Opinión
Tiempo de coraje, tiempo de política

Apariencia de normalidad institucional, como si todo siguiera igual, y millones de euros en armas. Estas parecen las respuestas dominantes a uno y otro lado del Atlántico.
Concentración Palestina bombardeo Al-Mawasi - 6
Concentración por Palestina en Madrid tras el bombardeo del campo de refugiados de Al-Mawasi en julio de 2024. David F. Sabadell
18 mar 2025 05:43

¿Cuál va a ser nuestra apuesta de mundo en la reconfiguración profunda de las estructuras post1945 que afrontamos hoy? ¿Seguiremos radicados en las mismas teorías y marcos que nos han traído hasta aquí? O peor todavía, tal y como se preguntaba recientemente Naomi Klein ante los auges nacionalista y armamentístico en lo que podríamos comenzar a llamar el mundo libre: ¿trataremos de responder al desafío de Donald Trump tratando de parecernos a él?

Esto es lo que se está dilucidando en estas semanas, y donde de momento no parece que se esté utilizando la imaginación política ni un amplio proceso de deliberación pública para salir de los mecanismos habituales de respuesta del viejo orden. Apariencia de normalidad institucional, como si todo siguiera igual, y millones de euros en armas. Estas parecen las respuestas dominantes a uno y otro lado del Atlántico.

La dirección del partido demócrata norteamericano en el Senado, aún nostálgico del tran-tran de lo que era la alternancia habitual, mandó parar la rebelión legislativa contra un presupuesto que reduce el gasto público en 13.000 millones de dólares, con importantes recortes sociales, mientras refuerza el servicio de inmigración encargado de las deportaciones. Y por su parte la Unión Europea se ha posicionado en un marco mental belicista que resulta inapropiado y obsoleto, al menos si miramos de frente tanto al frente militar ruso-ucraniano como al mundo de la crisis ecosocial y las potencias nucleares del siglo XXI. Por si fuera poco, se apunta que el rearme incluso puede aprobarse en nuestro país sin pasar por el Congreso.

Tras años de infrafinanciación de la universidad pública por parte de la Comunidad de Madrid, este año estamos afrontando un ajuste salvaje de carácter ideológico en plena bonanza económica

Las políticas antisociales de corte neofascista que están poniendo en marcha Trump, Javier Milei y en nuestro país Isabel Díaz Ayuso, merecen respuestas inéditas ante desafíos que también lo son. La presidenta madrileña, tras exhibir una muskiana falta de empatía con su catastrófica gestión de las residencias durante la pandemia, busca ahora desguazar impunemente la universidad pública. Su ataque sigue los pasos de la motosierra del argentino, quien ha sido recientemente denunciado por promocionar abiertamente a una universidad privada, y de la mordaza del presidente norteamericano.

Tras años de infrafinanciación de la universidad pública por parte de la Comunidad de Madrid, este año estamos afrontando un ajuste salvaje de carácter ideológico en plena bonanza económica. Si la nueva ley autonómica de universidades saliera adelante, dejaríamos de contar con la universidad pública tal y como la hemos conocido. La autonomía universitaria se vería seriamente comprometida por la intervención que se permitiría al gobierno de la Comunidad de Madrid y al gran empresariado madrileño e internacional, que ha visto un filón en lo que consideran un nuevo espacio de ganancia del capital. Lo que hasta ahora hemos leído de los borradores filtrados avanzan, además, graves restricciones a la libertad de expresión, asociación y manifestación que se antojan, asimismo, anticonstitucionales.

Hay que prepararse para la gran crisis y la Convención de Ginebra, el Tribunal Penal Internacional o la propia Naciones Unidas son ahora, más que nunca, un molesto inconveniente a los que ignorar

La movilización de la comunidad universitaria habría de abandonar así los canales habituales, pasando por encima de la timorata actitud de sus rectorados, para tornarse multitudinaria, transformadora e imaginativa. Al propio gobierno central español, en manos de una coalición de izquierda progresista, se le pide en estos momentos tener también el coraje de enfrentar lo que puede ser uno de los primeros grandes robos del siglo de las nuevas derechas extremas. Si miran para otro lado, escudándose en que no es de su competencia, o acaban claudicando a lo Chuck Sumer, líder demócrata del Senado, fingiendo una normalidad que no es tal, su destino será el mismo que aguarda a este perfecto representante del viejo establishment político norteamericano. Pero lo peor es que nos arrastrarán también al resto.

Unión Europea
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Decía también Klein que el dueño de Tesla, promotor de los viajes a Marte para huir de una Tierra posiblemente inhabitable, claro que sabe hacia dónde nos dirigimos en esta crisis ecosocial. Y como lo sabe Elon Musk, lo sabe Trump. Esto explicaría mejor los últimos movimientos internacionales en pos de Groenlandia, Canadá o Panamá. Igual que Trump considera a Vladímir Putin un genio por anticiparse en el control de Ucrania por la fuerza, considera que Estados Unidos debe comenzar a utilizar con realismo todo su poder duro. Hay que prepararse para la gran crisis y la Convención de Ginebra, el Tribunal Penal Internacional o la propia Naciones Unidas son ahora, más que nunca, un molesto inconveniente a los que ignorar. El Israel de Benjamin Netanyahu ha mostrado el nuevo camino de una fuerza desnuda en el sálvese quien pueda que comienza.

