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Memoria histórica
Pablo Alcántara: “La Brigada Político Social no eran cuatro sádicos, sino un engranaje dedicado a la represión”
El joven historiador Pablo Alcántara se ha enfrentado a “una historia difícil, llena de engaños, secretos, violaciones y torturas”. No es para menos; ha profundizado en un tema peliagudo, la intrahistoria de los agentes de la Brigada Político Social, que crearon celdas de tortura en las comisarías de cada ciudad española. Su reciente libro La Secreta de Franco (editorial Espasa) trata los perfiles de aquellos agentes, inspectores y comisarios que contribuyeron, tal y como apunta en su libro, a una “historia de infamia” en la España de la Transición.
La dificultad para acceder a los archivos sigue siendo un problema para los investigadores
Vázquez Montalbán llamaba a la Brigada Política Social “la vieja guardia pretoriana del franquismo”. Pablo Alcántara ya había escrito una tesis sobre el tema, pero sabía que podía hilar más fino: “De los agentes de la Brigada Política Social daría para hacer otra tesis y otro libro”, apunta a El Salto Andalucía. La inaccesibilidad de los archivos es otra de las asignaturas pendientes: “Debido a la dificultad a la hora de acceder a los expedientes, por la Ley de Patrimonio Histórico (que no permite la consulta de expedientes con información policial, personal, hasta pasados 25 años de la muerte de dicha persona) o por la Ley de Secretos Oficiales, mucha de la documentación, sobre todo de los últimos años del franquismo y la Transición, no he podido acceder a ella o he tenido que ir a otra documentación de juicios militares o civiles a militantes antifranquistas, para conseguir ahondar en ciertos aspectos claves de la BPS”.
Otra de las fuentes de información que lo han ayudado a conocer la verdadera cara represiva de la Brigada Político Social han sido medios de la época como Cambio 16 o Interviú: “Durante los años de la Transición fue fundamental el papel de estos medios para entender lo que era la violencia policial en las manifestaciones, los implicados en casos de torturas, para conocer las fechorías que cometieron miembros de la BPS” en los años de la dictadura y la democracia. Sin embargo, Alcántara sabe que a muchos de estos periodistas se les intentó callar; fue éste el caso de Gregorio Morán, que escribió varios artículos para Diario16 sobre el famoso torturador franquista, Roberto Conesa: “Posteriormente, [Morán] fue juzgado en un consejo de guerra, denunciado por el propio Conesa”. Los que se atrevían a investigar se jugaban la cárcel y recibir multas por hablar “demasiado”.
Gregorio Morán señala que nunca tuvo claro por qué fue detenido. En el libro de Alcántara testimonia cómo sucedió su detención en la misma redacción del periódico, Diario 16. Luego supo que el general Milans del Bosch estaba detrás de su detención: “Me llevaron a la calle del Reloj número 5, donde había entonces un famoso sitio de torturas. Pero no ocurrió nada”, señala sobre aquellos años.
Este joven historiador apunta que es imprescindible que se establezca un marco temporal para que algo sea secreto, confidencial, o no: “No puede ser que en países como EEUU, donde la CIA ha cometido verdaderas barbaridades contra los derechos humanos, se desclasifique su documentación pasados 25 años y aquí aún sigamos con una ley del franquismo (es del año 68) que impide consultar documentación secreta de a partir de los años 60”.
Pablo sabe que aún queda mucho por conocer de aquellos últimos años del franquismo, de la Transición, del 23-F o los GAL: “Este libro es el primero que hay sobre esta policía política en todas sus dimensiones […] Queda profundizar más en sus relaciones con otras policías del mundo, tanto de dictaduras como de democracias, sus vínculos con los servicios secretos como el CESED, la red de chivatos y confidentes que tenían, conocer cómo actuaban en ciertas provincias donde no había tanta lucha, mas allá de Madrid, Cataluña, Valencia, País Vasco o Asturias, etc.” Roberto Conesa o Claudio Ramos, por ejemplo, se convirtieron “en verdaderos expertos en la primera fase de infiltración en organizaciones clandestinas”. Fueron los primeros en introducir la figura del “chivo expiatorio” y actuaron en casos conocidos, mucho antes de la Transición, como el de las Trece Rosas en el Madrid de 1939.
