Opinión
Peligra el 'Sputnik', parque vecinal autogestionado que lleva nueve años recordando que Vallecas no se vende

En algo más de doscientos metros cuadrados, el solar okupado encapsula el conflicto por la ciudad: gentrificación, comunidad y resistencias.
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Diana Moreno Vista del solar okupado autogestionado Sputnik, desde el edificio de enfrente, en el barrio de Nueva Numancia de Vallecas.

Un solar no es solo un pedazo vacío de una calle. Puede contar muchas historias: la de unas casas que alguien echó abajo, la de la voracidad inmobiliaria, la de los proyectos detenidos por la crisis inmobiliaria. A veces también cuentan cómo la propia comunidad lucha por recuperar, cuidar y dar otro significado a estos espacios abandonados. El parque autogestionado ‘Sputnik’ de Vallecas, en Madrid, es un hermoso ejemplo de esta resistencia, hoy amenazado.

Doscientos treinta metros cuadrados ocupan los números 19 y 21 de la vallecana calle González Soto. Abandonado desde la crisis de 2008, con el quiebre de la empresa que iba a edificar dentro de sus lindes, el solar es una de las muchas cicatrices que dejó la burbuja inmobiliaria. Pero este lugar tiene algo distinto. En una esquina quedó un elemento extraño: una gran tolva de cemento (recipiente grande, con forma de cilindro sobre cuatro patas).

La calle en la que se ubica es estrecha, con una mezcla de arquitectura típica de estos barrios (casas neomudéjares que colindan con edificios nuevos o resistentes casas bajas), sin espacios verdes, aunque podría ser de otro modo. No hace falta imaginarlo: basta con hablar con los vecinos más antiguos. Hay quien recuerda una noria de agua en la parte alta; otros, la arboleda. “Había árboles a ambos lados de la calle. En verano, el sol apenas tocaba el suelo”, dice Aurora, vecina de 78 años, dibujando una imagen muy distinta a la actual. “Luego yo no sé por qué cojones los quitaron y nadie dijo ni pío”.


Ella misma, original de un pueblo de Córdoba, fue testigo del crecimiento desordenado del extrarradio madrileño: con diez años vio la construcción nocturna de infraviviendas, apoyada en la ayuda vecinal, en los arrabales de Usera. Después llegó a Vallecas, donde recuerda esta misma calle hace 34 años “como un pueblo”: casas bajas y la gente sentada en sillas a las puertas, levantándose para dejar pasar el escaso tráfico, y vuelta a sentarse. Los árboles son, sin embargo, el detalle que más repite.

Aurora vio desaparecer la arboleda y las casas bajas de la calle a partir de 2005, en plena fiebre del ladrillo. En 2009 construyeron unos apartamentos al lado de su casa y, a falta de espacio, la constructora usó el solar que más tarde sería el Sputnik, ya abandonado, para colocar los materiales y la tolva de cemento, tan grande que hubo que meterla por los huecos de la calle trasera, Montseny. Los cambios eran tan vertiginosos entonces que, para cuando quisieron retirar la tolva, esa calle también había sido edificada, el artefacto quedó atrapado y los constructores se desentendieron. “Se largaron y lo dejaron ahí”, dice Aurora. Cree que si los vecinos hubiesen estado “más al loro” los hubieran obligado a quitarlo. “Como nadie dijo ni pío, ahí se quedó”.

De estercolero a jardín

En las fotografías de 2016, el solar que hoy es el Sputnik parece otro: un espacio de abandono y basura entre la que se distinguen colchones, ruedas, electrodomésticos rotos, desperdicios de todo tipo. “Esto no es un basurero, respeta a los demás”, ha escrito alguien en la pared del fondo. El hueco del descampado, como una boca mellada, deja ver los patios del otro lado, de muros blancos y coladas al sol.

“Empezamos a picar puerta por puerta y telefonillo por telefonillo a las vecinas de González Soto para convocarles a una jornada de puesta en común. Todavía no teníamos ni decidido qué solar iba a okuparse”, cuenta Josele, un vecino del PVA Sputnik

En abril de 2016, vecinos y gente del centro social La Villana (entonces en la cercana calle Montseny) y de la casa okupada del número 30 de González Soto (tres plantas desalojadas y derruidas antes de la pandemia, hoy un solar) pasaron a la acción. Josele, vecino de la zona, incide en que no fue algo espontáneo sino una acción planificada, casi cinco meses de organización multitudinaria: “Empezamos a picar puerta por puerta y telefonillo por telefonillo a las vecinas de González Soto para convocarles a una jornada de puesta en común. Todavía no teníamos ni decidido qué solar iba a okuparse”, dice. Lo siguió el debate sobre las necesidades del barrio, el aprendizaje de otras experiencias similares y la decisión de okupar un solar y convertirlo no en un huerto urbano sino en un parque vecinal, “un lugar de convivencia cuidado por los vecinos”.

