Literatura
Carmen Clara Balmaseda retrata el “pueblo chico, infierno grande” en una novela negra situada en la posguerra

La investigación del asesinato de un joven gay ocurrido en los años 70 en Badajoz es la causa ficticia que utiliza la escritora Carmen Clara Balmaseda para crear una historia en la que la disciplina militar, la hipocresía y la represión contra la diferencia son protagonistas.
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La escritora Carmen Clara Balmaseda. David F. Sabadell

Algunas de las historias que Carmen Clara Balmaseda (Badajoz, 1995) escuchaba en boca de sus familiares cuando era niña han acabado formando parte de su segunda novela, Donde se queman los hombres (AdN, 2024). Eran relatos que se repetían una y otra vez y ofrecían imágenes contrapuestas sobre la guerra civil y lo que sucedió en Badajoz en 1936. También le contaban anécdotas y opiniones sobre lo que era la mili, el servicio militar obligatorio.

Donde se queman los hombres, finalista al premio a la mejor novela negra en el festival Valencia Negra, gira en torno al descubrimiento de la verdad en la relación entre dos familias comandadas por dos antiguos legionarios que participaron en la masacre de Badajoz, Eusebio Vegas y José Antonio Expósito. El esclarecimiento de un asesinato, la represión impuesta de puertas para adentro, la importancia de mantener las apariencias en una ciudad pequeña o la persecución a los homosexuales durante la dictadura son algunas de las claves que explican la trama de la novela. También la culpa, según señala la autora.

La segunda novela de la escritora pacense es de corte clásico —Galdós, Cervantes, Jane Austen o Almudena Grandes son lecturas de cabecera de Clara Balmaseda— y no sería extraño que diera lugar a una adaptación televisiva, pues ofrece esa mezcla en ocasiones exitosa en ese medio de intriga, una pizca de memoria histórica sin entrar en profundidades y tono costumbrista que no empacha.

Dices que Donde se queman los hombres se gestó a partir de todas las historias que de niña oías una y otra vez en tu familia. ¿Cómo te llegaba esa información?
De diferentes medios. Primero, por mis abuelos, que es curioso porque en mi familia la parte paterna estaba en el bando ganador. Mi abuela paterna frivoliza bastante sobre la guerra civil, dice que lo veía como un juego, que le decían “venga, hay que esconderse” y que era muy divertido y se partía de risa. Y mi abuela materna, que estaba en el bando perdedor, tuvo que ponerse a trabajar de costurera muy joven y pasaron mucha hambre. Tengo esas dos versiones en la familia, del bando ganador y del perdedor.

¿Qué provocaban en ti esas historias?
Cuando era niña pensaba “ya están otra vez contando la misma película”. De adulta empecé a pensar, primero, que la realidad puede ser objeto de múltiples lecturas, como ya nos enseñaba el Quijote, y luego que tenemos en el pasado reciente una historia muy dura sobre la que merece la pena investigar y que no quede en el pasado.

Las historias de la mili me impactaban también bastante: cómo les trataban los sargentos, los castigos que les imponían, como limpiar las letrinas

¿Qué recuerdas como lo que más te impresionó o impactó de esa transmisión oral?
Las historias de la mili me impactaban también bastante: cómo les trataban los sargentos, los castigos que les imponían, como limpiar las letrinas. De esto me hablaban mi padre y mi tío segundo, me contaban lo que pasaba si se negaban a hacer lo que les decía el sargento. Es verdad que, a veces, había fraternidad entre los soldados y se hacían amigos para toda la vida, pero otras veces también, como ha pasado siempre, se aprovechaban del más débil y le hacían la puñeta. Me impresionaba pensar que con 18 años te tienes que ir de tu casa para hacer la mili, sin conocer a nadie, la disciplina militar… Eso me impresionó mucho.

