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Memoria histórica
Horacio Hermoso Serra: “A mi padre lo asesinó la inquina de la Iglesia”
Horacio tiene la memoria nítida. A sus 94 años y en plena pandemia, por lo que ve a muy pocos amigos, recuerda a El Salto Andalucía que hubo “épocas tan feroces en Sevilla, de tanto miedo y angustia, que nadie podría imaginar”. Respira y sentencia: “Solo los que quedamos vivos, ya muy pocos, podemos rememorar la Sevilla más terrorífica de todos los tiempos, la Sevilla de Queipo de Llano y Manuel Díaz Criado”.
Horacio es protagonista de la historia reciente de nuestro país. Hijo de Horacio Hermoso Araujo, último alcalde republicano en Sevilla, fusilado el 29 de septiembre de 1936 en las tapias del cementerio de San Fernando. Tenía solo 35 años y una vida llena de proyectos en la Sevilla del Frente Popular.
No olvida la última vez que vio a su padre con vida: “Yo estaba con mi hermana y mi madre en Chipiona y antes de partir para la capital, entró en la habitación a darme un beso. Yo aquella mañana ya no estaba dormido pero no sé por qué me lo hice. Cuando se giró me di la vuelta y veía como su figura se iba marchando a contraluz”. No tenía la más remota idea de que su padre, aquel alcalde de Izquierda Republicana que llegó a celebrar la Semana Santa en el año del Frente Popular, sufriría la venganza del mismísimo cardenal Ilundain, que “firmó su sentencia de muerte”.
“Fui asimilando que a mi padre no lo iba a volver a ver”
Durante la Guerra Civil, el niño Horacio evoca cómo las “calles de Sevilla las tomaban los requetés. Todos llevaban la camisa azul y un corazón cogido con un alfiler”. La primera noticia de la desaparición de su padre le llega a través de su tío Carlos, en el chalet que tenía en el barrio de Nervión: “Mi tío Carlos nos dijo que mi padre había hecho un viaje muy largo. Vi entre cartones cómo todos habían comprado sin razón zapatos negros. También mi tía Concha”. No era posible imaginar en la mente de aquel niño el asesinato cometido por los golpistas en el verano de 1936, pero “fui asimilando que a mi padre no lo iba a volver a ver. Que solo tenía la oportunidad de seguir hacia delante, sobreviviendo”.
Horacio tardó muchos años en digerir el trance que ha marcado su vida: “Cómo podían ir detrás de un hombre tan tolerante como él”, señala. “Fue él mismo quien, el 18 de julio, abrió las puertas del Ayuntamiento al comandante de intendencia sublevado Francisco Núñez”. Lo protegió en el asedio de los primeros momentos del golpe. Luego, pasados los años, viviendo a mil kilómetros, en Cataluña empezó a estar al tanto del genocidio que se vivió en Sevilla, donde no se perdonó a nadie: “Mataban a hijos, hermanos e incluso mujeres de todo desaparecido”.
“A mi padre lo llevan al convento de los jesuitas de la calle Jesús del Gran poder. Había muchas dependencias llenas de presos, atestadas”
Su padre es detenido inmediatamente después del estallido de la guerra. Horacio ha profundizado sobre cómo el alcalde vivió aquellos últimos días: “A mi padre lo llevan al convento de los jesuitas de la calle Jesús del Gran poder. Había muchas dependencias llenas de presos, atestadas”, apunta. “Estaba el cine Trajano, el café Variedades, el cine Jauregui, los sótanos de la plaza de España y el buque Carvoeiro”. Horacio sabe, por testigos, que el peor de los espacios era aquella comisaría de Orden Público, regentada por el sádico Diaz Criado, delegado militar. No le temblaba el pulso a la hora de firmar las sentencias de muerte en los primeros meses de la guerra. El hijo del alcalde sabe que era “una verdadera limpieza sin escrúpulos” orientada a masacrar a la población vencida.
La consigna secreta “X-2”, con la que justificaba las sacas y fusilamientos que le venían en gana a Díaz Criado no la utilizó en el caso de Horacio, ya que su sentencia de muerte estaba marcada desde otras esferas. En efecto, tuvieron que ver la Iglesia y la venganza personal del cardenal Ilundain, porque Horacio Hermoso había roto el boicot a la semana santa meses antes del golpe, mientras que la Iglesia “sólo quería crispar el ambiente político y mi padre no le dio ese gusto a la derecha sevillana”. Sin embargo, aquella osadía de crear un presupuesto extraordinario para la festividad religiosa en pleno año 36 y abonar el precio de los palcos con dinero municipal fue el detonante: “Mi padre llenó los palcos con niños huérfanos, cuando el Arzobispado no quería que salieran las procesiones. Ellos conocían perfectamente lo que se avecinaba”.
