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Memoria histórica
María Luisa Hernández Portales: “El trauma que he heredado no quiero pasarlo a las generaciones futuras”
María Luisa es una de las voces que aparecen en el documental Pico Reja, la verdad que la tierra esconde (Remedios Malvárez y Arturo Andújar, 2021), que se estrena el próximo 9 de noviembre en el Festival de Cine de Sevilla.
“No lo busques, hija, que esta gente es muy mala”. María Luisa suele decir que su madre vivió siempre con el miedo metido en lo más profundo de su cuerpo, hasta el interior de los huesos. En septiembre de 2013, la madre murió de cáncer de médula —“tenía el trauma hasta en la médula”— sin haberse atrevido a buscar los restos de su padre. La hija sintió entonces que heredaba ese trauma, pero también una responsabilidad: “Para mí, fue un momento de lucidez; pensé: ¿qué hago con esta patata caliente? ¿La oculto o la libero? Tenía la impresión de que no era sólo una herencia familiar, sino que este trauma de mi madre, tras la violenta desaparición de mi abuelo y otros familiares directos a manos del franquismo, como el de tantas otras familias españolas, afectaba a la democracia, a la humanidad en su conjunto… ¿Adónde vamos con estos miedos, con estos silencios? El trauma que he heredado no quiero pasarlo a las generaciones futuras”.
María Luisa Hernández Portales es bisnieta, nieta y sobrina nieta de represaliados del franquismo. Su bisabuelo, Francisco Portales Sirgado, fue un maestro libertario al que apresaron por sus ideales. Con casi setenta años, acabó sus días asesinado a golpes en una cárcel de Valladolid por intentar enseñar a leer a otros presos. Sus tíos abuelos Luis, Juan y Suceso Portales Casamar fueron militantes de la CNT y sufrieron la cárcel, la clandestinidad o el exilio. Su abuelo, Francisco Portales Casamar, fue empleado del matadero municipal de Sevilla. Tras un procedimiento sumarísimo, con tan sólo treinta y cinco años de edad, lo mataron a tiros en las murallas de la Macarena. Ocurrió en agosto de 1936. María Luisa no supo los detalles de la muerte de su abuelo, ni dónde enterraron su cuerpo, hasta hace unos años. Entonces, descubrió que otros miembros de su familia también habían sido represaliados por el franquismo.
Hoy espera encontrar los restos del padre de su madre gracias a los trabajos de exhumación que el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, dirigido por Juan Manuel Guijo, está llevando a cabo en la fosa de Pico Reja del cementerio de San Fernando, en Sevilla. Se estima que hay entre mil y dos mil víctimas de la represión franquista.
La herencia del silencio
Una de las manifestaciones más características del trauma es el silencio. Por eso a menudo es tan difícil detectar el sufrimiento callado que puede estar padeciendo otra persona. Puede ocurrir que esa persona sea tu propia madre, y que sólo al final de su vida seas capaz de recomponer y dar sentido a unas huellas que, aunque hayan permanecido en la sombra durante mucho tiempo, forman parte de tu identidad inevitablemente. Algo así le ocurrió a María Luisa cuando empezó a descubrir e investigar la parte de la historia familiar que le había sido ocultada.
La memoria nos enseña que lo que somos en el presente no es el resultado exclusivo de lo que ocurrió en el pasado, sino también de lo que pudo haber sido y no pudo ser. Los proyectos malogrados, personales o colectivos, máxime si se truncan violenta e injustamente, siguen estando presentes como posibles. El pasado que no fue es un patrimonio del presente de pleno derecho y, como apuntó el filósofo alemán Walter Benjamin, no se puede despachar a la ligera.
Benjamin escribía que a cada generación le ha sido asignada una responsabilidad sobre sus antepasados
Cuando María Luisa comprendió que había recibido un trauma de su madre, se rebeló ante la herencia del silencio para intentar redimir, de una vez por todas, ese pasado traumático; para liberarlo de las generaciones futuras: “Si no lo hago yo, lo tendrá que hacer alguien después de mí”, pensó. “¿Y por qué no voy a hacerlo? Ahora tengo fuerzas y creo que puedo afrontarlo”.
En un texto clásico, “Sobre el concepto de historia”, Benjamin escribía que a cada generación le ha sido asignada una responsabilidad sobre sus antepasados. Lo entendía como una especie de derecho que tienen las generaciones pasadas sobre las presentes para que estas últimas se hagan cargo de sus demandas. En cada generación reside una “débil fuerza mesiánica” que, en el caso de María Luisa, se fue revelando a lo largo de su vida, y se intensificó a medida que surgía el movimiento por la recuperación de la memoria histórica.
Los años del descubrimiento
María Luisa creció ajena a los detalles de la historia familiar de represión, violencia y exilio. Que su bisabuelo es un desaparecido no lo supo hasta 2017. A su tía abuela, Suceso Portales, pudo conocerla en vida, ya que falleció en 1999, pero la familia le ocultó las circunstancias de su exilio: “Me habría encantado conocerla. Quizá vieron en mí algo de ella, fue una de las fundadoras del movimiento Mujeres Libres, y pensaron que sería mejor no saber de ella para no seguir sus pasos”.
