Masculinidades
Antidisturbios: la masculinidad como punta de lanza de una violencia estructural del sistema

Es lógico pensar que para que se mantenga la estructura tal y cómo está, quienes copan los puestos de mayor poder y privilegio favorecidos por esta, no están muy preocupados por revisar conductas machistas o racistas.

Serie Antidisturbios
Fotograma de la serie de televisión "Antidisturbios"
16 dic 2020 06:15

La serie Antidisturbios fue motivo de noticias diarias durante algunas semanas. También El Salto hizo una crítica que muestra claros encuentros entre la ficción y la realidad. Pasada la época de la polémica, y si queda alguien que aún ha resistido estoicamente hasta ahora,  vamos a tratar analizar lo que plantea la serie desde nuestro tema, las masculinidades. A ver si así conseguimos que pique la curiosidad y la veais, porque, en mi opinión, hay que verla.

Un breve resumen: a pesar del título, la protagonista es Laia, una agente de Asuntos Internos que empieza a investigar la actuación policial durante un desahucio en el que muere un vecino que trataba de impedirlo. Esta es la premisa para que miremos con detalle la vida de una unidad de antidisturbios que comparten furgón.

La serie Antidisturbios conecta la violencia individual, un mandato de género de la masculinidad, con la estructura más amplia en la que sucede

La investigación pronto apunta a que hay algo más que la actitud violenta de los antidisturbios en el desenlace trágico de esa mañana. Son altas instancias policiales y judiciales las que son señaladas como corruptas, pasando a ser un thriller policial sobre la dificultad de desenmarañar todas las complicidades y esferas de poder que les protegen, con un alterego de Villarejo (al que llaman Revilla) cobrando mucho protagonismo. De este modo, la serie conecta la violencia individual, un mandato de género de la masculinidad, con la estructura más amplia en la que sucede.

Esta combinación de vidas personales bastante precarias, sobre todo en lo emocional, y representantes con mayor poder en el sistema (que son estrictamente eso, puesto que no conocemos nada de ellos y los jueces implicados en la trama ni aparecen) es lo que nos sirve como excusa para hablar de cómo se interrelacionan y alimentan la estructura patriarcal en la que vivimos con el uso de la violencia como uno de sus principales ejes, qué privilegios concede, y cómo normalizar y legitimar estos comportamientos violentos acaba permeando y afectando a todas las esferas de nuestra vida. 

Para tratar de entender qué está operando entre estas realidades resulta muy esclarecedor el modelo ecológico de Brofenbrenner. Sostiene que hay 4 niveles interaccionando entre sí:

Macrosistema → la cultura en la que vivimos, patriarcal y con la violencia como una de sus claves.

Exosistema → instituciones que legitiman el uso de la violencia en el mundo laboral, incluyendo si desahuciamos a alguien.

Microsistema → las relaciones con las personas más cercanas.

Individual → se refiere a cómo la historia personal de cada uno hace que gestione de diferente manera todo lo anterior.

Masculinidades
Terrorismo y masculinidad

M. sale de casa, todo está listo, la adrenalina bulle, no hay marcha atrás. Las armas cargadas, el plan bien meditado: llegó el momento. 

Ha habido muchas series y películas de policías, ejemplares en su trabajo, personificando el abuso la violencia, o incluso con escalas de grises maravillosas, pero no recuerdo ninguna que pusiera el foco de la misma forma fuera del entorno laboral que Antidisturbios. Esto nos coloca en un lugar de privilegio para observar el nivel micro e individual.

De esta forma podemos ver, entre otras muchísimas cosas, a Osorio desbordado y autoritario con sus hijos en una escena tan cotidiana como puede ser un desayuno; a López en competencia y con mucha agresividad con su suegro por el cuidado de sus hijos/nietos; a Úbeda ponerse a la defensiva con su mujer por preocuparse por su salud mental y violento cuando le recuerda que no tienen relaciones sexuales; a Parra, propenso a las conductas de riesgo y dominado por una sexualidad que no le permite negarse ni con alguien que odia, a Bermejo, maltratador de libro en cuanto no puede controlar con quién habla su pareja; a Rubén… todo lo que hace y dice y cómo lo hace y lo dice.

