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Migración
Calais, la última frontera de Europa
Una carcajada anuncia la llegada de Geezo. El sol lleva días sin acordarse de salir en Calais y la lluvia de ayer ha convertido todo en barro. Pero él se dispone a jugar al fútbol en chanclas. Echó a correr cuando los antidisturbios vinieron a darle los buenos días a su tienda. Y lo dejó todo atrás. Cinco años después del desalojo de La Jungla, la presencia policial ahoga la ciudad francesa en la que cerca de mil personas que han cruzado Europa por todas las rutas migratorias posibles prueban suerte cada día para alcanzar Reino Unido.
En el borde norte de Francia, la costa de Calais es la frontera natural más cercana a la vecina Gran Bretaña. En un día despejado, desde una de las kilométricas playas donde se libraron batallas en la Segunda Guerra Mundial pueden verse los acantilados blancos de Dover, ya del lado inglés. Entre ambas ciudades está trazada la línea recta que recorre el eurotúnel, 50 kilómetros bajo el Canal de la Mancha que los migrantes tratan de atravesar escondidos en los bajos de los camiones o en precarias pateras.
Todo el perímetro de lo que fue La Jungla está vallado y fuertemente vigilado, se han talado los árboles y se han creado colinas y desniveles para evitar nuevos asentamientos
La geografía de Calais explica entonces su exposición a los flujos migratorios de entrada a la isla vecina. Ya en 2003 se firmó el primer acuerdo de control fronterizo. ‘Le Touquet’, nombrado así por la ciudad en la que fue refrendado, permitía a agentes de los dos países vigilar sus fronteras desde cualquier extremo del Canal. Así, la Policía inglesa podría impedir el paso desde Francia a quienes trataran de cruzar de forma irregular a su territorio.
El fuerte incremento de entradas a Europa en 2015 comenzó a formar lo que terminó por denominarse La Jungla, un campamento que llegó a alojar a 10.000 personas, entre ellas mil menores. La Jungla creció desde la ciudad de Calais hacia la costa, salpicada de construcciones medievales y restos de la invasión nazi. Ahora, todo este perímetro está vallado y fuertemente vigilado, se han talado los árboles y se han creado colinas y desniveles para evitar nuevos asentamientos.
Pero ni aquel mediático desalojo, ni las concertinas, ni el invierno evitan que los migrantes sigan llegando. Solo supone que lo hagan más escondidos, más dispersos. Invisibles. Cinco años después de la destrucción de La Jungla, las organizaciones humanitarias calculan que hay alrededor de mil personas en diferentes puntos de Calais más unas 200 en el campamento de Grande Synthe, en la región de Dunkerque, a media hora en coche.
Lo que sí ha logrado el incremento progresivo de los controles en la mercancía que viaja a Reino Unido es un fuerte aumento de los viajes en patera, 2021 ha cerrado con cifras récord. Según Naciones Unidas, 35.382 personas han alcanzado su sueño de llegar a territorio inglés cruzando en embarcaciones precarias el Canal de la Mancha. Este número triplica al del periodo anterior, y supera por primera vez otras rutas muy concurridas como la del Estrecho de Gibraltar o el Egeo.
Los Acuerdos de Dublín —que obligan a deportar al primer país de entrada a Europa y, por lo tanto, no permiten a los migrantes pedir asilo en Francia—, la saturación del mismo sistema de acogida francés, la dificultad del idioma para aquellos provenientes de países que fueron colonia inglesa y, por ende, las redes de amigos y familia que ya tienen en Reino Unido, convierten a Calais en el último obstáculo físico a cruzar por las personas refugiadas y migrantes para alcanzar su destino final. En patera o atravesando el eurotúnel de polizón en un camión, estos 33 kilómetros de mar que separan Francia del Brexit por el Canal de la Mancha son, para muchos, la última frontera de Europa.
Las mil y una rutas para llegar a Europa
Los antidisturbios se han ido ya de este descampado de Calais, conocido como Antiguo Lidl, porque alguna vez aquí hubo un supermercado. En el espacio que delimitan varias casas y un bosquecillo al fondo, viven un centenar de personas entre la lluvia y el barro. Cuando no está encharcada, la parte central hace las veces de cancha de fútbol. La cercanía de las vías del tren mataron en noviembre a un chico y dejaron gravemente heridos a otros tres.
El de esta mañana es el tercer despliegue policial de la semana. Ha discurrido de forma pacífica y rutinaria, y el equipo de limpieza que acompaña a las evacuaciones apenas ha confiscado cuatro o cinco tiendas. Tras el paréntesis, la vida del campamento vuelve a su precaria rutina. Poco a poco todos vuelven a colocar sus pertenencias en el sitio en el que estaban antes, a reavivar las fogatas que no alimentaron durante la media hora en la que la policía bloqueó el paso.
Las organizaciones de ayuda humanitaria, que no pueden acceder durante las operaciones policiales, ya pueden entrar al perímetro y colocan mesas con té y algo de desayuno. Muchos se acercan ansiosos a los voluntarios de Refugee Info Bus, organización que además de ofrecer información, despliega puntos de recarga de batería de teléfonos móviles, reparte tarjetas SIM y permite conectarse a internet.
