Opinión
Dejemos de mirar (tanto) al cielo

Breve examen de nuestra relación con el cielo, realizado desde la tierra, ese suelo dolorido, maltratado y finito bajo nuestros pies.

Sociólogo rural. La Vera (Cáceres).

12 abr 2024 12:40

Mirar al cielo.

Esperar del cielo.

Pedir al cielo.

Asaltar los cielos.

Subir al cielo.

Llovido del cielo.

Séptimo cielo.

Y… ¿qué más vendrá del cielo?

Cuando contemplamos con frialdad (si es que esto es posible hoy en día sin terminar pareciendo un cadáver) el panorama social, político y ecológico en el que vivimos -y que, no se nos olvide hemos creado-, nos preguntamos a menudo qué tiene que ocurrir para que la humanidad, como un todo, reaccione y ponga fin a guerras genocidas, explotación de seres humanos y de todo lo que tratamos como recursos cuando son seres vivos, o restos de seres vivos, o soporte mismo de la vida.

Me refiero, claro está, a Palestina, a Yemen, a Sudan, a Ucrania, pero también al sinnumero de pequeñas guerras que pasan desapercibidas (como la de Palestina hasta el pasado octubre), como la tragedia de las personas migrantes y refugiadas, como la pobreza que no se quiere erradicar. Pequeñas guerras que matan, a veces más aun que las grandes guerras. Me refiero también al patriarcado, que mata y somete. Y al ecocidio que estamos cometiendo sobre lo más sagrado que vamos a conocer nunca: la vida en el planeta Tierra, en Gaia.

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Vemos en Palestina el enésimo genocidio en nombre de un dios que está en los cielos, que nos recuerda que no hemos avanzado apenas desde que, en la Edad Media, las élites europeas inventaron las cruzadas como modo de alentar la guerra, de justificarla mirando al cielo, de imponerse sobre el otro, musulmán esta vez, que a su vez se había impuesto, inventando la yihad o guerra santa, sobre otros paganos, infieles, no merecedores de estar vivos, también mirando a los cielos.

Del cielo vienen ahora los drones, el último grito en aniquilación de otros que no merecen vivir, como vienen los aviones que bombardean, y los misiles y todo tipo de munición asesina que viene desde el cielo. Como han venido siempre las balas de cañón, los tiros de arcabuz, las flechas, las lanzas… En lo que sí hemos avanzado es que cada vez mueren más civiles, y entre estos, más niñxs.

Y seguimos mirando arriba, al contrario de la película, esperando del cielo algo: salvación, una señal, la llegada de los cuatro jinetes del apocalipsis que en realidad llevamos dentro de nuestro modo de vida absolutamente irracional.

Y mientras tanto, desde siempre, las respuestas que esperamos del cielo han estado mucho más cerca, literalmente bajo nuestros pies.

La humildad, que siempre ha residido en la tierra, así como la soberbia ha reinado en los cielos. Y más allá, el campesinado, tan pegado a la tierra como separadas de ella estaban la nobleza, la realeza y el alto clero, las élites

Resulta paradójico que llevemos siglos escrutando los cielos, consiguiendo predecir eclipses, entender sistemas solares, galaxias y agujeros negros, que hayamos avanzado tantísimo en la investigación de lo que tiene que ver con el cielo y se nos haya pasado por alto hasta fechas muy recientes mirar al suelo. En el suelo (y en el agua que hay sobre el suelo) empezó la vida y ahí es donde residen las claves de tantas preguntas hechas al cielo. La microbiología, vista hasta hace bien poco como enemiga de la humanidad, cuando no somos más que colonias de microorganismos que se han organizado para poder sobrevivir mejor. La compleja relación y química que se da bajo el suelo entre especies diferentes, que colaboran entre sí para hacer posible tantas formas de vida compleja. La humildad, que siempre ha residido en la tierra, así como la soberbia ha reinado en los cielos. Y más allá, el campesinado, tan pegado a la tierra como separadas de ella estaban la nobleza, la realeza y el alto clero, las élites en general. Y los pueblos indígenas, que han mantenido hasta hoy los vínculos, algunas de las creencias más auténticas y adaptativas que ha creado la humanidad.

¿Cuando empezamos a mirar al cielo?

Leo en estos días el magnífico libro de Graeber y Wengrow, El amanecer de todo, y descubro con sorpresa cómo la pretendida revolución neolítica fue cualquier cosa menos una revolución, ya que sucedió a un paso tan lento como para medirlo en miles de años. Y la clave del periodo, el comienzo de la agricultura, fue un asunto mucho menos importante de lo que habíamos creído, manteniendo la recolección, la caza y la pesca como actividades alimenticias principales y practicando, cuando se podía y quería, una agricultura lúdica o muy sencilla, en zonas que, al inundarse periódicamente, se fertilizaban por si mismas (como el delta del Nilo o las riberas del Tigris y el Éufrates). Probablemente, hasta que no fuimos completamente dependientes de la agricultura (al habernos saltado, por vez primera, los límites naturales) no estuvimos tan al tanto de lo que venía del cielo, en forma de sequías, inundaciones, nevadas o granizadas, que podían amenazar nuestra existencia.

Esas sociedades, que llegaron a unirse en ciudades sin jefaturas aparentes, sin religiones ostentosas, dependían menos de los cambios que venían del cielo (no olvidemos que la humanidad previa al Holoceno, la época de clima templado y estable que permitió la agricultura, había soportado glaciaciones y variaciones climáticas mucho más extremas) y se adaptaban mejor a los cambios estacionales o de ciclos mayores, diversificando sus fuentes de alimentos, facilitando también la migración cuando era preciso.

Afortunadamente, estas torpes líneas no son ya un delirio o una fantasía absurda. Y hay muchas voces clamando por lo mismo: decrecimiento, justicia climática, comunitarismo, simbioética, volver a lo sencillo, a la belleza de lo simple, a mirar al suelo. El cielo es lo ilimitado, el mundo platónico de las ideas en el que “el cielo es el límite”, que la realidad que percibimos es una imperfecta imagen de lo verdaderamente real que es el mundo ideal, la visión de que nuestra mente puede con todo, porque es la fuente de todo y que fue degenerando hasta el “pienso luego existo” que marcó la definitiva separación de la humanidad respecto su base material y nos dejó, definitivamente, mirando al cielo.

Chem trails.

Dicen algunas etimologías que anthropos, el nombre que dieron los griegos al ser humano, significa “el que mira arriba”. Por contra, la palabra latina homo, comparte raiz con humus, de la que a su vez proviene humildad. Parece muy oportuno proponer que, para ser sapiens de una vez por todas, seamos un poco más homo y un poco menos anthropos.

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