Reconoce que siempre fue “un verso suelto, siempre me sentí rebelde”. Aunque tuvo la oportunidad de estudiar en la universidad, con 18 años prefirió emigrar a Barcelona y en los ochenta formó parte de las primeras mujeres que se incorporaron a oficios tradicionalmente masculinos. En su caso, empalmando y reponiendo cables como trabajadora de la Telefónica. También desarrolló una actividad sindical, aunque con cierto desencanto porque muy pronto se dio cuenta de unas dinámicas de poder que no iban con ella: “Me ofrecí a colaborar más activamente en el sindicato, pero me dijeron que a veces votaba a unos y otras veces a otros, y que me tenía que aclarar. Pero yo votaba en función de lo que me parecía más útil para los trabajadores, sin pensar en los intereses de los dirigentes.
En la década de los 80, mientras se establecía el “pacto del olvido” de la transición española, María Luisa cuenta que tuvo “un largo romance con un catalán que era muy hippy” con el que fue madre (su primer hijo nació de parto natural en casa) y, ya de vuelta en Sevilla, pasó al servicio de abonados de Telefónica, formó parte de una asociación de mujeres que afrontan solas la maternidad (Ácana), presidió el AMPA del colegio de sus hijos, ayudó a su madre a superar el duelo por la muerte de su padre a principios de los noventa y formó parte de la Asociación Cultural Ecologista Ateneo Verde.
Para muchos familiares de víctimas de la violencia franquista, el silencio fue una forma de proteger a los supervivientes
“A partir del año 2000 empiezo a ver y comentar con mi madre y otros familiares algunas cosas sobre el pasado de la familia, pero coincide con un momento de mi vida complicado, mucho estrés en el trabajo, la falta de tiempo afrontando la maternidad con niños aún pequeños, se me juntaron varias muertes de amigas... Al final todo deriva en una crisis de ansiedad que me lleva a prejubilarme en 2007”, recuerda María Luisa. En el año 2002 comentan que el padre de su madre pudiera estar en la Fosa Monumento del cementerio de Sevilla, donde gracias a la iniciativa de la Asociación de Ex Presos y Represaliados Políticos se erige un monumento en memoria de los fusilados durante el franquismo. En 2016, gracias a la investigación de José Díaz Arriaza “Ni localizados, ni olvidados: las fosas del Cementerio de San Fernando de Sevilla, 1936-1958”, sabrá que su abuelo es más probable que esté en Pico Reja. Pero fue poco después de su prejubilación cuando un pequeño detalle le permite descubrir cuál era la verdadera historia de su familia.
En 2008 María Luisa acompañó a su madre y una prima de ésta a la presentación del libro “La UGT de Sevilla. Golpe militar, resistencia y represión (1936-1950)”, del investigador José María García Márquez. Al final del acto, pidió que el autor le firmara un ejemplar. Al conocer sus apellidos, García Márquez escribió una dedicatoria que sacudió a María Luisa: “Para María Luisa Hernández, que con tan gran orgullo debe llevar ese apellido de Portales que tanto hizo por los trabajadores y la libertad”.
“Debes perdonarlos y olvidarlos”
Para muchos familiares de víctimas de la violencia franquista, el silencio fue una forma de proteger a los supervivientes. El abuelo de María Luisa, poco antes de morir fusilado, comunicó por carta a su mujer que debía perdonar y olvidar a los perpetradores: “Me pongo a escribirte con una tranquilidad de la que la letra puede darte idea. No sé la sentencia recaída. Tengo la plena convicción de que no me pasará nada, y que mi autodefensa ha pesado más sobre el tribunal que toda la sarta de calumnias que esos cobardes desdichados han lanzado sobre mí. Yo lo desprecio y tú debes perdonarlos, olvidarlos y no volver a ocuparte para nada de ellos”. Tanto la madre de María Luisa como sus hermanos siguieron sus instrucciones. Su tío, recuerda María Luisa, “siempre ponía excusas para no buscar el cuerpo del padre”. Su madre seguía pensando que era peligroso (“No lo busques, hija, que esta gente es muy mala», le dijo poco antes de morir).
Son los miedos y los silencios con los que quiere romper María Luisa. La relación entre memoria y derechos humanos cambió el enfoque desde el que se discutían los conflictos del pasado, y para familiares de represaliados del franquismo, como es el caso de María Luisa, fue clave empezar a pensar lo que había ocurrido con sus familiares en términos de violaciones de los derechos humanos: “Para poder sanar este trauma, España debe dejar de ser un país que incumple con los derechos humanos. En protocolo de exhumaciones por fin parece que están dispuestos a cumplir, pero las administraciones aún ponen muchas trabas a las familias».
“Para poder sanar este trauma, España debe dejar de ser un país que incumple con los derechos humanos"
María Luisa ha colaborado con historiadores, sindicatos y asociaciones memorialistas para recuperar la memoria de sus familiares. Es una ciudadana atenta y exigente con las políticas públicas de memoria del Ayuntamiento de Sevilla. La podremos ver y escuchar en el documental Pico Reja, la verdad que la tierra esconde (Remedios Malvárez y Arturo Andújar, 2021), que se estrena el próximo 9 de noviembre en el Lope de Vega, en el marco del Festival de Cine de Sevilla. Confía en que de aquí a un año podrá encontrar los restos de su abuelo en Pico Reja, que el trauma que heredó de su madre pueda ir sanando, y cumplir su deseo: que el trauma no pase a sus hijos ni a las generaciones que vienen. Su herencia no será la del silencio, pero su ejemplo, como el de su bisabuelo, abuelo y tíos abuelos, es un patrimonio ético de nuestra democracia que debemos hacer por que se transmita y conozca.