setubal, que es entonces fortísimo. Era uno de los países más atrasados de Europa, pero con bolsas de vanguardia que van a ser determinantes para la toma de conciencia política y el desarrollo de las organizaciones políticas y de cuadros. Me estoy refiriendo a bolsas como el movimiento obrero industrial de las ciudades y los movimientos estudiantiles, muy influenciados por el mayo del 68 y radicalizados en el marxismo contra la guerra colonial. Las dos cosas coexisten: hay partes del país que están más cerca de la Edad Media, pero el movimiento obrero, el movimiento estudiantil, estaban conectados a lo último que salía de Francia.
El Estado portugués atraviesa una gran crisis en ese momento.
Junto con España, Portugal era una de las dictaduras más largas de entonces. El 40% del presupuesto era para economía de guerra y la gente no tenía agua potable en Lisboa. Los consejos, los soviets, se forman para cuidar de la producción y reproducción social que el Estado capitalista no estaba consiguiendo asegurar. Entonces, cuando se da el golpe de Estado y la Revolución empieza, la burguesía no tiene con quién hablar, porque los sindicatos estaban prohibidos y los partidos estaban prohibidos. La gente espontáneamente empezó a organizarse en consejos obreros y consejos de escuelas y comisiones de enseñanza, que toman todas las decisiones de organización de trabajo, de organización de escuela, de organización de ciclo escolar, del trabajo en los hospitales, de la organización del sueldo en las fábricas. El Estado entra en crisis profunda y con ello su capacidad de organizar la producción. Y eso, para mí, demuestra la dualidad de poderes que es lo que caracteriza un proceso revolucionario. En la actualidad hay una tendencia de la izquierda a estar permanentemente demandando al Estado, pero una política revolucionaria es una política de conquistas contra el Estado, de autoorganización de los trabajadores contra el Estado y no de exigir al Estado. Esa es una política reformista, socialdemócrata clásica.
Infelizmente, la idea de Estados ibéricos socialistas, o partidos ibéricos socialistas que fue muy querida por el anarcosindicalismo y el socialismo, hoy ha desaparecido
El efecto sobre España es inmediato.
La relación con España es central. Para mí, la Revolución portuguesa es interpretada como una alarma roja en España en el sentido de que se interpreta que es necesario empezar una transición de élites para evitar un proceso revolucionario, para evitar el contagio. Aporto mucha documentación en ese sentido. También funciona en sentido contrario: la contrarrevolución en Portugal, la derrota de la revolución, está íntimamente ligada con los pactos de Moncloa. Hay una revolución y contrarrevolución ibérica. Y la forma de la contrarrevolución ibérica, que es a través de elecciones, Estado social, concesiones a los trabajadores, negociaciones con el Partido Socialista y Comunista, es la forma que va a adoptar la doctrina Carter para el fin de las dictaduras en América Latina en los años 80. La península Ibérica es el laboratorio de aquello que llamamos contrarrevolución democrática. Porque el proceso chileno, una contrarrevolución sangrienta, no era posible hacerlo con las condiciones de desarrollo de la clase trabajadora que se habían dado en Portugal y también en España. En el libro que hemos publicado, que en portugués se llama Breve historia de Portugal, pero es una historia popular de Portugal, abogamos y desarrollamos más profundamente esta tesis.
¿Cuáles son las conexiones principales a lo largo de la historia?
Defendemos que la revolución de 1868 también es ibérica y antes lo fue la revolución popular contra las invasiones francesas. Salazar va a ser esencial para las tropas de Franco y la derrota de la Revolución española torna definitiva la victoria de la dictadura en Portugal. De igual manera, el fin de la dictadura portuguesa torna imposible la continuidad del franquismo y los dos países son obligados a entrar juntos en la Unión Europea. La Asociación Internacional de los Trabajadores en Portugal es fundada a partir de Madrid y de Barcelona. Se cantaba el Grandola en Sevilla. Los militares españoles radicales tenían también contactos con los militares del movimiento de las Fuerzas Armadas. La UGT portuguesa es fundada a partir de la UGT española. El vínculo también se da en la extrema derecha, cuando la extrema derecha pilotada por António Spínola es obligada a salir de Portugal, es en Madrid donde se exilian.
