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Opinión
La precarización de las trabajadoras que hacen de barrera en la lucha contra las violencias machistas
La discriminación y la falta de escucha es la realidad de muchas compañeras con quienes he compartido espacios laborales de intervención directa en violencias machistas. Las condiciones precarias de las trabajadoras provocan diariamente el agotamiento y huida de profesionales cualificadas.
En el mismo momento en el cual me dispongo a escribir unas líneas acerca de la precarización de las profesionales que trabajamos hace muchos años en intervención directa en violencias machistas, me llega un burofax que me informa que la entidad para la cual trabajaba como psicóloga me despide.
Un despido más en plena pandemia, aparecen las causas y las excusas, quien tiene el poder escribe e instituye “el relato”. La excusa empresaria fue la indisciplina de mi parte, al pedir continuar con el teletrabajo hasta que mejorara la situación epidemiológica en Catalunya-Barcelona. Dicha petición, que comuniqué a la empresa-asociación, se explica a partir de tener una condición autoinmune que me coloca en la población de alto riesgo frente al coronavirus.
Teletrabajé todo el confinamiento hasta el mes de octubre, cuidando y brindando tratamiento a mujeres, niñas y niños, pero en medio de la segunda ola de pandemia en el estado español, cuando tomo medidas de autocuidado, intento diferentes vías de negociación, diálogo, acuerdos para continuar temporalmente con el teletrabajo, por el alto riesgo para mi salud, ese cuidado es considerado una falta disciplinar y por lo tanto la decisión es dejarme sin trabajo ni posibilidad de reubicación alguna en la entidad. Pero, lo más importante de este relato es que no soy un caso aislado, el descuido y precarización de las profesionales que intervienen en la red de atención en violencia machista no es una excepción.
Esta situación de discriminación y de falta de escucha es la realidad de muchas compañeras con quienes he compartido espacios laborales de intervención directa en violencias machistas
Esta situación de discriminación, de falta de escucha y de prácticas feministas en la gestión de las relaciones de poder, de precarización laboral se refleja en los bajos salarios, la sobrecarga en la relación horas de trabajo–cantidad de mujeres, niños y niñas a quienes hemos de brindar tratamiento de salud mental por día, contratos de los llamados basura, temporales, sin estabilidad alguna. Y son cuestiones que van en detrimento de la calidad de la atención. Los datos que trascienden mi subjetividad. Es, como dije, la situación y la actualidad de muchas compañeras con quienes he compartido espacios laborales de intervención directa en violencias machistas, tanto en España como Argentina. En este sentido, advierto una serie de obstáculos que es necesario esclarecer y transformar para la continuidad y sostenimiento de las luchas feministas contra las violencias machistas que operan a nivel micro y macro social, dentro y fuera de las instituciones.
Sabemos que sin la fuerza de trabajo de las mujeres, las personas racializadas, las de sectores populares, sin los cuidados, la vida cotidiana no se sostendría, sabemos que en el contexto de pandemia se agudizaron las violencias machistas, sabemos que las profesionales de intervención directa hemos sostenido la atención, los cuidados, y los abordajes en tiempo real, esto es al mismo tiempo que el contexto nos atravesaba subjetiva y socialmente en nuestros cuerpos, nuestras psiquis, nuestras pérdidas, nuestras relaciones de lazo social y nuestras responsabilidades con los cuidados de otras personas.
Violencia machista
25N: un grito desconfinado en las calles contra la violencia machista
En medio de la pandemia, muchas trabajadoras hemos visto profundizada la precarización de nuestro trabajo, reducidas nuestras jornadas laborales o enfrentado despidos disciplinantes más que disciplinarios, que imponen perspectivas capacitistas, productivistas y descartan trabajadoras, a sabiendas que la cola del paro no deja de crecer. Entidades que hablan de, pero no practican, feminismos y conciliación de cuidados.
