Literatura
Elisa Coll: “La ansiedad de la precariedad es un goteo lento”

En ‘Nosotras vinimos tarde’, Elisa Coll habla de amistades, de memorias colectivas, y de las casas que resguardan de una precariedad siempre en acecho.
Elisa Coll
Foto: Hannah Cauhépé
9 dic 2023 09:31

Elisa Coll Blanco (Madrid, 1992) tiene ya en su haber dos libros importantes, el primero es el ensayo Resistencia Bisexual (Melusina, 2021), que le puso en el mapa de las grandes alquimistas discursivas que entre la teoría y la experiencia construyen nuevas miradas. En Nosotras vinimos tarde (Amor de Madre, 2023), Coll incursiona en la autoficción, “contaminándola” con conversaciones reales con la referente feminista Teresa Meana, o incluso con algún momento para el juego, creando un espacio narrativo que habitar, lleno de rincones amables en forma de frases que se quedan resonando tras leerlas. Charlamos por teléfono con la autora, como quien charla en un bar, de casas, precariedad, o de cómo habitar el fracaso, los grandes temas que atraviesan su nueva novela.

En el libro aparece con recurrencia la idea de lo liminal, de habitar un espacio liminal que no se acaba nunca de asentar.
Claro, esta idea de lo liminal la exploré mucho con Resistencia Bisexual en formato de ensayo. Me parece que es una idea que casa muy bien también con otra obsesión que tengo yo, que es la obsesión por las casas. Por ¿qué significa casa? ¿A qué llamamos casa de forma más literal o más simbólica? ¿Es la casa el espacio que te protege de las violencias? ¿O es la casa el espacio donde están las violencias, el espacio que tienes que abandonar para buscar otra cosa?

Este realmente es un libro sobre casas y sobre construir casas en sitios donde se nos dijo que solamente se podía estar de paso
Los espacios liminales a mí me interesan mucho porque son espacios que nos ha dicho desde la norma que no son habitables, que no se pueden construir casas ahí y este realmente es un libro sobre casas y sobre construir casas en sitios donde se nos dijo que solamente se podía estar de paso, ya sea el primer bar queer de Asturias montado por Teresa Meana en el año 83, o ya sea dejarlo todo y empezar de nuevo en una ciudad en la que solo conoces a una persona.

En el libro al final subyace la idea de que merece la pena construir casas aunque sepas que son líquidas y que son temporales, pero que para muchas de nosotras es la única manera de sentirnos de verdad a gusto en un espacio. Y que la idea de permanencia infinita de las casas es algo que no nos toca porque pertenece a la norma y al final es una trampa, por lo menos en cuanto a lo queer y en concreto a nuestra generación.

La feminista Teresa Meana aparece en la novela como una especie de memoria histórica de lo posible, ¿por qué es importante que esté ella ahí?
La historia de Teresa, aunque es una historia de pasado, creo que ayuda a imaginar futuros posibles. Porque claro, no es lo mismo imaginarte de mayor con tus amigas que ver a una persona que lleva haciendo esto 20 años. Tener el testimonio vivo de alguien que está ahora en el presente haciendo algo a lo que nosotros aspiramos en el futuro, pero de lo que apenas tenemos referencias.

Y ya no solamente el hecho de vivir con sus amigas, sino que para mí los relatos de Teresa me transmiten una tranquilidad ante cosas que son una fuente de ansiedad para muchas de nosotras, creo que es muy importante no solamente lo que dice, sino desde donde habla. Para no solamente poder vislumbrar hacia dónde vamos, sino para poder hacer ese camino con cierta tranquilidad.

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Estamos con tantas preocupaciones en torno al futuro —y ya no te digo el futuro de aquí a 30 años, sino ¿qué va a ser de mí el mes que viene?, ¿me van a subir el alquiler?, ¿me van a seguir apretando en el trabajo? ¿cuánto más tiempo voy a poder aguantar aquí? ¿qué va a pasar con la crisis climática?—  que estos estos relatos, si bien no son un copia pega de lo que van a ser nuestras vidas, evidentemente me dan cierta tranquilidad y por eso se entreteje con el relato principal de autoficción de la historia porque le hace un poco de espejo. A esa narradora que está sumida en una sensación de ansiedad y de fracaso, Teresa le hace un poco de respuesta.