Si esta hipótesis es correcta, lo que correspondería a los Estados que aún consideran los derechos humanos y el derecho internacional, al menos sobre el papel, una presencia o freno moral imprescindible, sería unirse y emprender una reforma democrática y decolonial de las Naciones Unidas. La era de los bonitos discursos inermes ante la impunidad de todo un genocidio, como en Gaza, ha de terminar. Necesitamos una institución internacional operativa en el mantenimiento de la paz y el respeto de los derechos humanos allá donde llegue, a la espera del fin de este gobierno en Estados Unidos y otras posibles incorporaciones al bloque pro-derechos humanos. Se han propuesto en este sentido medidas que eliminen la posibilidad del veto en el Consejo de Seguridad, que expandan sus miembros permanentes y electos, o que se hagan vinculantes tratados cruciales como los climáticos.

Pero nos equivocaríamos nuevamente si pensamos que quien ha de liderar esto es Europa, como reserva moral de occidente. Su implicación en la indiferencia, y en ocasiones complicidad, con lo sucedido en Gaza, y más atrás con otras intervenciones militares, así como en el mantenimiento de un sistema económico internacional injusto o una política migratoria criminal, despiertan al menos dudas razonables sobre este privilegio a la hora de erigirse como referente ético global.

De releer las proféticas conclusiones de Frantz Fanon sobre Europa en Los condenados de la tierra, donde instaba a no imitar el proyecto europeo por parte de lo que hoy llamaríamos el Sur Global, comprobamos que efectivamente la locomotora de la modernidad europea nos ha traído finalmente al actual callejón sin salida donde ya no confiamos siquiera en la idea de progreso. En las décadas posteriores a aquel escrito póstumo de Fanon, publicado en 1963, no hemos visto más que la agudización de una división internacional del trabajo profundamente injusta y la desconsideración hacia cualquier límite planetario. Todo ello en un ciego anhelo de ganancia por parte de las oligarquías económicas y quienes acríticamente las apoyan entre la ciudadanía. Que no nos engañen las luces ilustradas y sus conquistas sociales, nos decía Fanon, fijémonos en cambio en el sustrato colonial que facilitó buena parte de todo aquello. Se logró construir una isla de bienestar que, con el avance de la precariedad neoliberal, hoy sabemos ya también esporádica, todo ello desde la tensión interna de unos parámetros que bien supieron comprender en su momento Theodor Adorno y Max Horkheimer. Esta dialéctica entre el ideal emancipador y la racionalidad implacable que conduce a los hechos brutales de la realpolitik han constituido la arquitectura desde la que arrasar millones de vidas en el mundo desde entonces, consideradas secretamente superfluas.

Si la marca del bloque de Trump, Putin, Milei o Ayuso son los recortes salvajes, apostemos por las reformas fiscales justas y la expansión del gasto ecosocial

Si Europa quiere plantarse ante las últimas derivas autoritarias de su antigua colonia, el Frankenstein norteamericano surgido de su propio molde —como describía también el martiniqués—, en un tiempo donde ecocidio ha comenzado a rimar de manera siniestra con genocidio, anticipando el pánico ante el avance del calentamiento global y la fiera lucha por los recursos que se abre, no vale regresar a unas supuestas esencias ilustradas y liberales. La sombra de nuestros monumentos es demasiado alargada y sangrienta como para que tanto en el Sur global como en la propia Europa un movimiento así goce de credibilidad. En el continente europeo habremos de saber rescatar lo mejor de nuestra historia, logros e instituciones, sí, pero también reconsiderar nuestra responsabilidad en el actual estado de cosas.

Hemos de reconfigurar por tanto nuestros marcos políticos, culturales y económicos a fondo. De momento podemos empezar haciendo lo contrario a lo que emprenden los nuevos fascismos. Si la marca del bloque de Trump, Putin, Milei o Ayuso son los recortes salvajes, apostemos por las reformas fiscales justas y la expansión del gasto ecosocial. Desde ahí, podremos dejar seguramente antes la obsesión por el crecimiento económico y seguir en su lugar la meta de una prosperidad genuina, equitativa, donde la juventud no viva atenazada por el fatalismo y la fragilidad mental de un futuro oscuro. Es hora por tanto de salir de los juegos altamente competitivos de suma cero del sistema mundo que percibiera en su momento Immanuel Wallerstein, de renunciar a una supuesta posición de fuerza en aspectos como la injusta relación real de intercambio en el comercio que, en realidad, nos está conduciendo, a la especie en su conjunto, hacia la perdición colectiva sin remisión.

