Memoria histórica
Excavar la historia que no cesa, el trabajo invisible de las exhumaciones de fosas del franquismo

Bajo la tierra, donde el franquismo quiso borrar nombres y duelos, jóvenes arqueólogos y antropólogos desentierran no solo restos, sino la memoria viva de un país. Con manos precisas y militantes, devuelven rostros a los olvidados y desafían la ceguera de un país que aún aprende a nombrar a sus muertos.
Reportaje memoria MAR 01
Equipo de Ute Themis trabajando en el Cementerio de la Salud de Córdoba. Daniel Quiroga
4 jul 2025 08:00

Si un país se midiera, no por sus gestos de grandeza, sino por su forma de tratar a los muertos, España sería una nación minúscula. No es poco irónico que, en este país tan dado a las gestas heroicas y a la memoria de piedra, apenas sepamos nada de quienes verdaderamente están remendando nuestra historia. Se habla, cuando se habla, de “las exhumaciones”, como si fueran una lluvia burocrática de fondo, cuando en realidad están llenas de cuerpos vivos que se agachan, que cavan, que cargan el peso emocional de lo que encuentran bajo tierra. Han tenido que ser jóvenes, nacidos, ya sin miedo, los que bajen ahora a buscar lo que otros se apresuraron a enterrar sin nombre y sin duelo.

Por eso, los protagonistas de estas líneas son quienes están haciendo ese trabajo, que no es sólo científico, es también moral. En los últimos años, se ha producido un impulso, aunque tardío e irregular, en las labores de localización y exhumación de fosas comunes de víctimas del franquismo. Y, en su gran mayoría, ese impulso tiene rostro joven. Son profesionales formados, sí, pero también empujados por algo que no consta en los currículums y que desborda a su propia genealogía familiar: una convicción profunda de justicia social. No solo buscan restos óseos: restituyen biografías y familias, median entre los restos y sus descendientes, y documentan lo que otros preferirían seguir no viendo.  Los testimonios recogidos en este artículo proceden de tres equipos actualmente activos en distintos puntos del país: Universidad y Memoria, en el Barranco de Víznar (Granada); UTE Themis, en el cementerio de La Salud en Córdoba; y varios miembros de Arqueoantro, en el cementerio de Paterna (Valencia).

No es poco irónico que, en este país tan dado a las gestas heroicas y a la memoria de piedra, apenas sepamos nada de quienes verdaderamente están remendando nuestra historia.

No hay memoria sin quienes la sostienen. Y si algo nos salvará de la amnesia, no será una ley ni una fecha conmemorativa, sino la labor de quienes la reconstruyen día a día. No se llega a este trabajo por azar, pero tampoco por un camino recto. Aunque la mayoría provienen de la arqueología o de la antropología, la especificidad de estas intervenciones, tan contemporáneas y tan cargadas de urgencias éticas, ha obligado a crear metodologías nuevas para contextos a priori no contemplados. Daniel Quiroga (A Coruña, 1979), coordinador de UTE Themis, señala que los propios equipos han tenido que ser, en gran medida, pioneros para combinar el rigor científico con la sensibilidad del contexto. De ahí que en los equipos convivan arqueólogos, restauradoras, antropólogos, sociólogos, historiadores o fotógrafos.

Muchos profesionales de este campo reconocen haber llegado a esta labor guiados más por la intuición y el compromiso ético que por un itinerario académico claro. Muchos comentan que las universidades, cuando no ignoran por completo la historia reciente, ofrecen escasas herramientas para intervenir sobre ella. La mayoría comenzó en voluntariados, aprendiendo junto a quienes tienen más experiencia. Paco Carrión, director del equipo Universidad y Memoria de Universidad de Granada, ha sido clave en la formación de muchas personas aquí entrevistadas. René Palacios (Córdoba, 2000), que hoy trabaja en UTE Themis, agradece “a los primeros amigos que vistieron de normalidad mis primeros voluntariados, y a quienes, con su tiempo y su visión, me transmitieron otra forma de entender esta arqueología.”