¿Por qué crees que habitualmente no se establecen esas relaciones al tratar la historia de los dos países?
Para mí, la historiografía está presa dentro de la historiografía burguesa nacional, pero las dinámicas del trabajo populares y sociales también muestran esa imbricación. El contacto es total. Es un absurdo no pensar Portugal-España como un todo; hay diferencias obvias, respecto a la cuestión independentista, que no aplica en Portugal, o las circunstancias coloniales, que son distintos. Hay una relación directa. Infelizmente, la idea de Estados ibéricos socialistas, o partidos ibéricos socialistas que fue muy querida por el anarcosindicalismo y el socialismo, hoy ha desaparecido. Se ha perdido la idea de la organización, porque los Estados están de espaldas, pero en la realidad social es al revés: nada pasa en un país que no tenga efecto en el otro.
Memoria histórica
¿Por qué España no tiene un museo de la dictadura, la resistencia y la libertad?
Es lo que se preguntan muchos españoles que visitan el Museo do Aljube en Lisboa, capital del país donde pervivió durante casi cuarenta años la dictadura de Oliveira Salazar.
Muchos militantes antifranquistas viajaron a Portugal en los días de la Revolución para verla con sus propios ojos. ¿Cómo funciona ese flujo ibérico en esos momentos?
Hay investigaciones académicas muy interesantes sobre eso, hechas en Portugal y hechas en España, que han demostrado que hay una conexión directa entre los estudiantes, los grupos maoístas, los grupos anarquistas, los independentistas. Muchos de estos se van, se exilian, se organizan en Portugal. En casa de mi familia, por ejemplo, estuvieron acogidos militantes huidos del franquismo en los años 74 y 75. En Portugal, cuando los últimos garroteados del franquismo son asesinados en 1975, la izquierda popular radical ataca la Embajada de España y el consulado y los periódicos portugueses acuerdan llevar una portada única, que dice “Franco asesino”. La imbricación no es mayor porque los partidos comunistas y los partidos socialistas tenían un acuerdo para que Portugal y España estuvieran en la esfera occidental y obstaculizaron cualquier desarrollo internacionalista. Eso es algo que también he planteado en mi investigación y en mi tesis de doctorado, que es sobre la historia del Partido Comunista Portugués en la Revolución.
Existe una mitología que dice que los trabajadores querían una dictadura estalinista; está instalada para calumniar un proceso de democracia participativa
Has hablado de los vínculos de las extremas derechas, esto existe también en el nivel represivo, entre la Policía Internacional y de Defensa del Estado (PIDE) portuguesa y la Dirección General de Seguridad. ¿Sobreviven esos lazos a la revolución?
Sabemos que hay una relación estrecha entre Franco y Salazar y que hay contactos entre las policías políticas. Y eso dura desde el inicio de la dictadura española hasta el final. Después de 1974, la PIDE, la policía política es desmantelada. La revolución asalta su sede. La policía se vuelve incapaz de funcionar. Ese proceso es distinto al de España. En España hay una pervivencia del franquismo en instituciones como la Guardia Civil que en Portugal no se da. La gente del aparato represivo es totalmente apartada, jubilada, detenida... La mayoría no llega a ser juzgada, pero es apartada. El archivo de la PIDE es archivo público. El archivo de Salazar es hoy un archivo público, en España no, está en manos de la familia Franco. Entonces, desde ese punto de vista, la respuesta es no. Las instituciones represivas son totalmente destruidas con la Revolución.
La extrema derecha muere en Portugal durante muchos años. ¿En qué contexto encuadras su regreso en esta década?
La extrema derecha en Portugal no obedece a fenómenos como los de España, donde aun tiene un respaldo social derivado de la fuerza del franquismo en los aparatos del Estado; un hecho que viene de que no hubo una revolución, hubo una transición. En Portugal hay una extrema derecha tradicional que tiene respaldo social que, como en España, está vinculada a sectores de la Iglesia Católica, pero la extrema derecha que ha surgido ahora está conectada con la extrema derecha internacional. Ha surgido dentro del aparato represivo del Estado portugués. Se nutre de las policías, de la Guardia Nacional Republicana y está promovida —lo digo sin miedo de la palabra— por la comunicación social burguesa: el líder de la extrema derecha tenía apenas un diputado y era la tercera figura con más espacio mediático en los medios liberales y socialdemócratas. Para mí, eso demuestra que hay una parte de la burguesía portuguesa que, ante la perspectiva de huelgas, conflictos sociales y fuerza de los trabajadores, está preparando su plan B: “gobernamos con democracia liberal si es posible, con bonapartismo si es necesario”.