Horacio sabe muy bien por qué nunca ha dejado entrar a su casa a un cura: “He tenido siempre ese recelo. Solo cuando me casé estuve en una iglesia y tardó el cura 10 minutos en terminar el oficio”.
Enfrentarse a un órgano como el Consejo de Cofradías era un verdadero atrevimiento: “La vida de mi padre se la quitó el cardenal Ilundain, un alto cargo del clero que empezaría ya en aquel verano a retratarse con el mismísimo Queipo y Franco en connivencia con el golpe”. “La iglesia no tenía reparo en mostrarse cerca de los fascistas y de la masacre. En esas circunstancias, nadie lo iba a salvar”.
Ni los cónsules de Italia y Alemania pudieron hacer nada por salvar la vida del alcalde
Horacio recuerda el carácter tolerante de su padre; esto hizo que los cónsules italiano y alemán pidieran audiencia con el mismísimo general Queipo de Llano. En aquella reunión el general del Ejército del Sur ratificó que “aquella sentencia dependía de las altas esferas de la Iglesia. “Nadie pudo hacer nada por salvarlo y muchos de los que había ayudado no intercedieron”. El Capitán falangista Carlos Fernández de Córdoba, protegido por el mismo Horacio aquel 18 de julio, no movió tampoco un dedo para salvar su vida.
Terminada prácticamente la guerra, Horacio marchó con sus tíos, su madre y su hermana hasta la ciudad de Barcelona: “Llegué en julio de 1939 y allí nos cambió la vida. Mi tío tenía buen trabajo e hizo lo imposible por mantenernos”.
“Guardo un recuerdo tremendo del colegio y de aquella Sevilla terrible llena de falangistas y de cantos de Cara al Sol”
Antes de emigrar a la ciudad condal, donde pasó toda su adolescencia, estuvo en un colegio de la Institución Libre de Enseñanza. “Recuerdo las mesas de cuatro con niños y niñas juntas, las lecturas de Juan Ramón Jiménez, los versos de Machado”. Tampoco olvida que aquel verano muchos de los maestros comprometidos fueron cayendo, detenidos, depurados, despareciendo del mapa: “Guardo un recuerdo tremendo del colegio y de aquella Sevilla terrible llena de falangistas y de cantos de Cara al Sol”. Cuando recuerda los años lejos de Andalucía siente un cierto alivio: “Yo siempre diré que mi casa es Cataluña. Allí me han tratado muy bien porque en Sevilla me destrozaron la vida”.
La esperanza de encontrar los restos de su padre entre las miles de víctimas de Pico Reja
En 2019, Horacio dio su muestra de ADN al banco del Ayuntamiento de Sevilla: “Por fechas, mi padre puede estar en la fosa de Pico Reja que colmataron al final del verano negro, pero está entre más de un millar de cuerpos. Qué difícil va a ser dar con el”, afirma. Su perfil es uno de los más cercanos en la cadena genética: “Hay muchos nietos, bisnietos pero pocos ya de mi edad”, sentencia.
A pesar del paso de los años, lo que más le sigue atormentando son las quince noches de tortura a la que su padre fue sometido: “Mi padre murió amarrado junto a Antonio Estrada Parra. Los sacaban de dos en dos en aquel espacio de terror”. De Parra solo conoce que “nunca había estado en política. Trabajaba en una empresa y tenía dos hijos. José Estrada Parra era su hermano y era del partido socialista, secretario general del PSOE. Antonio nunca intervino, pero como no encontraron a Pepe, cogieron a Antonio”. Estuvo en aquellos patios, eso es lo que más le duele. Igual ocurrió con otros como “la madre de Saturnino Barneto, que al estar desaparecido mataron a su madre de 80 años y la dejaron tirada, con varios tiros, en plena calle”.
Como uno de los pocos testigos de aquella masacre, ha vivido con esperanza la apertura de fosas como la de Pico Reja, que estima que puede albergar a más de 2.000 víctimas civiles de la represión franquista. No sabe si llegará a ver el final de lo que esconden aquellas zanjas de terror, pero nunca podrá olvidar ni perdonar aquella barbarie. “A mi padre lo asesinaron a sangre fría. Fue tremendo, Es un episodio que me desvelará hasta que deje este mundo”, concluye.