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Policía
Metropolice: la distopía policial de la ciudad neoliberal
Las metáforas distópicas pueden ayudar a diagnosticar cuestiones que pasan relativamente desapercibidas en el presente y a pronosticar lo que ocurrirá si no nos hacemos cargo de ellas. Aunque es razonable un escepticismo hacia los relatos distópicos por la espectacularización y desmovilización que alientan, cabe suponer que los efectos de este género cultural están siempre abiertos a sus apropiaciones por el público.
Recientemente una serie de investigadores e investigadoras críticas con la cuestión securitaria hemos publicado el libro Metropolice. Seguridad y policía en la ciudad neoliberal (Traficantes de Sueños). Metropolice, el vocablo distópico con el que también tratamos de publicar materiales en este blog que inviten a pensar el poder policial y penal más allá de círculos académicos, es un juego de palabras que remite a la extensión del arte de policiar en la ciudad en las últimas décadas, cuyo actor privilegiado es lo que hoy conocemos como Policía.
Tal y como sugerimos en el capítulo introductorio del libro, antes de abordar cuestiones como las políticas de ‘ley y orden’ o el ‘giro preventivo’, Metropolice podría ser Londres, Nueva York, Beijing, Abu Dhabi, una megalópolis subterránea o situada en otro planeta. Sus iconos: un skyline de altos rascacielos y autopistas que surcan un cielo repleto de luces robotizadas, que vigilan atentas a una humanidad sometida a la todopoderosa inteligencia artificial. Podríamos poner una fecha —¿2050?, ¿2100?—, un año de esos que suenan lejanos cuando se escriben, y se desactualizan cuando se alcanzan: al fin y al cabo ya hemos superado el 1984 de George Orwell o el 2019 de Blade Runner, y estamos muy próximos al 2026 de Metropolis o a la época de la República de Gilead en la que transcurre El cuento de la criada. Podría ser la policía del pensamiento, los agentes de Matrix o el lejano 社会信用体系 (Sistema de Crédito Social chino) que, a través del big data, evalúa los comportamientos y otorga calificaciones a los ciudadanos (de la triple A para abajo) a partir de una vigilancia tecno-capilarizada (el móvil, el sensor del semáforo, el vecino).
Sin embargo, quienes escribimos este libro pensamos Metropolice desde un lugar mucho más trivial. Madrid-años-veinte es el tropo que usamos para representar la apuesta por la desigualdad, la competencia y la policialización como modo de gobierno de lo social.
Dos contrastes resumen gráficamente Madrid-años-veinte: si no tienes para comer o para pagar el alquiler, el tiempo de espera para recibir atención de servicios sociales es de unos dos meses, pero si tienes un problema con tus vecinos por el ruido, solo tienes que esperar 8 minutos a que llegue la Policía. En esta misma ciudad, los hijos de las familias que pasaron a percibir el Ingreso Mínimo Vital vieron cómo sus becas de comedor fueron retiradas, al tiempo que los hijos de guardias civiles, policías y víctimas del terrorismo comenzaron a recibirlas.
¡Pero ojo, el libro no va de Madrid! En Madrid-años-veinte está ocurriendo ya la distopía Metropolice, pero algunos rasgos de esta ciudad policial aparecen a la largo y ancho de la geografía española y global.
Menos delitos, más policías
En 2019 se registraron en España 2 millones doscientas mil infracciones penales según el Sistema Estadístico de Criminalidad, publicado por el Ministerio del Interior. Solo entre 2011 y 2016 se produjo un descenso de más del 11% en la tasa de delitos, según el European Sourcebook of Crime and Criminal Justice Statistics 2021. Según Eurostat, España goza de una de las tasas de homicidios más bajas del continente (0,62 por cada 100 mil habitantes en 2018), ocupando el puesto 24 de los 32 países del Espacio Económico Europeo, con un resultado inferior al de países como Francia, Portugal, Alemania, Reino Unido o todos los países escandinavos (por citar sólo las referencias geográficas que se suelen usar). Dicha cifra, además de haberse reducido sobremanera respecto de décadas anteriores, hay que compararla a la de países como Estados Unidos, con una tasa de 5 homicidios por cada 100 mil habitantes, o México, de 29,1 en 2018.
Las cifras hablan de un país que consume anabolizantes para aumentar su músculo policial, aunque los sindicatos policiales siempre se vean escuchimizados ante el espejo
No obstante, España presenta una de las cifras de efectivos policiales más altas de Europa. Pese a que los datos que aportan las instituciones no son nítidos, haciendo un simple cálculo sumatorio hallamos que España tiene 141.532 policías y guardias civiles, 33.400 agentes autonómicos y 73 mil policías locales. El resultado son 248 mil efectivos, lo que supone una tasa de 542 policías por cada 100 mil habitantes. Se trata de una de las tasas más altas del continente después de Chipre, muy por encima de la media europea.