¿Y qué relación tiene la derecha con la revolución? ¿Ha intentado apropiársela o la rechaza?
El cartel de la extrema derecha en Portugal respecto a la Revolución decía “A 50 años estamos mal”. Ellos reivindican el 24 de abril. Para ellos el problema empezó el 25 de abril. Lo que sí está haciendo la extrema derecha, con los sectores liberales y socialdemócratas, es reivindicar el golpe del 25 de noviembre de 1975, que puso fin a la Revolución. Su argumento es que el 25 de abril se derrotó a la dictadura y que eso está bien, pero que el 25 de noviembre se derrotó a la dictadura de los trabajadores y empezó la democracia liberal. Eso implica una profunda deshonestidad histórica, porque lo que pasó en Portugal en diecinueve meses de Revolución no fue una dictadura de los trabajadores, fue el momento más democrático de toda la historia de la Península Ibérica, solo equiparable a lo que fueron los consejos en Barcelona en los años 1936 y 37. En esos 19 meses, los trabajadores discutían todo, debatían todo abiertamente y la única dictadura durante esos meses fueron los ataques con bombas de la extrema derecha, son las tentativas de control del aparato de Estado, etcétera, etcétera. Nada que ver con los consejos obreros y de trabajadores. Pero existe una mitología que dice que los trabajadores querían una dictadura estalinista. Está instalada para calumniar un proceso de democracia participativa y para justificar una dictadura que es la democracia liberal. Porque la democracia liberal implica una dictadura en los centros de trabajo. Se permite el voto, el sufragio universal, es una democracia política desde el punto de vista del régimen político, pero es una dictadura desde el punto de vista de la producción. Ningún trabajador es llamado a decidir lo que produce, por qué produce y para quién produce. Y en Portugal, los meses de la Revolución, fueron una democracia política y social.
¿Cuál es el legado positivo que queda de la revolución?
Es un legado peligroso para la burguesía. Es lo que planteo en el cómic que hicimos con Robson Vilalba, El pueblo es quien más ordena (Txalaparta, 2024). Es la idea de que la utopía es posible. Porque cuando se habla de socialismo se habla de Stalin y de Camboya. ¿Por qué no se habla de lo que pasó durante la revolución portuguesa? Es el momento en que la gente se escuchó, cooperó, defendió la libertad y la igualdad. Entonces, el mayor legado de la revolución es que muestra como posible un mundo socialista en el que igualdad y libertad van juntas, en el que no tienes que abdicar de una. En el capitalismo abdicas de la igualdad, en el estalinismo abdicas de la libertad. Y la revolución portuguesa ha demostrado que el proyecto socialista del siglo XIX en realidad existió. Ese es su mayor legado.
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Estupenda entrevista, la autora expone unos planteamientos muy interesantes y novedosos, al menos para mí. La verdad es que miramos poco a Portugal y deberíamos corregir eso. O resucitar la idea de la confederación ibérica...
evidentemente el socialismo no es Stalin, pero tampoco es el PSOEZ o el Partido Laborista, hay un socialismo en medio, en Yugoslavia se aplicaba un socialismo autogestionado con una inmensa participación de los trabajadores en todo tipo de toma de decisiones, que dió excelentes resultados, y el socialismo tampoco es la República Portuguesa señorita, eso es capitalismo salvaje, muy buenas ideas en la Revolución de los claveles, pero quedaron en eso, en cuanto el capitalismo puso la máquina de podredumbre a funcionar
A Mí me pilló en la mili" entonces, sobre todo en Gipuzkoa, se estaban produciendo movilizaciones y huelgas dirigidas por los Comités de empresa que paralizarán prácticamente la industria y las HUELGAS GENERALES eran el día a día
Es cierto y suscribo.LA REVOLUCIÓN SE HACE CONTRA EL ESTADO
AURRERA ✊🏾