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Memoria histórica
Una negligencia oculta del franquismo: los niños de la polio
Manoli Martín ya ha cumplido los sesenta, pero las secuelas de la polio, de la que se contagió con tan solo once meses de edad, las arrastra como una condena diaria: “Mi madre me contaba que parecíamos conejillos de indias en los hospitales del régimen. Los médicos nos pinchaban en San Juan de Dios en la planta del pie a ver si reaccionaba nuestra pierna inerte”.
La ocultación del franquismo de aquella epidemia es otra de las asignaturas pendientes en la memoria de sus víctimas, que nunca tuvieron conciencia de aquella negligencia. El investigador Antonio David Sánchez apunta a El Salto Andalucía que “en las epidemias de polio de los años 50 y el primer periodo de los 60 quedan por saber muchas cosas”.
Sánchez: “Se han tapado muchas de las opiniones de determinadas figuras del franquismo que fueron negacionistas de la epidemia”
Demasiadas. Por ejemplo, quién fue el responsable último de tomar la decisión de no vacunar a los niños españoles: “Se han tapado muchas de las opiniones de determinadas figuras del franquismo que fueron negacionistas de la epidemia, llegando incluso a afirmar que en nuestro país no había un problema serio con esta enfermedad”, afirma Sánchez. Fue tal la ocultación, que se intentó tranquilizar a la población cuando muchos de los médicos sabían que estábamos ante “un contagio de dimensiones colosales”. La dictadura ocultó el desastre, pero hoy sobreviven con las secuelas entre 40.000 y 50.000 afectados que no han sido reconocidas como víctimas del régimen.
La posguerra trajo hambre y malas condiciones de vida. La renta per-cápita en España no igualó a la de antes de la guerra civil hasta los años 50; un perfecto caldo de cultivo para la transmisión de enfermedades infecciosas: “Todo esto, unido a que teníamos una sanidad literalmente desmantelada por el dictador, hizo muy fácil la eclosión de focos de polio a lo largo y ancho del país”, añade el autor.
Los casos a partir de la década de los 50 se dispararon hasta llegar a los 2500 por año
Según las cifras recogidas en la investigación La poliomielitis. Una negligencia del franquismo (Editorial Aconcagua), “los casos a partir de la década de los 50 se dispararon hasta llegar a los 2500 por año, no descendiendo hasta los sesenta cuando se normalizó el uso de la vacuna”.
Manoli recuerda a El Salto Andalucía cómo las monjas eran personal habitual en el tratamiento de estos niños de la polio en los hospitales como el de San Juan de Dios, donde se derivaba a los afectados en Andalucía occidental. En su mayoría eran operados de tibia y peroné, a pesar de que no era una operación necesaria para muchos de ellos: “Recuerdo los tirones de oreja de las monjas cuando nos montaban en unas bicicletas para ejercitar la musculación. Era un trato horrible, nos gritaban para que hiciéramos bien el ejercicio cuando nuestra pierna tenía una afectación de por vida que no querían reconocer. Nos daban palmetazos para que no paráramos, cuando no sabían ni nosotros ni nuestras familias lo que estaba ocurriendo”.
Manoli pudo contener lo más terrible de la enfermedad hasta los doce años, cuando llegó su desarrollo: “Las vacunas las vendían clandestinamente y muchas familias no tuvieron acceso a ellas. Mi padre trabajaba en el comercio textil, mi madre era costurera, eran sectores de la población que no tenían derecho a nada”.
De un simple resfriado a la pérdida de la movilidad
El perfil más habitual de las víctimas de esta epidemia tenía un cuadro muy concreto. Comenzaba con un niño o niña de menos de cuatro años de edad. Un simple resfriado, y a los pocos días el niño iba perdiendo movilidad en las piernas o en los brazos, dependiendo de la altura de la afectación medular del virus. Sánchez aclara que “a partir de ahí, el niño iba desarrollando un cuadro de atrofia muscular progresiva que incluso lo llevaba a estar durante años ingresado en sanatorios especiales o incluso enganchados al llamado pulmón de acero, cuando era la musculatura respiratoria la afectada. Hay personas que han pasado toda su infancia lejos de su familia a causa de este virus”.