Se diría que de esa liminalidad de la que hablábamos antes, y de ese conectar con la memoria, con una memoria de futuro en cierto modo, surge otro tipo de pertenencia, una pertenencia no normativa, ¿de que está hecha esta pertenencia?
Pues sobre todo de cotidianeidad. Los relatos públicos que hay de Teresa en Internet son relatos de sus acciones en el espacio público, de las charlas que ha dado o los premios que le han otorgado. Pero no hay relatos sobre su cotidianeidad, que es realmente lo que a mí me interesa explorar, porque eso es lo que a mí me da cierta paz. Y por eso en este libro hay mucha presencia de autoras como Mar Gallego que hablan mucho de eso, de cómo los relatos cotidianos están vinculados al fracaso, cuando realmente son un salvavidas. Conocer los relatos cotidianos de Teresa y saber de qué piezas se ha formado su día a día, nos hace ser un poco más amables, yo creo, con nuestro propio día a día y no solamente ver los resultados, que es lo único que las narrativas de éxito y fracaso dejan ver, los resultados, pero nunca se habla de cuáles son los caminos que recorremos las personas y en compañía de quién. Los resultados siempre son individuales, siempre conllevan un cierto aislamiento, aunque sea de la persona que mira a la persona que triunfa.

Quería contar una historia sobre amistades y ver qué pasa si en vez de teorizar sobre el amor romántico directamente ponemos el foco en otro sitio

Teresa conjuga su memoria en gran medida en primera persona del plural. ¿Qué potencial tiene esto en una sociedad que nos interpela siempre como individuos? 
Claro, Nosotras vinimos tarde, es un relato colectivo, tanto por las historias de Teresa o por la historia de la narradora. Me interesaba contar estas dos historias porque siento que hay muchos textos sobre descentralizar el amor romántico y cuestionarnos la pareja, pero muchas veces estos relatos se centran paradójicamente en la pareja o en el amor romántico. Y yo quería contar una historia sobre amistades y ver qué pasa si en vez de teorizar sobre el amor romántico directamente ponemos el foco en otro sitio, que es algo que de forma natural ocurre en las historias de Teresa. Los nombres que ella más repite son los nombres de sus amigas y son quienes la han acompañado, evidentemente, además de sus parejas, que luego se convierten en exparejas y se convierten en amigas a su vez.

Entonces me resulta curioso como algo que para nosotras y para la narradora es tan difícil a pesar de creernos muy listas porque hemos leído 200 libros de feminismo, para una persona que tiene 40 años más surge de una forma tan natural. Tal vez porque no se hace desde la pretensión de coger un texto y aplicarlo directa y exactamente al cuerpo, sino que está un poco más regulada la teoría con la emoción, que es algo que creo que nos falla un poco a las personas que estamos en contacto con los activismos, que lo queremos hacer todo tal cual dicta la teoría y nos dejamos el cuerpo atrás.

También complejizas la cuestión de la violencia, por ejemplo cuando la narradora apunta que “confundir violencia y enfado es muy peligroso”. Tenemos un montón de palabras y herramientas de análisis, pero a veces se quedan pequeñas, se nos escapan cosas.
Sí. Creo que estamos cometiendo el error de pensar que un discurso muy bien hilado conlleva necesariamente unas prácticas impecables. Y esto me parece peligroso, y creo que además es algo bastante patriarcal pensar que porque una persona sea capaz de razonar absolutamente todo y ponerle las palabras más adecuadas sus prácticas van a ser amables, que es algo completamente diferente. Creo que desde los feminismos y los movimientos LGTBIQA+ se ha hecho un gran trabajo de generar discurso, que es muy necesario, pero creo que a veces con este discurso nos dejamos atrás las emociones, nos dejamos atrás el cuerpo y nos dejamos atrás la empatía básica. También hay un trabajo, una tarea que tenemos pendiente que es volver a sentarnos con nuestras amigas y mirarlas a los ojos y escuchar, dejando respirar un poco ese discurso y prestando atención a otras partes. Porque al final, muchas veces, un discurso demasiado férreo puede interponerse en el camino a la vulnerabilidad. Es lo que le pasa a la narradora, aprende a rebajar un poco el discurso y a mostrarse un poco más vulnerable.