Es tiempo de repensar en clave democrática el endiablado escenario actual, amarrados a la defensa firme de los derechos humanos y lanzados hacia la construcción del ecosocialismo

Si en el mundo-Trump la persecución de los más vulnerabilizados de la sociedad, de las personas trans a los migrantes, alcanza ya dimensiones totalitarias, propongamos un horizonte de vida en común alternativo. Las costuras actuales del Estado-nación, el régimen de fronteras actual y la ficción de su soberanía no nos sirven. A la vista del crimen cotidiano que suponen las políticas migratorias europeas, donde la reacción trumpista tan solo supone un escalón más, habríamos de girar completamente de rumbo si queremos construir algo alternativo a los regímenes iliberales al alza.

Pensamiento
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Si de verdad esta crisis va a reconfigurar la escena internacional y sus alianzas tal y como quedaron marcadas en 1945, habrá que reconfigurar el esquema salido de Bretton Woods, reformar tanto Naciones Unidas como la propia Unión Europea, y actuar generosamente por nuestra propia salvación, como europeos y como seres humanos. Esta valentía e imaginación política es la que reclamamos a la hora de reivindicar una política capaz de hacer frente al mundo real de nuestro 2025.

En cuestiones de defensa, habrá que emprender diálogos con las autocracias en marcha con el objetivo de alcanzar nuevos pactos internacionales en materia de seguridad nuclear una vez los acuerdos de la postguerra fría están siendo olvidados. Asumiendo de manera realista la actual debilidad militar ucraniana y rusa a la hora de afrontar un futuro acuerdo de paz, este habrá de moverse en el ámbito exclusivamente diplomático, sin derivas militaristas que nos aboquen no solo a copiar el modelo que enfrentamos, sino a una conflagración real en el futuro que resultaría catastrófica. Con una economía y un armamento superior al ruso, las cuestiones de reorganización y coordinación de la defensa europea que se alegan como imprescindibles no habrían de suponer la lluvia de millones que están tratando de aprobar de manera poco democrática en Europa.

Es preciso por otra parte, ahora que la atacan las derechas extremas de un modo visceral, una defensa de la ciencia que nos permita incorporar también en el plano cultural una nueva manera de comprender al planeta y a nosotros mismos. Esto nos habría de conducir, a su vez, a inversiones monumentales, como se avanzaba, en una transición ecológica mucho más rápida y profunda que la actual. La policrisis ecosocial es de tal magnitud, y avanza a tal velocidad, que hemos de multiplicar a gran escala todo lo iniciado o no tendremos tiempo de sobrevivir a sus embates antes de que finalice el presente siglo.

Hasta ahora, bien lo sabemos, nuestros esfuerzos colectivos ante la crisis climática han resultado lentos y frustrantes. Esto en buena parte ha sido gracias a la propaganda negacionista alentada desde la industria fósil. El auge actual de los nuevos fascismos se apoya en un capitalismo de plataformas en manos principalmente de la oligarquía norteamericana, situada ahora además en la cúspide de la administración Trump. Desde ahí se expande socialmente la brutalidad neonazi y las nuevas persecuciones sin ninguna contención propia ni ajena. La línea entre la libertad de expresión y la difusión de delitos de odio habría de quedar claramente marcada. Ni los discursos de Joseph Goebbels, ni los radiados desde la Radio de las Mil Colinas ruandesa, debieran haberse permitido. Es hora así de plantarse con coraje ante esta situación y comenzar a revocar licencias digitales que están degradando y envileciendo el espacio público, estableciendo unos requisitos democráticos mínimos para su existencia en nuestras sociedades.

Frente a los nuevos fascismos imperiales, por tanto, nada mejor que oponer una manera completamente opuesta de comprender la política y la escena internacional que queremos. Es tiempo de ensayar desde Europa una apertura humilde y generosa al multilateralismo con el Sur Global, intentando trenzar una nueva alianza histórica de valores anti-imperialistas, pacifistas y ecologistas para el nuevo escenario común de respuesta ante los desafíos nuclear y climático. El auténtico realismo político reside en reconocer que el actual equilibrio internacional entre potencias nucleares, o el estado actual del ejército ruso, como decíamos, impiden que podamos considerar hoy a Europa como una nueva Ucrania. Una ciudadanía aquiescente hacia el esfuerzo bélico suele acabar muriendo en el campo de batalla. Este ha de ser un tiempo de política, no de guerra.

Es hora de utilizar también lo mejor de la teoría política a la hora de comprender y actuar políticamente en esta crisis, tanto para juzgar convenientemente a las corrientes principales de pensamiento que nos han traído hasta aquí, como para saber recuperar aquellas otras corrientes valiosas que quedaron arrumbadas en los márgenes. Todo ello sin dejar de inventar, a la vez, nuevas vías y conceptos que nos ayuden a transitar mejor a través de este inédito y dinámico contexto. Es tiempo, finalmente, de repensar en clave democrática el endiablado escenario actual, amarrados a la defensa firme de los derechos humanos y lanzados hacia la construcción de un ecosocialismo que permita mostrar una alternativa coherente y poderosa ante el inicio del gran pánico. Vamos a necesitar todos, de los líderes políticos a la ciudadanía, coraje para emprenderlo.

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