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Opinión
La luz de lo público durante el gran apagón

Cero energético en la Península Ibérica. Reacción en cadena, error múltiple en el sistema eléctrico. Un recordatorio de que vivimos tiempos excepcionales, con sacudidas sincopadas pero recurrentes de caos. Solo han pasado seis meses del anterior shock, el de la dana. Cinco años desde el covid. No hay patrones, nada obedece a ningún plan maestro; lo inesperado está definiendo un siglo todavía a medio hacer.
Las horas de apagón transcurren apegadas a las necesidades básicas: de movilidad, y transporte, de control de las seguridades básicas —alimentación, agua, primeros auxilios, de comunicación, en la mayoría de los casos limitada a la radio y a los transistores de pilas. Lo público sale reforzado desde las primeras horas. Los autobuses no dan abasto, pero siguen recorriendo las calles. Los hospitales funcionan con grupos electrógenos. Los equipos de emergencia atienden miles de llamadas. Lo público, lo esencial, funciona, a pesar de, o en el caos.
La primera comparecencia de Pedro Sánchez se hace esperar más de lo necesario. El presidente habla 45 minutos después de lo previsto, poco antes de las 18h. No aporta demasiada información y apenas algo de tranquilidad. Lo escaso del mensaje invita a la primera crítica: esa comunicación debería haberse producido antes. El problema es más de forma que de fondo. Es, también, un error político. Leve, si no fuera porque el ruido ocupa todo el ancho de banda de la comunicación política.
La enseñanza principal, sin embargo, sigue siendo la necesidad de servicios públicos fuertes, al margen del mercado, con capacidades para actuar ante lo excepcional, Sin ellos, nuestro mundo se cae
Me explico. Probablemente, en las próximas horas, días y semanas, la tardanza de Sánchez será explotada por la extrema derecha y su gemela timorata, la derecha conservadora, para equipararla a la gestión de Carlos Mazón durante la dana de octubre. Ni el caso ni las consecuencias son equiparables, pero en estas crisis inesperadas y arrítmicas solo son previsibles las respuestas políticas ventajistas. Son las formas homeopáticas de hacer crecer el complotismo, ese juego de “desaprobación sistemática y sospecha sin fin” del que habló Donatella di Cesare en su libro El complot en el poder (Sexto Piso, 2023). Una ideología que aumenta en las encuestas y hasta gana elecciones.
Energía
Energía El gran apagón de abril | A las 00h el 61,35% de demanda energética está atendida
Lo singular es que el complotismo, una ideología de los márgenes cada vez más masiva, funciona y se expande gracias a que las condiciones básicas de subsistencia están cubiertas desde el primer momento —y si no lo están no es por el gran apagón, sino por una desigualdad previa que no obedece a conspiración alguna sino al funcionamiento lógico del mercado (amigo). La conspiranoia es, de este modo, una excrecencia de sociedades satisfechas y ensimismadas. Una “reacción inmediata a la complejidad (…) el atajo, la vía más sencilla y rápida para dar con la solución a un mundo que se ha vuelto ilegible”, dice di Cesare.
Sánchez dice en su comparecencia que no hay que descartar ninguna hipótesis. Desde el primer momento ha sonado la palabra ciberataque, en las tertulias, en los centros de trabajo, en las calles. La posibilidad de un acto de guerra híbrida seguirá abierta días. Los expertos en sistemas eléctricos dicen que se pueden tardar semanas en descubrir qué ha fallado y por qué no han funcionado los mecanismos de reposición.
No hay indicios de ese ciberataque, han explicado las autoridades portuguesas y europeas. Puede haberlos, no es lo importante. No es imposible que pueda suceder, pero contar con esa realidad no implica abrazar los atajos. La otra hipótesis más escuchada, la de un fenómeno atmosférico anómalo, nos ata a la otra realidad insalvable del siglo. La de la crisis climática y las consecuencias imprevisibles de eso que se ha llamado el “capitaloceno”. La misma a las que estuvieron asociadas el covid y la dana. Ecos de un mundo ilegible.
El colapso temporal de esas redes nos ha mostrado un conato de aquello que, en todas partes del mundo, viven pueblos explotados y expoliados
Sea cual sea el origen todo funciona dentro de la normalidad. Las primeras horas serán las únicas horas de esta alarma, insisten los expertos en la radio pública. Las centrales de regulación son más fuertes cuando se lleva a cabo la reposición que antes del error múltiple. El sistema está testado y es a prueba de ceros energéticos, pese a la lógica sensación de incertidumbre. La segunda comparecencia de Sánchez refuerza la idea de que el plan de contingencia ha servido para templar durante toda la jornada esa incertidumbre.
La enseñanza principal del gran apagón de abril sigue siendo la necesidad de servicios públicos fuertes, al margen del mercado, con capacidades para actuar ante lo excepcional. Sin ellos, nuestro mundo se cae.
No hay que dar por sentado que ese sistema público funcione siempre como ha funcionado hoy. Pero la derivada del complotismo, de la conspiranoia, opera a favor de quienes prometen una reducción o eliminación, vía motosierra, de todo aquello que permite reproducir la vida incluso en situaciones de error múltiple. Nada funciona mejor para eludir el debate sobre la titularidad de las centrales hidroeléctricas, sobre dónde situar los recursos extraordinarios para afrontar posibles emergencias, que los discursos adulterados de la conspiranoia.
Vivimos tiempos excepcionales, marcados por la total dependencia de la energía para el desarrollo de la vida. El colapso temporal de esas redes nos ha mostrado un conato de aquello que, en todas partes del mundo, viven pueblos explotados y expoliados, una ínfima y ridícula parte de lo que viven pueblos en asedio, como el de Gaza. Solo ha sido un fogonazo sin luz, una incomodidad, una pequeña dosis de incertidumbre en el transcurrir de la primavera. Precisamente porque los servicios públicos, los sistemas de emergencia, han funcionado.
Se trata de decidir cómo se apuntalan las necesidades humanas y sociales básicas para estar preparadas de cara a las siguientes manifestaciones de este cambiante siglo XXI
La enseñanza y la antienseñanza, sin embargo, están dadas de antemano. Se trata de decidir cómo se apuntalan las necesidades humanas y sociales básicas para estar preparadas de cara a las siguientes manifestaciones de este cambiante siglo XXI; cómo se distribuyen los recursos para la organización básica de la vida, qué lazos es imprescindible amarrar y qué formas hay de trasladar esta experiencia a un campo más amplio de sentido que trascienda nuestros portales y llegue a aquellos lugares en los que las necesidades básicas que hoy se han mantenido en pie están amenazadas o canceladas de por vida. Como en Gaza.
Solo sobre esa base, sin atajos, será posible afrontar un presente incierto y un futuro aun más complejo. Con episodios inesperados, como éste, que nos hablan de lo que es importante y de lo que no lo es.
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