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Literatura
¡Cuidado con lo que te metes en la cabeza!
Las librerías independientes y las cadenas multinacionales son dos maneras radicalmente opuestas de entender el desarrollo de la ciudad y su ecosistema cultural, por lo que la administración no puede quedarse en la equidistancia.
Revolvíamos libros de segunda mano y carteles a punto de caerse en cuatro pedazos, en una librería del casco antiguo de Palma, cuando lo tuve en las manos. Era un poster de la Editorial Moll, estética de los jóvenes 80, con el lema: Alerta amb el que et poses dins el cap! Que podríamos traducir como: ¡Cuidado con lo que te metes en la cabeza!
La editorial mallorquina promocionaba así no sólo la lectura, sino hacerlo de una manera reflexiva. Con criterio y no leyendo cualquier cosa. Con las revistas sucede lo mismo. No es el mismo leer la ¡Hola!, Muebles y Cocina o Man’s Health que abrir las páginas de La Directa, El Salto y La Marea. Ni lo es ni lo será. ¿Una cuestión de esnobismo? Veamos. La presencia de revistas del corazón y de moda puede ser necesaria para respetar la pluralidad de gustos, pero hay que corregir su preponderancia en las bibliotecas públicas. La aprobación del “Rincón de pensamiento crítico” en la ciudad de Terrassa (Barcelona), a propuesta de la CUP, es sin duda una buena noticia. Y es que el papel de las administraciones es clave: Tienen que llevar adelante políticas públicas de fomento de la cultura. Y sin duda, la elección del catálogo de revistas que se ofertan juega un papel determinante en qué tipo de sociedad civil y opinión pública queremos fomentar: Crítica y activa... O pasiva y naïf.
Por eso necesitamos que las bibliotecas sean espacios de encuentro, concediendo ayudas para la compra de catálogos temáticos y promoviendo campañas de fomento de la lectura a los medios de comunicación locales. Como también tienen que ser las librerías espacios de socialización de experiencias. Y aquí nos topamos con el problema: hay muy pocas.
La lista de librerías independientes suele ser preciosa, pero corta. Escasa. Piensa en las que hay en tu ciudad y cuéntalas mentalmente. ¿Te bastan los dedos de una mano para completar la lista? ¿Quizá de las dos? Pocas veces existen redes de librerías propias para el volumen de lectoras que nos encontramos en pueblos y ciudades.
Y tenemos que restar las cadenas como Casa del Libro, que en muchas localidades han seguido la política de absorber una librería local ya existente y mantener su nombre simbólicamente. Vamos, reminiscencias de lo que un día fue. Pero el dinero acaba en el mismo bolsillo: el Grupo Planeta. Todo un emporio de la comunicación que, tal y como revelaba Santi Eraso en las páginas de Hordago, es dueño no sólo de esta cadena de librerías, sino de hasta 64 editoriales; amén de tener acciones en La Razón, Atresmedia (La Sexta, Antena 3). Y puestos a diversificar, incluso posee participaciones en Vueling y Banco Sabadell. Lo que un día fue Axular (en Gasteiz), o El Cau Ple de Lletres (en Terrassa), ya no existen más que en el imaginario colectivo.
Literatura
Leer en Donostia en la era de las multinacionales
Sigamos restando cadenas, como la FNAC, conocida por pagar una miseria a la plantilla, en buena medida estudiantes universitarios (el telelepizza de la cultura); El Corte Inglés, que incluso vende best-sellers en sus OpenCor; o incluso Abacus: la cooperativa buena catalana. ¿Pero qué tiene de cooperativa, exactamente? ¿Hacerte socio para tener descuentos? Así no se transforma la economía en términos sociales. Al final, hasta Eroski será una cooperativa...
Librerías independientes vs. cadenas multinacionales. Son dos maneras radicalmente opuestas de entender el desarrollo de la ciudad y su ecosistema cultural. Y dado que esta es la obtusa realidad, la administración no puede quedarse en la equidistancia. Especialmente cuando los barrios se están desertificando. Hay que organizar Ferias del libro en la calle y temáticas más allá de Sant Jordi. Hay que fomentar la lectura en los trenes de Renfe y en los convoyes de Metro... Antes de que los teléfonos móviles conviertan Black Mirror en una profecía auto-cumplida. Como apuntaba Roc Padró vistas las recientes pruebas de selectividad (que llenaron los vagones de tren dirigidos al campus de la UAB con jóvenes bulliciosos y exultantes de vida), “necesitamos más alegría en el mar de indiferencia, mala leche y alienación que se respira cada dia en el transporte público”.
Necesitamos más troncos de árboles donde esconder libros de intercambio, como promueven algunas redes de bibliotecas. Tampoco cuesta mucho dinero poner unas mesas con sillas en un jardín público, invitando a los caminantes a sentarse. Y al lado, una pequeña mesita con libros de intercambio. La escritora catalana Bel Olid lo resume así: “A alguien se le ha ocurrido la idea, ha decidido hacerlo, le han apoyado. Y un tiempo más tarde, unos cuántos podemos disfrutar de los libros y de nuestro trabajo haciéndolo en una terraza bajo los árboles”.
Necesitamos audacia para promocionar la lectura en papel, como el trabajazo que hacen las bibliotecarias, siempre ideando un nuevo expositor nuevo u otra iniciativa. El empujón de los y las libreras. Y acompañarlo desde el Ayuntamiento. Con políticas públicas orientadas a aumentar la ecosistema de librerías independientes, bibliotecas y archivos dentro de la ciudad.
O sea, orientadas a meter mucho (pero bueno) dentro de la cabeza.
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Muy de acuerdo en muchos aspectos. Tan solo un par de tecnicismos: la librería de terrassa absorbida por la casa del libro se llamaba "El cau ple de lletres", y la escritora es Bel Olid.