Cuanto te contaban esas historias sobre la guerra civil habían pasado más de 60 años, ¿seguía habiendo silencio en torno a la masacre de Badajoz?
No. Pero se contaban cosas que no eran del todo ciertas o que no estaban seguras. Por ejemplo, me decían que la sangre corría por la calle del Obispo, luego resultó que era otra. Hay gente que dice que se hizo la matanza en la plaza de toros, otra dice que no fue allí. Lo que sí parece claro es lo del cementerio, que me lo han contado muchas veces porque yo vivía al lado y paseaba al perro por allí. Se hablaba mucho de eso, de que allí fusilaron a nuestros abuelos y ahora paseamos al perro y se hacía botellón. Pensabas cómo se ha frivolizado el tema, que en un escenario en el que murió tanta gente están ahora los muchachos divirtiéndose. Pero realmente tampoco había escuchado hablar tanto de eso. Por ejemplo, yo no sabía que la matanza había sido a las órdenes de Juan Yagüe.

En Madrid hemos tenido durante muchos años una calle con su nombre.
A eso se le está poniendo solución, por suerte.

Lo bueno de la literatura es que noveliza la historia, la hace más cercana a gente que a lo mejor no está tan interesada en estudiar la historia, en coger un libro de historia, pero sí quiere leer como entretenimiento

¿Se puede romper ese silencio mediante la literatura?
Lo bueno de la literatura es que noveliza la historia, la hace más cercana a gente que a lo mejor no está tan interesada en estudiar la historia, en coger un libro de historia, pero sí quiere leer como entretenimiento. Lo bueno que tiene la literatura es que divierte pero, además, enseña, como decía Horacio. Para estas personas, que a lo mejor no disfrutan con contenidos tan académicos, gracias a la literatura aprende sobre cosas que pasaron y se acerca. Es cierto que en literatura todo está novelado y no todo es exacto, pero a lo mejor alguien lo lee y siente curiosidad y busca o averigua al respecto.

Dices que has querido ahondar en cómo la guerra civil afectó al bando ganador, en este caso los dos legionarios. ¿No hay ya demasiadas historias desde ese punto de vista?
Hubo una época que sí, claro. Los que se llamaban los jóvenes cachorros del nuevo orden en los años 40, con Zunzunegui y demás, pero ya en la literatura más contemporánea creo que es más habitual el punto de vista del bando perdedor. Tenemos La voz dormida, de Dulce Chacón, la película de Amenabar Mientras dure la guerra, los libros sobre los topos de la guerra. No conocía mucho del bando ganador, pero de todos modos mi intención no es abordar la guerra civil desde un punto de vista partidista sino más bien individual, cómo afecta a una persona, independientemente de cuál sea su bando.

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Carmen Clara Balmaseda, autora de ‘Donde se queman los hombres’. David F. Sabadell

¿Hasta qué punto la masacre de Badajoz, la posguerra o la dictadura son el escenario en el que cuentas una historia o son más bien parte fundamental de esa historia?
La matanza de Badajoz es una parte fundamental de la historia porque sirve para entender la relación entre las dos familias y, sobre todo, para entender el suceso de la muerte de la mujer de José Antonio Expósito, que viene a raíz de la venganza que decide tomarse por su mano una de las víctimas de la batalla de Badajoz. En ese sentido sirve como punto de partida. Pero me viene muy bien para el tema central de la novela, que es la culpa. Don Eusebio, el teniente coronel, no siente culpa por haber estado en el bando ganador, pero el otro, José Antonio, sí que siente culpa porque él era de allí, vuelve a Badajoz y mata a sus vecinos. Cuando termina la guerra, le agobia estar allí porque sabe que le miran y están obligados a callar. Y sabe que le miran porque ellos recuerdan lo que hizo, aunque él se engaña pensando que le miran porque su hijo es homosexual. Siente la culpa de lo que hizo a la ciudad, obligado pero lo hizo.

