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Literatura
Gabriel Noguera: “Las élites económicas acumulan una riqueza que no podrían gastar ni en mil vidas”
Gabriel Noguera (Gotemburgo, 1978) es uno de los escritores más interesantes del panorama literario andaluz. Pese a ello, su particular universo de perdedores dignos y enfrentados con el duro sistema capitalista que nos ha tocado vivir permanece en el underground cultural. Su figura literaria se ha ido labrando concurso a concurso, relato a relato, libro a libro. Desde que recalara en la editorial Maclein y Parker perpetra obras desprovistas de pudor, rebosantes de humor negro, afiladas en su crítica y aderezadas de múltiples referencias culturales.
En su último trabajo, Los Hiperbóreos, se sumerge de lleno en la generación millenial situándola frente al espejo. Lo que vemos no es demasiado halagüeño, pero, al menos, el autor consigue sacarnos una sonrisa cómplice. Charlamos con él sobre su último libro y otros curiosos temas, por ejemplo, sobre su paso por la política de partidos en las filas de Podemos.
Los Hiperbóreos vuelve a indagar, como en gran parte de tu obra, en los fracasos cotidianos contemporáneos. En esta ocasión te acercas a la generación millenials, la primera en mucho tiempo que piensa, a menudo, que vivirá peor que sus padres. ¿Compartes esa desesperanza?
La precariedad es el gran tema de nuestro tiempo. Es un tema incómodo para el sistema, que intenta que no se hable de ello o, peor, culpabilizarte de tu situación, pero los efectos del neoliberalismo son evidentes: las clases populares se empobrecen mientras las élites económicas acumulan una riqueza que no podrían gastar ni en mil vidas. Su codicia es infinita. ¿Cómo va a ser que los ricos ganen un poco menos? No, hombre, no, eres tú el que tiene que sacrificarse por el sistema. Los ilotas existimos para preservar el bienestar de los espartanos. Me encantaría creer que en un futuro cercano seremos capaces de cambiar esta deriva, pero tampoco estamos haciendo nada para evitar cargarnos el planeta, así que… Como cantaba Leonard Cohen: “I’ve seen the future, baby: it is murder”.
Posiblemente esta sea tu novela más política. Encontramos algunas disertaciones y “speech” que bien podrían formar parte de un diálogo entre políticos, con un aire derrotista. Un personaje asegura que la lucha de clase ya la hemos perdido. ¿Lo suscribes?
Sólo hay que echarle un vistazo a Twitter para ver a un montón de gente normal solidarizándose con los ricos, un delirio absoluto. Hemos asumido todos los postulados del capital, como el mantra ese de la malvada bruja: no hay alternativa.
Admito que, por deformación artística, a veces fantaseo con un futuro mejor
Fíjate por ejemplo que a menudo se cita esa frase famosísima de Virginia Woolf de que una mujer necesita una habitación propia para escribir, pero siempre se obvia el primer requisito que dice ella: dinero. Dinero y una habitación propia. En fin, así con todo. Luego la gente vota contra sus intereses y el enemigo es el pobre de al lado, no el que te explota. Te hacen pensar que el inmigrante que se ha jugado la vida cruzando el mar en una patera es un privilegiado, mientras que el directivo del IBEX que se lleva la empresa a otro país es digno de conmiseración. Es volver al siglo XIX, pero peor, que al menos entonces los ricos no eran los únicos con conciencia de clase. Aunque admito que, por deformación artística, a veces fantaseo con un futuro mejor.
Encontramos en Los Hiperbóreos, también, un acercamiento al sexo entre los dos protagonistas muy natural, explícito y desenfadado, como quizás corresponde a su generación, pero a la vez, surge algo tan antiguo y machista como los celos retroactivos, que nos recordó a la película de Persiguiendo a Amy. ¿Qué opinas de los celos?
No descubro América diciendo que los celos son una manifestación de inseguridad, por lo que es natural sentirlo en muchas ocasiones, incluso los retroactivos, dado que uno puede preguntarse si está a la altura de los acontecimientos. Sobre todo, cuando eres joven y no tienes apenas experiencia sentimental, como le sucede a Bruno en la novela. Eso los hace disculpables, desde mi punto de vista, siempre y cuando no te dejes desbordar por ellos y aprendas a superarlos. El tiempo y la madurez te dan esas herramientas. Pero es muy desagradable tanto tenerlos como sufrirlos, sí.
Una constante en tu obra es el humor negro y casi cínico que lo aplicas a la sociedad, pero, también sobrevuela un halo de pesimismo. Con lo que vemos a diario en las noticias, ¿es mejor reír que llorar?, ¿te sientes mejor, literariamente hablando, en lo incómodo?
Decía Samuel Beckett que cuando uno está con la mierda hasta el cuello ya sólo le queda cantar. Lo suscribo. Como dicen los gurús de autoayuda, no puedes controlar las cosas, pero sí cómo tomártelas. Es un consuelo de mierda, pero ya se encargará la vida de amargarte una y otra vez, así que al menos intenta tomártela con humor. Como hacíamos con los matones en el instituto: simular que no te afecta para que te dejen tranquilo. Es un instrumento de autodefensa, como decía Chandler en Friends.
