We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Apenas un instante, el del gol. Un momento de anticlímax. Otro gol y una parada con la cabeza bajo palos. La clave del enganche que genera el fútbol es la belleza indescriptible de lo efímero, de lo que se agota en sí mismo. Las emociones duran pocos instantes dentro del, generalmente tedioso, plazo estipulado de una hora y media que duran los partidos. Unos segundos, el sabor de boca de la repetición. No hay mayor trascendencia: el fútbol tiene el valor de lo que se acaba nada más sentirlo y lo que se comparte, durante un breve lapso de tiempo, con extraños. Parece no ser suficiente. Parece imprescindible sacarle una veta de trascendencia. Y entonces empieza el aburrido desfile de relatos, que si el fútbol es capaz de detener a la extrema derecha, que si sirve para reivindicar la idea de otra España posible, que si resignifica una bandera hostil a la izquierda, que si cambia nuestra forma de ser como sociedad. En ese envoltorio banal transcurren estos días tras la victoria de la selección en la Eurocopa.
Nadie se indigna ante la alegría pura de quienes se han visto concernidos por ese título. Cada uno es libre de emocionarse como quiere —Gora España, cantaban Lendakaris Muertos. Que alguien sienta alegría por la victoria de la selección no le convierte en un facha, solo significa que ha conectado con algo, normalmente con un sentimiento de la infancia (de la vez que te salió un regate o chutaste y fue gol) o con la necesidad de pertenencia a un grupo. Pero la sofisticación de los argumentos, las interpretaciones sesudas sobre lo que pasa en el campo, o el escrutinio de lo que pasa fuera del campo, por ejemplo, un apretón displicente de manos, señala un alto nivel de falta de imaginación política, aburrimiento o una comprensión bastante frívola de lo que significa pertenecer al “pueblo”.
Y sí, Lamine Yamal y Nico Williams son dos grandes jugadores de fútbol, muy diferentes entre sí, pero ambos racializados, hijos de migrantes y representantes de una nueva generación. Y sí, eso tiene un valor, pero no, eso no es una cura contra el racismo. El ejemplo de selecciones como la francesa o la de Países Bajos —países en las que los hijos de la migración han brillado— o el combinado estadounidense de baloncesto, muestra que, por más que sea una expresión política más, la conquista de espacios simbólicos a través del deporte es, si acaso, temporal y se ciñe solo a la virtud o el virtuosismo individual.
Mañana será otro día y el fútbol profesional seguirá siendo el business que nunca ha dejado de ser, plagado de desigualdades, corrupción, especulación y valores torcidos
Yamal y Williams son dos jóvenes que a partir de ahora tendrán éxito en la vida, por tantos cientos y miles que seguirán pasándolas canutas por haber nacido en los mismos barrios y en las mismas condiciones que ellos pero que sudan del fútbol, no le dan tan bien al balón o que han tenido la mala pata de lesionarse, de no llegar a tiempo, de perder un tren. Los dos extremos de la selección serán ejemplos para los niños y las niñas, pero cuando crezcan esos niños y niñas necesitarán conquistas materiales y no simbólicas. Es decir, necesitarán todo aquello que no tiene que ver con la efímera emoción de un gol o un rechace.
Racismo
Racismo Construir futuros más amables para todas
Hay algo que se aprende después de ver mucho fútbol profesional que es que este no es más que un entretenimiento y un negocio y que, como entretenimiento, su poder se devalúa a medida que se crece. Realmente, el efecto puro solo se recibe en la infancia y la adolescencia, quizá en la primera juventud. No hay ningún problema en que, cada cierto tiempo o cada domingo, haya miles de personas que busquen reproducir aquellas viejas sensaciones de infancia y adolescencia, pero lo que prevalece, lo que es político en sentido estricto, es el negocio, basado precisamente en la promesa de que esa emoción pura volverá a producirse.
Mañana será otro día, habrá otro partido, y el fútbol profesional seguirá siendo el business que nunca ha dejado de ser, plagado de desigualdades, corrupción, especulación y valores torcidos. El mismo negocio que llevó su circo a la Rusia de Vladimir Putin y que se ha rendido a los petrodólares de Arabia Saudí y Qatar, el mismo que dio lugar a Rubiales, en el que las medallas a las campeonas se dejan en una mesa para que las cojan ellas. Un negocio basado en la promesa de otro de esos raros momentos de entusiasmo ofrecido a un público que al mismo tiempo es el producto principal que se vende como mercancía a los anunciantes. Ese es su poder político y es un poder que los dueños del fútbol no comparten con nadie. Conviene no olvidarlo u olvidarlo solo en los raros instantes, tan efímeros y escasos, en los que pasa algo que conecta con un sentimiento de verdad.
Relacionadas
Turismo
Opinión Abolir el turismo
Opinión
Opinión La eclosión del autoritarismo reaccionario y otras nueve tesis sobre la victoria de Trump
Segovia
Opinión Agarrarse a un clavo ardiendo: comprar unas llaves
Interesante recapitulación, gracias.
Añadiría desde el punto de vista, por ejemplo, de los avances que ha facilitado la celebración del Orgullo, que creo en el gota a gota que supone ver y escuchar a personas racializadas (triste concepto) en el centro de las grandes catarsis sociales como protagonistas generadores de la celebración. Muchas gotas habrán de caer para que estas y otras discriminaciones se puedan superar también. No obstante creo en el beneficio de la normalización que supone ver a personas anteriormente discriminadas en la cima de los valores sociales de hoy día. Luego es cierto que muchos de los valores de hoy día son una caca. Pero el simple hecho de movernos en igualdad por nuestra idiosincrasia, abre mentes. Han hecho falta generaciones que han vivido la celebración del Orgullo como algo normal para poder encontrarte parejitas de todo tipo por todas partes. Por eso creo en este gota a gota.