Opinión
Palestina vence al ‘soft power’ israelí en La Vuelta

La edición de La Vuelta de 2025 se ha convertido en la más importante de este siglo. Tanto por el desborde de banderas en las carreteras como porque ha puesto en primer plano la relación entre deporte, cultura y política.
Benasque Vuelta - 3
Varios autores y autoras Banderas palestinas al paso de La Vuelta por Benasque (Huesca).

Las competiciones deportivas profesionales se han constituido desde hace décadas, pero especialmente en el siglo XXI, como una especie de santuario para criminales. En la retina quedan imágenes como la fotografía en una carrera de Fórmula Uno del anterior jefe de Estado —y defraudador confeso— Juan Carlos I con el hombre fuerte y primer ministro de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, solo unas semanas después de que el segundo fuera acusado por la CIA del asesinato, previa tortura, del periodista moderado Jamal Khashoggi.

La consigna es que el deporte “está al margen” y en ese estar al margen, la presencia en competiciones de Israel se ha aceptado primero sin necesidad de explicación y, en este momento, bajo el pretexto de que el deporte no tiene poder para cambiar la realidad. No fue lo que pasó con Rusia, cuyos deportistas fueron inmediatamente marginados de las competiciones profesionales. No es el deporte lo que está al margen, en todo caso es a Israel al que, una vez más, se le ha permitido estar al margen del derecho internacional.

El deporte, como una de las expresiones privilegiadas de soft power —esto es, de difusión de una agenda cultural, ideológica y diplomática con vistas a afianzar la posición en el mundo de un Estado—, es una herramienta poderosa con la que el régimen de Tel Aviv ha contado desde su fundación para la asimilación de su régimen con los supuestos valores europeos.

Cuando no hay más política posible que el grito contra un genocidio, las costumbres que tenemos en común, se ven alteradas: nada puede transcurrir bajo una aparente normalidad

Participar en expresiones de cultura popular como Eurovisión, el Eurobasket o la Champions League forma parte de un proyecto político. Al asimilarse como parte del estado mental euroblanco a través de estas palancas, Israel obtiene la legitimidad que está buscando. Al hacerlo, además, con expresiones banales de cultura como el fútbol consigue formar parte de las tradiciones compartidas por los pueblos europeos, ser, de alguna manera “uno de los nuestros”. El objetivo último de que Israel participe en la Eurocopa y no en la Copa Árabe de fútbol es consolidar el supremacismo invisible que subyace a la concepción de la cultura euroatlántica como superior al resto de culturas.

Cortocircuitar ese intento de asimilación —es decir, denunciar el supremacismo colonial de Israel— no ha sido fácil. Durante muchos años, antes del 7 de octubre de 2023, los grupos pro derechos humanos han criticado ese ejercicio de poder blando, cuestionando la participación de clubes como el Maccabi de Tel Aviv en las competiciones deportivas y denunciando las maniobras de pinkwashing con que Israel ha abordado su participación en el festival musical de Eurovisión. A pesar de que, desde el inicio del genocidio, se han multiplicado las protestas y acciones de boicot en estadios de fútbol y pabellones de baloncesto (y balonmano, entre otros deportes), La Vuelta ha sido el primer escenario global en el que el deporte ha dejado de ser “solo deporte” para Israel y se ha convertido en un campo fundamental de disputa.

El hecho es que la edición de La Vuelta de 2025 se ha convertido en la más importante de este siglo. No solo por el desborde de la protesta propalestina en las carreteras y del triunfo de ese movimiento con la cancelación del final de etapa en Bilbao, sino porque se ha puesto de manifiesto que el deporte no es solo deporte ni la cultura es solo cultura, sino que deporte, cultura y política se engarzan y no se comprenden las unas sin las otras. 

Cuando no hay más política posible que el grito contra un genocidio, las expresiones populares, las costumbres que tenemos en común, se ven alteradas: nada puede transcurrir bajo una aparente normalidad. Ni los conciertos, ni los partidos, ni las compras. Hay decenas de pueblos en todo el mundo comprometidos en que nada de esto sea normal, en no vivir al margen del genocidio y la limpieza étnica. Esa es la derrota que ya ha sufrido Israel y que no hará sino acrecentarse en los próximos años. Y para registrar ese colapso total de Israel estará la cultura, a través de sus múltiples expresiones. Esa derrota simbólica, que precede a la derrota política y social, se vio en cientos de países al mismo tiempo ayer durante la retransmisión de La Vuelta.

Es poco probable que el equipo Israel-Premier Tech se retire voluntariamente de la carrera, como le han pedido los organizadores de La Vuelta. Si el equipo tuviera algún tipo de autonomía lo haría, sin duda, pero es muy probable que el régimen sionista quiera sostener el pulso, tal vez esperando algún accidente para sacar la carta del terrorismo de baja intensidad (y de condenas desorbitadas) o la del “antisemitismo”. Eso demuestra que el deporte profesional no es sino una expresión de poder.

Frente a ese poder, sin embargo, se están manifestando en todas las carreteras del Estado miles de personas. Lo harán también en Cantabria, Asturias y Galicia en los próximos días. La victoria de Palestina en La Vuelta es solo simbólica. Ningún encierro, flotilla o manifestación ha tenido todavía capacidad de parar una sola bala o un misil. Pero solo a partir de esa derrota de tipo simbólico que se está produciendo en todo el mundo llegará la derrota real de ese país al que hasta ahora se ha permitido estar al margen de la humanidad y los derechos humanos.

Fútbol
Las gradas de todo el mundo enseñan la tarjeta roja a Israel
La campaña ‘Show Israel the red card’ suma más de 170 acciones desde que, en febrero, el grupo ultra del Celtic de Glasgow hizo un llamamiento al mundo del fútbol para exigir que la FIFA cumpla sus estatutos y suspenda a Israel de sus competiciones.
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