¿Cuánto hay de Gabriel Noguera en Bruno, el dependiente pusilánime e irónico de estos grandes almacenes?
Pusilánime es mi segundo nombre, como dicen en las pelis yanquis. Bromas aparte, no suelo pensar en lo que haría yo cuando creo un personaje. Lo interesante de escribir, al fin y al cabo, es ser otro, no uno mismo. Aunque es verdad que me siento más cómodo con los héroes renuentes que han de enfrentarse a los desafíos cotidianos, gente que no encaja bien en el mundo. Creo que me costaría escribir sobre un triunfador seguro de sí mismo que siempre sabe lo que hay que hacer, salvo quizá como parodia.
Es tu segunda obra con Maclein y Parker, una editorial sevillana independiente, tras La Gente Normal. Siempre te has movido en el underground literario, cercano al imaginario de la derrota de otros autores que me vienen a la cabeza como Daniel Clowes, David Foster Wallace o Ray Loriga.
Ah, yo quisiera ser un autor de éxito y que me invitaran a las recepciones reales, donde un chambelán plácidamente malencarado me explicaría las normas del protocolo y por qué no debo usar la cucharilla demitasse con el postre, pero el público es así de desdeñoso y no me concede su favor, sino que se arroja a los brazos de escritores más afortunados (y más guapos, sí) y a mí me empuja a las tinieblas y las ofertas del supermercado. Hay que aceptarlo: es como el amor, no se puede forzar. Me gusta pensar que me reconocerán cuando esté muerto y ya dé todo igual. Terminada esta diatriba, le agradezco públicamente su confianza a Maclein y Parker: yo soy la viva prueba de que no siguen criterios comerciales.
También hablas de los cantamañanas del mundo del coaching y la autorrealización personal, una industria poco menos que deplorable, ¿qué opinas del mundo linkediniano que nos ha tocado vivir?
Curiosa distopía la nuestra, ¿verdad? Pensábamos que el futuro consistiría en tener coches voladores y no en aguantar a charlatanes como los que vendían crecepelos o reconstituyentes milagrosos en el salvaje Oeste, pero esta es la realidad que nos ha tocado. Supongo que la gente tiene necesidad de creer en alguna panacea: el zodiaco, la autoayuda, el terraplanismo. Gracias a la ciencia, tenemos satélites alrededor de nuestro planeta que nos permiten compartir chorradas en nuestros teléfonos de última generación. La gente busca algún tipo de salvación que dé sentido a su vida, ya sea el fitness, el mindfulness o los chemtrails. Una ley universal que nos otorgue el equilibrio, la verdad definitiva, el nirvana. El universo conspira a tu favor, si tus vibraciones son las correctas. Todo está en ti. Hay que joderse con el ombliguismo.
Como mero lector, ¿cuál ha sido la última lectura que te ha fascinado?
Qué difícil esta pregunta. Podría decirte Middlesex, de Jeffrey Eugenides, que la leí hace unos meses, aunque es una novela que ya tiene más de veinte años y supongo que tú me preguntas por cosas recientes. Qué quieres que le haga, yo siempre llego tarde a todo. Puedo decirte que me han gustado las obras de Andrés Barba que he leído últimamente, también Sara Mesa, Isabel Bono, Antonio Orejudo, que es uno de mis autores preferidos y es una pena que se prodigue tan poco, etc. A Frédéric Beigbeder lo he descubierto en los últimos años y me parece un tipo divertidísimo. Es curioso cómo un tipo francés de clase alta parece menos pijo que chavales españoles que describen hasta la náusea las marcas exclusivas que usan sus protagonistas. En cualquier caso, si me preguntas por libros más recientes, recuerdo que el año pasado me gustó mucho Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, o La hija del comunista, de Aroa Moreno.
Literatura
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¿Qué nos puedes decir sobre tu paso por la política institucional?, ¿cómo te atreviste a dar el paso?
Me hace gracia la gente que dice que las primarias son un timo, cuando precisamente yo fui elegido en unas y eso que no me conocía nadie. Me lancé a raíz de la muerte de mi padre, que comprendí que la vida se acababa sin previo aviso y que había que vivir aventuras antes de que fuera demasiado tarde. Además, tenía curiosidad, todos los escritores somos unos cotillas de cuidado, ¿cómo no querer averiguar el funcionamiento de una campaña electoral desde dentro? Norman Mailer te ganaba el Pulitzer con esto, en mi caso está más difícil. Pero fue una experiencia muy interesante, sin duda, y animo a todo el mundo a participar de forma activa en política. Si no sirviera para nada, no nos repetirían hasta el infinito que no sirve para nada.
¿Qué proyectos tienes en mente en la actualidad?
¿En mente? Todos. ¿En la realidad? Nada. Pero tengo un par de novelas pensadas que me reclaman con sus hermosos cantos de sirena (para estrellarme en las rocas, se entiende). Escribir es como ser un hámster en la rueda: no hay objetivo, no hay recompensa, sólo importa que no te detengas.