Cristina Vega también contrajo la polio con tan solo nueve meses: “Yo nací en un pueblo pequeño de la provincia de Madrid y allí no había llegado la vacuna, como a tantos rincones de España”. La enfermedad le ha afectado toda su vida: “Me produjo meningitis. Tuve que estar asistida por un pulmón artificial durante un tiempo. Tuve un periodo de recuperación de la pierna derecha, movilidad del brazo izquierdo, pero las operaciones nunca desistieron. La afectación es como un cuadro de ajedrez. Y hasta los dieciocho fui sometida a seis operaciones. A partir de la mayoría de edad, empecé a desistir de andar sin la silla, que ya me ha acompañado toda la vida”.
Vega empezó a vivir la conciencia de la discapacidad, en un tiempo en el que no se hablaba en estos términos. Se empezaba a hablar de las minusvalías, no solo para los afectados de polio. En esa lucha por el reconocimiento de la discapacidad, “conseguimos mejoras en el trasporte público y en el acceso a lo laboral, con dificultades. Fuimos concienciando más a la gente y logré sacarme la carrera de psicología en medio de muchas barreras”.
Víctimas de polio, victimas del régimen
Vega apunta que las víctimas no buscan, a estas alturas, “ningún tipo de reconocimiento”, pero sí cree que es necesario que “haya estudios del síndrome pospolio que ha afectado a todos los enfermos de esta epidemia. Hay unas secuelas que se evidencian en falta de fuerza o fatiga muscular. Ha habido mucha dejadez médica y muy poco interés en reconocerlo”, concluye Cristina.
Antonio David Sánchez sentencia, como investigador del tema, que la ocultación de aquellos años es, sin lugar a dudas, una negligencia del régimen: “De haber existido a tiempo una vacuna en España, el número de casos hubiera disminuido mucho y no habría tantas personas afectadas”. Además, afirma que ante esto deberían responder los diferentes gobiernos que han pasado por nuestro país desde la Transición: “Mi teoría es que hay demasiados afectados de secuelas de polio y pospolio, y que eso suponía reconocer derechos y prestaciones a un colectivo que podía ser muy caro para las arcas del Estado”.
Por otra parte, el testimonio de Cecilio Gordillo, luchador por tantas causas de memoria histórica en Andalucía, resulta esclarecedor. Fue otro de aquellos niños afectados por la polio en la España de los cincuenta. En declaraciones a El Salto Andalucía reconoce que a los seis meses ya casi no podía usar las piernas. “En mi pueblo de Badajoz no había recursos para tratarme y mi familia no me pudo llevar a Sevilla hasta que cumplí los cinco años”.
Gordillo: “La dejadez de la administración no permitió que esta epidemia se reconociera hasta los años 80”
Nunca olvidará la primera vez que fue con su madre a Sevilla al hospital San Juan de Dios: “Me dijeron que ya era muy mayor para tratarme y que si quería hacer rehabilitación tenía que ser ingresado y pagando”. Un coste añadido que la familia de Gordillo, jornaleros en Medina de las Torres, no podía costearse.
“La dejadez de la administración no permitió que esta epidemia se reconociera hasta los años 80”, señala Gordillo. Nunca ha logrado, a pesar de los intentos, recibir su expediente médico y tener una respuesta de la Junta de Andalucía con los detalles de aquel informe que nadie parece tener en sus manos: “¿Estará en manos de aquel hospital, hoy empresa privada? No se puede hacer una verdadera investigación sin tener acceso a los archivos, que no han podido ni conocer las propias víctimas”.
Manoli, Cristina o Cecilio relatan la necesidad de que se reconozca el síndrome pospolio que dificulta, cada año más, la posibilidad de movilidad: “Esta enfermedad te va mermando. Yo he pasado de no necesitar muletas, a tener que tener dos para moverme y ya un carrito a mis casi 70 años”, apunta Gordillo. La enfermedad no da tregua y el Estado sigue sin reconocerlo.