También los saberes técnicos han ido construyéndose sobre la marcha. Como el tratamiento de los materiales recuperados: botones, balas, pendientes, suelas de zapato, hebillas, trozos de tela o llaves. Irene García (Córdoba, 1999), restauradora y conservadora, integra la restauración de materiales y la interpretación histórica. Su labor interdisciplinar es esencial para leer tanto los restos óseos como el objeto que los acompaña. Recuerda  un reportaje emitido en La Sexta sobre una mujer buscando a su padre fusilado. “Pensé: ojalá cuando sea mayor trabaje en algo así”. José Ángel Merino (Bailén, 1995), también es encargado de la restauración y análisis de materiales y cartuchería. En abril de 2024, en el mismo canal de televisión que inspiró a Irene años antes, las manos de José Ángel mostraban un lápiz y una goma de borrar pertenecientes a un niño de unos 11 años fusilado en el Barranco de Víznar. Ya perfectamente restaurados, no eran solo materiales arqueológicos: eran la prueba de una violencia sin matices. Para él, este trabajo, con todo su peso ético, simbólico y político, no es solo una especialización más: “Siempre va a tener más prioridad para mí este tipo de intervenciones que cualquier otra.”

Reportaje memoria MAR 02
El equipo Universidad y Memoria trabajando en el Barranco de Víznar. Francisco de Asís Carrión
Han tenido que ser jóvenes, nacidos, ya sin miedo, los que bajen ahora a buscar lo que otros se apresuraron a enterrar sin nombre y sin duelo.

Una palabra que se repite en las entrevistas es militancia. El compromiso con quienes esperan, contextualizan, preguntan y agradecen es el verdadero sentido de su trabajo. A veces, se entrelaza con sus propias genealogías. María Isabel González (Cádiz, 1999) recuerda a su abuela, que huyó de Bujalance mientras dejaba a sus espaldas los bombardeos. Félix Bizarro (Zafra, 1993), menciona a dos hermanos de su bisabuelo fusilados, Bárbara y Antonio Bizarro Rosa, cuya memoria le ha sido transmitida desde niño. José Francisco Muñoz (Alomartes, 1993)  también recuerda el asesinato de sus bisabuelos, aunque sabe que dificilmente los encontrará. Aun así, dice, “devolver otras personas a sus familias incluso llena el vacío propio”.

Cierto impacto emocional es inseparable de este trabajo. Irene confiesa que, si no se dedicara a esto, quizá no pensaría tanto en la muerte. “Hace unos años falleció mi padre, y creo que todo este ambiente laboral incrementa la experiencia”. Sara Poveda (Barcelona, 1991) aún se emociona recordando a Diego, de 89 años, que buscaba a su padre en Alcuéscar (Badajoz), asesinado cuando él era un bebé. José Francisco pensó en su sobrino de 11 años cuando encontraron al niño fusilado en el Barranco de Víznar. La emoción se cuela por lo cotidiano. A Alejandro Díaz (Valencia, 1993) le afectó encontrar múltiples impactos de bala en un sólo cráneo. Laura Gutiérrez (Montehermoso, 1987) guarda la imagen de su primera exhumación: cuerpos boca abajo, maniatados, en el cementerio de Málaga. Eva Urquieta (La Herradura, 1990), con experiencia en necrópolis romanas o medievales, se enfrentó por primera vez a una fosa este año, con una exhumación con ocho mujeres, en el Barranco de Víznar: “Nada más verla se me hizo un nudo en la garganta y se me saltaron las lágrimas.” A veces impacta lo que se ve. Otras, lo que no puede confirmarse pero se imagina. Sobre ello, Adriana Martín (Extremadura, 1994) menciona la violencia extrema que encuentran en los cuerpos femeninos y la imposibilidad de acceder a las vejaciones y violencias sexuales que no dejan rastro material, pero no por ello fueron menos reales.

En el cementerio de la Salud de Córdoba, guiada por René, entramos al laboratorio. Allí, sobre mesas, había varios cuerpos reconstruidos a partir de los cuales calculaban edades, lesiones, componían con precisión la presencia de alguien. Aquella escena recordaba a un ritual antiguo, pero invertido: un amortajamiento al revés. No preparaban un cuerpo para partir, sino para regresar. Quizá por eso, la segunda palabra más citada durante las entrevistas es disociación. Trabajar diariamente en un “contexto de muerte”, como lo define Ricardo Moreno (Oropesa, 1988), obliga a sostener el rigor sin que la emoción desborde. Pero no es frialdad, es una forma de cuidado. José Javier Carreño (Fines, 1992), de la Asociación de Estudios Históricos Frente Sur, distingue entre la violencia de un contexto bélico y la de una fosa: “Ahí sólo hay una mano que ejerce la violencia de forma impune, y otra que la sufre.” El rigor técnico es una forma más de cuidado y reparación, no sólo simbólica, también material.