¿Podría desarrollarse esta historia en otro espacio, otro tiempo?, ¿hasta qué punto es una historia universal?
Episodios de la guerra civil hay muchos, pero el hecho de situar la historia en la posguerra es importante porque quería tratar la homosexualidad no como está ahora sino cómo era ser rebelde, un poco reaccionario, contra todo lo establecido en una época en la que serlo era peligroso. Creo que esa historia no funcionaría igual de bien si la transportas al presente. Afortunadamente la dictadura ya se acabó. Daba más juego ambientarlo ahí porque la gente que se atrevió entonces, cuando era más complicado, es la que ha abierto el camino para llegar donde estamos hoy, que sigue siendo necesaria una lucha pero el camino ya está abierto.

Hay una presencia muy importante de cómo el militarismo, la disciplina castrense, afecta a las relaciones personales, familiares. ¿Dirías que esa influencia sigue pesando en la sociedad ahora que suenan de nuevo tambores de guerra en Europa?
Hoy no tanto, ahora con Rusia es importante, pero es que en la dictadura franquista uno de los sustentos era la iglesia y el ejército, importantes para que el régimen funcionara. Justo por eso ganaron la guerra, en el bando republicano había gente que no había empuñado un arma en su vida. Evidentemente tiene peso, pero más en otros países como lo que está pasando en Palestina e Israel o en Ucrania.

Muchas veces preferimos ponernos un disfraz que tener que enfrentarnos al momento de confesar la verdad ante quienes creemos que podemos decepcionar

¿Quiénes serían los Gonzalo Vegas del siglo XXI, el principal sospechoso de la muerte de Julián Expósito, su gran amigo de la infancia?, ¿hay un reflejo en este personaje de los llamados incel o en los influencers que difunden propaganda machista, xenófoba, racista?
No lo sé. Gonzalo Vegas es más complejo que eso, está reprimido y lo que hace es un papel para no tener que enfrentarse a su padre. En algún momento todos podemos ser un poco Gonzalo Vegas porque nos ponemos máscaras para ocultar las partes de nosotros que no nos gustan. Muchas veces preferimos ponernos un disfraz que tener que enfrentarnos al momento de confesar la verdad ante quienes creemos que podemos decepcionar. Gonzalo Vegas lleva una máscara porque cree que su familia no lo puede aceptar, es hijo de un teniente coronel. Ahora eso es más difícil, aunque sigue habiendo homosexuales que no se atreven a salir del armario por presión familiar. Todos tenemos cosas que ocultamos, ya decía Larra que en el mundo todo son máscaras y todo el año es carnaval. Gonzalo Vegas es complejo, es machista pero es porque es lo que se espera de él. No en el mismo sentido que él, pero todos tenemos lo nuestro: estudiamos una carrera que no nos gusta porque si sacas dieces tienes que ser médico o cómo vas a estudiar Filosofía y Letras con lo mal visto que está.

Hay un refrán —“pueblo pequeño, infierno grande”— que sobrevuela toda la novela. ¿Dirías que eso sigue siendo así en una ciudad como Badajoz?
Sí, infierno entre comillas. En el sentido de los murmullos, eso de que todo el mundo conoce a todo el mundo. Esos murmullos que atormentaban al Lazarillo de Tormes o por lo que se mueren Pedro Páramo o Juan Preciado. Yo he vivido en Tenerife, en playa de las Américas, y allí con lo del turismo ni te miran. Pero cuando llegas a Badajoz tienes la sensación de sentirte observada todo el tiempo y de que, vayas donde vayas, hay alguien que te conoce. En cuanto pasa algo, lo sabe todo el mundo. Tener intimidad en una ciudad pequeña como Badajoz… Que ya no es tan pequeña, pero creo que en espíritu sigue siendo la típica capital de provincias que se comporta como un pueblo.

¿Qué queda en la Badajoz de 2024 de aquellas costumbres que aparecen en la novela?
Los desayunos, que son una locura [risas]. Hay hasta un concurso que se llama la capital del mundo de desayunos. Lo de los cotilleos también queda. Pasear por el río.

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