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Literatura
Laura Alzola Kirschgens: “Las heridas de la guerra están ahí y se debería hablar de ellas”
Laura Alzola (Vitoria-Gasteiz, 1991) es de ascendencia vasca y alemana. Esa mezcla de raíces ha creado una mujer fuerte, valiente e inteligente que lucha de forma incansable por aquello que quiere. De pequeña soñaba con ser violonchelista o bióloga, pero, al final, su amor por las letras y su interés por contar historias personales le hicieron decantarse por estudiar Periodismo en la Universidad de Navarra. Ha trabajado para diferentes medios de comunicación, pero hoy es asesora de comunicación política en el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. No os recuerdo (Libros del K. O.) es su primer libro y narra cómo se conocieron sus abuelos alemanes. Mientras la Segunda Guerra Mundial hacía el mundo pedazos, sus abuelos se enamoraban en la distancia, por las cartas que se enviaron entre 1944 y 1949. Además, en su ópera prima reflexiona también sobre los silencios familiares y el papel que tiene la memoria en la sociedad.
¿Qué opinas sobre el periodismo de hoy en día, en plena era de las fake news?
En una sociedad en la que cada vez somos menos capaces de concentrarnos en una sola cosa, de profundizar en las ideas, de formarnos nuestra propia opinión y en la que estamos habituados a cambiar de actividad muy rápidamente y tenemos información a un solo clic, es más importante que nunca que quienes cuentan las historias sigan teniendo credibilidad, que quienes ejerzan el periodismo lo hagan con la conciencia de que tienen una gran responsabilidad, pues deben conseguir que esas personas que están atrofiadas por culpa de la sobreinformación sean capaces de discernir cuáles son las historias veraces y de profundizar en ellas. Hacer que sean capaces de ver los matices.
Sí, porque hay quien se informa, pero no se preocupa por contrastar dicha información.
Es cierto que es responsabilidad de cada ciudadano mantenerse informado y preocuparse por filtrar la información. Es decir, informarse de manera veraz y adecuada para poder formarse una opinión. Sin embargo, tampoco se les puede exigir tanto. Creo que la responsabilidad última sigue residiendo en aquellas personas que nos dedicamos al periodismo. Además, si las personas se creen las fake news es porque hay intereses económicos detrás del bombardeo informativo, de los impactos con titulares y publicaciones. Por eso, la responsabilidad de que haya gente incapaz de discernir cuál es la información veraz y formarse una opinión responsable no está en las personas. Para mí, son víctimas. La responsabilidad está en quienes somos conscientes de lo que ocurre y del porqué.
Es más importante que nunca que quienes cuentan las historias sigan teniendo credibilidad
Tu segundo apellido es alemán, ¿tuviste curiosidad por conocer tus raíces?
Tuve interés por conocer la historia tanto de mi familia alavesa como de mi familia alemana, porque durante su juventud vivieron guerras: mis abuelos paternos, la Guerra Civil española y los maternos, la Segunda Guerra Mundial. Solo que no conocí a mis abuelos maternos y por eso siempre tuve interés por saber cómo eran y cómo fueron sus vidas en el contexto que les tocó vivir. En mi familia se habló siempre del pasado con sinceridad y con apertura. Se aprovechaban las comidas y las sobremesas para contar las historias familiares.
¿Qué sentiste cuándo encontraste las cartas de tus abuelos?
Sentí mucha alegría porque esas cartas me permitían conocerlos un poco más, acercarme a ellos de una forma más directa y conocer un periodo concreto de sus vidas desde sus propias voces. Además, sentí mucha emoción y ganas de leerlas y poder compartirlas con mi familia, de tener conversaciones sobre el contenido de las cartas.
Y una vez las leíste, ¿cambió algo?
Yo tenía, como muchas personas que no han conocido a su familia, información de segunda mano sobre mis abuelos. Todo lo que sabía de ellos era porque me lo habían contado. Entonces, el hecho de poder leer lo que ellos habían escrito hacía 80 años, cuando tenían casi mi edad, me ayudó a conocerlos mejor. Fue una forma muy directa y transparente de ver y sentir el mundo que ellos reflejaban en sus cartas, disfrutar su sentido del humor… Si yo los hubiera conocido en su madurez seguramente habrían sido otras personas y yo habría tenido otra idea de ellos, pero fue emocionante tener esa ventana abierta, poder mirar a quienes después serían mis abuelos sin que ellos lo supieran nunca.
Te impactó tanto que has escrito un libro.
