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Música
“Me gustaría ser como Raffaella Carrà”
La Chula Potra: nieta y biznieta de molineras de Alli, mondongueras de Pamplona, campaneras de Azagra, jornaleras del Conde de Guendulain y milicianas de la Guerra Civil. Graduada en Magisterio, licenciada en Historia, locutora en Eguzki Irratia, activista en el centro comunitario Auzoenea de Iruñea, autora de La otra experiencia —ensayo crítico del cooperativismo vasco y de su malograda rama revolucionaria—, madre precaria de tres hijos, euskaldunberri y cantante.
¿Qué hace una señora de 46 años cantando rap?
Siempre había querido contar historias, y esta es una manera rápida de hacerlo y de cobrar algo de dinero. No es como escribir un libro, que es lento y una ruina económica.
¿Y qué tal como escritora?
Una experiencia apasionante, si exceptuamos la parte de la distribución y la venta, que fue un calvario. Rescaté del olvido, junto con Andoni Esparza, que fue uno de sus promotores, la utopía económica que fue sepultada por el régimen franquista. Ese señor, ya fallecido, aún tiene el récord de incomunicación en comisaría del Estado español, con 18 días. Estuvo ocho años sin pasaporte y, muerto Franco, tuvo un juicio en el que salió absuelto de todas las acusaciones, pero ya daba igual porque la oligarquía había conseguido su objetivo: enterrar el proyecto de un modelo productivo antagonista en Euskal Herria.
¿Cómo empezó esta vocación musical tardía?
Los caminos del señor son inescrutables. En 2004 me fui a vivir a Zubieta a aprender euskera. Llevaba seis años escribiendo el bando de los carnavales del Casco Viejo de Pamplona, y allí, entre el sonido de los joaldunak y las canciones de Camarón y Leño, me salió un rap para el pregón de aquel año. Fue de manera bastante natural. Dicen que viajando te conoces a ti misma: yo, entre montañas y niebla, descubrí que soy una vasca castellanoparlante de barrio obrero.
¿Pánico escénico al principio?
Qué va. Fue un concierto de una canción en el gaztetxe Euskal Jai, con una base de Ion Celestino y un sampler del Dantza zure botilarekin de Tijuana in Blue. Algo especial y muy bonito.
¿Una cosa rara?
En las actuaciones pasan cosas raras muchas veces. La semana pasada estuve en una sociedad de Berriozar: once de la noche, los hombres emborrachándose en la barra. Empiezo a cantar con mi traje plateado, se acercan los niños y las niñas, se ponen en círculo, y allí estuvimos, cantando, moviendo los brazos y riéndonos. Un concierto infantil.
Eres una artista intergeneracional…
Me lo pasé muy bien. En el fondo, me gustaría ser como Raffaella Carrà, y que los txikis de hoy en día se diviertan bailando mis canciones cuando sean mayores.
Vaya, ¿cómo definirías tu estilo?
Si hubiera empezado con el rap en 1987 con 17 años, aparte de contemporánea de Tupac Shakur, habría sido una mezcla de Aurora Beltrán y Eskorbuto. Ahora mismo, a pesar de que han pasado 30 años, diría que lo mío es old school.
¿Queda tiempo para la música con tres pequeños a tu cargo y una familia monoparental?
Complicado, porque la doble jornada no se puede conciliar. Es imposible. No se pueden hacer bien dos jornadas laborales. Y la maternidad es el oficio más viejo del mundo. Yo, para empezar, trabajo de madre, y luego está todo lo demás.
Después de muchos años me he dado cuenta de que lo único que he querido de verdad en esta vida es ser madre… y, por cierto, ser madre es lo que más me ha enfrentado al sistema capitalista en el que vivo. Tendría que ser un trabajo público, remunerado por el Estado.
El día que yo me muera hablarán de Barcina, y el día que ella se muera hablarán de mí
¿Y económicamente cómo te va?
Difícil. Mi mundo es la hostelería, pero el dinero escasea. Tengo rachas de suerte, voy apañándome.
Mundo precario…
Y a mucha honra. Yo no soy de moverme por otras latitudes, me van más los viajes interiores. No tengo coche, ni ganas de tenerlo. La ropa me da igual, todo lo que llevo puesto es reciclado. Soy una madre proletaria, pero no tengo especial interés en cambiar de estatus social, aunque sí me gustaría tener el frigo lleno de comida ecológica, o poder salir a tomarme cervezas de vez en cuando.
Se puede vivir con calma y que, de repente, todo se acelere, como le ocurrió a Elhadji Ndiaye…
Creo que enviaba piezas mecánicas a Senegal para la venta. Fue vergonzoso cómo se manchó su nombre sin que él pudiera defenderse. Yo no me creo esa historia de que estuviera traficando con heroína. Hace cuatro meses que murió en comisaría y todavía no sabemos nada.
Que se muera un pobre no es noticia…
Ya. El día que yo me muera hablarán de Barcina y el que día que ella se muera hablarán de mí. A mí La Bofetada me va a perseguir hasta el final.