Las cifras hablan de un país que consume anabolizantes para aumentar su músculo policial, aunque los sindicatos policiales siempre se vean escuchimizados ante el espejo. Si visibilizamos esta discordancia entre los datos delincuenciales y los del número de policías no es tanto para mostrar que no hay justificación para mantener plantillas policiales tan infladas, sino para evidenciar que la institución tiene vida y agenda propia.
¿Tránsitos a la despolicialización?
Están apareciendo distintas publicaciones focalizadas sobre la Policía, pero ni en España ni en Europa parece haber un movimiento que reivindique la reducción de las plantillas policiales, tal y como aconteció en Estados Unidos en 2020 tras la muerte de George Floyd a manos de un agente.
Policía
Fuerzas de seguridad Modelo policial, un problema de orden público
Si no lo hay en la calle, tampoco cabría esperarlo en las instituciones. En noviembre de 2021, en el contexto del debate sobre la reforma de la “Ley Mordaza”, Unidas Podemos organizó unas jornadas en el Congreso de los Diputados a las que fuimos invitadas algunas de las personas que participamos en el libro. En ellas se pudieron escuchar planteamientos interesantes en materia de garantismo frente a la impunidad policial y las prácticas discriminatorias. Por su parte, en la comisión del Parlament de Catalunya referente al nuevo modelo policial, presidida por las CUP, se pretende abordar temas como el uso de balas de foam y la creación de una auditoría que fiscalice las actuaciones de los Mossos d´Esquadra contra activistas.
Policía
Los ecos de ‘Defund the Police’ ¿Reforma o decrecimiento policial?
Se trata de situaciones inéditas en nuestros parlamentos que tratan de forzar la cerradura de la caja negra del Estado para evidenciar la violencia institucional. Pero en ambas situaciones parece ausente un planteamiento que vaya más allá de las medidas negativas —control de las actuaciones policiales— y presente propuestas de sustitución de la Policía en diversas áreas donde reina actualmente (convivencia en los barrios, bolsas de pobreza y marginalidad, formación escolar, salud mental, etc.) a través de otras políticas públicas más democratizadoras y con un enfoque centrado en la igualdad y las necesidades de las personas vulneradas, tal y como se planteó en la campaña Defund the Police en Estados Unidos. ¿Qué ocurre en nuestro contexto para que sea tan complicado impugnar el recurso policial para gestionar la sociedad?
La eficacia simbólica de la Policía
En la última década, las estadísticas del CIS han reflejado una posición marginal de la inseguridad entre las preocupaciones ciudadanas. Pero esto no significa que la inseguridad esté ausente de sus subjetividades, sino más bien que se encuentra fuera de la gresca pública —únicamente traída a colación por partidos, medios y sindicatos policiales en contextos de intento de desgaste de gobiernos, como el de Barcelona en Comú—.
El aumento de la desigualdad social, de las lógicas individualistas y de las situaciones de competencia en un contexto de creciente diversidad es, cada vez más, interpretado en términos de inseguridad
Al contrario, el aumento de la desigualdad social, de las lógicas individualistas y de las situaciones de competencia en un contexto de creciente diversidad es, cada vez más, interpretado en términos de inseguridad. No estamos hablando tanto del miedo al delito como emoción como de la extensión de la necesidad de control sobre la propiedad y el entorno cercano, todo ello en medio de un contexto complejo sobre el cual una colectividad individualizada deja de experimentar posibilidad alguna de intervención. De ello se sirve el boyante mercado de la seguridad privada o el apoyo de la ciudadanía a las Fuerzas de Seguridad reflejado por el CIS, por encima incluso de los aplaudidos sanitarios en medio de la pandemia.
Una de las consecuencias de este cambio de relato y reclamo, quizá la más preocupante, tiene que ver con las soluciones que pasan a ponerse en el centro como respuesta a los problemas de los barrios: si la vida en ellos no sufre un problema de desigualdad, sino un problema de inseguridad, ¿qué agente social será el privilegiado para resolver los efectos (de la desigualdad) y gestionar sus consecuencias?
El trabajo policial apenas dedica tiempo a combatir el crimen
No cabe sorprenderse, entonces, del valor que cobra en los barrios la Policía. Su presencia se apoya en una mitología, aquella que afirma que va a ser capaz de acabar con los robos, las ocupaciones, los yonquis… Pero lo cierto es que el trabajo policial apenas dedica tiempo a combatir el crimen. Algunas investigaciones han hallado cómo las actividades propias de combate a la delincuencia no representan más del 20% de la actividad policial. Más bien, la Policía efectúa de un tiempo a esta parte un trabajo proactivo en el que las intervenciones (muchas de ellas centradas en controles de identidad) se convierten en un modo de alimentar estadísticas y justificar los recursos que recibe —siempre escasos para sus responsables—.