Los agentes recibieron formación de la CIA y el FBI
En su investigación, Alcántara dibuja una amplia diversidad de agentes. Entre ellos, Eduardo Comín Colomer, que no sólo se dedicó a la represión policial, si no a escribir libros y propaganda a favor del régimen franquista: “De hecho, su fondo bibliográfico lo custodió la Biblioteca Nacional, con más de 10.000 volúmenes, muchos de ellos los incautó a militantes de organizaciones republicanas o antifranquistas”, aclara. El caso de Roberto Conesa o Vicente Reguengo son bastante sonados: “Estos agentes viajaron a EEUU para recibir cursos de instrucción policial de la CIA”. También lo habían hecho otros como “Juan Antonio Creix, para recibir cursos del mismísimo FBI”.
En el libro, Alcántara habla del Foreing Office británico, que describía a la Policía política española como un cuerpo que usaba métodos “basados en el modelo nazi, asegurando una vigilancia sistemática sobre todos los enemigos sospechosos del Estado”. Pero más allá de nombres, Alcántara apunta que hay algo muy evidente que hay que destacar. Y es que “la BPS no eran cuatro seres sádicos, sino que era un engranaje dedicado a la represión, que analizan a la oposición antifranquista para, después, acabar con ella”.
Nadie se libraba de las garras de la BPS”
La investigación de Alcántara cuenta la historia de muchas víctimas; entre ellas, de casos de mujeres como Anita Sirgo y Tina Pérez, dos antifranquistas a las que raparon en el año 1963 por hacer piquetes delante de las minas en Asturias: “He entrevistado y conseguido información de víctimas a las que les ponían incluso electroshocks para que hablaran”. Pero mas allá de los testimonios (que hay muchos), lo que Pablo Alcántara quiere “reflejar con el libro, es que la tortura era algo sistemático contra todos aquellos que se oponían a la dictadura, ya fueran estudiantes, obreros, intelectuales, etc. Nadie se libraba de las garras de la BPS”.
La ley de Aministía y el perdón a los crímenes de la Transición
La Ley de Amnistía fue, y sigue siendo, otro aspecto clave para entender la impunidad de los crímenes del franquismo y, por ende, de la BPS. Alcántara afirma que “gracias a esta ley, en su artículo segundo, muchos de los crímenes que cometieron los agentes de esta policía fueron perdonados en pos de una falsa reconciliación”. A muchos de aquellos policías franquistas, que iban a tener juicios durante estos años, se les absolvió con aquella ley: “Pudieron seguir haciendo sus vidas dentro de la policía democrática, siendo ascendidos y condecorados tanto por la UCD como por el PSOE”, añade el investigador.
No fue hasta 1986, “con la Ley de Fuerzas de Seguridad del Estado, cuando se dio un giro radical en la concepción de las fuerzas policiales democráticas”. En la década de los ochenta, “muchos policías del franquismo se jubilaron con importantes prebendas y dentro del aparato policial aparecieron organizaciones sindicales que se movilizaron para instaurar una verdadera policía democrática”.
El gobierno de Felipe González, que tuvo en sus manos depurar el aparato policial de estos elementos, no hizo nada
Sobre aquellos beneficios a la vieja policía secreta, Alcántara afirma cómo “el gobierno de Felipe González, que tuvo en sus manos depurar el aparato policial de estos elementos, no hizo nada”. De hecho, dentro de la policía “había un sindicalismo que pedía cambios urgentes, una policía democrática y que respetara los derechos humanos, y muchos de ellos eran militantes o cercanos al PSOE”. Sin embargo, “siguió manteniendo a estos elementos franquistas que servían para la lucha antiterrorista”.
En esa misma década, ante las quejas de varias víctimas del franquismo que escribieron una carta al ministro Barrionuevo pidiendo el cese de estos agentes, el gobierno socialista respondió diciendo “que hacían un gran servicio a la democracia contra ETA y que no iban a hacer nada”. Fueron utilizados para el terrorismo de Estado, como el caso de los GAL. Años más tarde, ya bien entrada la democracia, la impunidad continuó durante el gobierno de Aznar: “Se llegó a condecorar a Melitón Manzanas, un policía torturador del franquismo. Comparar a este personaje, a este represor, con las víctimas civiles de ETA fue ya un chiste de mal gusto”, concluye Alcántara.