Todos estos comportamientos y actitudes se pueden considerar dentro de la caja de masculinidad hegemónica, y quiero hacer hincapié en que hay una clara correlación con que en el nivel individual, en su historia de vida, y en la de muchos de nosotros, para abordar la mayor parte de esas sensaciones como frustración, enfado, culpa, miedo o impotencia, la forma que han interiorizado es ponerse a la defensiva y hacer demostraciones de fuerza, autoridad y violencia. Qué bien viene esto para ser antidisturbios, ¿no?

¿Pero a quién le viene bien exactamente? Porque aunque les vemos con trabajos estables durante décadas, conduciendo buenos coches, viviendo en casas en propiedad... cosas que a priori facilitan una posición de bienestar social para toda una familia, no parece que ninguno de ellos esté ni remotamente cerca de sentirse bien.

Me atrevo a decir que parece útil para un trabajo así, que la sensación de amenaza y de miedo estén muy presentes, por lo que sistemas de opresión como el machismo o el racismo son perfectos para deshumanizar al otro y poder ejercer violencia sobre ellos y ellas. Es lógico pensar que para que se mantenga la estructura tal y cómo está, quienes copan los puestos de mayor poder y privilegio favorecidos por esta, no están muy preocupados por revisar esas conductas.

No podemos saber cómo es de fiel a la realidad la forma de abordar los ataques de ansiedad de Úbeda (paradójicamente es quien aconseja a cada recién llegado a la unidad que actúe con chulería), pero sí que conocemos desde hace tiempo peticiones desde la Policía Nacional o Guardia Civil solicitando un mayor cuidado de su salud mental, ya que entre otras consecuencias de su trabajo, es muy llamativa la de una tasa de suicidios hasta nueve veces más alta que en la población general. Consecuencias en primera persona de no poder ser nunca vulnerable, del aislamiento emocional que suele obedecer a los mandatos de la masculinidad. Aunque sea ficción, me resulta tan creíble como descorazonador que ante la muerte de una persona como consecuencia de una intervención, todo la ayuda que reciban sea una palmadita en la espalda de un superior.

Seguimos profundizando en estos mandatos propios de la masculinidad que fomentan la agresividad frente a la negociación, la violencia frente a la gestión emocional

Es posible que la cosa cambiara si probáramos a financiar el cuidado de su salud mental con lo que vamos a gastar en pistolas táser, por ejemplo. Esto quiere decir que seguimos profundizando en estos mandatos propios de la masculinidad que fomentan la agresividad frente a la negociación, la violencia frente a la gestión emocional, una estructura más autoritaria frente a una más democrática. Probablemente no sea suficiente, pero sin duda un camino con más recursos para la gestión emocional y relacionarse de forma más sana con los demás, parece un lugar donde sea menos necesario defenderse constantemente y vivir literal y metafóricamente acorazado. 

Me ha llamado especialmente la atención lo bien que juegan Peña y Sorogoyen con las diferentes expectativas que tenemos con las mujeres que más aparecen. Alimentan lo que presuponemos, que son probables agentes de cambio y alternativas de comportamiento y morales respecto a los hombres. Diana, que nada más aparecer, brinda un discurso impactante y lleno de fuerza y carisma sobre la responsabilidad que tienen de limpiar a la policía de actitudes violentas, resulta ser el caballo de troya fundamental para la trama corrupta. Marian, aparece primero como víctima de Bermejo para acabar siendo una más tras unirse a una paliza para “ajusticiar” a un compañero. Y por último y más importante, Laia, a la que vemos con detalle en su tránsito, empieza como ejemplo de moralidad inflexible y acaba llegando a un acuerdo con el más malo de la película, Villarejo, para salvar su carrera y sacar rédito del enorme esfuerzo que ha hecho.

