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La semana política
No es un escándalo
Si cada día hay un escándalo, virtualmente no hay escándalos. Esta semana ha habido uno, enorme. O quizá no haya sido un escándalo, solo una noticia más. No está muy claro quién establece la categoría y por tanto no podemos saber si el escándalo de esta semana es que alguien ha dicho que los perros y los gatos no sé qué.
Ha sido, dejémoslo así, una noticia más. Forbidden Stories, un consorcio de periodistas y Amnistía Internacional han destapado la filtración de 50.000 números de teléfonos, recopilados por la compañía israelí NSO. Una base de datos de personas de interés que incluye a tres presidentes, un rey, activistas, periodistas, primeros ministros, personalidades del contrapoder y de los arrabales del poder.
El principio operativo es que nadie es una isla, se espía al objeto de interés y a sus circunstancias, es decir, a otras personas de su entorno. Un ejemplo que podría dar lugar a una película de tarde: entre los teléfonos hackeados estaban los de las amistades de la princesa dubaití Latifa, que fue atrapada pese a su minucioso plan de huida por los servicios secretos al servicio del jeque Mohammed bin Rashid Al Maktoum, su padre.
Entre las víctimas hay personas que han sido asesinadas en extrañas —o no tan extrañas— circunstancias —por el narco, por servicios secretos—, víctimas de técnicas de kompromat, difusión de material comprometedor: grabaciones íntimas, mensajes privados, movimientos sexis.
Aparentemente todo se hace contra el crimen y contra el terrorismo.
Si todo puede ser fruto de un pensamiento conspiranoico ya no existe la conspiración. Toda la denuncia está basada en “acusaciones falsas”, “teorías no corroboradas”, “suposiciones equivocadas”, asegura la empresa. “No existe una base fáctica que sugiera que el uso de los datos equivale de alguna manera a la vigilancia”, alega NSO para rechazar su responsabilidad. Otra forma de decir que los hechos no se pueden relacionar unos con otros puesto que, como empresa especializada, ha tenido la precaución mínima para que el mapa esté formado por calles sin salida. La última puerta lleva a otro laberinto. NSO declara que no se la puede culpar por lo que hagan los Gobiernos con las herramientas de espionaje que provee.
Salvedades
La cosa se pone seria desde el comienzo. No se trata solo de artistas de reparto. Emmanuel Macron pudo ser uno de los espiados. Su círculo más cercano pudo ser objeto de intrusión en sus terminales móviles. La comprobación no es en absoluto fácil, de ahí tanto condicional. El listado solo indica que NSO poseía la información de esos móviles. También poseía el virus, el malware, que puede acceder a todo lo que hoy nos dibuja como somos: qué pensamos, quiénes son nuestros amigos, nuestros contactos, qué búsquedas hacemos, qué estamos pensando comprar, adónde vamos, adónde pensamos ir, qué transportes usamos. Nada que no fuese trazable ya. La novedad es que es barato, o no tan inaccesible como programas similares. NSO ha democratizado —es un decir— la capacidad de cibervigilancia que ya tenían los servicios secretos de las principales potencias. Y esto ha sido una baza diplomática para Israel, que ha autorizado su distribución a Gobiernos que no habrían tenido la capacidad de poner en marcha sistemas de vigilancia de ese alcance.
Nada que nos tenga que preocupar a quienes no somos personas de interés. Nada que llegue a esta región del Mediterráneo sur. Salvo que.
Salvo que la preocupación por los derechos humanos no se tome como una frase de relleno. Salvo que no caigamos en la ingenuidad de pensar que esas cosas no pasan aquí. Salvo que pensemos que es peor destruir una tarjeta SIM con las pruebas de un espionaje que espiar.
Además de a los servicios secretos de Francia, el escándalo Pegasus ha marcado en rojo a Marruecos, donde se ha podido espiar al propio rey Mohamed VI y su entorno
En el listado de países clientes de NSO, Gobiernos que han podido emplear Pegasus, no aparece España, pese a las evidencias aportadas, tampoco un Estado como Colombia, tal vez cliente de otro proveedor. Ni rastro, la duda ofende, de países con servicios de información y espionaje top.