Lo habitual es que las pateras salgan desde la costa de Libia o de Túnez, aunque ahora las olas del Mediterráneo central también empiezan a ser atravesadas por barcos más grandes que salen desde Turquía o incluso Líbano
Mohamed tiene 20 años y atravesó de derecha a izquierda el mapa de África para llegar a Marruecos desde Sudán. Pronuncia en árabe el nombre de las ciudades españolas que pisó después de saltar la valla de Melilla, entró a Francia por Marsella, estudió la posibilidad de quedarse en París, pero la cantidad de migrantes que encontró en la calle, debajo de los puentes, y los Acuerdos de Dublín le convencieron para seguir su camino hacia el norte, hasta llegar aquí. Tiene ojos risueños de niño y la presencia de quien ha cruzado casi dos continentes por “su sueño de infancia de llegar a Reino Unido”, traduce en un teléfono móvil. Las palabras en español que Mohamed chapurrea con acierto congregan a varios de sus amigos.
Amir, de 17 años, también entró por Melilla. Abdul y Mohamad, de 18 y 20, lo hicieron por Italia desde Libia. Sudán comparte frontera con el infierno libio, donde el apartheid y el trabajo esclavo dejan a la migración subsahariana sin más salida que la de tirarse al mar. Después de un relativo parón por la pandemia, Italia es el primer país de entrada a Europa, casi la mitad de los migrantes escogen esta vía. 2021 ha cerrado con un total de 67.477 llegadas a Italia, casi el doble que el año anterior, todo de acuerdo a la Organización Internacional de las Migraciones (OIM). Lo habitual es que las pateras salgan desde la costa de Libia o de Túnez, aunque ahora las olas del Mediterráneo central también empiezan a ser atravesadas por barcos más grandes que salen desde Turquía o incluso Líbano.
Fronteras
“Prefiero morir en el mar que quedarme”: los libaneses intentan huir a Europa
Este nuevo recorrido, de Turquía a Italia, ha sido bautizado como la ‘ruta calabresa’ porque las embarcaciones llegan hasta la bota en lugar de hasta Sicilia. En este último año este trayecto ya representa el 16% de las llegadas a Italia, un porcentaje que se multiplica por cuatro con respecto al anterior. Es una ruta más cara, los migrantes cuentan que ronda los 8.000 euros por adulto y 4.000 por niño a pagar a las mafias. Se suele hacer en embarcaciones más grandes que las habituales pateras de goma y, aunque empieza a considerarse como un trayecto de primera clase, las condiciones de hacinamiento y peligrosidad son igual de precarias. En el campamento de Grande Synthe, Haval y Shaista, kurdos iraquíes y padres de Havyar, de cinco años, cuentan que fue así como los tres llegaron a Europa.
Después de Italia, las mayores cifras de llegadas en 2021 las ha registrado España, con más de 50.000 entre la ruta atlántica hasta Canarias, el Estrecho y la valla de Melilla. El trayecto por el Egeo que conecta Turquía con las islas griegas alcanza su mínimo histórico desde 2015, 4.000 personas, según Naciones Unidas. El descenso del flujo en este trozo de mar se debe a un fuerte aumento de la represión y explica el crecimiento de otras opciones más largas y arriesgadas como la ‘ruta calabresa’.
Organizaciones como Aegean Boat Report, en su informe anual, sitúan en los comienzos de 2020 el incremento de la violencia policial contra los migrantes y de las devoluciones en caliente en la frontera marítima entre Grecia y Turquía. La llegada al Ejecutivo heleno de la conservadora Nueva Democracia ha supuesto un aumento pronunciado de los retornos ilegales de personas migrantes a Turquía. Esta ONG cifra en 15.803 el número de personas devueltas a la fuerza y sin opción de pedir asilo en 2021, hasta un 62% más que el año anterior. Un tercio de ellas había llegado ya a suelo griego cuando fueron devueltas a Turquía.
A Ventimiglia llegan cada año unas 22.000 personas que tratan de cruzar varias veces, así que el número de expulsiones totales es superior, unas 30.000, según la ONG We World
Finalmente, otra de las formas de entrada a Europa que mencionan los migrantes en Calais tiene que ver con la reciente crisis en la frontera con bielorrusa. Es complicado contabilizar la cantidad de personas que han sufrido la violencia de las policías bielorrusa y polaca que ahora esperan en el norte de Francia, pero al ser preguntados algunos aquí hacen el gesto del avión. “Mal, muy mal, estuvimos dos meses atrapados, con frío y hambre”, alcanza a decir un padre de familia kurdo iraquí. Atravesó los Balcanes solo, y después se reunió con su mujer y dos hijas en Minsk cuando el presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, fletó aviones desde varias ciudades de Oriente Medio para presionar a la Unión Europea.