Reportaje memoria MAR 03
Equipo de Ute Themis trabajando en el laboratorio del Cementerio de la Salud de Córdoba. Daniel Quiroga
En el cementerio de la Salud de Córdoba, guiada por René, entramos al laboratorio. Allí, sobre mesas, había varios cuerpos reconstruidos a partir de los cuales calculaban edades, lesiones, componían con precisión la presencia de alguien. Aquella escena recordaba a un ritual antiguo, pero invertido: un amortajamiento al revés. No preparaban un cuerpo para partir, sino para regresar.

Una vez acabada la excavación, algunos pequeños gestos devuelven algo de humanidad a lo que fue brutalmente negado. María José Gámez (Cádiz, 1988) contaba que tienen la costumbre de colocar una flor por cada víctima recuperada. Dice María José que, aunque no sea su duelo, también lo hace suyo de alguna forma. José Ángel, al terminar su primera fosa junto a Laura, mientras exhumaron al último individuo, recuerda poner la banda sonora de Gladiator, “Now We Are Free”. Esos gestos finales son un cierre para el equipo y una manera de devolver el respeto postergado.

Pero ese gesto no cierra del todo. El proceso no culmina en la fosa ni en el laboratorio, sino en el encuentro con quienes siguen esperando. Es ahí donde la disociación se quiebra. Varios mencionan el estrés de trabajar sabiendo que muchos de esos familiares son ya muy mayores y puede que no lleguen a tiempo al reencuentro. Aunque las exhumaciones se han multiplicado en los últimos años, solo el Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada se encarga del cotejo de ADN de toda Andalucía, lo que provoca un cuello de botella que está llevando a algunas familias a recurrir a laboratorios privados. No hay pausas mientras haya financiación, pero el ritmo no alcanza el peso de la urgencia. Para la mayoría, uno de los momentos más intensos y ansiados del proceso es precisamente ese: la identificación y la entrega de restos.

Asumir esta responsabilidad exige algo más que formación técnica, sobre todo bajo las condiciones que impone la lógica de las licitaciones. Una señal, dicen varios, es que son muy pocos los profesionales mayores que siguen en este campo. La mayoría son jóvenes encadenando campañas temporales, contratos inestables o facturando como autónomos. A esto se suma el esfuerzo físico de horas agachados, desplazando tierra, el desgaste emocional o las visitas habituales al fisioterapeuta o a terapia psicológica. También las mudanzas, el insomnio, la ansiedad, la falta de arraigo o la dificultad para conciliar. Sostener esta causa implica mucho más que saber hacer, exige también poder sostenerse a sí mismos.

La mayoría son jóvenes encadenando campañas temporales, contratos inestables o facturando como autónomos. A esto se suma el esfuerzo físico de horas agachados, desplazando tierra, el desgaste emocional o las visitas habituales al fisioterapeuta o a terapia psicológica.

Contar esas violencias unidireccionales requiere otra ética, y también otro lenguaje. Ricardo, historiador, cuenta que son habituales las ausencias documentales o los silencios administrativos. Daniel critica la desigualdad del estatus de desaparecido cuando se trata de las víctimas del franquismo. A diferencia de otras desapariciones y asesinatos, el Estado no asume directamente las búsquedas con personal funcionario, como debería suceder en cualquier proceso de justicia. Ante todo esto, el relato de las familias cobra aún más valor.

Muchos equipos han ampliado sus tareas hacia la divulgación, entendiendo que narrar también es parte del cuidado. Eloy Ariza (Granada, 1994), técnico en diseño y fotografía, trabaja en Arqueoantro documentando el proceso con fotografías que van más allá del registro técnico. Sus imágenes, expuestas ya en varias exposiciones, contienen una sensibilidad que busca interpelar. Defiende mostrar la crudeza de lo hallado, siempre con autorización, porque, como le dijo un alumno en una actividad en un instituto: “Estamos hartos de que nos edulcoren la memoria histórica, sobre todo en clase.” Una frase que revela la urgencia de formas de divulgación que realmente conecten con los jóvenes.