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2016: vista del baldío que era lo que ahora okupan, y cuidan, las vecinas de la calle González Soto. Diana Moreno

El 23 de abril de 2016, una convocatoria instó a tomar el solar e iniciar la limpieza, de la que se sacaron toneladas de basura. A Aurora, lo de limpiar le pilló “un poco mayor”, pero ayudaba como podía acercándose al mercado y preparando bocadillos. Entre todos, arreglaron el suelo, pintaron, plantaron arbustos y árboles. Mientras enterraban las semillas que darían lugar al jardín en el que iba a convertirse, se producía otra magia paralela: brotaban las relaciones entre personas que apenas se conocían. Lo llamaron Sputnik porque alguien señaló la gran tolva de cemento y dijo: parece un cohete.

Naturaleza y arte: formas de resistencia

Hoy, nueve años después de su okupación, el lugar no se parece nada al de las primeras fotografías. En la estela de otros solares okupados autogestionados de Madrid, como el de Antonio Grilo en Malasaña o el ya desaparecido solar de Lavapiés, hoy el Sputnik es un jardín acogedor con murales artísticos, banderines de colores y una pérgola central diseñada a través de un proyecto de la Universidad Politécnica que lo termina de dar categoría de refugio climático. A vista de pájaro se puede ver que El Sputnik y el cine del Sputnik (enfrente), son los únicos espacios abiertos del vecindario. A Aurora le gusta en lo que se ha convertido: un lugar donde sentarse “a hablar de cosas” sin necesidad de consumir. El único espacio verde de la zona.

“Me parece muy adecuado que los vecinos y vecinas tomen los espacios, sobre todo cuando están en desuso, que los hagan suyos, públicos. Los espacios son para la gente que los cuida, y punto”, dice la muralista Lian

El pequeño solar de enfrente, también okupado, sirve de cine de verano y los murales han dado un valor incalculable al antiguo estercolero. El arte puede llegar a ser una forma de resistencia vecinal ante la degradación; de hecho, el gran mural Smoking Graciela, que ocupa la pared ubicada al este y que Google Maps señaliza con el icono de museo, es ya un emblema de Vallecas. La anciana fumadora es una de las obras que proliferaron en 2018 y su autora, la artista catalana Lian, quiso retratar a una “mujer de barrio”. “Obviamente me parece muy adecuado que los vecinos y vecinas tomen los espacios, sobre todo cuando están en desuso, que los hagan suyos, públicos. Los espacios son para la gente que los cuida, y punto”, dice la muralista. Ella pinta en casas y sitios okupados desde hace treinta años y cree que la okupación “es una herramienta para hacer frente al capitalismo ridículo que hay hoy día, al problema de la vivienda”, e incluso “te da otra visión del mundo”. Frente al riesgo de que el parque desaparezca y con él el enorme mural, asume que “en el muralismo todo es temporal, cuando pintas en la calle corres ese riesgo”.

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El Sptunik también es arte. Aquí se puede ver el gran mural "Smoking Graciela" con el que la autora, la artista catalana Lian, quiso retratar a una “mujer de barrio”. Diana Moreno

Un oasis de comunidad

Desde su creación, el Sputnik ha sido parte de la vida comunitaria de Vallecas: actividades culturales, asambleas, encuentros o la recuperación de las fiestas autogestionadas de Doña Karloto. En marzo de 2023 acogió un encuentro con Silvia Federici y en junio, los Premios Utopía, una gala en la que se repartieron galardones a diez iniciativas del barrio, incluyendo huertos urbanos, entidades de mujeres gitanas y colectivos culturales o deportivos.

“En el proceso tan individualizado que hay, este espacio sigue siendo un nodo de una red para construir vecindad y no personas aisladas”, dice Josele. Recuerda que, durante la pandemia, como espacio abierto, permitió que no se detuvieran proyectos como la despensa comunitaria o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca del barrio. “Este fue el único parque autogestionado abierto en Madrid durante muchos años. El único”, pone en valor, aunque el espacio está cerrado desde noviembre de 2022.

La amenaza de la gentrificación

Sin embargo, el parque (y con él con sus árboles, sus murales y su potencial ecológico y comunitario) está en peligro. En diciembre de 2024, un hombre se acercó al Sputnik y se presentó: era el nuevo propietario del solar. Dijo que iban a construir. Poco después, varios individuos vinieron a medir el espacio. Le llegó al colectivo una denuncia por usurpación, después fue retirada.

