We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Opinión
Un alto al fuego hecho a la medida de Trump
El esperado anuncio del alto al fuego para la Franja de Gaza es una buena noticia. Un alivio necesario para los 2 millones y medio de personas que durante los últimos 15 meses solo esperaban que llegase su momento. Sólo esperaban que cada noche, en cada cola para recoger algo de agua o comida, en cada nueva tienda de campaña donde eran obligados a sobrevivir con sus familias, no fuera la última. Esto, si nada se tuerce, habrá sido una realidad desde el domingo 19 de enero.
470 días de genocidio, no lo olvidemos, que no van a desaparecer con un acuerdo que no aborda las cuestiones principales que son la justicia, la reparación y la verdad y el desmantelamiento de las estructuras de la ocupación y el apartheid.
Este acuerdo llega demasiado tarde para las casi 50.000 personas asesinadas por bombardeos israelíes, pero también de hambre, frío o enfermedades provocadas por el asedio israelí y otros cientos de miles de personas heridas, miles de ellas con amputaciones que no podrán hacer su vida como antes. Cifras oficiales pero irreales, ya que otras decenas de miles siguen desaparecidas en escombros que han sido lanzados al mar o triturados por la invasión israelí de la zona norte de la Franja y que varias estimaciones de The Lancet cifran en hasta 186.000 personas o más.
15 meses después, por fin se llega a un acuerdo de mínimos, pero también de parte. No olvidemos que Hamás ha firmado varios documentos siempre rechazados por Israel y que ha sido, sin lugar a dudas, el factor Trump el que ha dirimido la ecuación. Qatar, árbitro de los acuerdos, hacía un guiño al respecto durante los anuncios en rueda de prensa, acuerdo que seguramente implique la reactivación de la normalización de relaciones entre Arabia Saudí e Israel en el futuro más inmediato.
Palestina
Palestina Israel bombardea Palestina dos horas después de acordar un alto al fuego
Sobre la letra de los mismos, se pone el foco en el intercambio de prisioneros que, en varias fases, va a concluir con una vaga posición sobre la retirada de las tropas israelíes de la Franja (veremos hasta dónde se retiran) y con un, a todas luces, insuficiente alivio humanitario con el acceso de más camiones y suministros básicos.
Esto deja muchos asuntos en el aire, como el plan del actual secretario de Estado, Anthony Blinken, de reconstrucción de la Franja del que ya nadie habla; el papel invisible e irrelevante de Europa, siempre dispuesta a pagar la factura de los desmanes de Israel en la región, como bien ha ejemplificado ya el ministro Albares en su reciente visita a Líbano; o el papel que jugarán el nuevo Líbano y Siria ahora que ni Hezbola ni Asad detentan el poder. También queda por saber quién va a gestionar las ruinas del gueto gazatí, si permitirán por fin dejar entrar a la prensa internacional, tras 15 meses de férrea censura, o si todos estos movimientos resultarán en la normalización regional de Israel conforme a un enemigo común, Irán.
Pero lo que está claro es que este alto al fuego no es un alto al fuego más, como los que hemos vivido en agresiones anteriores. El brutal genocidio ha abierto las puertas del infierno para Israel en el plano internacional y tanto la Corte Internacional de Justicia como la Corte Penal Internacional siguen adelante con sus procesos de investigación sobre genocidio y la persecución de criminales de guerra israelíes como el primer ministro Benjamín Netanyahu. Y no solo eso. Decenas de gobiernos de todo el mundo han roto contratos con la industria israelí, su economía cae en picado y su legitimidad en el exterior, así como la de las marcas que hacen caja con la ocupación, están en niveles mínimos. La sociedad civil ya no acepta a Israel como otro país más en el concurso global.
Israel se ha convertido ya en un Estado paria que ningún acuerdo de alto al fuego que no pase por la reparación, la verdad, la justicia y el desmantelamiento de las estructuras de la ocupación y el apartheid podrá revertir. La resistencia ya ha anunciado que continuará. La memoria de este genocidio está ya, de forma indeleble, tatuada en la frente de Israel y de todos aquellos gobiernos que han mirado hacia otro lado. Es el momento de lograr poner fin a la impunidad, única garantía de no repetición.