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Opinión
Por qué el caso Íñigo Errejón te está revolviendo la tripa
El sufrimiento es compartido. Al menos el de las mujeres. Detrás de ese “estoy bien”, a veces hay que rascar un poco, solo un poco, para soltarlo. Y cuando lo hacemos, da igual que a la mujer que tenemos delante la conozcamos de trabajar con ella solo hace dos meses, de dos años saliendo de fiesta juntas o de un solo curso de escalada. Sale. Y está ahí. Y rara es la situación en que la otra mujer no note esa experiencia como un reflejo de una realidad ya vivida.
Análisis
Opinión El silencio colectivo que sostuvo a Íñigo Errejón
Y da igual que ella tenga 20 años menos que tú, que viva en otra comunidad autónoma o que haya tenido pareja estable. Una te cuenta que se siente agredida por el tío con el que se acostó este finde, que era de izquierdas. La otra te cuenta como casi no sobrevive a cuando su pareja la dejó, que tenía mucha responsabilidad afectiva. Tú recuerdas cuando te atacaron en un festival de música mientras trabajabas y, desde la organización hasta tu propio medio, te animaron a no denunciar. La violencia machista que sufrimos es compartida y cuando aflora una, afloran todas.
La violencia machista que sufrimos es compartida y cuando aflora una, afloran todas
Esto también es lo que provoca cada caso Errejón, cada caso Barajas o cualquier otro #metoo. No, no todas conocíamos a alguien agredida, acosada o manoseada por el último señalado. Lo que sucede es que en lugar de la cara de Íñigo Errejón podemos ver la del tipo que nos hizo aquello. Aquello que igual solo nos incomodó, aquello que nos genera tanta rabia solo de pensarlo o que nos destruyó. Por eso los mensajes no han parado de sonar desde el martes. Más aún desde el jueves. Y que no paran.
No es un shock porque no supiéramos o no esperáramos lo de Íñigo Errejón, hay un “come come” por todos los hombres que ejercen esa violencia diaria y extraordinaria contra las mujeres desde el poder, desde la impunidad o desde la precariedad, pero donde ella, la víctima, siempre está un poco más vulnerable.
Por eso, cuando surge, nos buscamos. Compartimos el dolor porque es muy fácil imaginar lo que la otra sintió. Porque no hace falta terminar las frases, no hace falta describir milimétricamente la agresión. La podemos completar en la cabeza porque nos es familiar. También es familiar por qué la víctima no lo contó hasta ahora. O por qué tu amiga no sabe si denunciar aquella noche. O más fácil es entender que con solo ser escuchada ha sido suficiente para parar la angustia del momento. El dolor es compartido, siempre lo fue. Es la manera en la que las mujeres han sobrevivido.