Más allá de su escasa trascendencia material, sus uniformes visibles simbolizan la forma en la que las instituciones se hacen presentes en los barrios
Sin embargo, más allá de su escasa trascendencia material, sus uniformes visibles simbolizan la forma en la que las instituciones se hacen presentes en los barrios. Esto funciona hoy por hoy como sustituto de otras políticas públicas que, bien enfocadas, podrían llegar a ser redistributivas (educación, sanidad, servicios sociales).
El desplazamiento del foco desde la desigualdad a la seguridad (cuyo significado cada vez más incluye a problemas relacionados con «la convivencia»), habilita a la Policía para penetrar en el campo de las relaciones vecinales y en espacios antes ajenos a su campo actuación (institutos, asociaciones, mesas vecinales…) desde una proximidad que permite perfeccionar las técnicas de gobierno sobre lo social sin modificar aspectos estructurales.
La gran transformación securitaria
Para que Metropolice suceda ha sido necesario que en las últimas décadas se produzcan al menos tres transformaciones al interior del propio campo de lo policial/securitario. En primer lugar, respecto a la propia conceptualización de la policía: de ser considerado un cuerpo al servicio de un determinado orden/poder, ha pasado a significarse como un cuerpo al servicio de la convivencia, un servicio público encargado de garantizar la seguridad ciudadana y la vigencia del derecho.
Especulación urbanística
El fantasma de la okupación, agítese antes de usar
En segundo término, se ha producido un desplazamiento con respecto a la idea de delincuencia: el delincuente ya no es un producto social, fruto de una estructura social preñada de desigualdades, sino un sujeto responsable de sus actos, recortado de su contexto y circunstancias, que solo es reconocido en el momento en el que vulnera la norma. El marcaje y la estigmatización de los sujetos pobres, especialmente de aquellos cuyo aspecto físico y color de piel les coloca en una posición de subalternidad, y el sometimiento a la hipervigilancia no pueden sino generar subjetividades impactadas por la violencia física y simbólica en los individuos intervenidos.
Por último, identificamos un tercer desplazamiento con respecto a la propia idea de seguridad: ésta se desliga del delito y se convierte en una expresión que condensa todo tipo de malestares sociales que tienen que ver más con la desigualdad y la precariedad (la incertidumbre respecto al futuro) que con la delincuencia. La elasticidad de la idea de inseguridad provoca que cualquier manifestación que suponga una alteración material y simbólica de un determinado orden incorporado como «natural» —como la ocupación y disfrute del espacio público por parte de la población subalterna, especialmente la racializada— entre en la categoría de delincuencia.
Policía
Entrevista a Alex S. Vitale “Si las comunidades no pueden conseguir servicios sociales, intentarán que la Policía preste esa función”
Es así como han emergido los llamados «problemas de convivencia», que incitan a que se equiparen y se aborden bajo la misma lógica problemas tan diversos como el terrorismo yihadista, la tenencia de armas, los robos, las personas que duermen en un soportal, las ocupaciones de vivienda, los partidos de ecuavóley, el botellón, las bodas gitanas o las cacas de perro, olvidando en todo momento un análisis de estas problemáticas capaz de hacerse cargo de los malestares y los condicionantes sociales que muchas de ellas encierran.
Habitar Metropolice
Metropolice se proyecta hacia una ciudadanía que desea sentir las promesas de una seguridad que nunca llega a consumarse. Pero el mandato de fondo de Metropolice supone disciplinar lo urbano, domesticarlo, reproduciendo el ordenamiento desigual de lo social a través de la gestión de las tensiones que ese mismo orden genera. Para ello, Metropolice combina la tecnologización algorítmica del control informatizado con la cercanía personal que se adentra en lo cotidiano.
Pero habitar Metropolice es también habitar un descontento, una incomodidad creciente con respecto a un proyecto político-económico-jurídico-simbólico imbricado al neoliberalismo y lo securitario. Un rechazo con respecto a un entramado de formas de hacer y pensar que racializan subjetividades que ya están (y que siguen llegando), que perpetúan exclusiones asumiendo los procesos de precarización de la existencia.
Y es así, por todo ese descontento que no deja de crecer, que hay formas de habitar Metropolice que precisamente pretenden cortocircuitar el propio funcionamiento de Metropolice, alentando formas de control de la actividad policial, activando mecanismos de rendición de cuentas, pero también, de un modo más incisivo, demandando la disminución de las tareas que habrían de ser competencia de lo policial, exigiendo un recorte en su financiación, reclamando, en última instancia, la propia abolición de la institución policial.
Cortocircuitar Metropolice para tejer otras formas de pensar y articular lo común, para socavar la policialización de lo social, para no dejar de mirar con extrañeza al cuerpo policial, para mostrarlo y nombrarlo como lo que, a pesar de sus mutaciones, siempre ha sido: una fuerza de orden.