Y en este sentido, no existe el riesgo de generar una identidad de víctima como algo cerrado que tiene también sus peligros. ¿A veces no nos falta una mirada menos identitaria de cómo se dan las relaciones?
Cuesta tanto identificarte como víctima en situaciones de violencia que una vez que lo hacemos se hace muy difícil no hacer de ello una parte central de tu identidad. Creo que nos puede quitar agencia, y también nos puede hacer tener un poco visión de túnel ante la posibilidad de que nosotras mismas podemos ejercer violencia. Porque si tenemos ya intrincado el concepto de que nosotras somos víctimas porque somos aquello que nos pasó, entonces es imposible que nosotras podamos ejercer ningún tipo de de violencia o de comportamiento injusto.

En este libro se explora eso, no desde lo sesudo, sino desde una historia, que creo que es la mejor forma de hacer llegar una idea tan peliaguda, pero al final tan tierna, que es decir: no estamos condenadas a hacer esto solamente por algo que nos pasó, y es nuestra responsabilidad separarnos un poco identitariamente de la idea de víctima para poder tener relaciones más amables con las personas de nuestro entorno. En este sentido las amigas son algo que tiene mucho peso también aquí: tanto la narradora como Teresa encuentran en las amigas esa mirada amable y desprovista de juicio sobre todo, que tanta falta hace cuando nosotras mismas somos las que más nos juzgamos y las que pensamos que somos malas y que lo hacemos todo mal. Y ahí esa mirada amable también es una mirada honesta de decir: no lo haces todo mal, pero tampoco lo haces todo bien, y está bien.

Antes has comentado esto de que lo cotidiano estaba ligado a historias de fracaso. Al mismo tiempo, en el libro la narradora dice: “la autoficción es la venganza de las perdedoras”.
“La autoficción es la venganza de las perdedoras”, es una frase que viene a decir que muchas violencias que hemos sufrido no han tenido un reconocimiento ni una reparación. Este es un libro que habla mucho del reconocimiento. En el libro se repite la frase “para que haya reconocimiento tiene que haber dos miradas”. Si hay una situación de violencia y solamente la mira una persona, pero la persona que ha ejercido esa violencia no mira ahí y no reconoce que se ha dado esa violencia, hay una parte de eso que se queda un poco rota.

Y cuando la justicia llega tarde yo soy bastante partidaria de la venganza, aunque sea una venganza hecha de palabras o aunque sea imaginarnos prenderle fuego a un edificio o aunque sea contar la historia, o un montón de historias, canalizadas a través de un personaje como es en este caso el personaje de Ann. Decir bueno, pues si no hubo reparación por lo menos lo voy a contar.

Hay un momento en el libro muy interesante, en el que hilas la acción de la narradora friendo un huevo con una perspectiva de clase en la que las condiciones materiales  —en forma de sartén más o menos apañada— se relacionan con la autopercepción —ser capaz o no de freírse un huevo. ¿Por qué es también importante hablar de clase desde lo cotidiano, desde estas pequeñas cosas?
En el libro, más que de clase, creo que hay un relato constante de precariedad que en la escena del huevo se ve muy bien. Es en las pequeñas cosas del día a día, en lo que se nota la precariedad y por eso nos sentimos tan culpables cuando nos da un ataque de ansiedad en el trabajo, porque pensamos pero bueno, es que será que yo soy débil y no puedo soportarlo, si no me ha pasado nada, si solamente se me ha caído un boli al suelo.

Los relatos cotidianos me parecen los más efectivos para hablar de precariedad porque impregna nuestro día a día de una forma tan sutil que se van acumulando culpas sin ni siquiera darnos cuenta

Porque la ansiedad de la precariedad es un goteo lento. Como toda buena manipulación, es ejercida por todos los agentes con poder dentro del capitalismo, empezando por nuestro jefe. El sentirte culpable por irte a tu hora de tu puesto de trabajo, el sentirte culpable porque te suben el precio del alquiler y ya no te puedes comprar los tomates que te gustan en el supermercado, el sentir que a estas alturas de tu vida deberías haber alcanzado unos objetivos que no has alcanzado o estar en una posición de estabilidad económica o emocional que no tienes, pues todo eso nos lo llevamos a la culpa, y eso significa una facturita de salud mental bastante considerable. Por eso los relatos cotidianos me parecen los más efectivos para hablar de precariedad porque impregna nuestro día a día de una forma tan sutil que se van acumulando culpas sin ni siquiera darnos cuenta.