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Visita de un instituto a los trabajos del equipo Universidad y Memoria, en el Barranco de Víznar. Francisco de Asís Carrión

Mostrar también puede ser una forma de reparación y trasmisión. El trabajo de Arqueoantro fue el eje de la exposición “Arqueologia de la memòria. Les fosses de Paterna”, en el Museu de Prehistòria de València. Una muestra brillante que recorrió visualmente la ideología franquista, la conexión con otras dictaduras, el proceso arqueológico, los objetos hallados y los testimonios familiares. Todo ello con un equilibrio poco habitual, sin caer en lo excesivamente documental que a menudo lastra las narrativas reduciéndose a la frialdad de las cifras o los informes académicos o técnicos.

Eloy Ariza defiende mostrar la crudeza de lo hallado, siempre con autorización, porque, como le dijo un alumno en una actividad en un instituto: “Estamos hartos de que nos edulcoren la memoria histórica, sobre todo en clase.

Francisco de Asís Carrión (Granada, 1989), sociólogo, llegó a este campo con cierta duda, consciente de que era un entorno dominado por la arqueología y la antropología. Francisco, desde su área ha hecho del contacto con las familias un lugar imprescindible: escucharlas, acompañarlas, mantener el vínculo. A veces, dice, esa relación se ha transformado en amistad. Francisco también se ha volcado en la documentación visual. Hasta 2022 nunca había cogido una cámara, pero desde entonces ha desarrollado una mirada propia, alejada del registro puramente técnico. Como él mismo señala, no todas las familias pueden acceder al Barranco de Víznar, bien por razones físicas o geográficas. Incluso, esas imágenes son una forma de cuidado.

El equipo ha desempeñado un papel clave, destaca Francisco, como mediador entre las familias y los vecinos de Víznar, un pueblo que carga con el estigma y la culpa heredada por los crímenes cometidos en su entorno. Además de compartir los avances en medios, su tesis, teje una cartografía de quienes sostienen estas labores de manera interdisciplinar. La convicción por no encerrarse en el estrecho marco de la causa memorialista o investigación científica, la colaboración con otras disciplinas y su generosidad han sido fundamentales. Gracias a su cercanía tuve el impulso y la confianza para ver posible el encuentro de estas voces. Gracias a quienes han compartido su tiempo, su voz y su experiencia para hacer que este relato común no solo se cuente, sino que se entienda como lo que es: una forma de cuidado, de compromiso y de memoria viva.

Estos equipos, que se encuentran por todo el mapa, no solo cuidan a los muertos, sino también a los vivos. No entienden esta tarea sin el compromiso hacia las familias. Lo sienten cercano a otras luchas: el feminismo, el antirracismo, libertad de expresión, lucha de clases, la defensa de derechos laborales o a una vivienda. Pero no basta con la convicción. No basta con hacerlo bien. Tienen que poder hacerlo mejor acompañados, con mejores condiciones, con derechos, con estabilidad. Porque si algo demuestran es que la memoria no solo se hereda: se reconstruye, se defiende y se sostiene con conocimiento, con cuerpo, con voz, con tiempo. Y quienes la hacen posible también merecen ser cuidados.

La investigación que construye este artículo ha sido producida con el apoyo de la Universidad de Granada.

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7. Equipo de Ute Themis trabajando en el Cementerio de la Salud de Córdoba.
7. Equipo de Ute Themis trabajando en el Cementerio de la Salud de Córdoba.
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8. El equipo Universidad y memoria trabajando en el Barranco de Víznar.
8. El equipo Universidad y memoria trabajando en el Barranco de Víznar.
9. Laura Gutierrez y Jose Ángel Merino exhumando los restos.
11. El equipo Universidad y Memoria trabajando en el laboratorio.
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ArqueoAntro trabaja en la fosa 22 del cementerio de Paterna.
ArqueoAntro trabaja en la fosa 22 del cementerio de Paterna.
Excavar la historia que no cesa - 9
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Una tècnica d’Arqueoantro treballa a la cripta del Fossar d’Alzira.
Una tècnica d’Arqueoantro treballa a la cripta del Fossar d’Alzira.
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