Sin duda Laia se esfuerza hasta más allá del límite de su fuerza tanto física como mental, pero vemos como una parte de ese camino consiste en ir distanciándose cada vez más de su pareja, obsesionada con su trabajo, alejándose de los cuidados y entrando en una espiral de conductas de riesgo para llevar razón, persiguiendo el éxito a corto plazo a toda costa, disfrazado de una supuesta intención de hacer del mundo un lugar mejor, pero convirtiéndose en un peón más. Todos estos rasgos, son propios de los mandatos de la masculinidad hegemónica, y vemos claramente el coste personal que suponen para Laia. Esto hace que piense que al final ellas (y tal vez todos), deben mimetizarse en mayor o menor grado con ese entorno, asumir las reglas ya preestablecidas en ese mundo tan masculinizado, desarrollar alianzas con personajes o situaciones bastante desagradables como mera estrategia de supervivencia y para poder permanecer, e incluso promocionar. Eso sí, ya al servicio de unos valores y grandes beneficiarios, que siguen siendo prácticamente invisibles y dándonos lo justo para poco más que la hipoteca mientras asimilamos lógicas más a su servicio que en el de nuestro bienestar.

Si seguimos así, no queda otra que darle la razón al personaje de Villarejo, y reconocerle como necesario y esencial. Desde esta perspectiva, cómo no vamos a querer una enmienda a la totalidad. Si a la inmensa mayoría de las mujeres les discrimina y oprime, y cada vez más hombres somos conscientes de cómo nos constriñe, tenemos un caldo de cultivo ideal para encontrar la forma de resistir conjuntamente y ser capaces de visibilizar unas lógicas alternativas con un enorme potencial persuasivo. 

Por ello y para acabar, quiero  romper una lanza a favor de feminismo antipunitivo, que ya lleva tiempo reflexionando  y profundizando en algunas claves para esas relaciones que queremos sustituir por el bien común e individual. Acercarnos a pensar en cómo sería un lugar donde las culpas importen menos, y la preocupación esté orientada fundamentalmente a entender, en la prevención en vez de castigar, donde la responsabilidad y los límites sean colectivos y comunes en lugar de una sociedad que nos necesita controlar.

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Demoler, verbo transitivo: deshacer, derribar, arruinar... Y eso intentamos: deshacer las viejas masculinidades y poner en duda las nuevas, derribar a los hombres de siempre y arruinar los planes del patriarcado desde la reflexión sobre quiénes somos y cómo renunciamos a nuestros privilegios.
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#77383
17/12/2020 13:39

Su trabajo consiste en desahuciar, desmovilizar manifestaciones, proteger a los violentos de ultraderecha etc....su trabajo no es pensar solo es obedecer y callar al pueblo a base de ostias y gases lacrimógenos. Estos tipos cobran por rebentarte la cabeza sobre todo si eres pobre o algun sinonimo parecido, que tengan altas cotas de suicidio solo me parece como minimo agradable, por algun lado se debe equilibrar la balanza,.y como siempre el poderoso gana.
Pero quien es peor mi enemigo o los que defienden a mis enemigos??

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#77484
18/12/2020 21:26

todos son malos, lo mejor es inmolarse, adelante

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#77357
17/12/2020 10:35

La masculinidad no manda... en todo caso obedece, pero las cosas son más complejas de lo que este pequeño medio maniqueo pinta... la masculinidad construyó el Imperio Romano, vil explotador y violento, pero la masculinidad también forjó a Espartaco, que lo derrocó. Así como el Che es una figura muy muy masculina, en fin, seguid con vuestras orejeras de burro

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#77524
19/12/2020 19:50

Estimado homínido
Si no te gusta el maniqueísmo de este medio, no vengas. Quédate en tu OKdiario

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#77301
16/12/2020 21:52

"mandatos propios de la masculinidad" Que se sepa que hay gente en la Academia favricando consignas y conceptos falaces como este. Como si la masculinidad fuera peor que la feminidad, o los hombres fueramos todos gilipollas. Callados como muertos están estos profesores ante la violencia del Estado bancario que sufrimos en esta operación totalitaria. Paniaguados que son. ¿Y la Prensa?

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Demoler, verbo transitivo: deshacer, derribar, arruinar... Y eso intentamos: deshacer las viejas masculinidades y poner en duda las nuevas, derribar a los hombres de siempre y arruinar los planes del patriarcado desde la reflexión sobre quiénes somos y cómo renunciamos a nuestros privilegios.
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