Opinión
Lucha sindical, salud laboral

Cuando hablamos de riesgos laborales tendemos a pensar en las muertes en el puesto de trabajo. En realidad, si nos quedáramos con esa información en exclusiva, el dato ya es devastador: 746 personas murieron trabajando en 2024. Para muchas personas, para muchas de las nuestras, la metáfora de que este sistema criminal nos roba la vida se convierte en inoperante: deja de funcionar como figura retórica y ya no se refiere a nuestro tiempo, a nuestro bienestar, a nuestros afectos… Refiere, literalmente, a lo único que poseemos de verdad: la vida. Estas pérdidas han supuesto la pérdida de una media de 36 años de vida teniendo en cuenta la edad de las trabajadoras fallecidas y la esperanza de vida en la actualidad.

Sin embargo, si somos estrictas con la definición, “se entiende como riesgo laboral la posibilidad de que un trabajador sufra un determinado daño derivado del trabajo”. Es decir, que cualquier enfermedad o lesión que tengamos y esté de alguna manera relacionada con el trabajo que hemos hecho o hacemos tiene que ver con una prevención mal ejecutada o el desamparo en nuestro puesto de trabajo. Porque no se nos debe olvidar, es obligación legal del empresario evitar que el trabajador esté expuesto a ninguno de estos riesgos.

Es por eso que escribimos estas líneas, para dar un ligero mapa de las amenazas a las que la clase trabajadora nos enfrentamos en nuestros puestos de trabajo y seamos capaces de articular estrategias colectivas que nos aseguren la salud y el bienestar. Para desarrollar nuestra creatividad y ponerla a nuestro servicio, al de nuestra clase.

Las presiones o la sobrecarga de trabajo son elegidos por más del 50% de la población trabajadora como el factor que mayor efectos adversos tiene sobre su salud mental

Por ejemplo, parece que en los últimos tiempos ha saltado al discurso público los problemas de salud mental. Eso se debe, probablemente, a que la incidencia es ya tan alta y tan diversa que resulta negligente (y casi imposible) ignorar la que parece la verdadera pandemia de nuestro tiempo. Aunque creemos en un acercamiento interseccional a esta problemática (no podemos ignorar que problemas como el acceso a la vivienda o la violencia sistémica contribuyen sobremanera a que se desarrollen), el trabajo es sin duda un foco principal. Según el Instituto Nacional del Trabajo y la Salud, el estrés, provocado principalmente por la sobrecarga laboral, afecta, como puede observarse en este gráfico, a entre el 35% y el 50% de las personas trabajadoras. La incidencia en los sectores más feminizados es especialmente drástica.

Las presiones o la sobrecarga de trabajo son elegidos por más del 50% de la población trabajadora como el factor que mayor efectos adversos tiene sobre su salud mental, pero tampoco podemos dejar de mencionar otros como el trato difícil con clientes, pacientes o alumnas, la inseguridad laboral o la mala comunicación o cooperación dentro de la empresa.

A todos esos, además, habría que sumar todos los riesgos que, en muchos casos no se pueden contabilizar por instituciones oficiales ya que están legalmente amparados, como los que derivan de los salarios bajas, la imposibilidad de conciliación o la labor de las personas cuidadoras cuyo trabajo no está reconocido como tal y, por tanto, tienen que hacer malabares vitales para compatibilizar una jornada laboral asalariada y otra que no lo está.

Desde luego, ninguna de estas informaciones va en detrimento de la pérdida de calidad de vida que deriva de los accidentes laborales con impacto en nuestra salud física. En el siguiente gráfico se puede ver la amplia variabilidad de accidentes laborales a los que estamos expuestas.

Además, no son todo accidentes, ya que la mayoría de las patologías que se desarrollan tienen que ver con la actividad cotidiana, que tiene un efecto adverso cuando la exposición es recurrente. En este sentido, nos referimos por ejemplo a las lesiones que tienen que ver con movimientos repetitivos (como los clásicos dolores crónicos de espalda o de muñeca) o, en las peores circunstancias, a la exposición a agentes contaminantes, malas condiciones climáticas, etc.

Estamos también seguras de que ninguno de estos factores escapan al racismo, machismo y capacitismo estructural que nos atraviesa como clase trabajadora, dificultando nuestro acceso al trabajo y, por supuesto, a trabajos en los que nuestra dignidad se respete como nos corresponde.

Y sabemos perfectamente quiénes son los culpables de todo esta precariedad que pierde el adjetivo de laboral para convertirse en vital. Por eso, en CNT Granada, nuestras secciones sindicales se esfuerzan en señalarlos y somos felices de poder contar algunas de las victorias que acumulan. Durante este verano hemos padecido altísimas temperaturas en nuestra ciudad (y que no tenemos duda de que irán a más), así nuestras compañeras de la Dobla de Oro y de las tiendas del Medievo exigieron uniformes acordes. También consiguieron aires acondicionados y tener el control de las temperaturas de sus centros de trabajo. Una demostración de fuerza imprescindible, ya que no obviamos que la crisis climática es (y será, cada vez mayor) un frente de lucha imprescindible en la reivindicación de condiciones dignas para nuestra clase.

A través de puras estrategias sindicales, las compañeras de Transportes del Pino consiguieron también la completa reparación de la nave en la que trabajan, puntos de agua para poder hidratarse y refrescarse y una evaluación de riesgos de temperaturas. Sabemos a ciencia cierta que esta reparación era absolutamente necesaria y, además, contribuirá a evitar accidentes futuros, ya que vivieron uno el día anterior a que esta negociación se produjera. Somos un sindicato joven, así que estas victorias solo son las primeras de muchas que queremos que cambien la vida de las nuestras.

En nuestra ciudad creemos que organizándonos con las nuestras podemos convertir los espacios de trabajo en lugares más habitables y nos esforzamos en demostrarlo. De hecho, intentamos probar cada día que, con el esfuerzo colectivo podemos presionar los límites de la definición que la legislación ha dejado para nosotras de riesgos laborales y ser capaces de hacer de nuestros curros lugares más amables y adaptados plenamente a las necesidades de quienes los habitamos: nosotras, las trabajadoras, en toda nuestra diversidad.