El trabajo de investigación que comencé tras leer las cartas fue por mi interés personal de entender mejor el contexto, de ligar las descripciones que hacían mis abuelos, las conversaciones, poder conectar esos diálogos al momento histórico que estaban viviendo. El documento iba a ser solo para mi familia y para mí, pero según iba escribiendo me di cuenta de que había elementos y reflexiones universales. Sí. En una historia tan personal e íntima, donde reflexionan sobre sus propias vidas, sobre los sentimientos que les invaden, sobre el miedo y, al mismo tiempo, la esperanza en mitad del terror, sobre las dudas que tenían en torno a lo que estaba ocurriendo a su alrededor... Todo eso generaba unos sentimientos y unas reflexiones en mí. Así, me di cuenta de que esos elementos universales en la historia podían interesar a otras personas y provocar que se hicieran preguntas importantes sobre su pasado, su familia, sobre cómo les recuerdan, si juzgan o no sus actuaciones…
El libro muestra las cartas íntegras, pero oculta la identidad de tus abuelos.
Sí. Lo hice por respeto y por no exponerles. Es verdad que he intentado tratar sus vivencias con mucho respeto, sin juicios y trato de simpatizar con ellos, pero no tenía la posibilidad de pedirles permiso para poner sus nombres en el libro. He intentado buscar un equilibro. Es necesario que, gracias a este tipo de historias, las personas sean conscientes de la importancia de la memoria y el recuerdo para no repetir los mismos errores a nivel social.
Tu abuela perdió a sus hermanos en la guerra y tu abuelo no hablaba sobre lo que vivió en ella. ¿Ese silencio puede sanar?
Creo que el silencio impide que las heridas sanen de verdad, pero entiendo que, para las personas que han vivido cosas que nunca quisieron vivir, ese silencio, después de la guerra y el horror, es lo único que les permitía mirar hacia adelante y seguir con sus vidas.
Tratan de alejarse de lo que han vivido.
Eso es. Después de haber sido víctimas de un episodio tan difícil y doloroso en sus vidas, entiendo que el silencio sea lo que te permite reconstruir tu vida. Sin embargo, si se mantiene en el tiempo puede ser muy dañino.
Para poder leer las cartas de tu abuela decidiste aprender a leer Sütterlin.
El Sütterlin es una caligrafía distinta, no un idioma. Al principio no supe reconocerlo, pensaba que mi abuela tenía una letra complicada. Mi madre me lo aclaró y fue cuando llamé a asociaciones de personas mayores y a historiadores en Alemania, que hacen estas traducciones, pero tenía mucha prisa por entender las cartas de mi abuela. Vi que en YouTube hay varios vídeos tutoriales sobre cómo aprender a leer este abecedario y lo traduje por mi cuenta.
Creo que la memoria histórica no es de nadie y es de todos. Debería hacerse memoria con todas las historias y personas
En España también tuvo lugar una cruenta guerra hace menos de cien años. Y aún hoy seguimos a vueltas con la memoria histórica, cada quien reivindicándola a su manera.
Creo que la memoria histórica no es de nadie y es de todos. Debería hacerse memoria con todas las historias y personas. Hay proyectos políticos que buscan borrar la historia de las personas que no piensan o han pensado como ellos. Es verdad que rescatar la memoria significa a menudo rescatar la de aquellas que han sido víctimas de esos intentos de borrarla, pero, como digo, no es de nadie. Como se puede ver en el caso de mis abuelos, no se puede generalizar, porque muchos alemanes tuvieron que luchar en el bando nazi porque no había otro. Y otras muchas personas, que podían compartir la ideología nazi en un principio o creyeron estar en el bando correcto, cambiaron de opinión después de ver el horror de la guerra, al darse cuenta de que no es lo que les vendieron, lo que les dijeron que iba a ocurrir, pero no podían salir de ahí. Sí. Las generalizaciones dejan fuera a muchísimas personas cuya memoria también merece existir.
En el libro menciona el instituto de Zuia, un antiguo convento alavés que se convirtió en campo de concentración. ¿Podemos aprender algo de Alemania sobre memoria histórica?
Sí. Creo que en España la dictadura que precedió a la guerra sigue dejando huella. Hay un silencio impuesto y aprendido por la generación que siguió a la que vivió la guerra. En Alemania también hubo décadas de silencio, pero los que siguieron a aquellos que vivieron la guerra comenzaron a hacer preguntas y a hacer memoria histórica antes, aunque con grandes y difíciles debates en la opinión pública. En España, en cambio, el silencio impuesto ha sido más largo y ha durado más generaciones.
Un silencio que hace daño.
Por mucho que haya personas que crean que ese silencio es lo que permite mirar hacia adelante, creo que mirar hacia el futuro con esa mochila no nos va a llevar a un sitio mejor. Por eso, debemos atrevernos a tener debates difíciles, pero de forma madura y civilizada, porque somos una democracia en la que podemos conversar sobre temas complicados sin que ello suponga que el odio vuelva a aflorar. No entiendo por qué dicen que eso es volver a abrir heridas. Las heridas están ahí y se debería hablar sobre ellas.
Son heridas que no se han curado.
No caminamos hacia un futuro mejor llevando una mochila cargada de temas de los que es mejor no hablar. Es construir en falso, es como construir una pared con grietas.