Los límites, los bordes que nos ha impuesto la pandemia a nuestras prácticas cotidianas, no solo a quienes transitamos alguna patología crónica, son de esta manera negados, en un cinismo y negacionismo tal que incluso intenta instrumentalizar los cuidados de las personas a quienes brindamos tratamiento y con las que mantenemos nuestro compromiso profesional y feminista. Entre lo mucho que nos enseña el feminismo está la certeza que la entrega incondicional, incluso la entrega que pone en peligro nuestra subjetividad es una forma de controlar a las mujeres. Este tipo de prácticas, neoliberales y antifeministas, construye procesos de nuevas subjetivaciones obedientes, sacrificadas y ausentes de derechos, las cuales profundizan las rupturas de lazos sociales y aumentan la des-subjetivación, otro obstáculo más para luchar contra las violencias machistas.
Esta realidad, sumada a la precarización, impide la organización de, entre las propias trabajadoras, promueve el productivismo
Esta realidad, sumada a la precarización, impide la organización de, entre las propias trabajadoras, promueve el productivismo por encima de los resultados en los tratamientos, la docilidad y obsecuencia de las trabajadoras que cada 2, 3, 6 meses ven en vilo sus puestos de trabajo según el humor de las dueñas. Llamo así a las gestoras de espacios del tercer sector, que toman los feminismos para vaciarlos de contenido.
El llamado tercer sector es de una heterogeneidad tan amplia, con tantos matices y especificidades que escapa a estas reflexiones hacer un diagnóstico del mismo y menos es mi intención realizar una crítica generalizada y homogeneizante. Pongo el foco en las estructuras del tercer sector que se caracterizan en sus modelos de organización y trabajo por estar más cerca de las empresas (orden jerárquico, escasa participación de las trabajadoras en las decisiones importantes, poca transparencia, priorización de las ganancias por sobre la calidad del servicio, expulsión de las trabajadoras que reclaman por sus derechos, de las que no responden con obediencia y sumisión, de las que tienen problemas de salud, etc.), que de las cooperativas, asociaciones que sí trabajan de manera horizontal, incorporando el feminismo a sus prácticas cotidianas y contemplando el cuidado de sus integrantas.
Me preocupa que muchas profesionales de sólida experiencia luego de un recorrido en el tiempo de intervención directa decidamos por cansancio salir de la intervención
Una de mis preocupaciones, como psicóloga, como feminista interseccional, como responsable de garantizar tratamientos en la red pública de salud a mujeres y niñez y como una de las tantas trabajadoras que ha visto vulnerados sus derechos, es la forma en que algunas y aclaro, ni de cerca todas, las asociaciones que gestionan recursos de atención y recuperación integral en situaciones de violencia machista, al precarizar y discriminar a las profesionales, se transforman en sí mismas en un obstáculo para brindar asesoramiento y tratamiento con perspectiva feminista interseccional a quienes sufren violencia machista, en tanto provocan diariamente el agotamiento y huida de las profesionales cualificadas. Me preocupa que muchas profesionales de sólida experiencia luego de un recorrido en el tiempo de intervención directa decidamos por cansancio, agotamiento, burnout, salir de la intervención o “nos decidan”, por no coincidir/avalar,/legitimar prácticas que yo llamo “del descuido”.
¿Cuál es el lugar, espacio, tiempo que las entidades dan a prácticas efectivas de cuidados para las profesionales? ¿Qué entendemos y a quiénes incluimos en los cuidados? ¿Qué implica en momentos de generalizada vulnerabilidad social precarizar laboralmente a quienes ejercen funciones fundamentales de cuidados? Creo que el primer paso debiera orientarse a “hacer lugar” a la demanda, a la escucha, algo que, no solo en el ámbito psicológico nos debería resultar familiar. Por otro lado, resulta necesario pensar en un nuevo pacto no solo entre las entidades y las administraciones públicas, sino entre las entidades y sus trabajadoras, que son quienes sostienen, en última instancia, las intervenciones directas y, por qué no, un nuevo pacto de construcción subjetiva.