Hay una frase en el libro que dice algo así como que nos pensábamos que en la veintena habíamos dejado atrás todas las relaciones de violencia y resulta que aquellos desgraciados solo eran los teloneros de nuestros jefes. Esta idea de que tu trabajo no solo es tu trabajo, sino que es un deber ético que tú tienes para con la empresa, y este lenguaje que se utiliza, vinculando la domesticidad al trabajo como “aquí en esta casa somos así” o “en este trabajo somos como una familia”... llamar al puesto de trabajo casa y llamar a las personas trabajadoras, familia, es algo que me produce terror, y que creo que está muy vinculado a este chantaje emocional que se genera muchas veces en los puestos de trabajo para justificar que se pisen las condiciones más básicas.

Parece que hasta cierto punto nos hemos liberado de la culpa cristiana, o, para quienes no han tenido, no tienen, o no tendrán, criaturas, de la culpa materna. Pero la culpa sigue ahí, ¿de qué se alimenta?
Es el CIS heteropatriarcado blanco dándose la mano con el capitalismo, que es lo que llevamos tanto tiempo diciendo. Lo vimos en la pandemia del COVID cuando se permitió que se parara absolutamente todo menos el trabajo, la productividad tenía que seguir avanzando. Y no me parece raro que después de la pandemia se dispararan en la población los índices de ansiedad, de depresión. En mi entorno, de repente empezó a haber un montón de bajas por salud mental.

El libro tiene un componente fuerte de mi propia experiencia durante y tras la pandemia, de esta culpa, totalmente impostada, que por mucho que tú sepas que viene de fuera, la voz está dentro de ti y la voz te está diciendo que no eres suficiente, que no estuviste preparada, que tu vida no va hacia ningún lado, que deberías estar en un sitio mejor. Sin tampoco dejarte muy claro qué es un sitio mejor, por qué es un sitio mejor.

Los discursos hegemónicos de éxito y fracaso funcionan porque permean en nuestros cuerpos, y porque nos sentimos culpables por no tener cosas que a lo mejor ni siquiera deseamos

Los discursos hegemónicos de éxito y fracaso funcionan porque permean en nuestros cuerpos. Y funcionan porque nos sentimos culpables por no tener cosas que a lo mejor ni siquiera deseamos. Y bueno, esto evidentemente en las mujeres y en las personas queer, pues tiene una incidencia mayor, porque ya nuestra existencia, parte ya de un cierto fracaso, entonces tienes que luchar toda tu vida para salir de ahí, según dicta la norma. Y si encima no solo no puedes salir del fracaso, sino que decides habitarlo, es un desafío.

Podría apreciarse una idea subyacente que identifique lo normativo con lo hetero, con tener criaturas, y toda posibilidad de salir de esa norma con lo no hetero.¿No perdemos con esa oposición una transversalidad más sutil? ¿no caemos en un cierto binarismo?
Cuando yo hablo de queer no me refiero a personas LGTBIQA+ sino que me refiero a cualquier persona que se salga de alguna manera de esta normatividad. No quiere decir entonces que la norma es todas las personas que viven en pareja, por ejemplo. En el propio libro hay dos personajes que viven en pareja, y sin embargo la relación que tienen con sus amistades y la forma en la que llevan su vida es completamente queer. Y el libro busca eso, mostrar diferentes historias para romper precisamente ese binarismo de vivir sola con tu pareja: mal; vivir con tus amigas en una comuna súper chuli: bien. O sea, mostrar que la convivencia común y queer también tiene evidentemente sus partes oscuras, y que no todas las personas que aparentemente están habitando la norma en un primer vistazo, realmente lo están haciendo, que es algo que hemos aprendido mucho del activismo bi, que lo que parece a simple vista no tiene por qué ser así.

Y es también una lección que aprende la narradora, que es muy juzgona y aprende a mirar un poco más allá del primer vistazo. Esto creo que abre muchas posibilidades, porque si pensamos en lo queer como en lo LGTBQA+ y ya está, creo que se pierde mucho potencial para desear y explorar desvíos en nuestras vidas. Y creo que igual que una persona LGTBQA+ puede replicar de alguna manera la normatividad, una persona que no pertenece al colectivo puede desviarse de la norma, y me parece súper liberador eso. Puede desear vivir con sus amigas, puede desear habitar el fracaso.

Al final el relato de Teresa lo potente que tiene es que son decisiones lo que ellas toman, no son su destino que ya les vino marcado. Para mí eso es lo bonito, que lo queer al final sea una decisión y una manera de vivir.
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