Literatura
Ha muerto el abogado de la interculturalidad

“Tenemos que retener de Mandela la convicción para combatir la injusticia”. Esas son solo algunas de las muchas exquisitas palabras de Antonio Lozano, pensador solidario, humanista e intelectual crítico. Un enamorado infinito de África que luchó por enterrar los estereotipos respecto al continente vecino. El mundo y su sueño de superar barreras para unir culturas lloran su pérdida.

Antonio Lozano
Antonio Lozano, escritor de novela negra.
16 feb 2019 06:36

Tangerino, cuentista, escritor, autor teatral y activista cultural. Antonio Lozano falleció este domingo en su casa de Agüimes, en Las Palmas de Gran Canaria, devastado por el monstruo del cáncer, que desde hace años le restaba energía pero nunca consiguió borrar su eterna sonrisa. Tenía 62 años y un intenso recorrido cultural a sus espaldas. Cuatro días después de su muerte, rendimos homenaje a un enamorado infinito de África que luchó contra los estereotipos y que se esforzó por comprender a los caminantes de miles de caminos, desiertos y carreteras secundarias que cruzan mares y océanos en busca de una vida mejor.

Cálido, afable, buen humorado, entrañable, incluso en los peores momentos de la enfermedad, así le describen sus seres más cercanos. Aquellos que tuvieron la suerte de compartir mañanas de conversaciones sobre compromiso social acompañadas de tazas de café, tardes creativas de valentía y tolerancia y noches de insomnio protagonizadas por los esfuerzos para comprender todos los detalles de los diferentes mundos, una cualidad —la de intentar entender— que acompañó siempre al autor tangerino.

Recontar un continente olvidado —África, su África—, ese continente en el que nació y que intentó acercar a los demás, le llevó a empuñar la pluma para combatir el desconocimiento y los estereotipos que emanaban sobre las muchas áfricas que forman el continente. Empezó a escribir tarde, aunque le apasionaba desde niño. Y lo hizo porque sintió, como un puñal repentino que se clava en el alma, la necesidad de dar una visión diferente del fenómeno de la migración clandestina. Quiso comprender las razones por las que se emigra e indagar en la realidad, de cerca, siempre desde dentro, para luchar contra “el desprecio hacia el otro”, los prejuicios y la ignorancia.

Para todo eso, casi nada, en 2002, con 44 años, escribió Harraga, su primera y valiente novela, que obtuvo el premio de Novelpop a la mejor novela negra publicada en España y el premio Marsellais du polar en 2008. Un relato doloroso y sensible, que golpea con dulzura y remueve conciencias acerca de la situación de los inmigrantes irregulares de origen magrebí. Siguió con Donde mueren los ríos, en 2003, que fue finalista del premio Brigada 21 y hablaba de los mil y un periplo que atraviesan los migrantes subsaharianos para alcanzar las costas españolas. Las dos obras, sin precedentes, son claves para entender le fenómeno migratorio que despertaba en aquel momento. Llegó pronto, en el instante adecuado, antes que nadie, despacito, pero a zancadas, a entender a los africanos que migran con la mirada fijada en el sueño europeo. Cuando en el occidente de aquel entonces lo único que se podía leer sobre África eran enfermedades, gentes salvajes, guerras tribales y recursos naturales.

Antonio Lozano nació en el Tánger de los años 50, exactamente en 1956. Aquel Tánger nada tenía que ver con el de ahora. Quizá fuera la tierra del Chukri, que también amo Goytisolo, la que le hizo amar la interculturalidad entre los pueblos, ya que en esa época Tánger era una luminosa y tolerante mezcla artística, lingüística, cultural y religiosa. O quizá su calidad humana innata y soñadora. Pero lo cierto es que a lo largo de su vida, Antonio Lozano organizó varios encuentros interculturales y tradujo la obra de numerosos artistas africanos para acercársela y regalársela a occidente. Para enseñar al viejo continente que los africanos tenían muchas, y muy bonitas, cosas que contarles. Con positivismo. Sin paternalismos. Y dejando a un lado los clichés.

Estudió magisterio en Granada y dio clases en los colegios españoles de Oujda, una localidad situada en la frontera con Argelia, y de Nador, en la costa mediterránea del norte de Marruecos, a escasos kilómetros de la ciudad autónoma de Melilla y de las valientes tierras del Rif. Años después, en 1984, se instaló en Aguïmes, la localidad que hace tan solo un par de días le lloró al morir. Fue allí, en Las Palmas de Gran Canaria, precisamente dónde se licenció en Traducción e Interpretación. Y dónde aceptó, también, la oferta de incorporarse al equipo del Gobierno municipal como concejal de Cultura. 

Como concejal de Cultura dirigió durante 22 años el Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes, en el que brindaba al público obras de América Latina, África y Europa. Por primera vez en la historia, los españoles podía conocer de cerca el arte teatral africano y latino, y escuchar cuentos e historias traídas desde Cuba, Senegal, Guinea o Mali.

Amigo de las causas perdidas, escribió también la obra Nelson Mandela: el camino a la libertad. Tiempo después, en una entrevista recomendó con sensatez al mundo que “tenemos que retener de Mandela la convicción para combatir la injusticia”.

Sin lugar a duda, nuestro mundo, ahora tras su marcha, será un poquito menos justo, un poquito menos solidario… África y Europa han perdido un gran puente construido a base de palabras, pero perdurarán las enseñanzas de sus obras. Que continúe su humilde viaje hacia el entendimiento y la interculturalidad de los pueblos.

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