Como en todo, siempre hay excepciones. Aquí en Calais, Fernand, de Guinea Conakri, cuenta que llegó en 2015 a Malta. Tras años trabajando en la economía sumergida esperando poder regularizar su situación, se cansó y puso rumbo al continente, donde tomó la decisión de seguir su camino hasta Reino Unido. Rabee, sirio de 20 años, estuvo varios meses dando tumbos entre Argelia, Túnez y Marruecos, hasta que finalmente se tiró al mar desde Nador rumbo a Melilla. Es flaco como un lápiz y tiene el cuerpo lleno de cicatrices por las heridas abiertas que le dejaron las múltiples picaduras de medusa. Sus uñas largas señalan su frente, dice que la mente se le quedó en blanco mientras nadaba.
Controles y devoluciones para entrar a Francia
Cae la tarde en el campamento de Grande Synthe, en la región de Dunkerque, donde cerca de 200 personas se esconden entre los canales de agua y el bosque bajo. Hace una semana este asentamiento estaba ubicado más cerca de la ciudad, en el borde de un supermercado, pero la Policía obligó a los migrantes a mover sus tiendas. Un grupo de niñas juega a hacer equilibrios en las vías del tren abandonadas. El señor que vendía galletas, kleenex y algo de tabaco en un carrito hecho por él mismo se ha parado y reza con los pies descalzos en una alfombra azul diminuta.
A pocos metros, en un claro pegado a la orilla del río, Shaista, madre y kurda iraquí de 26 años, echa unos cartones al fuego y cuenta que jamás se le habría ocurrido venir a Europa. Tomó la decisión muy rápido, con su marido, dice que casi no les dio tiempo a pensar, y busca con la mirada a su hijo. En Iraq, por mucho que trabajes no puedes ahorrar ni organizar una vida, explica la pareja. Tienen hermanos y familia en Inglaterra, y confían en que allí estarán protegidos y tendrán opciones laborales. Desde Turquía llegaron a Italia, y cruzaron a Francia por Ventimiglia, un lugar que aquí, aunque no hayan estado, todos conocen.
Ventimiglia es una ciudad italiana que limita al oeste con Francia, con la localidad de Menton, y al sur con el Mediterráneo. Cada día, según denuncian asociaciones humanitarias en el terreno, la policía francesa devuelve a decenas de personas que tratan de cruzar a pie por las montañas, en trenes o en las traseras de coches y camiones. A Ventimiglia llegan cada año unas 22.000 personas que tratan de cruzar varias veces, así que el número de expulsiones totales es superior, unas 30.000, según la ONG We World. Organizaciones como Amnistía Internacional o los mismos observatorios de Derechos Humanos de Francia han documentado devoluciones de niños migrantes que viajan solos. Cuando les capturaban, la Policía falsificaba su edad real en los documentos de expulsión para no hacerse cargo de los menores.
Migración
Ventimiglia, una frontera interna en Europa
Más de 1.000 personas migrantes, de las cuales la mitad son menores no acompañados, esperan en la localidad italiana el momento idóneo para cruzar la frontera entre Italia y Francia.
Shaista y su familia trataron de cruzar por esta frontera hasta en cinco ocasiones. Él frunce el ceño al recordarlo. Explica que vio muchos militares. Apenas llevan un día en este campamento en Grande Synthe, así que todavía no sabe si más o menos que aquí. Agita el aire con la mano y recuerda el gas lacrimógeno, señala los golpes que recibió en barbilla y pómulos, y cuenta que la Policía francesa llegó a apuntarle con una pistola. Esta violenta bienvenida les quitó las ganas de intentar siquiera pedir asilo en Francia.
Otra forma de cruzar la frontera francoitaliana, que desde la toma de Afganistán por parte de los talibanes está siendo cada vez más frecuentada, es a través de los Alpes. Entre el pueblo italiano de Claviere y el francés Montgenèvre, 15 kilómetros de montaña separan a pie un cruce fuertemente vigilado que suelen tomar los migrantes que ingresan a Francia desde los Balcanes. En los campamentos de Calais, muchos reconocen esta ruta al sonido de ‘Roya’, una de las cumbres alpinas y nombre del río que la cruza. La falta de cobertura y la nieve por la rodilla dificultan este paso en el que en los cinco años que lleva utilizándose han fallecido cinco personas y dos más han desaparecido.
Las vías de entrada a Europa y de llegada al norte de Francia son casi tan diversas como los motivos por los que los migrantes, una vez más, están dispuestos a jugarse la vida en este último mar. “¿Qué puedo hacer si no?”, se encogen de hombros la mayoría. El Brexit deja sin efecto el sistema de Dublín, de manera que pueden empezar a tramitar su asilo desde cero sin miedo a ser devueltos al primer país de entrada a la Unión Europea. Muchos se van por este motivo pese a que quieren solicitar refugio en Francia.
Otros porque chapurrean algo de inglés, tienen algún amigo o familiar que quizá no está tan mal, y porque Reino Unido permite trabajar de forma irregular con más facilidades que la mayoría de países europeos. En lo que va de año, dos personas han fallecido tratando de cruzar el Canal. Uno de los cadáveres fue encontrado flotando en el agua, el otro apareció sobre el asfalto. Ni la posibilidad de fallar, ni el frío y la lluvia de esta ciudad maldita por su posición estratégica en el norte de Francia quitan, cada año, la esperanza de una vida mejor a miles de personas con miles de kilómetros a sus espaldas.