El pasado puede ayudar a no cometer los mismos errores. Sin embargo, la ultraderecha está en alza y según las últimas encuestas parece que cada vez son más los jóvenes de entre 18 y 24 años que se inclinan por partidos como VOX. ¿Por qué cree que su discurso cala tanto?
Por un lado, porque la historia no se enseña en los centros educativos como algo que forma parte de nosotros. Faltan enfoques más personales que ayuden a empatizar con quienes nos precedieron y que nos ayuden a entender que la historia no es algo externo y abstracto, sino que forma parte de lo que somos ahora. Y, por otro lado, creo que tiene que ver con que hemos pasado de la dictadura al bipartidismo y, después, cuando han nacido partidos nuevos, a la polarización extrema del debate político. Y eso lleva a un cansancio. Cuando tienes una sobreabundancia de información y todo son gritos, no escuchas nada y las ideas más básicas, las que requieren menos esfuerzo intelectual y van directamente a apelar a las emociones, son las únicas que sobresalen en ese ruido.
¿Qué sentiste al saber que la editorial Libros del K.O. quería publicar tu libro?
Todavía no me lo creo. Cuando estudiaba Periodismo esta era la editorial en la que deseaba publicar un libro. Tengo mucho respeto por los periodistas a los que han publicado, por las historias reales, las crónicas periodísticas…. Ellos eran mi primera opción y para mí fue una sorpresa enorme. Me hizo mucha ilusión, pero también me dio un vértigo terrible. Les estoy muy agradecida por la comprensión, la paciencia y el cariño que me han transmitido, porque trabajábamos en el libro en los ratos en los que mi hijo se dormía en la mochila, con un tono bajito para que no se despertara.
La conciliación laboral es un equilibrio casi imposible, sobre todo si no tienes apoyos familiares o recursos económicos para poder compartir los cuidados de los hijos
Editaste el libro mientras cuidabas a tu hijo recién nacido. ¿Fue complicado compaginar ambas cosas?
Lo fue, porque un bebé es extremadamente demandante de su madre, pero me di cuenta de que los meses que siguen al nacimiento de un hijo son meses en los que sentí una sensibilidad intelectual especial.
¿Sensibilidad intelectual?
Tenemos una idea equivocada sobre lo que implica la maternidad a nivel intelectual. Las madres recientes y no tan recientes tienen mucho que decir, y no solo sobre la maternidad. El hecho de ser madre te da una perspectiva diferente, te ayuda a priorizar con más rapidez, te da una claridad que antes no tenías, una mirada más clara e iluminada. Y eso ayuda a ir directamente a lo importante de las cosas. Esos meses después del nacimiento del bebé no tienes tiempo para dejarte llevar por el exceso de información que en el día a día nos impacta, estás más centrada. Y a mí me ayudó a quitar lastre para poder estar con mi hijo y a reflexionar y pensar sobre otros temas importantes. Fue una combinación inspiradora. Me dio la capacidad de filtrar más rápido y no quedarme en la superficie de las cosas.
Ahora participas en firmas de tu libro, te hacen entrevistas, trabajas en el ayuntamiento... ¿es posible conciliar o es una leyenda urbana?
Es un equilibrio casi imposible, sobre todo si no tienes apoyos familiares o recursos económicos para poder compartir los cuidados de los hijos. Tal y como está configurada nuestra sociedad y por cómo nos organizamos en ella la infancia no encaja. A día de hoy la conciliación laboral es un debate que está sobre la mesa, pero muchas personas y, sobre todo, muchísimos hombres, no van entender lo que significa hasta que sean ellos los que estén en la primera línea de los cuidados. Porque, en teoría, todos estamos a favor de la conciliación, pero la realidad es que hasta que no lo vives de cerca y entiendes la magnitud de lo que es cuidar a una persona que acaba de llegar al mundo y que está creciendo, no puedes hacerte cargo de todo.
¿Piensas escribir un segundo libro?
No me importaría volver a encontrar una buena razón y una buena historia; para embarcarme otra vez en la aventura de escribir un libro, pero ahora mismo no tengo nada entre manos. Para publicar de nuevo esperaré a tener una historia que merezca la pena y vaya a interesar realmente a las personas.
¿Qué sueños te quedan por cumplir?
No lo sé. Mira, Noemí López Trujillo escribió en Twitter sobre la presión que existe de no parar de producir, de ser visible, y dijo que parecía que teníamos una presión interna de autoexigencia de estar siempre creando algo. Yo creo que es algo que tenemos dentro y que no es sano. Cuando tenemos una meta y la alcanzamos, deberíamos estar satisfechas, disfrutarlo y estar orgullosas del trabajo hecho, y no sentir que no es suficiente y que tenemos que volver a ponernos enseguida otra meta. Me vi muy reflejada en esa reflexión, porque incluso ahora que acabo de ser madre y he publicado un libro no he perdido la sensación de estar pensando en lo siguiente. Y eso no es necesario. Voy a intentar no seguir esa dinámica y disfrutar de lo que tengo ahora.