En julio de 2020, el entonces presidente del Parlament de Catalunya, Roger Torrent, denunció que Pegasus estuvo en su móvil. Ya entonces se sabía que la tecnología de la empresa israelí solo podía ser adquirida por Gobiernos y cuerpos policiales públicos. No ha sido el único político independentista trazado por Pegasus. Silencio.
Nuestro amigo, el rey
Además de a los servicios secretos de Francia, el escándalo ha marcado en rojo a Marruecos, donde las prácticas de acoso a periodistas y activistas no son una novedad. Sí es nuevo que quede en evidencia que se ha podido espiar al propio rey Mohamed VI y su entorno.
El periodista Ignacio Cembrero ha sido uno de los afectados por el espionaje marroquí. Cembrero escribe en El Confidencial sobre un asunto que afecta de lleno la estabilidad del régimen alauita. El seguimiento, escribe, pudo haber sido organizado por Abdellatif Hammouchi “el jefe policial con más poder en la historia de Marruecos, una figura que encabeza a la vez la Seguridad Nacional (la policía convencional) y la Dirección General de Supervisión del Territorio (algo así como la policía política)”. Un funcionario felicitado, en el mes de febrero de 2021, por las agencias estadounidenses FBI y CIA.
Hammouchi está, claro, en el alambre. La cuestión es saber qué clase de información posee y qué efecto puede generar ésta en el caso de que sea destapada. Qué pasa cuando esa información prefigura un momento de destrucción mutua asegurada, para el funcionario señalado y para el Régimen que aquél conoce como nadie.
Estremece pensar en una situación similar en España. Salvo que.
Salvo que no es tan distinta del goteo de informaciones que rodean el caso Villarejo. El kompromat sigue royendo la democracia, las personas de interés, activistas de derechos humanos, periodistas o políticas, solo pueden estar seguras de que no están seguras.
Lo que se escucha ahora es el más puro silencio. Nadie se mueve. Ni Pedro Sánchez ni ninguno de sus ministros hablan del tema. No en vano, la tormenta de verano puede disiparse, pese a las demandas de Amnistía Internacional, Reporteros sin Fronteras y otras organizaciones, que piden que cese la autorización que permite exportar software de cibervigilancia.
Angela Merkel fue espiada por la NSA y la respuesta fue un murmullo, una declaración para decir que entre amigos no es decoroso espiarse. Sánchez, que reclamó el apoyo de Francia durante la crisis fronteriza con Ceuta, no ha emitido el más mínimo ruido sobre el asunto Pegasus. Dejar que pase, hacer alguna purga sin ruido, mantener velados los otros Pegasus, dejar intacto el negocio y el potencial de estas herramientas. Suena como una especie de plan.
Edward Snowden, que filtró documentos sobre los software PRISM y XKeyscore, operados por la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (NSA), calificó la filtración de Pegasus como “la noticia del año”. Sin embargo, ¿qué convierte un escándalo en un escándalo? Es posible que la respuesta de los Gobiernos sea elocuente: ese silencio, ese dejar que pase, puede ser la prueba de que, esta vez sí, se trata de un escándalo.
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Pegasus es una aplicación muy atractiva para muchos Gobiernos, sea en democracias o en países autoritarios. Los Gobiernos que utilizan Pegasus luego se rasgan las vestiduras denunciando a China o Rusia por el control social de sus ciudadanos.A todo esto es preocupante que un curso de master en la Guardia Civil incluya la visita y charlas de las policías colombiana y brasileña que cuentan en su hsber cientos de muertos , desaparaciones, violaciones y abusos sexuales, torturas...: https://www.publico.es/politica/alumnos-master-guardia-civil-visitaron-escuela-antidisturbios-colombianos-plena-ola-represiva.html