A primeros de año, el solar apareció en la web inmobiliaria idealista.com; dos meses después, el 30 de mayo, el anuncio se actualizó para incluirlo dentro de un proyecto inmobiliario más grande. Piso en venta, obra nueva, setenta metros, garaje, 257.000 euros. La imagen que acompaña al anuncio muestra un edificio aún inexistente. Todo es parte de una iniciativa llamada “Vallecas III”, que en la web describen como “un proyecto único en el corazón del barrio de Numancia”, una “zona de gran dinamismo y transformación” que “combina tradición y modernidad”, “en plena evolución y constante crecimiento” e “ideal para quienes buscan un entorno con proyección y un valor añadido a su inversión”. La encargada de la promoción es la promotora Dmarchee, acusada en 2021, de contratar “matones” para echar a la gente de un centro social okupado de Tetuán, según informó El Salto.


A Miguel, quien dice ser el actual propietario, le sorprende saber que la promotora ya haya puesto el anuncio antes incluso de adquirir el solar, que sigue siendo suyo. En conversación telefónica, cuenta que adquirió el solar a la Sareb, quien se lo había quedado tras la quiebra de la empresa durante la crisis inmobiliaria: “Lo compramos porque vimos que estaba en precio, dijimos, vamos a invertir aquí”, explica. Él no tenía pensado hacer nada al menos en unos años, pero la empresa acaba de contactar con él para poner en marcha el proyecto de 14 apartamentos repartidos por la zona.

“Lo ponen ahora en promoción para ver si la gente acepta a comprar los pisos para que ellos tengan liquidez para comprar el solar y empezar la obra”, dice. “Van adelantando tiempo, antes de soltar dinero o lo que sea”. Él se ha comprometido a dárselo “limpio” y valora que lo más complicado será sacar la tolva de cemento. “Igual habrá que llamar al chatarrero. Estamos esperando al de la máquina para que vaya y limpie eso. Avisaré para que saquen lo que tengan ahí, lo que no saquen lo llevaremos al vertedero”, concluye.

Recuperar la ciudad

La historia del Sputnik no es única. En Nueva York, tras la crisis de 2008, la organización 596 Acres mapeó solares públicos sin uso y ayudó a vecinos a reclamarlos. En Exarcheia, Atenas, varios colectivos transformaron un solar abandonado en un lugar de juegos, asambleas y eventos comunitarios. Hay historias de solares autogestionados en Nápoles, Lisboa o Barcelona, donde ha existido un mayor apoyo institucional. En Madrid, la tendencia es opuesta: el actual ayuntamiento ha desalojado espacios sociales mientras cedía, sin embargo, terrenos municipales a organizaciones religiosas. La Red de Espacios de Madrid Autogestionados (REMA) ha denunciado una tendencia de cierres y falta de apoyo institucional, a pesar de lo que estos lugares aportan a los barrios: participación ciudadana, vínculos intergeneracionales, encuentro y apoyo mutuo.

El colectivo de vecinos que ha cuidado el Sputnik durante estos nueve años ya se está organizando para defenderlo. “Toda la calle va a cambiar y se va a perder el espacio que siempre ha sido de encuentro, de confianza, de seguridad”, dice Josele

El colectivo de vecinos que ha cuidado el Sputnik durante estos nueve años ya se está organizando para defenderlo. Por un lado, informando a los vecinos de qué va a suponer que este espacio verde se transforme en ladrillo y hormigón (con el añadido de un garaje): más tráfico, menos flora, varios grados más de temperatura. “Toda la calle va a cambiar y se va a perder el espacio que siempre ha sido de encuentro, de confianza, de seguridad”, dice Josele. Creen que es una patada a una de sus demandas: que se usen los solares vacíos para mejorar el bienestar del vecindario. Por eso están dispuestos a negociar con el propietario: “Sería justo que la nueva propiedad nos cediera o arrendara en condiciones de alquiler social digno”. Miguel, el propietario, dice que se lo plantearía si no llega un acuerdo con la promotora o si esta se echa atrás.

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El solar ha sido espacio para diversos eventos, pero también asambleas de barrio, de la PAH, de las feministas y otros movimientos sociales. Diana Moreno


Otra de las formas de resistencia del colectivo es mantener el espacio vivo. Durante los últimos meses, el solar se llena de asambleas y celebraciones. La mañana de nochebuena de 2024, un grupo de personas se reúnen bajo la pérgola y escriben deseos en papel doblado: mantener el parque, retener el tejido del barrio. En primavera, tras las lluvias, disfrutan del vergel, conectan sus recuerdos dentro de aquel espacio con el crecimiento de los árboles: “Ese medía como mi pulgar, y míralo ahora”. En verano, se refugian de las altas temperaturas. Practican el ejercicio de imaginar la calle, el barrio y la ciudad de otro modo. Hablan de cómo trasladar las plantas, algunas muy enraizadas: quieren llevarlas a otros jardines, recuperar otros solares, mantener la lucha. Recuerdan que lo que está en juego no es solo un parque, sino todo un modelo de ciudad.

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